sábado, 31 de marzo de 2012

Félix Varela: Hombre espiritual y patriota

Roberto Méndez • La Habana

El pasado 28 de marzo, Su Santidad Benedicto XVI, durante la celebración de la misa en la Plaza de la Revolución, citó en su homilía al presbítero Félix Varela Morales (1788-1853) como ejemplo de cristiano consagrado a educar a la sociedad: “El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre, ya que esta trasformación dependerá de la vida espiritual del hombre, pues “no hay patria sin virtud”. Tal referencia no sorprendió a la mayoría de los asistentes, en tanto es conocido que desde hace varios años la Santa Sede sigue un proceso para la beatificación de este prócer, que en la actualidad está muy adelantado.

Sin embargo, en pocas horas, varias personas, creyentes y no creyentes me han formulado inquietudes semejantes: ¿es posible que una figura paradigmática de nuestra historia, un patriota, sea considerado santo? O de modo más radical: ¿es realmente posible ser un hombre espiritual, consagrado a Dios y a la vez trabajar por la patria hasta las últimas consecuencias?

No me ha sido difícil responder a esas interrogantes, baste con repasar la biografía de esa figura ejemplar de nuestro siglo XIX para descubrir que en él no están reñidas la condición de cristiano consecuente con la de hombre público que buscó el bien común de los cubanos. Por tanto, no hay manipulación alguna al colocarlo a la vez entre los próceres de nuestra independencia y entre las figuras venerables del cristianismo en la Isla.

Ya en el joven que recibe la ordenación sacerdotal a los 24 años, hay una fuerte impronta de su Obispo Juan José Díaz de Espada y Landa. Este prelado, vasco de recio carácter, fue una de las figuras más prominentes del pensamiento de la Ilustración en Cuba. En él, la acción pastoral y el servicio al país están estrechamente relacionadas, como lo evidencia el impulso que otorgó en la diócesis habanera a la renovación de la enseñanza en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, las campañas de vacunación contra la viruela y el empleo de los diezmos y otras recaudaciones del obispado en obras destinadas al bien común. Espada tiene el mérito de asumir el pensamiento liberal de su tiempo, despojándolo de sus vertientes anticlericales o irreligiosas, para convertirlo en una voluntad de servicio fundamentada en el Evangelio. Enemigo del pietismo y del ritualismo que se colocaba de espaldas a la sociedad, ve la acción catequizadora del clero a su cargo estrechamente relacionada con una misión civilizatoria y recordó a los poderosos de la Isla que si querían aparecer públicamente como cristianos debían contribuir con sus caudales al bien de la sociedad.

Junto a la educación religiosa que recibiera en el hogar durante la infancia, fue decisiva la colaboración con el Obispo para Varela. Este estimuló sus disposiciones hacia el estudio y la experimentación, lo animó a dedicarse a la enseñanza de la Filosofía pero a partir de comprender qué era verdaderamente útil y qué era simple fárrago a barrer. Modeló su inteligencia y su sensibilidad y en vez de encomendarle una parroquia, lo destinó al Seminario que ansiaba convertir en la verdadera Universidad habanera. A lo largo de la vida del sacerdote reconocemos la huella del prelado, al que siempre fue fiel, aún en la distancia del destierro, aunque no siempre coincidiera totalmente con sus opiniones, pues Varela, perteneciente a una generación más joven y radical y no atado por los compromisos que implica una mitra, fue menos contemporizador y pudo pronunciarse abiertamente en contra del absolutismo monárquico, el gobierno colonial de la Isla, la esclavitud y abogar primero por la autonomía y luego por la completa independencia de Cuba.

Si solo en sus últimos años esa entrega estuvo asociada con el servicio parroquial, las visitas a enfermos y el socorro a menesterosos, eso no significa que en las primeras décadas de su labor como presbítero no ejerciera la caridad, solo que lo hizo desde la cátedra profesoral, desde las bancas de las Cortes en España y desde el periodismo en la emigración. Enseñar al prójimo, formar hombres para ser cristianos responsables en la libertad y procurar forjar una Patria moderna y católica, era su modo de darse y lo hizo de manera absoluta. A pesar de la fama de su inteligencia y elocuencia, nada hizo por permanecer en la paz de un aula o una biblioteca, mucho menos por granjearse prebendas o canonjías, ni por labrarse una próspera carrera política. Vivió en el más absoluto desprendimiento, hasta morir como pobre de solemnidad.

El sacerdote fue consecuente hasta el final de su vida en vivir en una sobriedad extrema y sin quejas. Cuando su discípulo Lorenzo de Allo lo visita en San Agustín, a fines de 1852, describe en una carta aquel panorama austero y casi desgarrador:

“A los pocos pasos hallé un cuarto pequeño, de madera, del tamaño igual, o algo mayor, que las celdas de los colegiales. En esa celda no había más que una mesa con mantel, una chimenea, dos sillas de madera y un sofá ordinario, con asiento de colchón. No ví cama, ni libros, ni mapas, ni avíos de escribir, ni nada más que lo dicho. Sólo había en las paredes dos cuadros de santos, y una mala campanilla sobre la tabla de la chimenea.

“Sobre el sofá estaba acostado un hombre, viejo, flaco, venerable, de mirada mística y anunciadora de ciencia. Ese hombre era el Padre Varela. No me parecía posible que un individuo de tanto saber y de tantas virtudes estuviera reducido a vivir en país extranjero, y a ser alimentado por la piedad de un hombre que también es de otra tierra. ¿No es verdad que es cosa extraña que entre tantos discípulos como ha tenido Varela, entre los cuales hay muchos que son ricos, no haya uno siquiera que le tienda una mano caritativa?”1

El Maestro no aspiró jamás a ser filósofo en abstracto, su misión era educar para un fin práctico: la edificación de una sociedad nueva. El que Espada lo destinara a la Cátedra de Constitución en el Seminario y luego lo impulsara a aceptar la postulación como diputado a las Cortes, fueron hechos providenciales que ayudaron a conformar su pensamiento. Varela tuvo que comenzar por revisar las ideas de sociedad de su tiempo, sustraer al pensamiento cristiano del espíritu de bandos que solo concebía dos extremos: la religiosidad conservadora, encarnada en la idea española de la alianza del trono con el altar y en su opuesto, el liberalismo anticlerical, defensor de un laicismo extremo.

En las Cartas a Elpidio (1835-1838) este pensamiento se desarrolla como una vasta arquitectura. Aunque su objeto declarado es “considerar la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con el bienestar de los hombres”2 en realidad el libro puede ser leído en diferentes niveles, como un tratado de apologética que responde a un fin inmediato, la defensa del catolicismo en un país como EE.UU., de agresiva mayoría protestante, pero sobre todo como un libro educativo, destinado a la juventud de Cuba, para alertar a los que han recalado en posiciones anexionistas sobre los peligros de la opulenta nación del Norte y a la vez prepararlos para la independencia, de modo que puedan sortear los riesgos que corrieron otras naciones americanas y edificar una sociedad armónica y cristiana.

La primera parte de este volumen concluye con una especie de proclamación de su convicción de que hay un nexo indisoluble entre Dios y la Patria y que por ellos juntos ha ofrecido su vida ya declinante:

“Sin embargo, fórmase ya en el horizonte de mi vida la infausta nube de la ancianidad y allá a lo lejos se divisan los lúgubres confines del imperio de la muerte. La naturaleza, en sus imprescriptibles leyes, me anuncia decadencia, y el Dios de bondad me advierte que va llegando el término del préstamo que me hizo de la vida. Yo me arrojo en los brazos de su clemencia, sin otros méritos que los de su Hijo, y guiado por la antorcha de la fe camino al sepulcro en cuyo borde espero, con la gracia divina, hacer, con el último suspiro, una protestación de mi firme creencia y un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria.”3

En resumen, para reconocer la santidad de un hombre excepcional como Félix Varela no es preciso convertirlo en un asceta atormentado, ni en el contemplativo que nunca fue. Sacerdote fiel a su ministerio, cristiano de espiritualidad activa, nutrido por la Sagrada Escritura y la oración cotidiana, se entregó al estudio, a la escritura, al magisterio y aun a la política con la convicción de que servir a la sociedad y hasta dar la vida por ella era el mejor modo de dar la felicidad a su prójimo.

La honestidad y disciplina moral y espiritual de Varela, lo convierten en un ejemplo imperecedero de intelectual, que Cuba ha tenido el privilegio de tener entre sus fundadores.

Notas:

1- Carta de Lorenzo de Allo al señor Francisco Ruiz (diciembre 25 de 1852). Félix Varela: Obras, Biblioteca de Clásicos Cubanos, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana 2001. Vol. 3, pp.286-287.

2- FV: “Cartas a Elpidio”, OC, Vol.3, p.3.

3- Ibíd., pp. 102-103.

martes, 27 de marzo de 2012

La Isla y la emigración, entre encuentros y puentes

Daniel García  • La Habana
Ilustraciones: Nelson Ponce

En 1993 comenzaron a aparecer en La Gaceta de Cuba, revista cultural de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) los dosieres elaborados por Ambrosio Fornet para abrir el marco de conocimiento de la literatura que se estaba publicando por autores radicados fuera de las fronteras de la Isla, principalmente en EE.UU. El primero, septiembre-octubre de ese año, fue dedicado a los ensayistas y críticos; el segundo, marzo-abril de 1994, se consagra a los cuentistas; el tercero, a los poetas, y salió en el número julio-agosto de 1995; el cuarto, con el título “El (otro) discurso de la identidad” se incluyó en el número septiembre-octubre de 1996; y el último, “Erotismo y humor en la novela cubana de la diáspora”, salió en 1998, en el número julio-agosto. En su conjunto, resultan un recorrido por lo géneros literarios y las líneas de pensamiento fundamentales,  y mostraron los escritores más descollantes en esos momentos. En ellos pudimos leer por primera vez textos de Gustavo Pérez Firmat, Eliana Rivero, Roberto González Echevarría, Emilio Bejel, Manuel Cachán, Roberto G. Fernández, Lourdes Gil, José Kozer, Juana Rosa Pita, Enrique Sacerio-Gari, Magaly Alabau, René Vázquez Díaz, entre otros tantos.
Son el resultado de la constancia del estudio de Fornet sobre el tema,  lo que los ha convertido —junto con los posteriores ensayos que Fornet ha publicado— en referencias ineludibles para quienes pretenden acercarse a la apasionante complejidad de la literatura cubana en la emigración. Esta zona permanecía en la sombra para muchos, y una acción como esta, además de arrojarle luz, contribuía a concretar su inserción en el cuerpo total de nuestra literatura.
En el catálogo de la Editorial Letras Cubanas se consigna, como la primera publicación de un autor emigrado, la fecha de 1989. En ese año apareció publicado el título Poemas escogidos, de Agustín Acosta. Desde entonces, los autores de la emigración empezaron a formar parte consustancial de los planes de publicaciones anuales de esta Editorial. Hasta hoy, suman alrededor de 50 los títulos que han estado disponibles en los estantes de las librerías del país, y los autores suman muchos más si tenemos en cuenta las antologías que, según otra práctica asumida desde finales de los 80, han agrupado, en igualdad de valoración tanto autores de la Isla, como de la emigración. Algunas de estas antologías marcaron hitos editoriales como, por ejemplo, el Álbum de poetisas cubanas, selección y prólogo de Mirta Yáñez; Aire de luz. Cuentos cubanos del siglo XX, elaborada por Alberto Garrandés; Las palabras son islas. Poesía cubana del siglo XX, a cargo de Jorge Luis Arcos; Isla tan dulce y otras obras. Cuentos cubanos de la diáspora, debida a la labor mancomunada de Carlos Espinosa y Francisco López Sacha.
Algunos de los títulos publicados se presentaron en Cuba con la presencia de sus propios autores, incluso como parte de la programación de las ferias del libro de La Habana. De pronto, la literatura servía, además, para materializar el encuentro en vivo con esa otra parte que también le pertenecía a la cultura nacional.
Unión, Revolución y Cultura, Casas de las Américas, revistas culturales, y otras, como Temas, de perfil sociológico; sellos editoriales como Ediciones Unión, la casa editorial de la UNEAC, y la Editorial de Ciencias Sociales, e instituciones como la Universidad de La Habana, el Instituto de Literatura y Lingüística, etc. han publicado con amplitud textos de escritores cubanos radicados en otros países y auspiciado investigaciones y encuentros sobre diferentes aspectos de la relación de la Isla con la emigración.  
Un evento particularmente importante en este proceso de integración cultural, lo constituyó el encuentro “Cuba: cultura e identidad nacional”, que se celebró en La Habana el 23 y el 24 de junio de 1995 con el auspicio de la UNEAC y la Universidad de La Habana. Esos días fueron testigos de un fructificante debate en torno a la problemática de la identidad nacional, desde las diferentes pero complementarias perspectivas del arte, la literatura y las ciencias sociales. Veintidós profesionales residentes en Suecia, Puerto Rico, México y EE.UU., conjuntamente con los que residían en Cuba, desplegaron un diálogo profesional, de alto nivel intelectual, con un libre y productivo flujo de ideas que, al menos que sepamos, no ha tenido continuidad con este perfil.
En 1981 recibe el Premio Casa de las Américas Lourdes Casal, con el poemario Palabras juntan Revolución. Y es Casa de las Américas otra de las instituciones que ha mantenido una línea de intercambio con la emigración tanto en lo que se refiere a la  integración de los jurados del premio, como a la participación en encuentros y conferencias.
Esta apresurada ejemplificación demuestra la existencia de una voluntad que ha ido tomando cuerpo en forma de una política cultural cuyas premisas se han delineado y han madurado desde la reflexión que emana de la propia dinámica revolucionaria. Visto en sentido diacrónico, la asunción de estas premisas ha requerido también de un tiempo de asimilación para lograr su cabal comprensión por las instancias administrativas, la sociedad y la emigración misma, teniendo en cuenta la multiplicidad de matices hacia el interior de cada una de estas entidades y de sus contextos.
La formulación fundacional de esta política, la que sentó el principio que habría de orientar las sucesivas elaboraciones sobre el rescate de la producción cultural de la emigración, fue sin duda el célebre discurso de Fidel Castro que se conoce como “Palabras a los intelectuales”, pronunciado en la Biblioteca Nacional, el 30 de junio de 1961, como conclusión de las reuniones con las figuras más representativas de la intelectualidad cubana del momento. Este discurso —del que se ha descontextualizado reiteradamente la frase “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”— es, sin embargo, una pieza que, en época tan temprana, revela la agudeza con que Fidel enfrentaba la complejidad de los fenómenos culturales, en medio de un proceso de cambio tan radical, y la contradictoria relación entre Revolución y cultura. Vale la pena, aun cuando solo sea para incentivar una lectura completa y desprejuiciada de este discurso, citar el párrafo en el que se encuentra sumida la citada frase:  
“La Revolución debe tratar de ganar para sus ideas la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo; a contar, no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos que aunque no sean revolucionarios, es decir, que aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, están con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios, y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo; la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución. Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.”
La estrategia cultural de la Revolución asentada, en primerísimo lugar, en un acto de autodefensa de la propia Revolución, que ha triunfado gracias a la batalla y al sacrificio del pueblo, y se constituye, por tanto, en fuente de legitimación de esa voluntad, a partir de lo cual debe garantizar una cultura democrática, una total libertad de creación y la inclusión de todos los intelectuales, aun cuando no sean revolucionarios. Es la expresión de una disposición inclusiva en medio del conflicto, del peligro permanente que conlleva la radicalidad de un cambio a pocas millas de su principal enemigo, a cuyas costas, además, irán a recalar, en un primer momento, aquellos que destruyeron el país y condujeron al pueblo cubano a la rebelión.
Aquella subsiguiente  batalla de ideas que marcó los años 60 y 70 produjo reacciones límites en ambos extremos de la cuerda política. Del lado de acá, ostracismos, silenciamientos, anulaciones, exclusiones, y, del lado de allá, la enceguecida militancia que ha tratado de demonizar todo lo relacionado con la Revolución y su cultura, y que, con la instauración de un grupo de poder ultraconservador enquistado en el aparato estatal norteamericano, ha hecho más difícil el camino de la integración. Resultan muy instructivos para las generaciones posteriores de cubanos, conocer al menos una parte de los debates de aquellos años, sagazmente reunidos por la doctora Graziella Pogolotti (Polémicas culturales de los 60, Editorial Letras Cubanas, 2006) y las conferencias y debates generados a partir de la llamada “guerrita de los e-mail” (http://www.criterios.es/cicloquinqueniogris.htm; Letras Cubanas también publicó un libro con algunas de las conferencias, bajo el título La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión). En lo que a nosotros respecta, estos debates revelan formas de pensamiento, contradictorias y contrapuestas, todavía soterradas, y que a ratos emergen para revelar la necesidad de continuar pensando en el contenido y alcance de esa visión cultural ecuménica.  

En una entrevista con Ambrosio Fornet, aparecida en el número de octubre de 1992 en La Gaceta de Cuba, este expresa otra importante premisa que alimentaba la manera de acercarnos a la literatura de la emigración, retomando el símil del Aleph borgeano:
“El Aleph de la nación está aquí; es aquí —en el espacio de la Isla— donde confluyen el deseo de todos los vivos y la memoria de todos los muertos.”
De ahí, la consecuente consideración de que la cultura cubana es una sola,  que no está circunscrita a los límites geográficos, sino que es cualitativamente extensible a la producción cultural cuyos creadores, más allá de las fronteras de la Isla, revelan en ella un vínculo esencial con la identidad nacional.
En la primera conferencia “La nación y la emigración”, celebrada en La Habana, entre los días 22 al 24 de abril de 1994, Abel Prieto, en aquel entonces ministro de Cultura, pronunció la conferencia “Cultura, Cubanidad, Cubanía”. En ella se lee, refiriéndose a los títulos publicados en Cuba de autores emigrados:   
“[…] con estas publicaciones, se iniciaba un programa acertado de rescate, para el patrimonio vivo de la nación, de obras básicas de la cultura cubana, que implicaba independizar la posición política del individuo de los valores de su obra y de sus aportes culturales.”
Y más adelante:
“[…] los defensores de la cultura cubana en la Isla y en la emigración, tenemos que volver a aquella idea lezamiana de una cultura de la resistencia, frente al hegemonismo que erosiona y desnaturaliza todo lo auténtico y original y frente a sus colaboradores platistas. Para esta misión de preservación y siembra de una cultura cubana resistente, tan ajena al criollo exótico como al aldeano vanidoso, resulta imprescindible conocernos mejor y diseñar estables puentes culturales.”
Atender a la calidad literaria de las producciones, a sus valores artísticos, a sus aportes culturales, independientemente de la posición política del autor, aun cuando sabemos que esta, de alguna manera, los contamina. Pero sabemos por otra parte que la calidad literaria es ajena a lo panfletario y a una relación mecánica o sumisa con la política. Estas consideraciones continuaron nutriendo la política cultural hacia la emigración. Atendiendo a ellas bien se hubieran podido publicar en Cuba algunos autores cuyo irreconciliable conflicto con la Revolución no lo permitió (cfr. la nota al pie de la página 15 de Aire de luz. Cuentos cubanos del siglo XX, 2da. Ed., Editorial Letras Cubanas, 2004).  
Esta incorporación de la producción cultural de la emigración al acervo de la nación, tiene que ver también con el carácter de la relación o del vínculo con la nación. Retornamos entonces a la idea de la autodefensa expresada por Fidel en “Palabras a los intelectuales”. La auténtica producción literaria, de valores y aportaciones artísticas, irriga las raíces de la cultura nacional, las fortalece, y, en ningún caso, intentan desvirtuarlas o destruirlas. El  derecho inalienable de la cultura nacional es existir, es ser preservada. Y los puentes se construyen para eso.  
Muy esclarecedores han sido además los estudios realizados desde la emigración, cuyos argumentos han contribuido a apreciar, desde la Isla, la complicada trama que significa la inserción a la cultura receptora. Para ejercer una labor editorial y cultural representativa, es imprescindible conocer estos procesos transculturales y las gradaciones generacionales. Esto ha conllevado, por un lado, y en el caso específico de EE.UU., a discernir las diferencias entre las oleadas migratorias y sus condicionamientos históricos y políticos: los que se fueron a raíz del triunfo de la Revolución, los que emigraron durante el éxodo del Mariel,  los que lo hicieron mediante el episodio de los “balseros”, la corriente migratoria legal, etc.;  y, por el otro, a plantear el debate en torno a la pertenencia o no a la literatura cubana de los escritores cubanoamericanos, que se han integrado a la minoría hispana y  que se expresan fundamentalmente en inglés. A todo lo cual habría que añadir los escritores que viven en otros países, ejercen allí el oficio de escribir, pero se desplazan continuamente al país de origen.
La elaboración de principios conceptuales para una política cultural en torno a la emigración cubana y su relación con el país, y el  hecho palpable del número de publicaciones de autores realizadas por revistas y sellos editoriales cubanos, y las demás acciones culturales emprendidas por otras instituciones del país, en términos de investigaciones, exposiciones de artes plásticas, encuentros, conferencias, puestas en escenas, etc., demuestran, de modo fehaciente, la voluntad de asumir, rescatar, integrar, la producción cultural de la emigración al cuerpo total de la cultura nacional. No podía ser de otra manera, es a la Isla a quien correspondía pensar e instrumentar esta voluntad.
Lo verdadero, lo que continuará cosechando frutos en este camino, no es la superficialidad laudatoria ni los oportunismos de ambas partes; por el contrario, es la continua maduración de esa política cultural de rescate e integración que irradia desde la Isla y a ella regresa enriquecida a partir del desarrollo de las premisas antes apuntadas y que significan, para la nación y para la emigración: inclusión en medio de la dialéctica revolucionaria, vínculo esencial con la identidad cultural, valoración cualitativa de la producción artística y literaria, defensa y fortalecimiento de la cultura nacional, comprensión de los procesos de transculturación y de la dialéctica de la sociedad cubana, y encuentros, y puentes, que permitan un conocimiento cada vez mayor de las problemáticas mutuas.

lunes, 26 de marzo de 2012

Una opinión sobre las declaraciones de Su Santidad.

Borrador de un corresponsal
Una opinión sobre las declaraciones de Su Santidad.
Por Manuel Alberto Ramy
Progreso Semanal
Marzo 25 de 2012

El marxismo, que no es más que un instrumento de análisis de la sociedad, fue condenado por la iglesia católica hace más de un siglo. Incluso la encíclica papal de León XIII, Rerum novarum (1891) puede asumirse como una respuesta, la primera por parte del papado, a dicha ideología ya en ciernes. Las diferencias ideológicas entre la doctrina católica y el marxismo, como teoría, son de vieja data. 

La novedad, a la que me convocan varios lectores y amigos que me han pedido opinión, radica en las recientes declaraciones de Su Santidad Benedicto XVI con relación a su viaje a Cuba. En el avión papal viajaba la excelente periodista y vaticanista Paloma Gómez Borrero quien con una pregunta certera, y a partir de la respuesta de Su Santidad, desató algún que otro titular un tanto forzado. 

 En un momento de su respuesta (la entrevista está publicada en Progreso Semanal pero la reproduciré al final de estas notas), Su Santidad dice “Hoy es evidente que la ideología marxista, tal como fue concebida, ya no responde a la realidad. De esta forma ya no puede responder a la construcción de una nueva sociedad.

Benedicto XVI, además de haber sido el guardián de la fe durante el papado de Juan Pablo II, es un intelectual, teólogo y filósofo, que ha publicado una veintena de libros. Sabe del pensamiento desde su ideología y también del uso de las palabras precisas para expresarse. 

La concepción “ya no responde a la realidad” –el ya deja abierta la interrogante de que pudo en algún momento responder a ella—y prosigue diciendo de “esta forma” está invalidada para la “construcción de una nueva sociedad”.  “Esta forma”, pienso se refiere a la praxis del marxismo aplicado, que en buena medida implosionó en las exrepúblicas del campo socialista, las del llamado socialismo real.

Si estoy en los cierto no estamos ante una obligada reiteración de posiciones en el campo de las ideas, sino a la luz de lo vivido. 

Sucede que Su Santidad viene a Cuba cuando nuestro país vive un momento crucial de su historia llamado de Actualización, que además  de reformas del sistema socioeconómico vigente desde hace medio siglo, está tratando de borrar viejos esquemas de las praxis marxistas copiadas de la URSS.  El papa que nos vista ahora no es el mismo papa que nos visitó hace 14 años. Pero tampoco llega a la misma Cuba, particular que conoce. Él arribará a una sociedad y a un país que vive un proceso tendiente a cambios sociales y económicos.   

En este proceso, que requiere paciencia, pero también la decisión, queremos ayudar en un espíritu de diálogo, para evitar traumas y para ayudar a lograr una sociedad fraterna y justa, con - para todo el pueblo, y queremos colaborar en este sentido.

Con esta visita se ha inaugurado una vía de colaboración y de diálogo constructivo, un camino que es largo y que exige paciencia, pero que va hacia adelante”, respondió el papa a la periodista

Estas palabras no significan solamente disposición hacia nuestro gobierno, entrañan un  apoyo a la apuesta que por esa opción ha hecho la jerarquía católica cubana. Por esta decisión, la jerarquía cubana viene sufriendo los embates y presiones de poderosas fuerzas externas, principalmente de las administraciones de Washington. Dichas administraciones no concuerdan con las aspiraciones de realizar reformas conducentes a un nuevo modelo de convivencia interna capaz de excluir su dominio o en el que no prevalezca la adoración por el dinero, algo que en otro contexto mencionó el papa y sobre el que desearía fuese más contundente. (El marxismo fue una respuesta al entonces capitalismo emergente, hoy globalizado).

Dejando de lado a Washington, opino que uno de los posibles objetivos de los recientes  hechos ocurrido en varias iglesias --además del clarísimo de poner en crisis las relaciones entre la el estado y la iglesia--, pudiera ser el de alterar el consenso existente dentro de la jerarquía nacional y voltearla hacia la confrontación. 

Es obvio que la Iglesia está siempre en el lado de la libertad: la libertad de conciencia, la libertad de religión. En este sentido [INAUDIBLE] contribuyen también los simples fieles en este camino hacia adelante”, dijo el papa.
 
Con delicadeza no puedo pasar por alto y lamentar que Su Santidad haya llamado “simples fieles” a quienes son la iglesia, esta no es más que la comunión de los fieles, los millones a escala mundial que comparten y practican la fe y las predicas del hijo de Dios y putativo del carpintero José y de María, la Virgen. Sin los simples fieles no habría iglesia, solo esqueleto institucional. 

Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente y el autor.

viernes, 23 de marzo de 2012

La Cuba que acogerá al Papa

Por Pedro Hernández Soto

Siempre días como estos me hacen recordar mi adolescencia. Tenía 11 años cuando un amigo me invitó a inscribirme en la Agrupación Mariana de Monserrat, dirigida por los hermanos jesuitas, radicados en el impresionante edificio de cuatro plantas que poseían en la manzana comprendida entre las calles de Cid, San Fernando, Gloria y San Carlos, allá en el natal Cienfuegos. Mi hermana, a tono con aquella sociedad cubana de los años 50, perteneció a la congregación que le tocaba, la de mulatas: Hijas de la Caridad.
Fueron un par de años de misas dominicales y sesiones catequistas pero sobre todo de juegos de béisbol con guantes, bates y pelotas a los cuales yo no tenía otra manera de acceder. Después vino el distanciamiento de la fe católica, mucho antes del triunfo de la Revolución. En esto fueron decisivos el trabajo ideológico de mi padre e insatisfacciones.

El final de mis creencias religiosas fue el conocimiento filosófico que nos trajo el triunfo de la Revolución. Además, tenía yo muchas otros intereses, para mí más importantes, de las cuales ocuparme. Por otra parte, la posición y acciones contrarrevolucionarias de las  jerarquías de la Iglesia Católica y algunas sectas, me distanció.
Debo confesarles que en mi casa había dos estatuillas de tamaño apreciable, una de San Lázaro y otra de Santa Bárbara. A esta última, en una época de bonanzas se le compró corona, espada y copa, bañadas en oro; cada viernes se le ponía una manzana, miel, grageas y platanitos. En diciembre era el velorio a San Lázaro. En otras oportunidades venía una santera llamada María para hacer misas espirituales a los muertos para resolver problemas a los vivos.
En estos días, por segunda vez para Cuba, nos visita un Papa y evoco mucho la interesante liturgia católica y otros pasajes relacionados con las creencias religiosas.
Tampoco puedo olvidar lo ocurrido durante la larga confrontación iniciada cuando muchos sacerdotes se convirtieron en activos militantes de grupos contrarrevolucionarios, apoyaron actos terroristas, protegieron organizaciones y bandas de alzados en las montañas del país;  impulsaron el miserable plan Peter Pan para la salida de Cuba hacia los Estados Unidos de miles niños, sin sus padres, todo ello basado en una falsa ley contra la patria potestad.
Entonces la Iglesia Católica perdió credibilidad y fieles en la sociedad cubana. Ya se habían eliminado los capellanes en las unidades militares. Le siguió la nacionalización de las escuelas donde disponían de los mejores centros para los hijos de la burguesía; se ordenó la salida de sacerdotes y monjas de los hospitales; cesaron sus espacios en los medios de comunicación. Por si fuera poco se redujeron los sacerdotes de 700 en enero de 1959 a 300 hasta la actualidad.
En 1998 recibimos por cinco días la visita de Juan Pablo II. Comenzó entonces una etapa de mejoramiento de las tensas relaciones con Iglesia-Gobierno Revolucionario.
Mucho se ha avanzado por ambas partes hasta hoy: la Constitución de la República de Cuba cambió en sus referencias al ateísmo; se aceptó el ingreso al Partido Comunista de Cuba de revolucionarios que tuvieran fe alguna aparte del marxismo-leninismo; la Navidad fue declarada de nuevo día feriado nacional; se brindó ayuda oficial para erigir un nuevo seminario y en su inauguración estuvo presente el presidente Raúl Castro Ruz; el cardenal Jaime Ortega participó en las negociaciones para la liberación de presos políticos en 2010; se efectuó una procesión por todo el país de la Virgen de la Caridad del Cobre, que duró año y medio, en conmemoración del 400 aniversario de a aparición de su efigie.
Es justo considerar el papel conciliador –entiéndanse en el mejor de los sentidos- jugado por el Cardenal Jaime Ortega Alamino, apoyado en un grupo notable de eclesiásticos. Miembros de la disidencia cubana le responsabilizan de “legitimar” con el parlamento la política del “régimen”. Al mismo tiempo, la jerarquía rechaza arrogarse la función de “catalizador de cambios radicales” pretendidos por otros miembros de la oposición sufragada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América. En general su actitud le ha ganado el odio por parte de de la mayoría de la contrarrevolución y la disidencia anticubanas, y el respeto de no poco cubanos.
La Cuba que recibirá a Benedicto XVI es un país envuelto en profundos cambios, tanto en lo económico como en lo político y lo social, en busca de un modelo moderno de socialismo. Tras las celebraciones de par de importantes eventos del Partido Comunista de Cuba (el 6to Congreso y la I Conferencia Nacional) así como relevantes sesiones de nuestra Asamblea Nacional del Poder Popular, se reagrupan, reaniman y reorganizan nuestras fuerzas y capacidades. Sería un crimen olvidar en este escenario, el cruento bloqueo al que estamos sometidos, que por estos días, tal cual en 50 años, se ha venido recrudece cada vez más.
Hoy el archipiélago lucha por retomar el camino hacia recuperar valores morales, intrínsecos del Socialismo. Su constitución es laica. Se calcula que sólo el 10% de su población  es católica, otras iglesias y los cultos sincréticos han avanzado tanto que la superan en cuanto a feligresía.  Es un país donde no hay asesinatos sumarios  ni desaparecidos, no hay torturados y nadie es sancionado por ideas políticas contrarias al socialismo: otros casos son los mediáticamente denominados “disidentes”, en sus diversas modalidades, pagados en mano propia o por trasmano con injustificadas asignaciones del presupuesto estadounidense, en el persistente intento de desestabilizarnos.
Aquí el aborto y el divorcio son legales. En el año 2012 hubo una tasa de nupcialidad de 5,2 por cada mil habitantes (de 58 mil 490 matrimonios, 17mil 636 correspondieron a la legalización de una unión consensual anterior) y de divorcialidad de 2,9 por cada mil habitantes. Las uniones consensuales no formalizadas quedan fuera de las estadísticas y son las de mayor cantidad. Las parroquias católicas no muestran los devotos de hace cinco décadas. Las relaciones Iglesia-Gobierno se encuentran hoy en un nivel cualitativamente superior.
Nuestro visitante, Benedicto XVI será recibido por el pueblo cubano con cariño, respeto y afecto. Nacido en Alemania, brilló en su carrera eclesiástica. Eminente teólogo dirigió, en su época de Cardenal Joseph Ratzinger, la congregación para la Doctrina  de la Fe.  Muchos no le perdonan sus ataques de entonces a la Doctrina de la Liberación.
Esta visita forma parte de su cruzada por la reevangelización y secularización de Occidente para fortalecer la fe. Enemigos en el exterior opinan  que es una acción dirigida a facilitar el incremento de la presencia de la Iglesia en la sociedad cubana, en espera de cambios de nuestro régimen social. En otra vertiente de esta campaña de descrédito, promovida por libelos de la prensa, se pronostica que a partir de esta visita “la Iglesia se puede convertir en un aliado natural del Gobierno”.
Su acción diplomática será muy compleja puesto que deberá discursar con extremo cuidado. No concedió entrevista a los agentes nacionales de los enemigos del pueblo cubano. El portavoz del Vaticano, el padre Federico Lombarda opinó sobre el bloqueo económico político y comercial de los Estados Unidos contra Cuba como que: “La Santa Sede considera que el embargo es algo que hace que las personas sufran las consecuencias. No logra el objetivo de un bien mayor”, para a continuación remarcar: “La Santa Sede no cree que es una medida positiva y útil”. Una declaración del Papa, en tal sentido -y también por la libertad de los Cinco- le ganaría un nada despreciable reconocimiento por parte del pueblo cubano, tan sensibilizado con tales temas. Pero también estoy convencido de que el Gobierno cubano no se lo pedirá.
Mientras se dan los toques finales a todos los preparativos. Se terminan los estrados para las misas, levantados por empresas nacionales concertadas con las autoridades de la Iglesia, se afinan los sistemas de amplificación, bachean calles, aseguran líneas de transmisión de electricidad y comunicaciones. Hasta comenzará a ser comercializado en breve un disco dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre.
Lo único que puede enturbiar toda esta celebración diplomática y de fe puede ser la actuación de los grupos disidente internos y las organizaciones contrarrevolucionarias asentadas en los Estados Unidos. Este último país será responsable en grado sumo de lo que pueda ocurrir.
Como botones de muestra están las recientes declaraciones de Marco Rubio, senador republicano por  Florida,  que mostró ante periodistas su “profunda” preocupación por el “espacio político” que se ha abierto la Iglesia católica en Cuba a cambio de “hacer la vista gorda” ante la situación en la isla, en vísperas de la visita del papa Benedicto XV, e  hizo duras críticas a quienes defienden el levantamiento del embargo unilateral de EE.UU. Del Cardenal Jaime Ortega expresó que “invitó a matones de Castro a entrar a la iglesia y sacar a la gente”. Por otra parte Roger Noriega declaró a la prensa que sería “vergonzoso” que el máximo líder de los católicos no se reúna con los grupos disidentes. Otro show provocativo publicitario será el acercamiento de una flotilla de barcos, el día 28, dicen que hasta los límites jurisdiccionales de las aguas nacionales, para hacer una demostración contra Cuba, sin olvidar el ridículo y fracasado intento de tomar parroquias por impresentables personeros de un flamante y sedicente Partido Republicano de Cuba, a todas luces financiado y ordenado desde ya se sabe donde.
Es posible que Benedicto XVI proclame “venerable” al sacerdote e intelectual Félix Francisco de la Concepción Varela y Morales (1788-1853), llamado Padre Varela quien escribió un proyecto de ley para la abolición de la  esclavitud, y fue defensor de la  independencia de las naciones americanas. Condenado a la pena de muerte por España, vivió desterrado 30 años en Estados Unidos y llegó a ser obispo de Nueva  York.
El Papa recibirá devoción de creyentes y el respeto y simpatía en general de los cubanos, unidos y hospitalarios, durante los tres días que durará su visita. Brindará misa en Santiago de Cuba, el 26 de marzo, en un enorme altar de estructuras metálicas con un diseño similar al de la mitra papal, respaldado por la efigie del mayor general Antonio Maceo, caído en combate contra el dominio español;  ese propio día visitará el santuario de la Caridad del Cobre, la Virgen mambisa, en cuyo honor se dice que el guerrero llevaba siempre consigo un escapulario.
El día 28 realizará los oficios en la Plaza de la Revolución de La Habana,  en un altar algo menor en tamaño al de Santiago, donde resalta el color amarillo, enmarcado a su espalda por la estatua del anticlerical José Martí, Apóstol de Cuba, a su derecha por una enorme imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre que colgará sobre la fachada de la Biblioteca Nacional, y al fondo las efigies de los comandantes Ernesto Che Guevara, caído en las montañas bolivianas peleando por la libertad de América, y el comandante Camilo Cienfuegos, “el más brillante de todos los guerrilleros” según el propio Che.

DINERO MALDITO Y PALABRAS PERVERSAS

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Por Luis SextoReflexión ante la visita papal

 
Como sabemos, el capitalismo de las potencias hegemónicas se internacionaliza. Si hasta la segunda guerra mundial peleaban entre sí, hoy se conciertan  de modo que intentan convertir  el Consejo de Seguridad   de la ONU en una oficina de trámites para la impunidad y utilizan la alianza atlántica como el famoso tambor de Queronea de Alejandro Magno, cuyo retumbar difundía el espanto entre los soldados enemigos: ¡OTAN!, ¡OTAN…! La nueva internacional capitalista unifica también el lenguaje de su geopolítica, y el vocabulario resultante destila perversidad y cinismo, en resumen: la negación de la ética. Por tanto, la injerencia significa ahora “intervención humanitaria” y   el bombardeo masivo y extenso en el tiempo se le llama “zona de exclusión aérea” y la matanza de civiles equivale a “daños colaterales”.

Casi todas las palabras de la geopolítica del gran capital, han de ponerse bajo cuarentena. Por ejemplo, democracia. ¿Qué es la democracia para los Estados Unidos?  ¿La que definió Lincoln cuando dijo que  significaba el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo?  Más bien, democracia para los Estados Unidos es hoy el original concepto griego, donde el demos, es decir, el pueblo, eran solo los ciudadanos ricos y reconocidos. Los demás –mujeres, esclavos, pobres, mendigos- no cabían en ese aún reputado como magnífico hallazgo del humanismo griego. Concluyendo, pues, democracia para Washington es la norteamericana -limitada al voto para los electores, y las decisiones para los poderosos de  Wall Street- que parece ser la única verdadera. Por qué,  si no, la administración de Obama, como las anteriores, aprobó para el año fiscal una partida de 20 millones de dólares para “promover la democracia en Cuba”.

Volveríamos entonces, con la agudeza del viejo y zahorí Lenin, a preguntar de qué democracia hablamos, para quiénes y para qué la democracia. Pero también preguntemos a la cubana: ¿quién “se mete”  tanto dinero, dónde lo “meten”? Parecen términos obscenos, y lo son porque obscenos son los fines y la mayoría de las organizaciones que emplean ese dinero en reuniones, banquetes, pago de votos y de declaraciones de ciertos personajes de aura internacional, y compra de  pícaros para gritar, ocupar templos, y  adoptar poses de luchadores por la libertad dentro de Cuba. Una de esos organillos se titula Directorio Democrático Cubano (DDC). En la industria anticastrista es uno de los más dotados: en los bolsillos de sus corifeos suenan partidas de esos 20 millones.

Recientemente el DDC circuló una demanda patrocinada por la Red Latinoamericana y del Caribe para la Democracia (Redlad),  para que figuras de relieve, o al menos de cierto relieve la firmaran. El texto, entre otros términos de la satanizadora retórica que con respecto a Cuba proviene de los Estados Unidos, plantea aprovechar la visita de Benedicto XVI a Cuba para obligar a “crear un espacio para el diálogo”. Medio centenar de personajes y personajitos, según los promotores, firmaron la petición. El nombre más relevante, entre los conocidos, es Desmond Tutu, y cualquiera con algún conocimiento del historial a favor de la justicia  y contra el apartheid del obispo anglicano sudafricano, no se explica por qué Tutu se desacredita rubricando un documento, con falseada prosapia, junto a Alfredo Cristiani o Armando Calderón Sol, de chata e inmoral ficha política en América Central.

Pero, personajes aparte, reparemos en el término diálogo y volvamos a esgrimir la clásica pregunta de político inteligente: ¿Diálogo con quiénes y  con qué propósito? Pues con la mal llamada disidencia,  grupo de enemigos  del legítimo gobierno de Cuba. Enemigos no pacíficos, sea aclarado, porque con sus acciones aparentemente no violentas procuran fomentar un estallido que justifique una “intervención humanitaria” de Washington en La Habana. Hemos de tener en cuenta, además, que es imposible un diálogo con personas que si resuenan en la web, en su país son solo conocidos en su casa o entre sus familiares, y cuyos salarios, ya que no suelen trabajar, provienen de la USAID,  el Fondo Nacional para la Democracia (NED) y otros nombres y siglas no menos comprometidos con el gobierno norteamericano en cuanto a subvertir repúblicas tachadas de enemigas o calificadas de terroristas. Son pocos, pero ambiciosos estos disidentes a quienes, si se les baja el pantalón o se les sube la saya,,  muestran el sello “made in USA”. Y sus pretendidos líderes hablan, exigen, claman, aluden a la libertad y la democracia y se arrogan el derecho de representar al pueblo de Cuba.

¿Quién dio el mandato a Osvaldo Payá, Elizardo Sánchez Santa Cruz, Guillermo Fariñas, José Luis Pérez (Antúnez), Iris Aguilera, Mayra Beatriz Roque…? Han pervertido también la palabra pueblo. Y han roto toda mesura, toda ética, porque mienten y reclaman sin tacto, irrespetuosamente. Fariñas, salvado de la muerte más de una vez por los médicos cubanos tras varias huelgas de hambre, dirigió una carta al Papa. Veamos si el psicólogo con trauma de mártir pudo alguna vez orientar correctamente a sus pacientes, según se le juzgue al dirigirse al Papa. Fariñas le advierte a Su Santidad, como si el guía espiritual de los católicos fuera ingenuo, ignorante   o manipulable: “El rol del obispo de Roma es estar de parte de Las Víctimas y jamás apoyar a los Victimarios. En una Sociedad Totalitaria como la que se apresta a visitar, estos papeles están bien definidos: Los Victimarios son los opresores gobernantes y Las Víctimas los oprimidos gobernados”. Y termina, en una línea que desicologiza al sicólogo: “Usted representa una Alta Autoridad moral en este mundo, si no puede hacer lo pedido por los oprimidos, por favor posponga su viaje a nuestra Patria”.

El Papa, presumiblemente, nunca responda ese insulto, agravado con mayúsculas tan mal empleadas. En cambio, la más certera respuesta a Fariñas proviene de una católica  residente en El Cobre, cerca del santuario de la Virgen de la Caridad.  Melba Sánchez Franco dirigió a Monseñor Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba, una misiva conmovedora por su sinceridad. Tras una modesta presentación, escribe: “Estas son las razones que me conmueven a poner en su conocimiento, el sentir mío y otros hermanos que amamos a la iglesia y la virgencita. Me refiero a que hoy nuestra iglesia la están cogiendo personas inescrupulosas para crear  un ambiente nunca antes visto en este pueblo, me refiero a las mujeres que dicen llamarse Damas de Blanco, ya que todos los fines de semana  crean la atención entre los vecinos más próximos a la iglesia  y pobladores del Cobre, así como otras personas que visitan  nuestra Virgen  de la Caridad (…) consideramos un bochorno esta situación que se está produciendo en el Santuario y la hospedería todos los domingos y deseo de su bondad y su bendición que contribuya a remediar esta bochornosa situación”.

Yendo a lo objetivo, El Papa, si ha de solidarizarse con alguien, la caridad lo inclinaría a hacerlo con el verdadero pueblo de Cuba, víctima de un bloqueo económico, comercial y financiero que dura 50 años y que Juan Pablo II tildó, en 1998, de éticamente inaceptable, porque incluso prohíbe la compra de medicinas que contengan una determinada cantidad de componentes norteamericanos. Hace unos días, el vocero de la Santa Sede, Ricardo Lombardi, expresó el parecer del Vaticano al condenar nuevamente el bloqueo. Pero nadie en Cuba, podrá imponer una agenda al Papa, en viaje pastoral, invitado por la Conferencia de Obispos Católicos y el Gobierno de Cuba.

Los sedicentes disidentes han cometido, con alguna, excepción, varios errores que los invalida ante su pueblo, si este  los reconociera. Primeramente,  hablar en nombre de la nación cuya historia y cuyos padeceres a causa del bloqueo, soslayan culposamente.  Después, han pretendido ocupar  los templos para generar conflictos entre la Iglesia y el Gobierno previamente a la llegada de Benedicto XVI. La Iglesia Católica, en su respuesta, optó por lo más justo: impedir que su creciente papel de interlocutora y mediadora, y su prestigio como institución protagónica en diversos momentos de la historia y la cultura cubana, derivara hacia la intriga marginal de pretender exigir del Gobierno, entre otros puntos, lo que ya hace varios meses Iglesia y Gobierno resolvieron con la amnistía a centenar y medio de reclusos por delitos políticos. ¿La libertad de qué otros presos piden?  ¿Creeremos la nunca demostrada noción mediática de que Cuba es una cárcel?

El último error es definitivo. Han olvidado que en nuestra historia el antianexionismo ha sido la estrella de nuestra bandera. No importa que Narciso López la trajera con esos fines a Cárdenas en 1850. Yara y  Bayamo la limpiaron con sangre y cenizas en 1868 y 1869. El Padre Félix Varela le trazó, como uno de los precursores, el único camino: la independencia. Incluso reformistas como José Antonio Saco, si enemigo de la separación  de España, fue más acérrimo al rechazar la anexión. Quizás pocos como Saco escribieron páginas tan ardientes cuanto patrióticas contra la anexión a los Estados Unidos. Y para su epitafio pidió que se grabaran estas palabras: El más antianexionista de los antianexionistas. Y José Martí sella la voluntad de la nación al escribir unos días antes de morir en combate, la parte más clara de su testamento político: todo cuanto hice fue para impedir a tiempo que los Estados Unidos cayeran sobre Cuba.

Sabido, ¿no? Pero los mal llamados disidentes lo olvidan. Ni Varela, ni Martí pidieron dinero al gobierno de los Estados Unidos para fundar la independencia de Cuba. Les sobró ética, lealtad, capacidad de representar a su pueblo porque procuraban su bien al querer el predominio de la independencia y de la justicia social, a la que, por cierto ningún de los  grupos pronorteamericanos en Cuba o fuera de ella, dedica una alusión, ni siquiera una promesa republicana o demócrata. La ética es práctica extraña entre los disidentes que Washington y sus agencias fabrican, como maniquíes de plástico. Mienten cuando afirman que una pedrada accidental sobre el cristal de una ventanilla de un automóvil diplomático, es la secuela de una batalla a tiros o difunden videos clandestinos tomados en  prisiones donde es imposible, increíble, filmar... lo que no existe ni sucede. Y engañaron e instigaron a morir cuando Janisset Rivero, mano adelantada del Directorio Democrático Cubano, instó a Zapata a renunciar a los alimentos hasta fallecer por demandas baladíes como un televisor en la celda. Y mintió después cuando la adolorida madre se marchó a Miami con la promesa de que todo, todo el bienestar le sería dado porque la muerte de su hijo lo había ganado para ella. Reina Luisa ya maldice el momento de aquella  decisión. Vive, más bien, muy  cerca de la desesperación del que tiene poco en un país donde se necesita mucho para sobrevivir.

Y ese pecado -mentir, engañar, instigar hasta el suicidio- tal vez ni el Santo Padre pueda perdonarlo o quiera perdonarlo. 

martes, 20 de marzo de 2012

Confesión estrictamente personal

Ni intentaré que esta nota aparezca en lo que pueda considerarse un órgano cubano. Los enemigos de Cuba, y del afán socialista mantenido en ella, manipulan aviesamente la idea de que todo lo que se publique aquí tiene carácter oficial y, por tanto, ha sido dictado o permitido por sus instituciones políticas. Si un ciudadano de Marte se expresara, emitiría nada más la opinión de un marciano, o de un ser sin gentilicio; pero lo dicho por alguien de Cuba los medios dominantes lo presentan como una declaración de este país o una manifestación contra su gobierno. En la más “neutral” de las interpretaciones hechas con semejante rasero, se diría que eso es lo que piensan los cubanos. Pero el presente artículo es una confesión estrictamente personal.

Entre las cosas que más claramente pueden verse en estos días, una sobresale: si a alguien preocupa o molesta la visita del papa Benedicto XVI a Cuba es a los enemigos de la Revolución Cubana, no a las autoridades de este país, que con visible resolución lo acogerán, y promueven que se le reciba no solo con el debido respeto, sino incluso con afecto. A la vista está, construido al pie del monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución que lleva su nombre, una arcada temporal que, además de mostrar respeto al visitante, lo protegerá del fuerte sol caribeño, que ya a las 9 de la mañana provocará por estas fechas, y casi en todo el año, lo que los campesinos cubanos decían —o tal vez aún digan— que equivale a “ver a Dios por la boca de un güiro”. Es una expresión que, aparte de no representar falta de respeto, sugiere recordar algo que Antonio Machado puso en boca de Juan de Mairena, quien se refiere a un sitio donde lo popular es el ateísmo, pero hace una generalización en la cual este se ve desbordado: “La blasfemia forma parte de la religión popular. Desconfiad de un pueblo donde no se blasfema”.

Dejemos a un lado el llamamiento a sentir afecto, opción que debe decidir cada quien según su conciencia y sus nociones manden, y que en este caso se solicita para agasajar al representante máximo de un credo religioso y jefe de un Estado tan terrenal como cualquier otro, no sencillamente a un octogenario. Esa edad la han alcanzado y alcanzarán personas de muy diversas cualidades: algunos, digamos, habrán tenido propensiones fascistas en la juventud; y hay quienes llegan a la vejez encarnando el fascismo y otras formas de lo peor. Concentrémonos, pues, en el respeto que instituciones cubanas rectoras piden para el papa. Sin detenernos a considerar que tratamientos como Santo Padre, Su Santidad y Sumo Pontífice, y Santa Sede, se sienten naturales en los seguidores de la fe correspondiente, o cuando se emplean por razones de Estado, resulta ostensible que ese respeto no lo observan algunos de los enemigos de la Revolución Cubana que se supeditan al gobierno de los Estados Unidos. No los ha cegado Dios, cree un ateo: se han cegado a sí mismos.

Si Cuba se negara a recibir al jefe del Vaticano y magno representante institucional de la fe católica, sería acusada de sectarismo atroz. Daría lugar a que se reclamasen contra ella las condenas “morales” y acciones prácticas no orquestadas contra el jefe de un imperio que emplea el crédito del Premio Nobel de la Paz para desencadenar guerras genocidas. Quienes promoverían o promueven acciones anticubanas, ¿condenan acaso al gobierno que en Chile —donde aún resopla el fantasma de un monstruo octogenario transfigurado de cruel dictador en Senador Vitalicio— reprime brutalmente manifestaciones estudiantiles mientras en Cuba los preparativos de la visita del papa denotan incluso tonos de cordialidad que llegan a lo festivo?

Esos son detalles para meditar, y también cabe pensar en otras dimensiones de la realidad asociada a la visita del papa. El mismo editorial con que el pasado 12 de marzo el diario Granma recordó la que hizo Juan Pablo II catorce años atrás, adelantó que “el pueblo cubano recibirá el próximo lunes 26 de marzo, con afecto y respeto, al papa Benedicto XVI, Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y Jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano”, y precisó otros hechos.

El editorial apuntó asimismo que “Su Santidad conocerá a un pueblo seguro en sus convicciones, noble, instruido, ecuánime y organizado, que defiende la verdad y escucha con respeto”. En las convicciones del pueblo cubano, como en las del conjunto de la humanidad, las hay muy diversas en cuanto a creencias religiosas, haciendo honor no pocas veces al “todo mezclado” que cantó Nicolás Guillén. Incluso algunos compatriotas, defensores de la Revolución y vinculados a credos como el que profesó el digno estadounidense Lucius Walker, pueden no ver con agrado —o ya lo hacen saber de algún modo— la relevancia dada al representante de una religión en particular: en este caso, la de una jerarquía que ha mantenido como patrimonio propio el vocablo católico, marcado etimológicamente por su equivalencia a universal; y dio por sentado que ella representa a la Iglesia, mientras los demás creyentes cristianos debían resignarse a formar sectas.

Pudiera pensarse que todo eso quedó en el pasado, pero algunas evidencias sugieren lo contrario. Al día siguiente de publicado el editorial de Granma, compareció ante la televisión cubana el cardenal Jaime Ortega Alamino, de quien algo hay que no podrá ignorarse ni minimizarse: su condición de representante de la Iglesia Católica. Como al escribir esta nota no he hallado una edición de sus palabras autorizada por él o por la institución a la que da voz, prefiero citarlo de memoria, con absoluta voluntad de honradez.

Durante cerca de media hora Ortega Alamino expuso su visión sobre la visita del papa, quien —dijo— vendrá a reevangelizarnos, como peregrino de la caridad, cuando se celebran, puntualicemos, los cuatrocientos años del hallazgo de la estatuilla identificada como imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de todos los cubanos, quienes la asumen de acuerdo con sus convicciones personales, ateísmo incluido. Pero Ortega puede hablar en nombre de quienes honrada y sinceramente profesan la fe católica y necesitan o desean ser ratificados en ella. No representa a la totalidad de un pueblo de firmes convicciones, de religiosidad diversa y, al parecer, no caracterizado precisamente por abrazar en su mayoría el catolicismo en términos de ortodoxia. Por tono y contexto, el mensaje del cardenal podría entenderse como alusivo a una reconquista de Cuba por vía evangélica.

Según el cardenal cubano, el papa viene a cumplir el mandato de Jesús a Simón/Pedro: “Apacienta a mis ovejas”. Si se recibe esa parábola en el sentido bíblico, traducible libremente como “nutre a mis seguidores con la fe que defiendo”, habrá un gran número de hijos e hijas de Cuba que no esperarán ni recibirán para sí la prédica del ilustre visitante. Otra cosa es cultivar valores éticos y espirituales que abrazan y necesitan abrazar como convicción propia seres humanos de diferentes creencias, o ateos —no creyentes son las piedras—, y que de distintas maneras están en el núcleo de las aspiraciones gracias a las cuales diversas religiones han ganado adeptos y seguidores. No se habla aquí ni de extremos ni de fanatismos de ninguna índole, con posible presencia también en las concepciones ateas. Para ahorrar comentarios, remito a “Espiritualidad vs. pragmatismo y otras yerbas afines”, onceno artículo de la serie “Detalles en el órgano”, que apareció en Cubarte y reprodujeron Rebelión y otras publicaciones.

No toda la población cubana debe considerarse —no lo es— parte del rebaño que puede el papa apacentar. Por cierto, el eco fonético por el que apacienta pudiera hacer que se pensara en paciencia, no es lo más asociable a los afanes de un pueblo urgido de cambios que debe acometer y cumplir soberanamente, con impaciencia si es preciso, y sin perder su camino de nación aplicada a lograr la justicia social que aún no ha conseguido comarca humana alguna. Y, si de paz se tratase, esa es una voluntad que el pueblo cubano abraza con la pasión con que la cultivó el José Martí, quien, sobre todo desde el espíritu de la patria, no solo desde el mármol de la Plaza de la Revolución, sigue enseñando a amar la paz sin ignorar cuán ineludible puede resultar la guerra necesaria para defender libertad, dignidad, justicia.

El cardenal Ortega, según sus propias palabras, parece sentirse representante de “la gran civilización occidental”, creada —dice— por la mezcla de fe y razón. Habría que ver el papel que junto a estas desempeñaron en la fragua de dicha civilización otros recursos menudos, como la esclavitud y el capitalismo, que llega a nuestros días y ha encontrado formas de esclavizar por vía económica a una inmensa cifra de los que también podrían llamarse “ciervos de Dios”, y que aspiran a no ser siervos de nadie. ¿Forma parte nuestra América de la gran civilización occidental, como la han llamado sus ideólogos y otros repiten? Apúntese apenas con esta pregunta un tema que da para tratados.
A Ortega lo preocupa —con razón, y con su fe— que el sentirse dueño de una verdad absoluta conduzca a los tortuosos e indeseables caminos del totalitarismo. Hombre inteligente e instruido, sabrá bien hasta qué punto los totalitarios imperios conquistadores y esclavistas pusieron de su lado a las jerarquías religiosas. Pero ¡qué difícil es zafarse de la idea de que la idea que uno defiende es la Idea! Según el cardenal, el exprofesor de teología y actual papa no es solamente un sabio y el representante mayor, Sumo Pontífice, de la Iglesia Católica: es también el guardián de la verdad.
Está bien que lo diga como representante de la verdad que —aceptémoslo— el papa representa, no de la verdad humana en su conjunto, o verdades humanas. Pero la forma como quedó en el aire lo dicho por el eminente prelado, hizo a este articulista recordar lo que sostuvo en un acto público, en un país de nuestra América, un obispo de la misma religión que Ortega: al mundo le urge establecer algo así como un reino del bien que ponga a todas las naciones bajo el mando de la Iglesia Católica. Por semejante senda, el papa vendría a ser un emperador divino. Afortunadamente, ni eso parece ya posible a estas alturas, y es de suponer que tal ambición no sea atribuible ni al cardenal cubano ni al papa cuyo viaje a Cuba es ya inminente.

Ejerzo el derecho —que a nadie ha de ocurrírsele negarme— y el deber de expresar estas ideas en un artículo que no intenta agotar el tema ni, mucho menos, decir la última palabra. No estaría bien propiciar que los enemigos de la Revolución Cubana, ni —mucho menos aún— posibles amigos de esta desorientados en la distancia por la tenaz campaña desinformativa y calumniosa contra Cuba, hallen razones para pensar que este país se ha convertido en un rebaño a la espera de que el papa venga a apacentarlo evangélicamente, a recuperarlo ideológicamente para su vuelta a rediles de los que se había extraviado. Y si nuestros enemigos podrían manipularlo, nuestros amigos confundidos pudieran malentender el entusiasmo afectuoso con que los integrantes del pueblo cubano —tengan el creo religioso que tengan, o sean ateos— se preparan para recibir al papa.

En especial, a los enemigos les complacería manipular tanto el oficialismo que con razón o sin ella endilgan a todo cuanto se hace y se dice en Cuba —atribución que a menudo conviene a los intereses del Imperio y sus servidores— como lo que algunos consideran que es la mezcla de sentimentalidad latina y embullo caribeño afincada en el comportamiento del pueblo cubano. Los afanes de malvada manipulación pueden además hallar un asidero en la imagen de unanimidad mal entendida, o falsa, contra la cual se ha pronunciado fundadamente la dirección del país.

Ese pronunciamiento forma parte de la convocatoria a lograr cambios de mentalidad necesarios, que no implican hacer en el terreno del pensamiento, de la ideología, lo que en la lengua popular cubana significa cambiar de palo pa rumba, ni dar carta de crédito a una tendencia que se nos atribuye, como otras se dan por válidas para caracterizar tópicamente a otros pueblos: o no llegamos, o nos pasamos. Ciertos lugares comunes merecen estrellarse, y merecemos hacer que se estrellen, contra la realidad de un pueblo que llegó al triunfo de una Revolución justiciera llamada a perfeccionarse para garantizar la permanencia de sus logros.

Contra esos logros se erigen muchos obstáculos. Entre los externos ninguno es más poderoso y criminal que el bloqueo con que durante más de medio siglo el gobierno de los Estados Unidos ha intentado asfixiar a la Revolución, causando penurias al pueblo que la ha hecho y defendido. Tal realidad no puede pasar inadvertida para personas honradas ni para instituciones sensatas en el planeta. El bloqueo lo repudió Juan Pablo II —quien también promovió autocríticas de su iglesia por excesos cometidos en siglos anteriores— y lo ha desaprobado recientemente, una vez más, la institución llamada Santa Sede.

Portavoz del Vaticano, el sacerdote Federico Lombardi acaba de declarar, según una noticia ampliamente difundida en Cuba, lo siguiente: “La Santa Sede considera que el embargo es algo que hace que las personas sufran las consecuencias. No logra el objetivo de un bien mayor”. Esa declaración pudiera servir para que el papa se sienta libre de la necesidad de condenar el bloqueo durante su visita a Cuba. Así conseguiría el “equilibrio”, la “equidistancia” necesaria para no tener que reaccionar frente a grupúsculos que, sirviendo al gobierno de los Estados Unidos, han intentado crear disturbios para afear el ambiente de cordialidad que las autoridades del país anfitrión y las vaticanas han procurado, y seguramente conseguirán, para la visita del papa.

Aun así, las palabras de Lombardi merecen un mínimo detenimiento. Está claro que el bloqueo —lo llama embargo, en lo cual coincide, por lo menos a nivel de lenguaje, con el gobierno estadounidense y con la prensa que le sirve a este— “hace que las personas sufran las consecuencias”. También las sufren el gobierno cubano y las organizaciones que con él comparten la responsabilidad de mantener la marcha justiciera de la Revolución contra la cual se mantiene el bloqueo imperialista. Pero eso tal vez no sea lo más significativo de lo dicho —según la noticia— por Lombardi, quien asegura que el embargo, o sea, el bloqueo, “no logra el objetivo de un bien mayor”. ¿Es que acaso el funcionario del Vaticano cree que el bloqueo tiene “el objetivo de un bien mayor” para Cuba? ¿Pensará que busca otra cosa fuera de reuncirla como rebaño manso a los designios del imperio? ¡Aparten de nosotros ese cáliz!

Vienen a la memoria unos apuntes de José Martí motivados por el anuncio de visita a América del papa León XIII, cuya ejecutoria al frente del Vaticano hace recordar la gestión de Juan Pablo II y otros representantes de esa jerarquía, entre ellos el hoy Benedicto XVI, en el intento de frenar los ímpetus de la teología de la liberación. Los tiempos han cambiado de Martí para acá, pero no tanto como para que el mundo sea otro: otro sí es el mundo posible que la humanidad necesita para poder seguir viviendo y llegar a ser plenamente digna, lo que será imposible si no triunfa en la tierra la cordialidad que asegure a las verdades una multilateral, justa y eficaz defensa, no necesariamente desde sitios suntuosos.

Los aludidos apuntes de Martí, identificado con el sentido ético y la voluntad de sacrificio del cristianismo originario, se leen en el tomo 19 de sus Obras completas hoy vigentes, las mismas que en el 14 y en el 15 contienen crónicas donde él abordó y repudió asuntos como los rejuegos políticos del Vaticano con potencias europeas. El autor de esos textos, y de tantos otros, tuvo una religiosidad personalísima, se solidarizó con sacerdotes que hacían causa común con los pobres y en general con la justicia —por lo que alguno de ellos sufrió la reprimenda de su jerarquía— y veneró al fundador sacerdote católico Félix Varela, como por propia convicción ha hecho históricamente el pueblo cubano.

Al comentar en aquellos apuntes el anuncio de visita a América del entonces jefe del Vaticano, Martí estampó criterios que también se deben tener presentes. “La Iglesia es astuta”, escribió, por ejemplo, refiriéndose a los manejos de esta para adaptarse y seguir influyendo entre las viejas y nuevas clases dominantes, o en pugna por serlo, y añadió: “para vencerla en esta astuta actitud no basta probar que erró en otros tiempos, de que ella con gran sabiduría no parece ahora querer acordarse,—sino que yerra en lo que ahora dice”, y punteó argumentos al respecto.

Quede la referencia a Martí no para empañar en modo alguno —ni hacerlo estaría al alcance de un simple artículo— el buen ambiente que debe caracterizar la estancia de Benedicto XVI en Cuba, una estancia que, dato nada baladí, desde que se anunció ha producido rabia y hasta intemperancia en enemigos de la Revolución Cubana. Los seres humanos deseosos de que triunfen la justicia y la decencia deben marchar juntos, sin vendas de ningún tipo, y sin renunciar a lo que el propio Martí llamó, y así lo personificó, el ejercicio del criterio. ¡Amén!
Luis Toledo Sande
La Habana, domingo 18 de marzo de 2012

lunes, 19 de marzo de 2012

El Día del Trovador

Por Lino Betancour Molina

Santiago de Cuba es una ciudad pródiga en trovadores llamados José y como es sabido, en Cuba, a los llamados así se les conoce con el sobrenombre de Pepe.

En el Santoral de la Iglesia Católica el día de San José es el 19 de marzo, de manera que a los nacidos en esa fecha, por lo regular, eran bautizados con el nombre de José y Josefina, según el sexo. Así tenemos a famosos trovadores llamados José, o sea, Pepe. La historia musical recoge los nombres de Pepe Sánchez, Pepe Bandera, Pepe Figuarola, Pepe Siguita, Pepe Prior, Pepe el cubano, Pepe Pedralles, Pepe Ojeda, Pepe Téllez, Pepe Martínez, Pepe Griñán, Pepe Echavarra, Pepe el Duke, Pepe Miamá y Pepe Tejeda.

Como todos ellos celebraban su onomástico o "santo", como se dice en la zona oriental, la noche antes, el 18 de marzo, se reunían en la Plaza de Marte, muchos trovadores, los cuales, en pequeños grupos, ensayaban sus cantos o afinaban sus guitarras. Casi a la medianoche, puestos de acuerdo, se encaminaban hacia las casas de los trovadores llamados Pepe, a ofrecerles sus serenatas, como una forma de felicitarlos cantando. Nada mejor para alegrarlos en su día, a él y a su familia, y muchas veces a los vecinos que se sumaban a la alegre canturía.

Al amanecer del día 19, todos se dirigían cantando por las calles hasta la casa del maestro Pepe Sánchez, llamado El precursor de la trova. Allí, junto a su familia aguardaba a los trovadores, mientras que en el patio, bajo una frondosa arboleda, borboteaba un suculento sopón conteniendo variadas viandas y, por supuesto, con suficiente carne de la cabeza de un cerdo a los que en Santiago llaman macho.

Así las cosas, repuestos de una noche en vela los trovadores continuaban cantando durante todo el día de San José. Era un día de fiestas trovadorescas.

Al cabo de los años, la costumbre de serenatear la noche anterior al 19 de marzo, se convierte en una tradición aunque muchos de aquellos Pepe ya hubieran desaparecido físicamente.
El 19 de marzo devino fecha para homenajear a Pepe Sánchez, y por supuesto, a todos los trovadores: nació entonces el Día del Trovador. Ninguna fecha mejor que esa para rendir honores a los hombres y mujeres que a lo largo de los años han cultivado la canción trovadoresca, como firme expresión de legítima cubanía.

La trova cubana, la de siempre, ha tenido como elementos de inspiración los temas que expresan admiración y respeto a los héroes y mártires de las gestas independentistas, tanto a los mambises del siglo XIX como a los que lucharon por nuestra definitiva independencia en años más recientes. José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Guillermón Moncada, Agramonte, y otros junto a los nombres de Che Guevara y Camilo Cienfuegos son revolucionarios merecedores de los cantos de la trova.

Otros temas aludidos en las canciones trovadorescas son la admiración por el paisaje cubano, el amor a la mujer, no solo por su belleza, sino también por sus virtudes patrióticas.

En los últimos años, y a partir de 1964, en Santiago de Cuba se organiza anualmente el Festival Internacional de la Trova que lleva el nombre de Pepe Sánchez, y que se celebra, precisamente, dentro de la semana del 19 de marzo.

Ese día todos los participantes en el festival se dirigen en respetuoso peregrinar hasta el Cementerio Santa Ifigenia, y depositan ofrendas florales ante las tumbas que guardan los restos de destacados trovadores. Y por supuesto las primeras rosas son para nuestro Héroe Nacional José Martí.

En cada panteón se canta una de las obras del trovador allí sepultado. Pepe Sánchez, Pepe Bandera, Miguel Matamoros, Francisco Repilado, Ñico Saquito y Ramón Ivonet, a nombre de los cientos de gloriosos trovadores que allí tienen su eterna morada, reciben el homenaje de los trovadores y del pueblo de Cuba que se suma a este acto de devoción cultural.

¿Por qué Santiago y no otra ciudad?... Pues porque Santiago esta considerado unánimemente por los estudiosos de la música cubana como la cuna de la trova cubana. Allí nacieron, se criaron y desarrollaron su actividad artística decenas de famosos trovadores, como los ya mencionados, y otros más que se han sumado al paso de los años y que han ido engrosando la inmensa relación de los patriarcas del género.

Santiago de Cuba se convierte así en la región donde se acunan la mayoría de los grandes trovadores pero, todos estamos de acuerdo que también Sancti Spíritus es tierra de famosos trovadores que han aportado verdaderas joyas de la cancionística universal, al igual que La Habana.

Este año el Festival Internacional de la Trova Pepe Sánchez comenzará el jueves 15 de marzo con el evento teórico, donde destacados musicólogos e investigadores de esta manifestación musical disertarán acerca de diversos aspectos. En horas de la noche se efectuará la inauguración oficial frente al Museo de la Clandestinidad, en el barrio El Tívoli, zona que ha aportado destacados trovadores.

El festival de este año estará dedicado a sus 50 años, a los 40 años de fundada la Nueva Trova y a la recientemente fallecida Sara González. La clausura se efectuará el lunes 19, precisamente Día del Trovador con una gran trovada en el Parque Céspedes, en el centro de la ciudad.

De manera tal que, como hace ya cincuenta años, la ciudad de Santiago de Cuba vibrará de gozo con las notas de las guitarras acompañando las voces de trovadores de todo el país invitados a esta cita.