miércoles, 30 de noviembre de 2011

En el cine cubano: ¿qué historias se precisan?

Joel del Río • La Habana

Sin pretender polemizar a ultranza con Arturo Arango en “Especulaciones en torno al totí”, un trabajo recién publicado en el cual se acusa a “cierta crítica cinematográfica” de atribuirle al guion, y al guionista, casi en exclusiva, los muchos problemas de nuestro cine, pienso que tal enjuiciamiento aparece desde los primeros tiempos del ICAIC, y con mucha frecuencia provenía de los propios cineastas, o de los muchos escritores devenidos guionistas, quienes expresaban su insatisfacción con historias demasiado literaturizadas para ser cinematográficas, o se quejaban de una puesta en escena que sacrificaba la estructura, o los mejores momentos, de una historia que por escrito parecía superar el nivel de sugerencias expresado en la pantalla.
Desde el nacimiento y la primera etapa del nuevo cine cubano, las historias que las películas relataban intentaron, en primer lugar, apartarse de los modelos representacionales anteriores, oscilantes entre la comedia costumbrista y el melodrama lacrimógeno. Así, aparecen nuevos temas, desconocidos hasta entonces, a partir de reflejar la épica de la instauración revolucionaria: Historias de la Revolución (1960), de Tomás Gutiérrez Alea, con guion de él mismo junto con Humberto Arenal y José Hernández; El joven rebelde (1961), de Julio García Espinosa, con guion escrito por el director en colaboración con Cesare Zavattini, José Massip, Héctor García Mesa y José Hernández; Cuba 58 (1962), de José Miguel Ascot y Jorge Fraga y guion de ellos dos en colaboración con José Hernández, René Jordán, José Soler Puig y Julio García Espinosa. En general, estas películas intentaban registrar, desde la épica, el recorrido del héroe y la anagnórisis, la toma de conciencia de los protagonistas y necesidad de un país presto a romper el estado represivo de la dictadura batistiana, y comenzar un camino de progreso y contienda contra el subdesarrollo.

Titón y el Che en la filmación de Historias de la Revolución
En esta primera etapa, hay pocas historias que escapen a la rigidez que imponía cierto imperativo propagandístico, o más bien la necesidad de confirmar cinematográficamente que los cubanos intentaban construir un nuevo país sobre la ruina moral del anterior. La sátira a los antiguos hábitos y maneras de pensar, con el conveniente trazado de peripecias enloquecidas, delirantes o convenientemente caricaturizadas constituyó la base de Cuba baila (1960) con guion de Julio García Espinosa, Alfredo Guevara y Manuel Barbachano Ponce y Las doce sillas (1962), tal vez el mejor guion (de Tomás Gutiérrez Alea y Ugo Ulive) del primer lustro del ICAIC esta etapa por su riqueza de acción, los matices de sus personajes, y la coherente causalidad en las búsquedas de los personajes.  
La segunda etapa del ICAIC en los años 60, la llamada edad de oro, presenta la consagración del autor en tanto director de la película y escritor de la misma, una figura que nos acompañará hasta hoy mismo, en las filmografías de, por supuesto, Tomás Gutiérrez Alea, quien venía escribiendo sus guiones desde antes, Humberto Solás, Manuel Octavio Gómez, Juan Carlos Tabío y Fernando Pérez. En el cine de tales autores, quienes regularmente coescriben los guiones que luego ponen en escena, las historias se tornan mucho más complejas, en la medida que se toma conciencia de la complejidad inherente a los retos y riesgos sociales, espirituales, económicos y culturales del primer país socialista del hemisferio occidental.
En esta etapa se producen los filmes cuya estructura y dramaturgia elude verticalmente las convenciones de la narración transparente, el corte invisible, los tres actos, y el principio de la motivación y la causalidad. La elusión parcial de tales principios se avizora en La muerte de un burócrata (1966, escrita por Gutiérrez Alea, Alfredo del Cueto y Ramón F. Suárez) o Aventuras de Juan Quin Quin (1967, escrita y dirigida por Julio García Espinosa) a partir de una expresa voluntad distanciadora, intertextual y de pastiche genérico, aunque todavía juegue con el trazado nítido de los personajes y el encadenamiento lógico de sus acciones.

Aventuras de Juan Quin Quin
Sin embargo, la más decidida ruptura con ciertos cánones narrativos del comercial-industrial, el momento en que el cine cubano encuentra una singular manera de contar, a partir de la contaminación con los recursos del documental (voz en off, información real o histórica vinculada con la fictiva, espontaneidad e improvisación), ocurre con Memorias del subdesarrollo (1968, escrita por Gutiérrez Alea en colaboración con el autor de la novela original, Edmundo Desnoes), Lucía (1968, con guion del director Humberto Solás, junto con Julio García Espinosa y Nelson Rodríguez) y La primera carga al machete (1969, con guion de su director Manuel Octavio Gómez, junto con Alfredo del Cueto, Jorge Herrera y Julio García Espinosa. Nótese la participación en los guiones, en este etapa de clásicos indiscutibles, cuando el cine cubano consolidó ficciones singulares que nos colocaron por primera vez en el mapa cinematográfico mundial, no solo de los cineastas (quienes evidentemente moldeaban la letra escrita a sus requerimientos temáticos y estilísticos), sino también de editores, fotógrafos, escritores y de otros cineastas, pero en muy pocos créditos aparece el nombre de guionistas profesionales, y esta ausencia obedece, sobre todo, a que ese oficio pertenece, sobre todo, a los dispendios que permite la ordenación industrial y comercial del cine clásico.
A continuación, hubo una etapa de delirantes referencias historicistas, diálogos enfáticos, muy literarios, y personajes simbólicos, que intentaban demostrar una tesis más que representar un ser humano con el que pudiera identificarse el espectador. El inicio de esta etapa corresponde a Una pelea cubana contra los demonios (1971, escrita por Gutiérrez Alea en colaboración con José Triana, Vicente Revuelta y Miguel Barnet) y sus epítomes aparecieron en Los días del agua (1971, con dirección y guion de Manuel Octavio Gómez en colaboración con Bernabé Hernández y Julio García Espinosa), El otro Francisco (1974, de Sergio Giral, con guion del director junto con Tomás Gutiérrez Alea, Héctor Veitía y Julio García Espinosa), Cecilia (1981, con dirección y guion de Humberto Solás, en colaboración con Nelson Rodríguez, Jorge Ramos y Norma Torrado), esa sublimación del melodrama femenino con ribetes históricos que es Amada (1983, guion de Humberto Solás con la colaboración de Nelson Rodríguez).
En medio de este delirio por explicar y escenificar el pretérito, aparecen varias historias que rompen con la solemnidad y el historicismo, estableciendo brillantes giros en la trama de la película de época tradicional, y en la caracterización de los personajes, para aludir al presente, y a los defectos y virtudes inmanentes de la cubanía, desde un argumento que acontecía en el pretérito: La última cena (1976, escrita por Tomás Gutiérrez Alea junto con Tomás González y María Eugenia Haya), Los sobrevivientes (1978, escrita también por Gutiérrez Alea pero junto con Antonio Benítez Rojo) y el primer largometraje de dibujos animados cubanos Elpidio Valdés (1979) con guion de su director Juan Padrón en colaboración con Jorge Oliver, Ernesto Padrón y Manuel Pérez Alfaro y la legítima reutilización de lo épico desde el humor y la potenciación de la idiosincrasia nacional y de los valores autóctonos. A este grupo se añaden tres tardías representantes del cine histórico-literario escrito desde la voluntad de aludir al presente: Un hombre de éxito (1986, de Humberto Solás con guion de él mismo junto con Juan Iglesias), El siglo de las luces (1992, guion de Solás junto con Jean Cassies y Alba de Céspedes) y José Martí, el ojo del canario (2009), con guion y dirección de Fernando Pérez.
A lo largo de los años 60, y también de los 80, aparece el sostenido intento por reciclar o minimizar lo épico e ilustrar en los guiones los conflictos de héroes enfrentados a problemas que el espectador pudiera comprender y colocarse a su altura. Así aparecen los protagonistas nada homéricos de Ustedes tienen la palabra (1973, de Manuel Octavio Gómez, con guion del director en colaboración con Julio García Espinosa, Jesús Díaz, Alfredo del Cueto y Nelson Rodríguez) y De cierta manera (1974, con guion de su directora Sara Gómez, junto con Tomás González) hasta el heroísmo humanizado, en sintonía con la contingencia histórica que presentan El hombre de Maisinicú (1973, guion de su director Manuel Pérez con la colaboración de Víctor Casaus), El brigadista (1977, coescrita por Octavio Cortázar y Víctor Casaus), Guardafronteras (1980, coescrita por Octavio Cortázar y Luis Rogelio Nogueras), Polvo rojo (1981, con guion y dirección de Jesús Díaz) y Clandestinos (1987) dirigida por Fernando Pérez y guion de Jesús Díaz. La protagonista de La bella del Alhambra (1989, dirigida por Enrique Pineda Barnet, con guion de él mismo junto con Miguel Barnet y Julio García Espinosa) es mucho más víctima del entorno histórico que agente de transformación de su destino. El próximo escalón implicaría la colocación del espejo frente a los cubanos y su valentía cotidiana en el aquí y el ahora, en trance de enfrentar los problemas de la contemporaneidad con decoro y regocijo.

La etapa de análisis y representación pletórica de la actualidad, el denodado empeño por atrapar las palpitaciones del cubano y la cubana comunes, se retoma con Retrato de Teresa (1979, con formidable estructura y amplia cabida a la improvisación por parte de Pastor Vega y Ambrosio Fornet, en función de la tesis sociológica que pretende discutirse) y Hasta cierto punto (1983) en la cual Tomás Gutiérrez Alea, Juan Carlos Tabío y Serafín Quiñones escribieron uno de los pocos filmes cubanos relativos a los problemas del guionista para asumir, sin prejuicios ni esquemas, los auténticos conflictos de la contemporaneidad cubana.
A renglón seguido, aparecen, a todo lo largo de los años 80 y buena parte de los 90, un grupo de filmes que insistieron en la estrategia humorística y paródica para burlarse de los rezagos pequeño-burgueses, o poner en solfa las insuficiencias del socialismo caribeño. Se trataba de alcanzar la identificación del público con finales de clausura benévola, estructuras episódicas y personajes que provocaran la total empatía del espectador. En este momento destaca el oficio de diversos autores y guionistas para escribir historias muy de acuerdo con la dramaturgia de la comedia tradicional con final feliz: Se permuta (1983, de Juan Carlos Tabío con guion de él mismo y la colaboración de Raúl García); Los pájaros tirándole a la escopeta (1984, con guion y dirección de Rolando Díaz); Una novia para David (1985, de Orlando Rojas con guion del director y de Senel Paz, un brillante ejemplo de narrativa a lo Hollywood, sin complejos ni prejuicios de ninguna índole); Plaff o Demasiado miedo a la vida (1988, de Juan Carlos Tabío y escritura del director junto con Daniel Chavarría) y Alicia en el pueblo de Maravillas (1990, de Daniel Díaz Torres con guion de él mismo junto con el grupo Nos-y-otros, de donde provino otro de los importantes guionistas profesionales de la siguiente etapa: Eduardo del Llano).
A finales de los 80 y durante la década de los 90 se produce otra vez una ruptura con los cauces habituales de la narración según el cine estandarizado por los autores y por la industria. Es entonces que los guionistas y cineasta cubanos se apartan y se acercan a un abanico muy amplio de soluciones dramatúrgicas que incluyen estructuras muy abiertas, episódicas, corales, circulares, y la alternancia en una misma historia de personajes simbólicos, complejos, redondos, estereotipados. A partir de Plaff o Demasiado miedo a la vida, Alicia en el pueblo de Maravillas y Papeles secundarios (1989, dirigida por Orlando Rojas con guion del poeta Osvaldo Sánchez), pasando por Adorables mentiras (1991, dirigida por Gerardo Chijona con guion de Senel Paz); Fresa y chocolate (1993, dirigida por Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío y escrita por Senel Paz); Madagascar (1994, dirigida y escrita por Fernando Pérez junto con el egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Manuel Rodríguez); La vida es silbar (1998, dirigida por Fernando Pérez y con guion de Eduardo del Llano) hasta Lista de espera (2000, escrita por Arturo Arango y Juan Carlos Tabío con la colaboración de Senel Paz) y El cuerno de la abundancia (2008) creada por el dueto antes mencionado, representan en primer lugar la aparición y confirmación de la figura del guionista profesional, y además se denota el interés de continuar eludiendo algunos de los principales cánones espaciales, temporales y causales de la dramaturgia cinematográfica más habitual, esos mismos cánones cuyo incumplimiento ocasiona que tantos críticos y cineastas coloquen el guion y a los guionistas como el gran problema de nuestra cinematografía.
 

En el set de La Guarida, durante el rodaje de Fresa y Chocolate.
Titón junto a Juan Carlos Tabío. La Habana, 1994
 

LLEGADA TARDÍA

20111130142427-the-clock-by-khalise.jpgLuis Sexto
Una página de juventud
Las charlas de mis compañeros, las imágenes eróticas del cine y el insolente cachumbambé trasero de las criollitas que ya Wilson estaba por descubrir en el semanario Palante, empezaron a entretener mi audacia. Vete, me decían, como en el poema de Amado Nervo, cuerpo y alma al par. Contente, replicaba el custodio de mi libertad impuesto desde la niñez por una educación religiosa que entonces por laberínticas tergiversaciones convertía en ácido lo más humano de la gente.
Un sábado, al fin, ganó la cicuta.
Regresé del trabajo al atardecer, tras cinco días hospedado en un barracón tan viejo como el siglo. Por aquellos años en el país empezaba a repartir una justicia nueva, y a los 18 yo tenía un empleo en un ingenio azucarero de Artemisa. Lejos de la capital. Pero la distancia era también un regalo con su posibilidad de conocer, de crecer valiéndome de mi libérrima capacidad para andar y decidir.
Esa noche, sin embargo, la propia Revolución que tanto me había dado, me “quitaría” algo. Ahora no lo lamento. Me alegro. Porque me introduje naturalmente en el supremo misterio de la vida: sin comprar el acceso. Tuve que conquistarlo, merecerlo, en la liza incierta, desesperada, febril, del enamoramiento. Por influencia de una moral sustancialmente ideologizada creía que la adquisición mediante dinero de un intercambio amoroso, deterioraba la luz que despedía un beso. Aún lo creo, pero a los 18 años sostener ese principio reclamaba un camión de heroísmo.
En el central Eduardo García Lavandero -antiguo Pilar-, uno de mis compañeros de trabajo contaba sus visitas dominicales a una casa de esas, un prostíbulo, y yo, muy petulante, con la palabra reseca le dije una vez:
-A mí no me gusta el amor tarifado.
El, un tanto sin entender lo que este  niño fino decía, respondió:
-Ah, sí; está bien –y prosiguió el lúbrico relato cuyas peripecias me habían obligado a una declaración desganada, sin convicciones, pero también azuzaban los sentimientos de mi cintura, infatigables tironeos donde se mezclaban urgencias fisiológicas y necesidades líricas. Mis ojos soñaban con la figura esbelta, el rostro pálido y los labios rojos de Gudelia... aquella muchacha del ingenio por quien, al verla pasar y con el interés de hablarle, dejé un bistec de palomilla sin consumir en el restaurante artemiseño de Cabrera. A mi edad ese gesto era tan heroico como sujetar otros deseos.
Aquel sábado me vestí con inusual tiento. Alquilé un taxi. Lléveme con mujeres, pedí al chofer. Recaló en la calle Pajarito, en La Habana. Ahí tienes, me indicó. Me aproximé a la puerta. Había un miliciano con un fusil que meses después yo aprendería a reconocer como M-52.
-¿Que quieres?
-Mujeres, claro.
Sonrió. Palmeó mi espalda.
-¿Qué pasa, compañero?
-No te inquietes; no hay nada malo en tu deseo.
-¿Nada?
-Bueno, es que llegaste tarde.
-¿Tarde?-apenas eran las ocho de la noche.
-Sí, muchacho. Tarde. El Gobierno Revolucionario los cerró hoy.
(Del libro Con Judy en un cine de la Habana y otras crónicas de la ciudad, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2006)

La Maquinaria de Los Van Van

Un disco para bailar de verdad
Michel Hernández • Granma

Era cuestión de tiempo que Los Van Van pusieran en órbita un disco como La maquinaria. Es un álbum en el que Juan Formell, autor de la mayoría de los arreglos, no regatea esfuerzo para repasar varias de las razones que convirtieron a su orquesta en historia de la música, y pone en perspectiva toda la riqueza sonora yacente en sus orígenes, plasmada ahora en diez canciones hechas a la medida de las pistas de baile que sirven de puente entre el pasado, el presente y el futuro de una banda que se encuentra tan viva como en la época en que comenzó a dar sus primeros pasos.
Publicado por la casa disquera EGREM, La maquinaria es el sonido de Van Van regresando a sus propias fuentes. Lo puebla una selección de temas que rubrican sus tópicos fundacionales y esbozan una novedosa lectura de las premisas rítmicas que han definido su personalidad musical.
Con una obra del artista Alexis Leyva (Kcho) como portada y un atractivo diseño a la cuenta de Eric Silva y Alberto Medina Peña, en el CD Formell ha logrado combinar sabiamente los lenguajes que han servido históricamente como motor de su inoxidable maquinaria con la poderosa base de temas nuevos que parecen destinados a ponerse en pie con la fuerza de un tren en marcha.
De ahí que se puedan encontrar interesantísimas revisiones de canciones que el tiempo ha convertido en clásicos como “Eso que anda” y “Recíbeme”, dos de sus caballos de batalla, junto a otros de reciente andadura como “La bobería”, “Qué tiene ese guajiro que”, “Mis santos son ustedes”, “Yo no le temo a la vida” y la propia obra que da título al disco, en la cual se asienta especialmente la filosofía de su flamante álbum y sus búsquedas estéticas y sonoras.
El nuevo material de la emblemática banda, que será presentado el próximo 8 de diciembre con un concierto en el teatro Karl Marx, es un álbum de confirmaciones. Por un lado (re)afirma que Van Van dio el gran salto hacia los altares de la música con una inconfundible y adelantada propuesta que, desde sus mismos inicios, ha resultado ser una excitante vía para la experimentación e innovación y que le ha permitido en el presente vivir nuevos días de gloria.
Por otro, sirve como prueba del crecimiento estilístico de los miembros más jóvenes de la agrupación y de la perfecta comunión entre todos sus integrantes a lo largo del fonograma, complementado por las voces de Roberto Hernández (Robertón), Jenny Valdés, Abdel Rasalps (Lele) y Mario Rivera (Mayito). Cabe decir que este último militaba en las filas de la banda cuando se terminó de grabar el disco y en su lugar fue llamado recientemente el cantante Mandy Cantero.
El padre de la criatura, Juan Formell, tuvo muy claras las ideas que lo llevaron a encerrarse en el estudio para armar La maquinaria. El bajista dijo que "queríamos intercalar canciones nuevas con otras que fueron muy populares, para que la juventud, que no las oyó en aquel momento, las conozca ahora. Y agregó: "Me propuse que fuera un disco muy bailable porque el verdadero aplauso para nosotros es cuando la gente se pone de pie y comienza a moverse. Por eso lo pensamos como un disco para bailar de verdad". ¿Qué más?
Tremendo tren en Angola
La orquesta Los Van Van acaba de ofrecer en Angola tres conciertos ante cientos de bailadores angoleños, quienes los aplaudieron y tuvieron la oportunidad de acogerlos por primera vez en la historia de esa agrupación. Tras la última presentación en el Centro de Eventos de Talatona, el director de Los Van Van, Juan Formell, manifestó a Prensa Latina su satisfacción por actuar en tierras africanas, de donde partieron nuestros ancestros. El público disfrutó durante los conciertos de grandes éxitos de la popular orquesta como “Eso que anda”, “Recíbeme”, “Sandunguera” y buena parte de los números incluidos en su último disco La Maquinaria.
Con el éxito de sus presentaciones en Luanda, Los Van Van, que el próximo 4 de diciembre cumplen 42 años de fundados, confirman que perduran en el tiempo por el valor intrínseco de su música y composiciones. Según Formell, entre los próximos compromisos de Los Van Van, poseedores de un Premio Grammy y otras distinciones, se encuentran actuaciones en Ecuador, Cuba, Perú y la Feria de Cali, Colombia.

Dengue en Cuba: La hija de Darío


Niña con dengue. Foto: Reuters
Niña con dengue. Foto: Reuters

Por Laidi Fernández de Juan


A las madres de los más de 100 niños que murieron en la epidemia de dengue de 1981, y a todos los trabajadores de la salud.

María Eugenia cumplía su turno nocturno en el Hospital cuando sonó el teléfono de la Unidad de Terapia Intensiva, y contestó con su habitual ecuanimidad. Estaba acostumbrada a la gravedad de casi todo. A que la inesperada mejoría de un paciente crítico no le resultara extraña, a que un enfermo no tan grave, amaneciera sin vida, o para ser más exactos, a que no despertara en uno de sus turnos.
Cuatro veces por semana cubría el horario nocturno. Aunque pasó muchos años justificando su preferencia por trabajar de noche, a la altura de sus 45 años ya nadie creía que su hija, a punto de cumplir los 11, necesitara, como ella afirmaba, de tantos cuidados durante el día.
De cualquier manera, son tan lúgubres las madrugadas en los hospitales, que a las demás enfermeras les parecía conveniente (curioso, pero conveniente) que María Eugenia insistiera en “hacer la madrugada” una y otra vez.
Once años antes (nadie lo recordaba) había llegado al Hospital del pueblo el ingeniero habanero que estaba de visita para la supervisión del Central azucarero, y fue María Eugenia quien lo atendió.
Estoy un poco agitado – Dijo. ¿Me prepara un aerosol, por favor?
Enseguida – Dijo ella. Pero aquí no decimos “agitado”, sino “fatigado”.
A mí me da lo mismo cómo se diga. Usted entiende que tengo asma. ¿no?
Claro, ingeniero, relájese que enseguida se va a aliviar, usted verá.
¿Y usted cómo sabe que soy ingeniero?
Ah…. (y le extendió la boquilla ya conectada al balón de oxígeno) Porque usted tiene cara de ingeniero, y de que no es de aquí. No..no me hable, siga aspirando la nebulización.
No es que aquella noche fuera especial, con más estrellas o menos calor que las otras, ni que el bagacillo hubiera dejado de ensuciar su blanco uniforme de enfermera. Ni siquiera era noche de carnaval. Es más, era una noche aburrida, y tal vez por eso el ingeniero, una vez aliviado, se quedó con María Eugenia hasta que el sol y el pito del Central anunciaron que la vida del pueblo comenzaba de nuevo. Ella se vistió de prisa en el cuarto de las enfermeras, todavía sin dar crédito a todo lo que había sucedido. Para ser más exactos, sin creer todo lo que ella permitió que sucediera.
Hoy regreso a La Habana – Dijo él. Una de estas noches te llamo.
El curso de Licenciatura en Cuidados Intensivos que se impartía en la capital de la provincia le vino a María Eugenia como anillo al dedo. Su impecable expediente, su reconocida dedicación, sus habilidades y también su incipiente embarazo hicieron que fuera escogida como la candidata idónea para el curso.
Regresó año y medio después describiendo el esplendor del Hospital Provincial, hablando de Museos, de Casas de Cultura y de hoteles, mostrándole a los vecinos la niña que había parido por allá, de un hombre de quien se divorciara enseguida.
Varias veces le ofrecieron viajes a La Habana para Encuentros Nacionales de Enfermería, y cada vez los rechazó argumentando que ya era bastante con que los vecinos se ocuparan de su hija mientras ella trabajaba, para también pedirles que la cuidaran cuando ella fuera a La Habana.
Sin embargo, luego de meditar largamente (las madrugadas, además de lúgubres, son ideales para meditar) llegó al convencimiento de que once años son suficientes para empezar a comprender ciertas cosas, y que cuando él llamara, una de estas noches, había dicho, ella le contaría de la niña, a ella le hablaría de él, y sin importar cuántos otros niños o niñas él tuviera, ella (María Eugenia) iba a decirle que era hora de ir a La Habana.
Que quería tomar helados en Coppelia, manzanilla en la Casa del Té, merendar medias noches en el Carmelo de 23, retratarse frente al Capitolio, sentarse en los leones del Prado, ver una película en el Yara. Que quería que la niña conociera a Silvio Rodríguez, a Pablo Milanés, aspirara salitre en el muro del Malecón y que gritara su nombre en la glorieta del parque de 21 para que el eco se lo devolviera, y todas esas maravillas que él le contó la noche en que estaba agitado (es decir, fatigado)
Todo eso pensaba decirle María Eugenia. En realidad, fue añadiendo exigencias en cada madrugada, y eliminando algunas de las iniciales.
Por ejemplo, ya no le parecía buena la idea, como al principio, de decirle a la niña quién era su padre. Demasiado traumático, y además inútil.
Cada vez que llegaban las vacaciones de verano, María Eugenia comentaba, como al pasar, a lo mejor este año vamos a La Habana, y también como al pasar le describía a la niña los recuerdos que conservaba de lugares desconocidos.
Dicen que en el cine Yara, que antes se llamaba Radiocentro, ponen películas muy lindas.
Y al año siguiente:
Una vez me contaron que el Carmelo de 23 es un lugar elegante que está en una Avenida grandísima que se llama 23.
Y  al otro:
Te va a encantar Coppelia. Es una heladería gigante con muchos pasillos y una escalera en el centro.
La noche en que sonó el teléfono, María Eugenia contestó con su habitual ecuanimidad, y le pareció escuchar:
Soy Darío. Quiero que vengas a La Habana. Te esperaré en la estación de trenes el próximo domingo.
Todo el miedo del mundo le vino encima (así lo creyó entonces) No le habló de sus deseos específicos por lugares determinados, ni de bebidas ni de helados ni de las fotos que llevaba planeando por casi once años, ni, lo peor, le habló de la niña. Esperó a que amaneciera, solicitó 60 días de vacaciones, sí…consecutivos…después yo trabajo doblando turnos….sí, es una emergencia…sí, claro que regreso, fue corriendo a la estación, separó dos pasajes, y recogió a la niña.
Disponía de 16 horas para conversar con ella, y aunque seguía con el convencimiento de que no era buena idea decirle que el hombre que las estaría esperando en La Habana era su padre, hubo momentos, por ejemplo, entre Cacocun y Las Tunas, en que dudó.
Leyendo el largo itinerario que tenía delante, según el listado de los pueblos y ciudades en el mapa que una vez había comprado, por si acaso, mentalmente hizo el esquema de cuántas cosas podían hablar ella y su hija antes de bajarse en La Habana.
Llegando a Hatuey le describió, una vez más, el sabor de los helados de naranja piña en Coppelia, que se diferencian de los de piña glacé por el ligero componente de naranja que le agregan a los primeros en la fábrica.
La marcha del tren por Siboney, Camaguey y Florida, la dedicaron a las Avenidas principales de La Habana. La niña aportaba detalles que ya María Eugenia había olvidado, y se divirtieron al confundir el Paseo del Prado con la Avenida de los Presidentes, la majestuosa L que es la calle del Yara (decían), con Línea, por donde antes pasaba un tren, y así hasta que se durmieron.
Cuando se anunció la parada de Santa Clara, María Eugenia se despertó, y aunque sintió que de pronto había mucho calor en el tren, volvió a adormilarse pensando en la felicidad que la esperaba a ella y a la niña.
Los vagones se iban atestando de muchachos y muchachas que aprovechaban ese mes de julio para irse a La Habana a pasar en grande las vacaciones, más o menos como ellas mismas.
Ya en Limonar, justo antes de Matanzas, reiniciaron los recorridos que en sus mentes, de tanto anhelarlos, conocían:
Caminando por la Avenida de los Presidentes, se llega al Carmelo de 23, que tiene dos partes. Dijo María Eugenia. La de afuera es la cafetería, la de las medias noches, y la parte de adentro es el verdadero restorán, con aire acondicionado y todo.
¿Y no habrá medias noches adentro?- Preguntó la niña
No creo, pero lo comprobaremos con nuestros ojos.
Fue en Aguacate (en Matanzas no hablaron. La niña dijo volver a tener sueño y cayó en el sopor típico de los trenes) donde María Eugenia volvió a notar que había demasiado calor. No que ella tenía calor, sino que en el tren la temperatura era inusualmente alta. Al llegar a La Habana, la niña seguía adormilada, y a las sacudidas emocionadas de la madre, se incorporó para mirar por las ventanillas.
¿No es precioso, mi amor? – Preguntó María Eugenia sin prestarle atención, buscando con los ojos a Darío. Al Darío que recordaba de una larga y antigua noche, para ser más exactos.
Varios pasajeros empezaron a vomitar en cuanto descendieron del tren, una extraña atmósfera se instaló en la Estación. Muchos de los niños que habían viajado desde las provincias orientales y centrales no acababan de despertarse del todo, y las madres, al principio con extrañeza y al cabo alarmadas, comenzaron a pedir ayuda a los trabajadores de la Estación, entre el resto de los pasajeros, y finalmente gritaban para que alguien las auxiliara.
María Eugenia dejó a la niña a cargo de las maletas de ambas, y dispuso, con su destreza de intensivista, de los que parecían más aletargados. Los médicos de la Estación aceptaron su ayuda e igualmente atónitos iban colocando sueros de Dextrosa, de Suero Fisiológico, de cuanta solución intravenosa hubiera en la Posta Médica.
Nunca habían calculado tantas emergencias al mismo tiempo. Mientras algunos enfermos no cesaban de vomitar, otros balbuceaban que sentían como si la vida se les fuera, todos con fiebre, quejándose. Los niños, cargados por sus madres, lloraban asustados pidiendo regresar a sus pueblos.
Los bancos de la Estación fueron transformados en improvisadas camillas, se detuvo el tráfico por las calles aledañas y sin tiempo para anotar nombres ni direcciones, trasladaban a todo el mundo en los carros cuyos dueños habían acudido a recibir a algún conocido.
De entre el enjambre de personas que se convirtieron en camilleros, en sanitarios (imposible identificar quién cumplía esa labor oficialmente y quién lo hacía de forma voluntaria), a María Eugenia  le pareció ver a Darío. Fue justo en el momento en que el Jefe de Estación comenzaba a decir por los altavoces que todos debían conservar la calma, que ya venían en camino las ambulancias, “que los niños van a recibir atención en el Pediátrico de Centrohabana…..los adultos irán al Calixto García……….por favor, que nadie olvide el carnét de identidad….ya llegan las ambulancias…..”
María Eugenia, quedándose en medio de la Estación, del bullicio, de la confusión, olvidó por dónde fue que le pareció haber visto a Darío. Corrió hacia la esquina donde estaba la niña, y sólo encontró las maletas. Fue empujando a cuanto obstáculo se le interponía, saltando entre los pocos bancos que quedaban, sin dejar de gritar el nombre de su hija. Todo el miedo del mundo se le vino encima (creyó entonces), y sin saber a quién pedir ayuda, se dirigió hacia la puerta por donde estaban llegando las ambulancias.
Nuevamente le pareció ver a Darío. Es más, le pareció que Darío la estaba mirando. Para ser más exactos, le pareció que a Darío le estaba pareciendo que la veía, pero fue en el momento en que la sirena de la primera ambulancia anunciaba que ya se iba. María Eugenia sólo atinó a pedirle al chofer que le permitiera mirar si su hija iba allí, en una de las camillas del fondo.
La tradicional división del Hospital Pediátrico en pabellones separados según las enfermedades, tuvo que ser necesariamente violada. Una vez abarrotadas todas las salas, los médicos y las enfermeras colocaron camas en los pasillos, en los salones de espera, en los cubículos para curaciones y en todos los lugares donde pudieran asegurar un portasueros.
María Eugenia reconoció a varias madres que habían viajado junto a ella en el tren, y a los niños que, como su hija, llegaron por primera vez a la ciudad de los cuentos. Aunque estaba profundamente abatida, intentaba dar ánimos a las demás, y a pesar del letargo permanente que mostraba la niña, se hizo cargo de la vigilancia de los sueros de la sala. La enfermera de turno llevaba más de cuarenta y ocho horas sin descansar, así que le agradeció poder sentarse un rato en la escalera de la entrada. María Eugenia recorrió toda la madrugada, una por una, las camas donde yacían niños de varias provincias, incluyendo de La Habana. Alentaba a las madres con la ilusión de animarse ella misma, y a espaldas de todas le pedía esperanzas a los médicos, que no dejaban de correr de un sitio a otro, sin tiempo para explicaciones, en el desesperado intento de salvar a los niños que agonizaban y morían en cuestión de minutos.
La enfermera que había ido a sentarse en la escalera fue quien le avisó. Se llevaban a la niña para la Unidad de Cuidados Intensivos, porque no era posible controlar el sangramiento que había comenzado por el sitio de la puntura venosa.
María Eugenia intentó comportarse con su habitual ecuanimidad, con el profesionalismo de sus muchos años de experiencia, con la dureza que corresponde a una madre soltera, con el aplomo que otorga la profesión más exigente del universo, pero todo el miedo del mundo se le vino encima (ahora sí, definitivo) y se negó a que se llevaran a su hija en camilla, como a los demás.
La cargó ella misma, apretándola contra su pecho, y recorrió volando el espacio hasta donde la esperaban médicos y enfermeras tan exhaustos como los demás.
No hubiera podido soportar que le dijeran las frases que tantas veces ella misma pronunciara, “hicimos todo lo posible” o cosas por el estilo, sabiendo que no ofrecían ni el más mínimo consuelo, así que entró con la niña y entre todos la entubaron, y con todos la acopló a un respirador artificial, ayudó a todos a buscar alguna vena que resistiera, y cuando todos la abrazaron porque todo había sido en vano, a María Eugenia le pareció ver a Darío.
A través del cristal de Terapia Intensiva le sostuvo al fin la mirada, porque ya no le interesaban ni Coppelia ni el Carmelo ni el Prado ni las grandes calles. Es más, porque ya ni el amor le interesaba. Para ser más exactos, porque ya no le interesaba absolutamente nada.
* Este cuento da nombre al libro homónimo de la autora y apareció originalmente en la antología Cicatrices en la memoria, que recoge relatos de autores cubanos basados en acciones terroristas contra la Isla.
** En mayo de 1981 se comienzan a reportar en el municipio de Boyeros, ubicado en la capital del país, casos de enfermos con síndrome febril, dolores retroorbitarios, abdominales y musculares, rash, cefalea y astenia, frecuentemente acompañados de múltiples hemorragias con diferentes niveles de gravedad. Pocos días después, y en forma explosiva, se reportaron casos similares en las provincias de Cienfuegos, Holguín y Villa Clara, diseminándose posteriormente en forma igualmente explosiva por el resto del país.
En los estudios iniciales realizados, se pudo comprobar que los primeros casos habían aparecido en forma simultánea en tres localidades de la isla distantes entre sí más de 300 kilómetros. No hubo ninguna explicación epidemiológica para la interpretación de estos hechos como una infección natural.
Los estudios de laboratorio confirmaron que el agente etiológico era el virus del dengue tipo 2. El hecho de la aparición de forma sorpresiva, sin que existiera actividad epidémica de Dengue-2 en la región de las Américas ni en ninguno de los países con los cuales Cuba mantenía un importante intercambio de personal, así como su aparición simultánea en distintas regiones del país, son elementos de soporte a los estudios realizados por científicos cubanos de reconocido prestigio, con la cooperación de científicos extranjeros altamente especializados en la detección y lucha contra las agresiones biológicas.
Las investigaciones y los estudios minuciosos llevados a cabo condujeron a la evidencia de que la epidemia fue introducida deliberadamente en el territorio nacional por agentes al servicio del Gobierno de Estados Unidos. Especialistas norteamericanos en guerra biológica habían sido los únicos en obtener una variedad de mosquito Aedes aegypti sensiblemente asociada a la trasmisión del virus 2, según informó el coronel Phillip Russell en el XIV Congreso Internacional del Océano Pacífico, efectuado en 1979, solo dos años antes de que se desatara la brutal epidemia en Cuba.
Constituye un elemento significativo el hecho de que en 1975 el científico norteamericano Charles Henry Calisher, en una visita a Cuba, se interesó y obtuvo información sobre la existencia de anticuerpos al dengue en la población cubana y la no existencia en la misma, por lo menos en 45 años, de anticuerpos al virus 2.
En el juicio celebrado en 1984 en Estados Unidos contra Eduardo Arocena, cabecilla de la organización terrorista Omega 7, este confesó paladinamente haber introducido gérmenes en Cuba y reconoció que la fiebre del dengue hemorrágico fue introducida en la isla a través de grupos afines de origen cubano radicados en Estados Unidos. (De la Demanda del pueblo de Cuba a Estados Unidos por daños humanos)

martes, 29 de noviembre de 2011

Las trampas del consumismo

consumismo-31 
Por Lillian Álvarez

El estreno en este verano entre nosotros del filme Habanastation de Ian Padrón y -en el espacio Pasaje a lo desconocido- del documental Comprar, tirar, comprarLa obsolescencia programada, el motor secreto de nuestra sociedad de consumo de Cosima Dannoritzer, nos motivan, desde dos ángulos diferentes, a volver sobre el tema del consumismo.
Según algunos estudios, desde 2005 la humanidad ha estado tomando los recursos del planeta a un ritmo mayor al que se pueden renovar.1 Esto significa que la Tierra avanza en su deterioro y se acerca un momento en el que simplemente ya no habrá más recursos que utilizar. Todos somos responsables de ello, pero una cuota mayor de responsabilidad la tienen los países desarrollados, no solo por la sobreexplotación real de recursos que han provocado sino por el modo de vida que, aún en estos momentos, conociendo estas realidades, siguen promoviendo.
Se ha dicho que, si todo el mundo viviera como un estadounidense medio, se necesitarían  cuatro planetas y medio2 para sostener tal modo de vida. En otros cálculos se habla de hasta ocho.3 De esto resulta una conclusión: este modelo de vida no puede ser generalizado a todas las personas que viven en el mundo, pues nos acercaría, a mayor velocidad, ese colapso que no queremos aún ver ni entender.
“El modo americano es divertido”, dice Lisandro Otero, “propone placer, evasión, irresponsabilidad, (…) una falsa sensación de libertad de acción, una irreal posibilidad de acceso a infinitas opciones, una engañosa creencia en la autonomía del individuo, una fe espuria en las posibilidades mágicas de la transformación de la vida. (…). Por ello las juventudes del mundo desean parecerse a las norteamericanas, vestir como ellos, comer lo mismo, oír y bailar lo que ellos oyen y bailan. (…)  Desafortunadamente buena parte de esa cultura evasiva no contribuye al conocimiento del hombre y propone la frivolidad como programa de vida (…) La imagen engañosa de una dinámica juvenil y moderna -que no existe en inmensas zonas de la vida ordinaria-, arrastra a muchos a ese vértigo embaucador. Cuando los seducidos despiertan descubren la verdad en una pesadilla que no fue imaginada (…) Pero el modo de vida americano hechiza con su imagen a los ingenuos que no desean habitar en la madurez responsable”4.
Mientras la ciencia aporta cada vez más elementos acerca del descalabro ecológico, el cine, los videojuegos, la industria del entretenimiento y elmarchandising a ello asociado (venta de objetos de todo tipo en este caso basados en sus personajes, películas, temas) se empeñan en la exaltación y difusión de ese modo de vida que asume la posesión de bienes como medida de la felicidad y un esquema de “ganador” y  “perdedor” en la escala social en función del dinero, las propiedades y el éxito en los negocios, ignorando valores humanos o éticos.
En 1955 Víctor Lebow definió el pensamiento consumista norteamericano5, imprescindible para el desarrollo económico del sistema.
“Nuestra enorme capacidad productiva demanda que hagamos del consumo nuestro modo de vida, que convirtamos las compras y el acto de usar bienes en rituales, que busquemos la satisfacción espiritual y del ego en el consumo.
“La medida del status social, de la aceptación social, del prestigio deberá estar determinada por nuestros patrones consumistas.
“El significado real de nuestras vidas deberá estar expresado en términos de consumo. Deberá crecer la presión sobre los individuos por conseguir seguridad y aceptación según los estándares sociales, lo que hará que tienda a expresar sus aspiraciones y su individualidad en términos de lo que viste, lo que maneja, lo que come, su casa, su auto, su patrón de alimentación, sus hobbies.
“Estas comodidades y servicios deben ser ofrecidos al consumidor con especial urgencia. No solo debemos generar un ‘cambio forzado’ en los hábitos de consumo, sino que debemos generar también un consumo más ‘costoso’. Necesitamos que las cosas se consuman, se quemen, se rompan, se reemplacen y se desechen a una velocidad cada vez mayor. Necesitamos tener a la gente comiendo, bebiendo, vistiéndose, manejando, viviendo, en un esquema de consumo cada vez más complicado y costoso.” 6

En 1879, Thomas  Alva Edison creó la primera bombilla o foco eléctrico incandescente que tuvo éxito comercial. A partir de esta conquista, obtenida con la lámpara de filamento de carbono, Edison se ocupó del perfeccionamiento de su invento. Quería crear una bombilla que iluminara el mayor tiempo posible. En 1881 puso a la venta una que duraba 1.500 horas. En 1924 se inventó otra de 2.500 horas. “Diversos empresarios empezaron a plantearse una pregunta inquietante: ¿Qué hará la industria cuando todo el mundo tenga un producto y este no se renueve?”.7 Ya en 1928 una influyente revista advertía que un artículo que no se estropeaba podría ser “una tragedia para los negocios”. Es entonces cuando un poderoso lobby, el cartel Phoebus8, presionó para limitar la duración de las bombillas y llegar a un acuerdo entre productores que impidiera la fabricación de aquellas que pudieran ser utilizadas por más de 1.000 horas. “De nada sirvió que en 1953 una sentencia revocara esta práctica, porque se mantuvo. No salió al mercado ninguna de las patentes que duraban más (una, 100.000 horas).9
En ese escenario, en 1929, el norteamericano Bernard London, propuso definir un periodo de vida para cada producto,10 lo que animaría a un mayor consumo y a la necesidad de producir más mercancías. Nace así el concepto de ‘obsolescencia programada o planificada’  que no es más que la planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional o inservible tras un periodo de tiempo calculado de antemano por el fabricante o empresa de servicios, lo cual exige al consumidor realizar una nueva compra.
Las formas de garantizar esta obsolescencia van desde la utilización de materiales de duración limitada, la salida al mercado de software o hardware incapaces de funcionar en ordenadores o dispositivos electrónicos de modelos anteriores, hasta la introducción de chips en impresoras para predeterminar el número máximo de copias a realizar. También los diseños de los productos apuntan a que, ante la mínima rotura, la única solución sea desecharlos y comprar otro nuevo, no porque no sea posible técnicamente su reparación sino porque, simplemente, no se garantizan los servicios de reparación ni las piezas de repuesto necesarias para ello. Mención especial llevaría la escasa duración de las baterías de diversos productos electrónicos que, al dificultarse su reemplazo, vuelven el producto inservible una vez vencidas.
Años más tarde, el diseñador industrial Clifford Brooks Stevens explica por primera vez en 1954,  un tipo particular de ‘obsolescencia programada’, la llamada ‘obsolescencia percibida’. Este concepto se aleja de elementos tecnológicos propiamente dichos para situar la “necesidad” de compra, en el interior de la mente humana.
La obsolescencia percibida se define como  “el deseo del consumidor de poseer una cosa un poco más nueva, un poco mejor y un poco antes de que sea necesario”.  Es entonces cuando entra a jugar la maquinaria publicitaria. No se trata de obligar al consumidor a cambiar de tecnologías, sino de seducirlo para que sienta la “necesidad” de poseer el último modelo, aunque sus nuevas características sean en la mayoría de las ocasiones totalmente superfluas, o hasta un leve cambio de diseño o color. Esto es muy evidente en la ropa, los zapatos, y otros productos afines cuando se incita a que los cambios sean mucho más frecuentes de acuerdo a las temporadas o en los productos de alta tecnología que ofrecen día a día “mejoras” en cuanto a capacidad y otros elementos secundarios.
¿Por qué, por ejemplo, cambia cada vez más aceleradamente la moda en cuanto al vestuario, o la forma de los zapatos? No porque se descubra que son mejores para la salud, protejan más o menos del calor o el frío, o sean más duraderos. Simplemente, para que se compre más, lo cual es una necesidad para la economía capitalista. Usar un modelo anterior pone en evidencia que el  consumidor no adquirió el producto nuevo, y por tanto, de acuerdo a los valores imperantes en una sociedad consumista, puede ser un indicador de que no tiene recursos suficientes, lo cual lo coloca en una escala inferior.
En el caso de los productos tecnológicos funciona la identificación del comprador con la sobredimensionada capacidad introducida en el producto. La propia industria reconoce que la mayoría de los consumidores compra capacidades que nunca van a llegar a utilizar realmente: un disco duro capaz de guardar una inmensa biblioteca cuando apenas se utilizarán unos 20 libros, decenas de miles de canciones cuando para seleccionarlas, bajarlas y escucharlas no se dispone de tiempo, o un auto súper veloz “todo terreno” que a duras penas se utilizará para ir y volver al trabajo en una ciudad con embotellamientos diarios. Se compra un “estatus”, una imagen, y no un producto.
Como la publicidad pretende ser un arte de persuadir, posee una minuciosa elaboración. “Sus imágenes siempre prometen lo mismo: el bienestar, el confort, la eficacia, la felicidad y el éxito; seducen con una promesa de satisfacción. Los spots venden sueños (…) propagan símbolos y establecen un culto al objeto, no por los servicios prácticos que este puede prestar, sino por la imagen que de sí mismo llegan a obtener los consumidores (…) no venden un lavavajillas, sino confort; no un jabón, sino belleza; no un automóvil, sino prestigio: en cualquier caso, venden standing (nivel de vida)” 11.
Según investigaciones cada habitante de EE.UU. es bombardeado con más de 3.000 anuncios cada día, “¿para qué sirven los anuncios si no es para hacernos sentir infelices con lo que tenemos? Así que 3.000 veces al día nos dicen que nuestro cabello está mal, nuestra piel está mal, nuestra ropa está mal, nuestros muebles están mal, nuestros coches están mal, que nosotros estamos mal, pero que todo puede arreglarse si simplemente salimos a comprar”. 12
Los anuncios presentan ante los ojos agobiados por la cotidianidad “un mundo en perpetuas vacaciones relajado, sonriente (…) poblado de personajes elegidos, ufanos de la astucia que poseen y dueños al fin del producto milagro que les vuelve hermosos, limpios, felices, libres, sanos, deseados y modernos. Presentan modelos agradables que dan ganas de identificarse con ellos” 13. Los anuncios se dirigen a lo más íntimo del individuo, lo menos confesable, explotando sus ansias, frustraciones, vanidades y esperanzas.
Fuera del campo de una sociedad consumista y de la economía de mercado la publicidad en sí misma carecería del menor sentido. Si en sus más remotos orígenes tenía el objetivo de dar a conocer productos y servicios, sus cualidades o beneficios, su larga evolución la sitúa hoy como una inmensa industria tan costosa como dañina, una pieza que perfecciona la cadena del derroche. Por un lado incita constante y agresivamente al consumo superfluo, propaga el culto a la apariencia, la competencia, y promueve estereotipos discriminatorios; por otra parte, sirve de motor impulsor a la adquisición creciente e ilimitada de productos -a comprar y desechar a una velocidad cada vez mayor-. Cada producto nuevo requiere para su fabricación de la utilización de recursos naturales que se agotan y cada producto que se bota supone desechos, en muchísimos casos contaminantes. No alcanzarán los recursos naturales para mantener los niveles de producción ni existirá forma de convivir con los desechos de estas14, sin reparar en los gastos millonarios por concepto de publicidad en sí misma (tanto por los medios clásicos: vallas, spots, etc., como la publicidad on line).15

Es conocido el uso de la sicología para enfocar la publicidad de manera que esta sea eficiente y provoque en el receptor los deseos irreductibles de adquirir el producto. Pero con el avance de las ciencias del cerebro se han abierto las puertas al llamado neuromarketing, un área de estudio relativamente reciente que combina cognociencias y tecnologías de la información. El neuromarketing, más allá del análisis de las reacciones conscientes, permite valorar las respuestas sensomotoras, cognitivas, y emocionales de las personas (consumidores) ante un determinado estímulo. Para ello se utiliza los resultados de electroencefalogramas, la resonancia magnética funcional, la monitorización del ritmo cardíaco, o la conductividad de la piel, junto con otras técnicas como el seguimiento de la mirada y el análisis de la expresión facial. De esta forma se conoce a nivel neuronal y fisiológico las razones que empujan a cada sujeto a preferir  la compra de una determinada marca o producto. Estos estudios han sido aplicados para valorar la eficacia de los anuncios, evaluar los contenidos multimedia, así como las respuestas emocionales y la actividad cognitiva generada en los espectadores, para conocer, por ejemplo,  qué tipo de escenas producen sentimientos de suspenso o sorpresa y las características más interesantes de los videojuegos antes de sacarlos al mercado. Desde el año 2004 empresas norteamericanas dedicadas al neuromarketing, han sido contratadas por grandes multinacionales como Google, Disney, o Coca-Cola.
A todos estos esfuerzos por alentar el consumo insaciable y llegar al acto de compra se unen las opciones de venta a plazos y créditos de todo tipo, todo un entramado de “facilidades” para hacer creer al potencial cliente que es libre en elegir y que ninguna oportunidad está lejos de su alcance.
Pero los blancos principales a los que apuntan los técnicos de marketing, son los adolescentes y jóvenes. Ellos, que aún no han reconocido totalmente su identidad, pueden confundir sus necesidades esenciales. Las incertidumbres y contradicciones propias de la edad y la baja autoestima en otras, los llevan a buscar referentes en la imitación de personajes de televisión y otros modelos generados por la publicidad directa o indirecta. En una edad en que es tan importante el grupo y su opinión, los jóvenes se sienten presionados en ocasiones a adquirir  un producto porque la mayoría de sus compañeros lo usan. De esa manera, pretenden lograr la aceptación y el reconocimiento que no han aprendido quizá a reconocer de acuerdo a otros  valores tales como la amistad, la sensibilidad, el conocimiento, etc. Por otra parte, es lógico que el adolescente o joven, cuyo cuerpo está cambiando, necesite más rápidamente ajustar su vestuario a las nuevas formas de su cuerpo y deseen resultar sexualmente atractivos y llamar la atención para encontrar pareja. Por eso la moda puede resultar para ellos importante. La moda refleja la cultura del país, su idiosincrasia, sus maneras propias; pero una cosa es el vestir como expresión cultural de un pueblo o grupo social y otra la dictadura que imponen los intereses comerciales. La moda en el mundo de hoy ha pasado a ser un mecanismo tiránico con ciclos cada vez más cortos y cuyos dictámenes invaden cada vez más aspectos de la vida. La sobrevaloración de la importancia de la moda por parte de los jóvenes se alimenta en un ansia de ser admirado, pero genera ambición y competitividad. Comienza a no importar como se es como ser humano para centrarse en si eres o no capaz de poseer “lo último” o lo más caro en una carrera que llega a ser discriminatoria y excluyente.
En Cuba, un país sin publicidad, sin centros comerciales “de marca”, sin la inversión directa en nuestros mercados de las grandes transnacionales y con televisión propia, muchos jóvenes y no tan jóvenes son también víctimas de la carrera del consumo. La publicidad llega por muy diferentes vías y el seductor modo de vida plácido e indiferente está presente en las películas, series y otros programas al alcance de todos. Nosotros hemos adoptado, por decisión soberana, un modelo basado en la justicia y la solidaridad y en garantizar una vida digna a cada ciudadano a partir de un uso racional de los recursos de que disponemos. Esta circunstancia de vivir con lo indispensable, en contraste con un mundo “de afuera” que muestra agresivamente sus vidrieras más atractivas, crea conflictos, deformidades, y ha generado en algunos padres la tendencia  dañina  de  intentar dar a sus hijos aquello que ellos no tuvieron, abriendo el paso al egoísmo, la competencia y otros vicios, tema tan bien reflejado en la película Habanastation.Esta carrera  consumista “a lo cubano” empuja a algunas personas humildes, sin recursos, a empeñarse de por vida, por ejemplo, para celebrar una fiesta de 15 en la que la apariencia y la ostentación competitiva suelen ser protagonistas y usurparle el lugar a la diversión, la naturalidad y la alegría que correspondería primar en una fiesta juvenil. Es cierto que no podemos vivir de espaldas al mundo, cada vez más globalizado e interconectado, pero creo debemos inquietarnos al ver cómo crecen en algunos lugares malas copias de afanes y expectativas rechazados ya por nuestros padres por injustos y engañosos. Algo tan sencillo como que la satisfacción personal no puede estar relacionada con la posesión de un objeto material debe ser uno de los primeros aprendizajes.
Un adolescente o joven en nuestra sociedad no debe sentirse superior a nadie por poseer un determinado objeto. Saber del último modelo o de tal marca, o de la vida privada de tal actriz o músico, no es un conocimiento del que pueda nadie sentirse orgulloso, más aún cuando estos conocimientos “exclusivos” van casi siempre acompañados de la mayor ignorancia sobre otros aspectos. Quien crea que en una cadena ascendente de satisfacciones consumistas radica la felicidad, puede consultar las estadísticas que revelan cómo las sociedades ricas y supuestamente desarrolladas, son las que registran mayores casos de depresión, alcoholismo, drogas, crimen y ansiedad. El consumismo es una carrera frenética que no solo en las películas arrastra a las personas  a  situaciones límites y hasta al suicidio, por no poder mantener un nivel de vida acorde a un “estatus” social.
La austeridad y la sencillez, sin embargo, generan creatividad, cooperación, ayuda mutua. Sobran ejemplos en nuestra sociedad  que ha atravesado por periodos críticos: periodo especial, situaciones de desastre natural, que han potenciado estas conductas y cuya práctica, por sobre todas las cosas, es la que nos ha permitido sobrevivir. La responsabilidad y la sensatez en la forma de enfrentar la vida se expresa en conocer la diferencia entre las cosas necesarias y realmente útiles, y las que no, de acuerdo a las condiciones de vida del entorno y a identificarnos con una escala de valores humanos propia de ciudadanos responsables tanto en nuestras relaciones con los demás individuos, como con la naturaleza. Las nuevas generaciones deben estar advertidas de los peligros de asumir una forma de vida indiferente pues probablemente la sociedad futura les situará pruebas mucho más difíciles que las que les tocaron a sus padres.
Mucho hay por hacer en el país, y se está haciendo, para satisfacer las verdaderas necesidades de los ciudadanos, para mejorar aspectos esenciales de nuestra vida, para vivir mejor, y ser mejores como seres humanos.  La salida, si es posible, de la debacle ambiental que se nos avecina, necesita -además de grandes decisiones políticas y económicas en el plano nacional e internacional- ese aporte personal que resulta de la educación de esos nuevos ciudadanos que están bombardeados por un modo de vida inviable pero cuya apología es capaz de trasponer fronteras y sigue repitiéndonos que consumir es el mayor acto de libertad, aunque la libertad solo sea la de escoger cómo somos más insaciables, espiritualmente más pobres y más  infelices. Mientras, el planeta se extingue a la espera de racionalidad y prudencia.

Notas:

1- Informe Planeta vivo 2008 (WWF, 2008)
2- La crisis sistémica y el decrecimiento como alternativa, Jose Bellver Soroa
3- Decrecimiento Wikipedia
4- El seductor sueño americano Lisandro Otero Publicado: 2006-09-07
5- en el libro “The Real Meaning of Consumer Demand”, Victor Lebow
6- http://en.wikipedia.org/wiki/Victor_Lebow
7- ¡Corta vida al producto! Toni  Polo Barcelona www.publico.es 15/12/2010 08:10
8- El cartel Phoebus formado, entre otros por OsramPhilipsGeneral Electric existió desde 1924 hasta 1939, para controlar la fabricación y ventas de bombillas. Ha sido acusado de haber prevenido avances en la tecnología que podrían haber llevado a la producción de bombillas de una duración mayor.
9- ¡Corta vida al producto! Toni Polo Barcelona www.publico.es 15/12/2010 08:10
10- Propuso esta medida en su libro Ending the depression through planned obsolescence(Poner fin a la gran depresión mediante la obsolescencia programada)
11- Propagandas silenciosas. Ignacio Ramonet, La Habana,
12- La Historia de las Cosas.  Guión con notas y referencias Por Annie Leonard
13- Idem
14- Entre 1950 y 2002 el consumo de agua se ha triplicado, el de combustibles fósiles se ha quintuplicado, las emisiones de dióxido de carbono han aumentado un 400%, el número de automóviles pasó de 53 millones en 1950 a 565 millones en 2002. Las importantes ganancias en eficiencia se ven rápidamente absorbidas por el aumento del consumo. ”Basura electrónica: toxicidad e injusticia planetaria”.  www.ecosofia.org
15- El gasto mundial en publicidad creció de 1950 a 2002 un 965%, “Basura electrónica: toxicidad e injusticia planetaria”.  www.ecosofia.org
(Tomado de La Jiribilla)

domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Ha llegado la hora del tercer partido?

                           Por Guillermo Rodríguez Rivera

Como se sabe, las nociones de izquierda y derecha, que han pasado a ser signos capitales en la política contemporánea, provienen de los lugares en que, en la Convención Francesa, se sentaban jacobinos y girondinos.

Desde entonces, la noción de izquierda ha variado sensiblemente y no especialmente de lugar.  En los últimos tiempos la variación ha sido interna, porque se ha deteriorado.

La izquierda europea, desde los tiempos de Lenin y Kautsky, se escindió entre los que serían, en la Rusia abocada a la Revolución, bolcheviques y mencheviques. Los mencheviques cabrían definirse como lo que fue un poco después la social democracia. En el momento de su separación, cuando los moderados socialistas integran la II Internacional y los radicales comunistas la III,  ambas tendencias aspiraban igualmente a la instauración del socialismo que desplazaría al capitalismo: la discrepancia parecía ser, exclusivamente, el método que cada partido proponía para conseguirlo.

Socialdemócratas y comunistas se convirtieron a veces, y a pesar de que proclamaban tener el mismo objetivo final, en fuerzas irreconciliables, con gravísimas consecuencias para el destino de la humanidad y el de ambas tendencias: cuando los nazis ganan las elecciones alemanas que los lleva al poder en 1933. Comunistas y socialdemócratas alemanes unidos, constituían mayoría, pero fueron incapaces de aliarse contra Hitler, que tomó el poder y los asesinó a todos. Allí donde fueron capaces de apoyarse, consiguieron avances extraordinarios, como en la Suecia de los años cincuenta y sesenta. Estoy pensando en un socialdemócrata de la jerarquía y la honestidad de Olof Palme.

En el resto de Europa, la social democracia se convirtió en una fuerza muy marcada en ocasiones por el oportunismo.

Es paradigmático el caso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que fuera en sus orígenes el primer partido marxista de España y luego, sostenedor junto a los comunistas, del Frente Popular que gobernó en la II república española, derrocada por el fascismo en 1939, después de una cruenta guerra civil.

El PSOE se organizó en la clandestinidad en los últimos tiempos del gobierno de Franco.

Bajo la dirección de Felipe González, su líder sevillano, el PSOE heredó todo el prestigio izquierdista de su nombre en la España republicana, y emergió como una fuerza impresionante cuando Adolfo Suárez legalizó –contra la intransigente perspectiva de los franquistas y de la “nueva” derecha– a la izquierda española, integrada por comunistas y socialdemócratas.

En las segundas elecciones democráticas efectuadas tras la muerte de Franco, el PSOE desarrolló una aplastante campaña electoral.

Felipe González prometió que, de ser presidente, España no entraría en la OTAN.

Habría que recordar que, bajo el gobierno de Franco, España fue aliada de los regímenes de Hitler y Mussolini y que, hacia los años cincuenta, los Estados Unidos se acercan a Franco con el propósito de conseguir la aprobación de las bases militares que finalmente establecerán en Rota y Torrejón de Ardoz.  El propósito era sumar a España al grupo de los aliados occidentales que constituirían la OTAN, organización militar esencial en tiempos de la “guerra fría”.

El PSOE tuvo una aplastante victoria en esas elecciones españolas. Recuerdo que Henry Kissinger, para entonces “eminencia gris” de la derecha norteamericana, hizo un comentario terminante: “Ya tenemos nuestra Polonia”, esto es, que Felipe González representaría para Estados Unidos, el factor disidente que era Lech Walesa para la URSS. Pero lo primero que hizo Felipe González al ser electo, fue pedirle a los españoles –y casi lloró en la televisión al hacerlo– que votaran por el ingreso de su país como miembro pleno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.  Estaba pidiéndoles exactamente lo contrario al programa por el que lo habían elegido.

El cantautor español Javier Krahe, compuso una canción que se llamó “Cuervo Ingenuo” y que comentaba risueñamente la traición de Felipe González a su electorado. En el texto hablaba un piel roja, un indio, que chapurreaba un español en infinitivos, tal y como las malas películas hollywoodenses ponían a hablar a los salvajes. Pero este indio decía cosas que se las traían, porque estaba dialogando  con el propio presidente español:

                      Tú decir que si te votan,
                           tú sacarnos de la OTAN.
                          Tú convencer mucha gente,
                          Tu ganar gran elección,
                          Ahora tú mandar nación,
                          Ahora tú ser presidente.
                          Hoy decir que esa alianza
                          Ser de toda confianza
                          Incluso muy conveniente
                          Lo que antes ser muy mal
                          Hoy resultar excelente.
                      ……………………………….
                         Tú mucho partido, pero
                        ¿es socialista, es obrero
                        o es español solamente?
                        Pues tampoco cien por cien,
                        si americano también:
                        gringo ser muy absorbente.

Y enseguida venía el estribillo :
                   
                      Hombre blanco hablar con lengua de serpiente.
                      Cuervo Ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú,
                      por Manitú, por Manitú…

Cuentan que la canción, que se hizo popular en la España de los ochenta, sacó de sus casillas al presidente español.

Desde entonces, el PSOE, como ya advertía hace casi treinta años Javier Krahe, es casi español solamente. En uno de sus congresos de esos años, el PSOE renunció al marxismo como su ideología.

La Europa de esos años había desarrollado un orden social que se autodenominaba  “sociedad de bienestar” y en buena medida lo era.

El fenómeno comenzó a surgir en la Europa de la posguerra, exactamente cuando comienza la “guerra fría”.

Enfrentado a la Unión Soviética y a la alternativa socialista, el capitalismo europeo quiso ser convincente para sus ciudadanos. Apareció una poderosa seguridad social, que incluía generosos y largos subsidios para los que perdían su empleo, aunque había mucha oferta de trabajo. La cobertura médica era amplísima para cualquier ciudadano.

Jubilados y simples trabajadores europeos podían costearse vacaciones del otro lado del mundo con sus abundantes ahorros. Los jubilados alemanes casi habían comprado la isla de Mallorca, a la que iban a pasar los últimos años de vida en el agradable clima del Mediterráneo.

Cuando en 1991 desapareció la Unión Soviética, como colofón a la caída del socialismo europeo, otro cantautor español lo celebró alborozado. Cantó la caída del muso de Berlín. Ahora, los viejos izquierdistas tenían en su buró un trocito del derrumbado muro alemán y Joaquín Sabina cantaba que había llegado el fin de la guerra fría y, con él, el fin de la ideología. Las alternativas  eran promisorias y hasta rimaban: Sabina las exaltaba en su canción: vivan la gastronomía, la peluquería, la bisutería. Los partidos comunistas europeos empezaron a decaer y a desaparecer. Los que quedaron inclinaron más a la derecha sus proyectos hasta casi suplantar a la socialdemocracia que, sin alternativa a la izquierda, se proponía ocupar el lugar de la misma derecha.

El PSOE ha parado por ser otro partido velador por el mantenimiento del orden burgués, con algunos matices progresistas con respecto al reaccionario PP,  pero ya muy lejos de constituir una alternativa de izquierda.

El actual gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, como lo hizo antes Felipe González, ha defraudado a sus parciales, pero la crisis española (desempleo, recortes sociales en todos los órdenes) no va a ser resuelta cuando se instale en el poder el gobierno de Mariano Rajoy, porque el PP es el titular del programa neoliberal que el PSOE ha asumido sin proclamarlo. El humor español ha denominado a la opción Rubalcava-Rajoy, propia de estas elecciones, con el fusionado término de Rubaljoy, porque no hay visible diferencia entre ambos candidatos. Una gran masa de votantes españoles se ha negado a sufragar.

Algo muy semejante va a ocurrir el año próximo en los Estados Unidos, cuando los norteamericanos tengan que decidir por quién votar: si reelegir a Barack Obama u optar por uno de los republicanos que ahora se disputan el ser elegido candidato a la presidencia de la unión.
Obama desconoció el programa por el que había sido electo. No detuvo ninguna de las guerras que proclamó que terminaría, sino que añadió la masacre del pueblo libio, que concluyó con el asesinato de Ghadafi, y amenaza con aplicarle la misma receta a Siria e Irán.

El temor del general Eisenhower se ha cumplido. Dominado por el complejo militar industrial, el capitalismo estadounidense se va convirtiendo a pasos agigantados en el enemigo de su democracia. Las guerras no se libran en virtud de un interés patriótico ni porque  la seguridad de la nación esté amenazada. La guerra es la mejor industria que tienen hoy los Estados Unidos, y la liquidación del servicio militar ha impedido que mueran los hijos de las familias de clase media y la sociedad reaccione contra ello y los jóvenes tengan que exiliarse para no ser reclutados. Ahora, a la guerra van los pobres, los negros, que aspiran como “contratistas” a ganar un dinero que los alce en la sociedad a la que pertenecen; los latinos, los inmigrantes indocumentados que esperan sobrevivir y, sobre todo,  convertirse en ciudadanos.

Pero  a pesar de que los Estados Unidos han minimizado las bajas entre sus militares, el capitalismo neoliberal que tiene que dominar para que los costos de las guerra estén altamente priorizados y los gastos sociales convenientemente reducidos, ha comenzado a hartar a una porción de la sociedad –en especial los jóvenes–, que ven disiparse los fondos públicos para una educación que se privatiza y se encarece, como para que sólo se eduquen los muchachos de las familias ricas, y la información y la cultura no se salgan de la clase que ejerce el poder y porque el aumento del desempleo perjudica más que a nadie a los jóvenes que no pueden conseguir su primer trabajo.

Los millones de ciudadanos que trabajan y sostienen la nación han descubierto que  hay 400 norteamericanos que tienen más dinero que todos ellos juntos y, encima, quieren más.

Estados Unidos es una democracia donde al presidente lo elige la mitad de los ciudadanos, que son los que van a votar. El 50 % de abstención que es propio de sus elecciones –¿a cuanto llegará en las de 2012?– importaría si cierto grado de abstención invalidara la elección, pero no es así.

Los Indignados han decidido ir al centro del poder real en los Estados Unidos. “Ocupar Wall Street” es, por ahora, un símbolo. Los Indignados han descubierto que los senadores y los representantes y el presidente que ellos eligen, no responden a sus demandas, sino a las del gran capital, que rige los destinos de la nación por encima de la voluntad de sus ciudadanos. Por ello, allí, en España y en todas partes, piden una democracia real.

Lo que está ocurriendo se parece muchísimo a lo que pasó en la Argentina de Carlos Saúl Menem y sus continuadores neoliberales. Los argentinos “se indignaron” entonces y salieron a la calle con el grito de “¡Que se vayan todos!”.

Pero no se podían, no se tenían que ir todos. Los que se fueron eran los neoliberales que habían gobernado hasta entonces. Desde la Patagonia llegó Néstor Kirchner, un exmontonero en el que nadie había reparado y que sacó a la nación sudamericana de la crisis en que la había sumido el neoliberalismo de Menem, que había privatizado a precio de saldo lo mejor de los recursos naturales del país, para beneficio propio y de sus amigos.

El exmontonero Kirchner y el viejo líder sindical Luis Inacio Lula da Silva, devenido presidente de Brasil, le dieron el portazo a George W. Bush en Mar del Plata, en una Cumbre de las Américas en la que el norteamericano había ido a imponer la que bautizó como Alianza de Libre Comercio para las Américas, mediante la cual América Latina permitiría la libre entrada de los productos de la industria estadounidense mientras que Estados Unidos usaría, como ahora, medidas proteccionistas para defender sus productos agrícolas de la competencia ruinosa que le harían los latinoamericanos.
América Latina inició la conformación del “tercer partido”, vulnerando la fórmula bipartidista que los Estados Unidos exportaron al resto del mundo.

En Venezuela, los “demócratas” de Acción Democrática, tenían como adversarios a los “republicanos” de COPEI.  Por cuatro décadas se alternaron en el poder y así, a partir de las reservas petroleras venezolanas, se hicieron multimillonarios casi una decena de presidentes. El  “tercer partido” lo constituyó desde la nada, el comandante Hugo Chávez: adecos y copeyanos se aliaron para enfrentar juntos la avalancha popular que se les vino encima en las elecciones de 1999.  Las perdieron estrepitosamente. De la nada política emergió el indio y líder sindical cocalero Evo Morales para obligar, mediante las urnas, a doblegarse a la cavernaria oligarquía boliviana, que ha tenido que aceptar la refundación de una nación en la que son absoluta mayoría los indígenas. Muy semejante es la historia del joven economista Rafael Correa, en el Ecuador.

Cuando apareció lo que se llamó el movimiento modernista en Hispanoamérica y Rubén Darío se convirtió en el principal poeta de la lengua, maestro incluso de escritores de la España que había sido la metrópoli colonial de nuestros países, el ensayista dominicano Max Henríquez Ureña acuñó una frase: “Retornan los galeones”. .

Pareciera que está ocurriendo, en el orden político, otro retorno de los galeones. Europa le enseñó el socialismo a América, pero el socialismo europeo –signado por el estalinismo tras la muy temprana muerte de Lenin– fracasó. La derecha quiere presentar ese fracaso como el del socialismo en su totalidad, y es sólo el fracaso de una “lectura” del socialismo.

La derecha se ha quedado como único poder. Los Estados Unidos son hoy la única superpotencia, y los multimillonarios que la gobiernan, están mostrando cada vez más descarnadamente la insalvable oposición que se va creando entre el capitalismo y la democracia.

En los Estados Unidos parece haber llegado la hora del tercer partido, porque esos ciudadanos que integran la clara mayoría, cuyos anhelos desconocen los mismos políticos que ellos han elevado a las posiciones que ostentan, van entendiendo que nada se parece más a un republicano que un demócrata y que todos los presidentes, senadores, representantes y gobernadores, responden a los intereses millonarios que costean sus campañas electorales.

Si quieren que sus demostraciones no se conviertan en una suerte de picnic radical que se recuerda a los diez años con una mezcla de nostalgia y de desilusión, los Indignados tendrán que buscar la manera de hacer valer políticamente sus opiniones. ¿Será que ha llegado la hora del tercer partido?  Estadounidenses, españoles, griegos, italianos, franceses, alemanes lo decidirán en los años que vienen, mucho más rápidamente de lo que todos piensan.