martes, 27 de marzo de 2012

La Isla y la emigración, entre encuentros y puentes

Daniel García  • La Habana
Ilustraciones: Nelson Ponce

En 1993 comenzaron a aparecer en La Gaceta de Cuba, revista cultural de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) los dosieres elaborados por Ambrosio Fornet para abrir el marco de conocimiento de la literatura que se estaba publicando por autores radicados fuera de las fronteras de la Isla, principalmente en EE.UU. El primero, septiembre-octubre de ese año, fue dedicado a los ensayistas y críticos; el segundo, marzo-abril de 1994, se consagra a los cuentistas; el tercero, a los poetas, y salió en el número julio-agosto de 1995; el cuarto, con el título “El (otro) discurso de la identidad” se incluyó en el número septiembre-octubre de 1996; y el último, “Erotismo y humor en la novela cubana de la diáspora”, salió en 1998, en el número julio-agosto. En su conjunto, resultan un recorrido por lo géneros literarios y las líneas de pensamiento fundamentales,  y mostraron los escritores más descollantes en esos momentos. En ellos pudimos leer por primera vez textos de Gustavo Pérez Firmat, Eliana Rivero, Roberto González Echevarría, Emilio Bejel, Manuel Cachán, Roberto G. Fernández, Lourdes Gil, José Kozer, Juana Rosa Pita, Enrique Sacerio-Gari, Magaly Alabau, René Vázquez Díaz, entre otros tantos.
Son el resultado de la constancia del estudio de Fornet sobre el tema,  lo que los ha convertido —junto con los posteriores ensayos que Fornet ha publicado— en referencias ineludibles para quienes pretenden acercarse a la apasionante complejidad de la literatura cubana en la emigración. Esta zona permanecía en la sombra para muchos, y una acción como esta, además de arrojarle luz, contribuía a concretar su inserción en el cuerpo total de nuestra literatura.
En el catálogo de la Editorial Letras Cubanas se consigna, como la primera publicación de un autor emigrado, la fecha de 1989. En ese año apareció publicado el título Poemas escogidos, de Agustín Acosta. Desde entonces, los autores de la emigración empezaron a formar parte consustancial de los planes de publicaciones anuales de esta Editorial. Hasta hoy, suman alrededor de 50 los títulos que han estado disponibles en los estantes de las librerías del país, y los autores suman muchos más si tenemos en cuenta las antologías que, según otra práctica asumida desde finales de los 80, han agrupado, en igualdad de valoración tanto autores de la Isla, como de la emigración. Algunas de estas antologías marcaron hitos editoriales como, por ejemplo, el Álbum de poetisas cubanas, selección y prólogo de Mirta Yáñez; Aire de luz. Cuentos cubanos del siglo XX, elaborada por Alberto Garrandés; Las palabras son islas. Poesía cubana del siglo XX, a cargo de Jorge Luis Arcos; Isla tan dulce y otras obras. Cuentos cubanos de la diáspora, debida a la labor mancomunada de Carlos Espinosa y Francisco López Sacha.
Algunos de los títulos publicados se presentaron en Cuba con la presencia de sus propios autores, incluso como parte de la programación de las ferias del libro de La Habana. De pronto, la literatura servía, además, para materializar el encuentro en vivo con esa otra parte que también le pertenecía a la cultura nacional.
Unión, Revolución y Cultura, Casas de las Américas, revistas culturales, y otras, como Temas, de perfil sociológico; sellos editoriales como Ediciones Unión, la casa editorial de la UNEAC, y la Editorial de Ciencias Sociales, e instituciones como la Universidad de La Habana, el Instituto de Literatura y Lingüística, etc. han publicado con amplitud textos de escritores cubanos radicados en otros países y auspiciado investigaciones y encuentros sobre diferentes aspectos de la relación de la Isla con la emigración.  
Un evento particularmente importante en este proceso de integración cultural, lo constituyó el encuentro “Cuba: cultura e identidad nacional”, que se celebró en La Habana el 23 y el 24 de junio de 1995 con el auspicio de la UNEAC y la Universidad de La Habana. Esos días fueron testigos de un fructificante debate en torno a la problemática de la identidad nacional, desde las diferentes pero complementarias perspectivas del arte, la literatura y las ciencias sociales. Veintidós profesionales residentes en Suecia, Puerto Rico, México y EE.UU., conjuntamente con los que residían en Cuba, desplegaron un diálogo profesional, de alto nivel intelectual, con un libre y productivo flujo de ideas que, al menos que sepamos, no ha tenido continuidad con este perfil.
En 1981 recibe el Premio Casa de las Américas Lourdes Casal, con el poemario Palabras juntan Revolución. Y es Casa de las Américas otra de las instituciones que ha mantenido una línea de intercambio con la emigración tanto en lo que se refiere a la  integración de los jurados del premio, como a la participación en encuentros y conferencias.
Esta apresurada ejemplificación demuestra la existencia de una voluntad que ha ido tomando cuerpo en forma de una política cultural cuyas premisas se han delineado y han madurado desde la reflexión que emana de la propia dinámica revolucionaria. Visto en sentido diacrónico, la asunción de estas premisas ha requerido también de un tiempo de asimilación para lograr su cabal comprensión por las instancias administrativas, la sociedad y la emigración misma, teniendo en cuenta la multiplicidad de matices hacia el interior de cada una de estas entidades y de sus contextos.
La formulación fundacional de esta política, la que sentó el principio que habría de orientar las sucesivas elaboraciones sobre el rescate de la producción cultural de la emigración, fue sin duda el célebre discurso de Fidel Castro que se conoce como “Palabras a los intelectuales”, pronunciado en la Biblioteca Nacional, el 30 de junio de 1961, como conclusión de las reuniones con las figuras más representativas de la intelectualidad cubana del momento. Este discurso —del que se ha descontextualizado reiteradamente la frase “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”— es, sin embargo, una pieza que, en época tan temprana, revela la agudeza con que Fidel enfrentaba la complejidad de los fenómenos culturales, en medio de un proceso de cambio tan radical, y la contradictoria relación entre Revolución y cultura. Vale la pena, aun cuando solo sea para incentivar una lectura completa y desprejuiciada de este discurso, citar el párrafo en el que se encuentra sumida la citada frase:  
“La Revolución debe tratar de ganar para sus ideas la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo; a contar, no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos que aunque no sean revolucionarios, es decir, que aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, están con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios, y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo; la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución. Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.”
La estrategia cultural de la Revolución asentada, en primerísimo lugar, en un acto de autodefensa de la propia Revolución, que ha triunfado gracias a la batalla y al sacrificio del pueblo, y se constituye, por tanto, en fuente de legitimación de esa voluntad, a partir de lo cual debe garantizar una cultura democrática, una total libertad de creación y la inclusión de todos los intelectuales, aun cuando no sean revolucionarios. Es la expresión de una disposición inclusiva en medio del conflicto, del peligro permanente que conlleva la radicalidad de un cambio a pocas millas de su principal enemigo, a cuyas costas, además, irán a recalar, en un primer momento, aquellos que destruyeron el país y condujeron al pueblo cubano a la rebelión.
Aquella subsiguiente  batalla de ideas que marcó los años 60 y 70 produjo reacciones límites en ambos extremos de la cuerda política. Del lado de acá, ostracismos, silenciamientos, anulaciones, exclusiones, y, del lado de allá, la enceguecida militancia que ha tratado de demonizar todo lo relacionado con la Revolución y su cultura, y que, con la instauración de un grupo de poder ultraconservador enquistado en el aparato estatal norteamericano, ha hecho más difícil el camino de la integración. Resultan muy instructivos para las generaciones posteriores de cubanos, conocer al menos una parte de los debates de aquellos años, sagazmente reunidos por la doctora Graziella Pogolotti (Polémicas culturales de los 60, Editorial Letras Cubanas, 2006) y las conferencias y debates generados a partir de la llamada “guerrita de los e-mail” (http://www.criterios.es/cicloquinqueniogris.htm; Letras Cubanas también publicó un libro con algunas de las conferencias, bajo el título La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión). En lo que a nosotros respecta, estos debates revelan formas de pensamiento, contradictorias y contrapuestas, todavía soterradas, y que a ratos emergen para revelar la necesidad de continuar pensando en el contenido y alcance de esa visión cultural ecuménica.  

En una entrevista con Ambrosio Fornet, aparecida en el número de octubre de 1992 en La Gaceta de Cuba, este expresa otra importante premisa que alimentaba la manera de acercarnos a la literatura de la emigración, retomando el símil del Aleph borgeano:
“El Aleph de la nación está aquí; es aquí —en el espacio de la Isla— donde confluyen el deseo de todos los vivos y la memoria de todos los muertos.”
De ahí, la consecuente consideración de que la cultura cubana es una sola,  que no está circunscrita a los límites geográficos, sino que es cualitativamente extensible a la producción cultural cuyos creadores, más allá de las fronteras de la Isla, revelan en ella un vínculo esencial con la identidad nacional.
En la primera conferencia “La nación y la emigración”, celebrada en La Habana, entre los días 22 al 24 de abril de 1994, Abel Prieto, en aquel entonces ministro de Cultura, pronunció la conferencia “Cultura, Cubanidad, Cubanía”. En ella se lee, refiriéndose a los títulos publicados en Cuba de autores emigrados:   
“[…] con estas publicaciones, se iniciaba un programa acertado de rescate, para el patrimonio vivo de la nación, de obras básicas de la cultura cubana, que implicaba independizar la posición política del individuo de los valores de su obra y de sus aportes culturales.”
Y más adelante:
“[…] los defensores de la cultura cubana en la Isla y en la emigración, tenemos que volver a aquella idea lezamiana de una cultura de la resistencia, frente al hegemonismo que erosiona y desnaturaliza todo lo auténtico y original y frente a sus colaboradores platistas. Para esta misión de preservación y siembra de una cultura cubana resistente, tan ajena al criollo exótico como al aldeano vanidoso, resulta imprescindible conocernos mejor y diseñar estables puentes culturales.”
Atender a la calidad literaria de las producciones, a sus valores artísticos, a sus aportes culturales, independientemente de la posición política del autor, aun cuando sabemos que esta, de alguna manera, los contamina. Pero sabemos por otra parte que la calidad literaria es ajena a lo panfletario y a una relación mecánica o sumisa con la política. Estas consideraciones continuaron nutriendo la política cultural hacia la emigración. Atendiendo a ellas bien se hubieran podido publicar en Cuba algunos autores cuyo irreconciliable conflicto con la Revolución no lo permitió (cfr. la nota al pie de la página 15 de Aire de luz. Cuentos cubanos del siglo XX, 2da. Ed., Editorial Letras Cubanas, 2004).  
Esta incorporación de la producción cultural de la emigración al acervo de la nación, tiene que ver también con el carácter de la relación o del vínculo con la nación. Retornamos entonces a la idea de la autodefensa expresada por Fidel en “Palabras a los intelectuales”. La auténtica producción literaria, de valores y aportaciones artísticas, irriga las raíces de la cultura nacional, las fortalece, y, en ningún caso, intentan desvirtuarlas o destruirlas. El  derecho inalienable de la cultura nacional es existir, es ser preservada. Y los puentes se construyen para eso.  
Muy esclarecedores han sido además los estudios realizados desde la emigración, cuyos argumentos han contribuido a apreciar, desde la Isla, la complicada trama que significa la inserción a la cultura receptora. Para ejercer una labor editorial y cultural representativa, es imprescindible conocer estos procesos transculturales y las gradaciones generacionales. Esto ha conllevado, por un lado, y en el caso específico de EE.UU., a discernir las diferencias entre las oleadas migratorias y sus condicionamientos históricos y políticos: los que se fueron a raíz del triunfo de la Revolución, los que emigraron durante el éxodo del Mariel,  los que lo hicieron mediante el episodio de los “balseros”, la corriente migratoria legal, etc.;  y, por el otro, a plantear el debate en torno a la pertenencia o no a la literatura cubana de los escritores cubanoamericanos, que se han integrado a la minoría hispana y  que se expresan fundamentalmente en inglés. A todo lo cual habría que añadir los escritores que viven en otros países, ejercen allí el oficio de escribir, pero se desplazan continuamente al país de origen.
La elaboración de principios conceptuales para una política cultural en torno a la emigración cubana y su relación con el país, y el  hecho palpable del número de publicaciones de autores realizadas por revistas y sellos editoriales cubanos, y las demás acciones culturales emprendidas por otras instituciones del país, en términos de investigaciones, exposiciones de artes plásticas, encuentros, conferencias, puestas en escenas, etc., demuestran, de modo fehaciente, la voluntad de asumir, rescatar, integrar, la producción cultural de la emigración al cuerpo total de la cultura nacional. No podía ser de otra manera, es a la Isla a quien correspondía pensar e instrumentar esta voluntad.
Lo verdadero, lo que continuará cosechando frutos en este camino, no es la superficialidad laudatoria ni los oportunismos de ambas partes; por el contrario, es la continua maduración de esa política cultural de rescate e integración que irradia desde la Isla y a ella regresa enriquecida a partir del desarrollo de las premisas antes apuntadas y que significan, para la nación y para la emigración: inclusión en medio de la dialéctica revolucionaria, vínculo esencial con la identidad cultural, valoración cualitativa de la producción artística y literaria, defensa y fortalecimiento de la cultura nacional, comprensión de los procesos de transculturación y de la dialéctica de la sociedad cubana, y encuentros, y puentes, que permitan un conocimiento cada vez mayor de las problemáticas mutuas.

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