En 1993 comenzaron a
aparecer en La Gaceta
de Cuba, revista
cultural de la Unión de
Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC) los
dosieres elaborados por
Ambrosio Fornet para
abrir el marco de
conocimiento de la
literatura que se estaba
publicando por autores
radicados fuera de las
fronteras de la Isla,
principalmente en EE.UU.
El primero,
septiembre-octubre de
ese año, fue
dedicado a
los ensayistas y
críticos; el segundo,
marzo-abril de 1994, se
consagra a
los
cuentistas; el tercero,
a
los poetas, y salió en
el número julio-agosto
de 1995; el cuarto, con
el título “El (otro)
discurso de la
identidad” se incluyó en
el número
septiembre-octubre de
1996; y el último,
“Erotismo y humor en la
novela cubana de la
diáspora”, salió en
1998, en el número
julio-agosto. En su
conjunto, resultan un
recorrido por lo géneros
literarios y las líneas
de pensamiento
fundamentales, y
mostraron los escritores
más descollantes en esos
momentos. En ellos
pudimos leer por primera
vez textos de Gustavo
Pérez Firmat, Eliana
Rivero, Roberto González
Echevarría,
Emilio Bejel,
Manuel Cachán, Roberto
G. Fernández, Lourdes
Gil,
José Kozer, Juana
Rosa Pita,
Enrique
Sacerio-Gari, Magaly
Alabau, René Vázquez
Díaz, entre otros
tantos.
Son el resultado de la
constancia del estudio
de Fornet sobre el
tema, lo que los ha
convertido —junto con
los posteriores ensayos
que Fornet ha publicado—
en referencias
ineludibles para quienes
pretenden acercarse a la
apasionante complejidad
de la literatura cubana
en la emigración. Esta
zona permanecía en la
sombra para muchos, y
una acción como esta,
además de arrojarle luz,
contribuía a concretar
su inserción en el
cuerpo total de nuestra
literatura.
En el catálogo de la
Editorial Letras Cubanas
se consigna, como la
primera publicación de
un autor emigrado, la
fecha de 1989. En ese
año apareció publicado
el título Poemas
escogidos, de
Agustín Acosta. Desde
entonces, los autores de
la emigración empezaron
a formar parte
consustancial de los
planes de publicaciones
anuales de esta
Editorial. Hasta hoy,
suman alrededor de 50
los títulos que han
estado disponibles en
los estantes de las
librerías del país, y
los autores suman muchos
más si tenemos en cuenta
las antologías que,
según otra práctica
asumida desde finales de
los 80, han agrupado, en
igualdad de valoración
tanto autores de la
Isla, como de la
emigración. Algunas de
estas antologías
marcaron hitos
editoriales como, por
ejemplo, el
Álbum de
poetisas cubanas,
selección y prólogo de
Mirta Yáñez; Aire de
luz. Cuentos cubanos del
siglo XX, elaborada
por Alberto Garrandés;
Las palabras son
islas. Poesía cubana del
siglo XX, a cargo de
Jorge Luis Arcos;
Isla tan dulce y otras
obras. Cuentos cubanos
de la diáspora,
debida a la labor
mancomunada de Carlos
Espinosa y Francisco
López Sacha.
Algunos de los títulos
publicados se
presentaron en Cuba con
la presencia de sus
propios autores, incluso
como parte de la
programación de las
ferias del libro de La
Habana. De pronto, la
literatura servía,
además, para
materializar el
encuentro en vivo con
esa otra parte que
también le pertenecía a
la cultura nacional.
Unión,
Revolución y Cultura,
Casas de las Américas,
revistas culturales, y
otras, como Temas,
de perfil sociológico;
sellos editoriales como
Ediciones Unión, la casa
editorial de la UNEAC, y
la Editorial de Ciencias
Sociales, e
instituciones como la
Universidad de La
Habana, el Instituto de
Literatura y
Lingüística, etc. han
publicado con amplitud
textos de escritores
cubanos radicados en
otros países y
auspiciado
investigaciones y
encuentros sobre
diferentes aspectos de
la relación de la Isla
con la emigración.
Un evento
particularmente
importante en este
proceso de integración
cultural, lo constituyó
el encuentro “Cuba:
cultura e identidad
nacional”, que se
celebró en La Habana el
23 y el 24 de junio de
1995 con el auspicio de
la UNEAC y la
Universidad de La
Habana. Esos días fueron
testigos de un
fructificante debate en
torno a la problemática
de la identidad
nacional, desde las
diferentes pero
complementarias
perspectivas del arte,
la literatura y las
ciencias sociales.
Veintidós profesionales
residentes en Suecia,
Puerto Rico, México y
EE.UU., conjuntamente
con los que residían en
Cuba, desplegaron un
diálogo profesional, de
alto nivel intelectual,
con un libre y
productivo flujo de
ideas que, al menos que
sepamos, no ha tenido
continuidad con este
perfil.
En 1981 recibe el Premio
Casa de las Américas
Lourdes Casal, con el
poemario Palabras
juntan Revolución. Y
es Casa de las Américas
otra de las
instituciones que ha
mantenido una línea de
intercambio con la
emigración tanto en lo
que se refiere a la
integración de los
jurados del premio, como
a la participación en
encuentros y
conferencias.
Esta apresurada
ejemplificación
demuestra la existencia
de una voluntad que ha
ido tomando cuerpo en
forma de una política
cultural cuyas premisas
se han delineado y han
madurado desde la
reflexión que emana de
la propia dinámica
revolucionaria. Visto en
sentido diacrónico, la
asunción de estas
premisas ha requerido
también de un tiempo de
asimilación para lograr
su cabal comprensión por
las instancias
administrativas, la
sociedad y la emigración
misma, teniendo en
cuenta la multiplicidad
de matices hacia el
interior de cada una de
estas entidades y de sus
contextos.
La formulación
fundacional de esta
política, la que sentó
el principio que habría
de orientar las
sucesivas elaboraciones
sobre el rescate de la
producción cultural de
la emigración, fue sin
duda el célebre discurso
de Fidel Castro que se
conoce como “Palabras a
los intelectuales”,
pronunciado en la
Biblioteca Nacional, el
30 de junio de 1961,
como conclusión de las
reuniones con las
figuras más
representativas de la
intelectualidad cubana
del momento. Este
discurso —del que se ha
descontextualizado
reiteradamente la frase
“dentro de la
Revolución, todo; contra
la Revolución, nada”—
es, sin embargo, una
pieza que, en época tan
temprana, revela la
agudeza con que Fidel
enfrentaba la
complejidad de los
fenómenos culturales, en
medio de un proceso de
cambio tan radical, y la
contradictoria relación
entre Revolución y
cultura. Vale la pena,
aun cuando solo sea para
incentivar una lectura
completa y
desprejuiciada de este
discurso, citar el
párrafo en el que se
encuentra sumida la
citada frase:
“La Revolución debe
tratar de ganar para sus
ideas la mayor parte del
pueblo; la Revolución
nunca debe renunciar a
contar con la mayoría
del pueblo; a contar, no
solo con los
revolucionarios, sino
con todos los ciudadanos
honestos que aunque no
sean revolucionarios, es
decir, que aunque no
tengan una actitud
revolucionaria
ante la vida,
están con ella. La
Revolución solo debe
renunciar a aquellos que
sean incorregiblemente
reaccionarios, que sean
incorregiblemente
contrarrevolucionarios,
y la Revolución tiene
que tener una política
para esa parte del
pueblo; la Revolución
tiene que tener una
actitud para esa parte
de los intelectuales y
de los escritores. La
Revolución tiene que
comprender esa realidad
y, por lo tanto, debe
actuar de manera que
todo ese sector de
artistas y de
intelectuales que no
sean genuinamente
revolucionarios,
encuentre dentro de la
Revolución un campo
donde trabajar y crear y
que su espíritu creador,
aun cuando no sean
escritores o artistas
revolucionarios, tenga
oportunidad y libertad
para expresarse, dentro
de la Revolución. Esto
significa que dentro de
la Revolución, todo;
contra la Revolución,
nada. Contra la
Revolución nada, porque
la Revolución tiene
también sus derechos y
el primer derecho de la
Revolución es el derecho
a existir y frente al
derecho de la Revolución
de ser y de existir,
nadie. Por cuanto la
Revolución comprende los
intereses del pueblo,
por cuanto la Revolución
significa los intereses
de la Nación entera,
nadie puede alegar con
razón un derecho contra
ella.”
La estrategia cultural
de la Revolución
asentada, en primerísimo
lugar, en un acto de
autodefensa de la propia
Revolución, que ha
triunfado gracias a la
batalla y al sacrificio
del pueblo, y se
constituye, por tanto,
en fuente de
legitimación de esa
voluntad, a partir de lo
cual debe garantizar una
cultura democrática, una
total libertad de
creación y la inclusión
de todos los
intelectuales, aun
cuando no sean
revolucionarios. Es la
expresión de una
disposición inclusiva en
medio del conflicto, del
peligro permanente que
conlleva la radicalidad
de un cambio a pocas
millas de su principal
enemigo, a cuyas costas,
además, irán a recalar,
en un primer momento,
aquellos que destruyeron
el país y condujeron al
pueblo cubano a la
rebelión.
Aquella subsiguiente
batalla de ideas que
marcó los años 60 y 70
produjo reacciones
límites en ambos
extremos de la cuerda
política. Del lado de
acá, ostracismos,
silenciamientos,
anulaciones,
exclusiones, y, del lado
de allá, la enceguecida
militancia que ha
tratado de demonizar
todo lo relacionado con
la Revolución y su
cultura, y que, con la
instauración de un grupo
de poder ultraconservador
enquistado en el aparato
estatal norteamericano,
ha hecho más difícil el
camino de la
integración. Resultan
muy instructivos para
las generaciones
posteriores de cubanos,
conocer al menos una
parte de los debates de
aquellos años,
sagazmente reunidos por
la doctora Graziella
Pogolotti (Polémicas
culturales de los 60,
Editorial Letras
Cubanas, 2006) y las
conferencias y debates
generados a partir de la
llamada “guerrita de los
e-mail” (http://www.criterios.es/cicloquinqueniogris.htm;
Letras Cubanas también
publicó un libro con
algunas de las
conferencias, bajo el
título
La política cultural
del período
revolucionario: Memoria
y reflexión).
En lo que a nosotros
respecta, estos debates
revelan formas de
pensamiento,
contradictorias y
contrapuestas, todavía
soterradas, y que a
ratos emergen para
revelar la necesidad de
continuar pensando en el
contenido y alcance de
esa visión cultural
ecuménica.
|
En una entrevista con
Ambrosio Fornet,
aparecida en el número
de octubre de 1992 en
La Gaceta de Cuba,
este expresa otra
importante premisa que
alimentaba la manera de
acercarnos a la literatura
de la emigración,
retomando el símil del
Aleph borgeano:
“El Aleph de la nación
está aquí; es aquí —en
el espacio de la Isla—
donde confluyen el deseo
de todos los vivos y la
memoria de todos los
muertos.”
De ahí, la consecuente
consideración de que la
cultura cubana es una
sola, que no está
circunscrita a los
límites geográficos,
sino que es
cualitativamente
extensible a la
producción cultural
cuyos creadores, más
allá de las fronteras de
la Isla, revelan en ella
un vínculo esencial con
la identidad nacional.
En la primera
conferencia “La nación y
la emigración”,
celebrada en La Habana,
entre los días 22 al 24
de abril de 1994, Abel
Prieto, en aquel
entonces ministro de
Cultura, pronunció la
conferencia “Cultura,
Cubanidad, Cubanía”. En
ella se lee,
refiriéndose a los
títulos publicados en
Cuba de autores
emigrados:
“[…] con estas
publicaciones, se
iniciaba un programa
acertado de rescate,
para el patrimonio vivo
de la nación, de obras
básicas de la cultura
cubana, que implicaba
independizar la posición
política del individuo
de los valores de su
obra y de sus aportes
culturales.”
Y más adelante:
“[…] los defensores de
la cultura cubana en la
Isla y en la emigración,
tenemos que volver a
aquella idea lezamiana
de una cultura de la
resistencia, frente al
hegemonismo que erosiona
y desnaturaliza todo lo
auténtico y original y
frente a sus
colaboradores platistas.
Para esta misión de
preservación y siembra
de una cultura cubana
resistente, tan ajena al
criollo exótico como al
aldeano vanidoso,
resulta imprescindible
conocernos mejor y
diseñar estables puentes
culturales.”
Atender a la calidad
literaria de las
producciones, a sus
valores artísticos, a
sus aportes culturales,
independientemente de la
posición política del
autor, aun cuando
sabemos que esta, de
alguna manera, los
contamina. Pero sabemos
por otra parte que la
calidad literaria es
ajena a lo panfletario y
a una relación mecánica
o sumisa con la
política. Estas
consideraciones
continuaron nutriendo la
política cultural hacia
la emigración.
Atendiendo a ellas bien
se hubieran podido
publicar en Cuba algunos
autores cuyo
irreconciliable
conflicto con la
Revolución no lo
permitió (cfr. la
nota al pie de la página
15 de Aire de luz.
Cuentos cubanos del
siglo XX, 2da. Ed.,
Editorial Letras
Cubanas, 2004).
Esta incorporación de la
producción cultural de
la emigración al acervo
de la nación, tiene que
ver también con el
carácter de la relación
o del vínculo con la
nación. Retornamos
entonces a la idea de la
autodefensa expresada
por Fidel en “Palabras a
los intelectuales”. La
auténtica producción
literaria, de valores y
aportaciones artísticas,
irriga las raíces de la
cultura nacional, las
fortalece, y, en ningún
caso, intentan
desvirtuarlas o
destruirlas. El derecho
inalienable de la
cultura nacional es
existir, es ser
preservada. Y los
puentes se construyen
para eso.
Muy esclarecedores han
sido además los estudios
realizados desde la
emigración, cuyos
argumentos han
contribuido a apreciar,
desde la Isla, la
complicada trama que
significa la inserción a
la cultura receptora.
Para ejercer una labor
editorial y cultural
representativa, es
imprescindible conocer
estos procesos
transculturales y las
gradaciones
generacionales. Esto ha
conllevado, por un lado,
y en el caso específico
de EE.UU., a discernir
las diferencias entre
las oleadas migratorias
y sus condicionamientos
históricos y políticos:
los que se fueron a raíz
del triunfo de la
Revolución, los que
emigraron durante el
éxodo del Mariel, los
que lo hicieron mediante
el episodio de los
“balseros”, la corriente
migratoria legal, etc.;
y, por el otro, a
plantear el debate en
torno a la pertenencia o
no a la literatura
cubana de los escritores
cubanoamericanos, que se
han integrado a la
minoría hispana y que
se expresan
fundamentalmente en
inglés. A todo lo cual
habría que añadir los
escritores que viven en
otros países, ejercen
allí el oficio de
escribir, pero se
desplazan continuamente
al país de origen.
La elaboración de
principios conceptuales
para una política
cultural en torno a la
emigración cubana y su
relación con el país, y
el hecho palpable del
número de publicaciones
de autores realizadas
por revistas y sellos
editoriales cubanos, y
las demás acciones
culturales emprendidas
por otras instituciones
del país, en términos de
investigaciones,
exposiciones de artes
plásticas, encuentros,
conferencias, puestas en
escenas, etc.,
demuestran, de modo
fehaciente, la voluntad
de asumir, rescatar,
integrar, la producción
cultural de la
emigración al cuerpo
total de la cultura
nacional. No podía ser
de otra manera, es a la
Isla a quien
correspondía pensar e
instrumentar esta
voluntad.
Lo verdadero, lo que
continuará cosechando
frutos en este camino,
no es la superficialidad
laudatoria ni los
oportunismos de ambas
partes; por el
contrario, es la
continua maduración de
esa política cultural de
rescate e integración
que irradia desde la
Isla y a ella regresa
enriquecida a partir del
desarrollo de las
premisas antes apuntadas
y que significan, para
la nación y para la
emigración: inclusión en
medio de la dialéctica
revolucionaria, vínculo
esencial con la
identidad cultural,
valoración cualitativa
de la producción
artística y literaria,
defensa y
fortalecimiento de la
cultura nacional,
comprensión de los
procesos de
transculturación y de la
dialéctica de la
sociedad cubana, y
encuentros, y puentes,
que permitan un
conocimiento cada vez
mayor de las
problemáticas mutuas.
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