Fernando Ravsberg
El domingo me invitaron a formar parte de un panel del Circulo de la Confianza en la Fábrica de Arte de Cuba. El tema se centraba en el progreso, que significa el concepto, si Cuba progresa con las reformas y que se debería hacer para tener un futuro de progreso.
A pesar de lo denso del asunto, la sala estaba repleta de cubanos de todas las edades y se mantuvo así hasta el final. Muchos expresaron criterios muy sólidos pero el más aplaudido fue el concepto de que no puede haber progreso sin participación ciudadana.
Volví a escuchar el deseo de que Cuba se convierta en “un país normal” y me sorprendió que a continuación expresaran que eso implicaba dar acceso a todos a internet, tener un salario que les permita a todos vivir dignamente y viajar a otras partes del mundo.
Me parece muy bien que los cubanos aspiren a un progreso que los incluya a todos y no solo a una minoría pero si lo lograsen no serían “un país normal” sino una excepción dentro de una región que ostenta el triste privilegio de tener la mayor desigualdad del mundo.
Excepto en Cuba, el trabajo infantil es “normal” en casi toda Latinoamérica
En nuestro continente conviven algunas de las mayores fortunas del orbe con niveles de miseria y marginación terribles. Un termómetro es Brasil, la gran potencia regional, donde Lula y Dilma acaban de sacar de la extrema pobreza a 40 millones de personas y aún les queda mucho por hacer.