Como se sabe, las
nociones de izquierda y derecha, que han pasado a ser signos capitales
en la política contemporánea, provienen de los lugares en que, en la
Convención Francesa, se sentaban jacobinos y girondinos.
Desde entonces, la noción
de izquierda ha variado sensiblemente y no especialmente de lugar. En
los últimos tiempos la variación ha sido interna, porque se ha
deteriorado.
La izquierda europea, desde
los tiempos de Lenin y Kautsky, se escindió entre los que serían, en la
Rusia abocada a la Revolución, bolcheviques y mencheviques. Los
mencheviques cabrían definirse como lo que fue un poco después la social democracia.
En el momento de su separación, cuando los moderados socialistas
integran la II Internacional y los radicales comunistas la III, ambas
tendencias aspiraban igualmente a la instauración del socialismo que
desplazaría al capitalismo: la discrepancia parecía ser, exclusivamente,
el método que cada partido proponía para conseguirlo.
Socialdemócratas y
comunistas se convirtieron a veces, y a pesar de que proclamaban tener
el mismo objetivo final, en fuerzas irreconciliables, con gravísimas
consecuencias para el destino de la humanidad y el de ambas tendencias:
cuando los nazis ganan las elecciones alemanas que los lleva al poder en
1933. Comunistas y socialdemócratas alemanes unidos, constituían
mayoría, pero fueron incapaces de aliarse contra Hitler, que tomó el
poder y los asesinó a todos. Allí donde fueron capaces de apoyarse,
consiguieron avances extraordinarios, como en la Suecia de los años
cincuenta y sesenta. Estoy pensando en un socialdemócrata de la
jerarquía y la honestidad de Olof Palme.
En el resto de Europa, la social democracia se convirtió en una fuerza muy marcada en ocasiones por el oportunismo.
Es paradigmático el caso
del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que fuera en sus orígenes
el primer partido marxista de España y luego, sostenedor junto a los
comunistas, del Frente Popular que gobernó en la II república española,
derrocada por el fascismo en 1939, después de una cruenta guerra civil.
El PSOE se organizó en la clandestinidad en los últimos tiempos del gobierno de Franco.
Bajo la dirección de Felipe
González, su líder sevillano, el PSOE heredó todo el prestigio
izquierdista de su nombre en la España republicana, y emergió como una
fuerza impresionante cuando Adolfo Suárez legalizó –contra la
intransigente perspectiva de los franquistas y de la “nueva” derecha– a
la izquierda española, integrada por comunistas y socialdemócratas.
En las segundas elecciones
democráticas efectuadas tras la muerte de Franco, el PSOE desarrolló una
aplastante campaña electoral.
Felipe González prometió que, de ser presidente, España no entraría en la OTAN.
Habría que recordar que,
bajo el gobierno de Franco, España fue aliada de los regímenes de Hitler
y Mussolini y que, hacia los años cincuenta, los Estados Unidos se
acercan a Franco con el propósito de conseguir la aprobación de las
bases militares que finalmente establecerán en Rota y Torrejón de Ardoz.
El propósito era sumar a España al grupo de los aliados occidentales
que constituirían la OTAN, organización militar esencial en tiempos de
la “guerra fría”.
El PSOE tuvo una aplastante
victoria en esas elecciones españolas. Recuerdo que Henry Kissinger,
para entonces “eminencia gris” de la derecha norteamericana, hizo un
comentario terminante: “Ya tenemos nuestra Polonia”, esto es, que Felipe
González representaría para Estados Unidos, el factor disidente que era
Lech Walesa para la URSS. Pero lo primero que hizo Felipe González al
ser electo, fue pedirle a los españoles –y casi lloró en la televisión
al hacerlo– que votaran por el ingreso de su país como miembro pleno de
la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Estaba pidiéndoles
exactamente lo contrario al programa por el que lo habían elegido.
El cantautor español Javier
Krahe, compuso una canción que se llamó “Cuervo Ingenuo” y que
comentaba risueñamente la traición de Felipe González a su electorado.
En el texto hablaba un piel roja, un indio, que chapurreaba un español
en infinitivos, tal y como las malas películas hollywoodenses ponían a
hablar a los salvajes. Pero este indio decía cosas que se las traían,
porque estaba dialogando con el propio presidente español:
Tú decir que si te votan,
tú sacarnos de la OTAN.
Tú convencer mucha gente,
Tu ganar gran elección,
Ahora tú mandar nación,
Ahora tú ser presidente.
Hoy decir que esa alianza
Ser de toda confianza
Incluso muy conveniente
Lo que antes ser muy mal
Hoy resultar excelente.
……………………………….
Tú mucho partido, pero
¿es socialista, es obrero
o es español solamente?
Pues tampoco cien por cien,
si americano también:
gringo ser muy absorbente.
Y enseguida venía el estribillo :
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente.
Cuervo Ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú,
por Manitú, por Manitú…
Cuentan que la canción, que se hizo popular en la España de los ochenta, sacó de sus casillas al presidente español.
Desde entonces, el PSOE,
como ya advertía hace casi treinta años Javier Krahe, es casi español
solamente. En uno de sus congresos de esos años, el PSOE renunció al
marxismo como su ideología.
La Europa de esos años
había desarrollado un orden social que se autodenominaba “sociedad de
bienestar” y en buena medida lo era.
El fenómeno comenzó a surgir en la Europa de la posguerra, exactamente cuando comienza la “guerra fría”.
Enfrentado a la Unión
Soviética y a la alternativa socialista, el capitalismo europeo quiso
ser convincente para sus ciudadanos. Apareció una poderosa seguridad
social, que incluía generosos y largos subsidios para los que perdían su
empleo, aunque había mucha oferta de trabajo. La cobertura médica era
amplísima para cualquier ciudadano.
Jubilados y simples
trabajadores europeos podían costearse vacaciones del otro lado del
mundo con sus abundantes ahorros. Los jubilados alemanes casi habían
comprado la isla de Mallorca, a la que iban a pasar los últimos años de
vida en el agradable clima del Mediterráneo.
Cuando en 1991 desapareció
la Unión Soviética, como colofón a la caída del socialismo europeo, otro
cantautor español lo celebró alborozado. Cantó la caída del muso de
Berlín. Ahora, los viejos izquierdistas tenían en su buró un trocito del
derrumbado muro alemán y Joaquín Sabina cantaba que había llegado el
fin de la guerra fría y, con él, el fin de la ideología. Las
alternativas eran promisorias y hasta rimaban: Sabina las exaltaba en
su canción: vivan la gastronomía, la peluquería, la bisutería. Los
partidos comunistas europeos empezaron a decaer y a desaparecer. Los que
quedaron inclinaron más a la derecha sus proyectos hasta casi suplantar
a la socialdemocracia que, sin alternativa a la izquierda, se proponía
ocupar el lugar de la misma derecha.
El PSOE ha parado por ser
otro partido velador por el mantenimiento del orden burgués, con algunos
matices progresistas con respecto al reaccionario PP, pero ya muy
lejos de constituir una alternativa de izquierda.
El actual gobierno de José
Luis Rodríguez Zapatero, como lo hizo antes Felipe González, ha
defraudado a sus parciales, pero la crisis española (desempleo, recortes
sociales en todos los órdenes) no va a ser resuelta cuando se instale
en el poder el gobierno de Mariano Rajoy, porque el PP es el titular del
programa neoliberal que el PSOE ha asumido sin proclamarlo. El humor
español ha denominado a la opción Rubalcava-Rajoy, propia de estas
elecciones, con el fusionado término de Rubaljoy, porque no hay visible
diferencia entre ambos candidatos. Una gran masa de votantes españoles
se ha negado a sufragar.
Algo muy semejante va a
ocurrir el año próximo en los Estados Unidos, cuando los norteamericanos
tengan que decidir por quién votar: si reelegir a Barack Obama u optar
por uno de los republicanos que ahora se disputan el ser elegido
candidato a la presidencia de la unión.
Obama
desconoció el programa por el que había sido electo. No detuvo ninguna
de las guerras que proclamó que terminaría, sino que añadió la masacre
del pueblo libio, que concluyó con el asesinato de Ghadafi, y amenaza
con aplicarle la misma receta a Siria e Irán.
El temor del general
Eisenhower se ha cumplido. Dominado por el complejo militar industrial,
el capitalismo estadounidense se va convirtiendo a pasos agigantados en
el enemigo de su democracia. Las guerras no se libran en virtud de un
interés patriótico ni porque la seguridad de la nación esté amenazada.
La guerra es la mejor industria que tienen hoy los Estados Unidos, y la
liquidación del servicio militar ha impedido que mueran los hijos de las
familias de clase media y la sociedad reaccione contra ello y los
jóvenes tengan que exiliarse para no ser reclutados. Ahora, a la guerra
van los pobres, los negros, que aspiran como “contratistas” a ganar un
dinero que los alce en la sociedad a la que pertenecen; los latinos, los
inmigrantes indocumentados que esperan sobrevivir y, sobre todo,
convertirse en ciudadanos.
Pero a pesar de que los
Estados Unidos han minimizado las bajas entre sus militares, el
capitalismo neoliberal que tiene que dominar para que los costos de las
guerra estén altamente priorizados y los gastos sociales
convenientemente reducidos, ha comenzado a hartar a una porción de la
sociedad –en especial los jóvenes–, que ven disiparse los fondos
públicos para una educación que se privatiza y se encarece, como para
que sólo se eduquen los muchachos de las familias ricas, y la
información y la cultura no se salgan de la clase que ejerce el poder y
porque el aumento del desempleo perjudica más que a nadie a los jóvenes
que no pueden conseguir su primer trabajo.
Los millones de ciudadanos
que trabajan y sostienen la nación han descubierto que hay 400
norteamericanos que tienen más dinero que todos ellos juntos y, encima,
quieren más.
Estados Unidos es una
democracia donde al presidente lo elige la mitad de los ciudadanos, que
son los que van a votar. El 50 % de abstención que es propio de sus
elecciones –¿a cuanto llegará en las de 2012?– importaría si cierto
grado de abstención invalidara la elección, pero no es así.
Los Indignados han decidido
ir al centro del poder real en los Estados Unidos. “Ocupar Wall Street”
es, por ahora, un símbolo. Los Indignados han descubierto que los
senadores y los representantes y el presidente que ellos eligen, no
responden a sus demandas, sino a las del gran capital, que rige los
destinos de la nación por encima de la voluntad de sus ciudadanos. Por
ello, allí, en España y en todas partes, piden una democracia real.
Lo que está ocurriendo se
parece muchísimo a lo que pasó en la Argentina de Carlos Saúl Menem y
sus continuadores neoliberales. Los argentinos “se indignaron” entonces y
salieron a la calle con el grito de “¡Que se vayan todos!”.
Pero no se podían, no se
tenían que ir todos. Los que se fueron eran los neoliberales que habían
gobernado hasta entonces. Desde la Patagonia llegó Néstor Kirchner, un
exmontonero en el que nadie había reparado y que sacó a la nación
sudamericana de la crisis en que la había sumido el neoliberalismo de
Menem, que había privatizado a precio de saldo lo mejor de los recursos
naturales del país, para beneficio propio y de sus amigos.
El exmontonero Kirchner y
el viejo líder sindical Luis Inacio Lula da Silva, devenido presidente
de Brasil, le dieron el portazo a George W. Bush en Mar del Plata, en
una Cumbre de las Américas en la que el norteamericano había ido a
imponer la que bautizó como Alianza de Libre Comercio para las Américas,
mediante la cual América Latina permitiría la libre entrada de los
productos de la industria estadounidense mientras que Estados Unidos
usaría, como ahora, medidas proteccionistas para defender sus productos
agrícolas de la competencia ruinosa que le harían los latinoamericanos.
América
Latina inició la conformación del “tercer partido”, vulnerando la
fórmula bipartidista que los Estados Unidos exportaron al resto del
mundo.
En Venezuela, los
“demócratas” de Acción Democrática, tenían como adversarios a los
“republicanos” de COPEI. Por cuatro décadas se alternaron en el poder y
así, a partir de las reservas petroleras venezolanas, se hicieron
multimillonarios casi una decena de presidentes. El “tercer partido” lo
constituyó desde la nada, el comandante Hugo Chávez: adecos y copeyanos
se aliaron para enfrentar juntos la avalancha popular que se les vino
encima en las elecciones de 1999. Las perdieron estrepitosamente. De la
nada política emergió el indio y líder sindical cocalero Evo Morales
para obligar, mediante las urnas, a doblegarse a la cavernaria
oligarquía boliviana, que ha tenido que aceptar la refundación de una
nación en la que son absoluta mayoría los indígenas. Muy semejante es la
historia del joven economista Rafael Correa, en el Ecuador.
Cuando apareció lo que se
llamó el movimiento modernista en Hispanoamérica y Rubén Darío se
convirtió en el principal poeta de la lengua, maestro incluso de
escritores de la España que había sido la metrópoli colonial de nuestros
países, el ensayista dominicano Max Henríquez Ureña acuñó una frase:
“Retornan los galeones”. .
Pareciera que está
ocurriendo, en el orden político, otro retorno de los galeones. Europa
le enseñó el socialismo a América, pero el socialismo europeo –signado
por el estalinismo tras la muy temprana muerte de Lenin– fracasó. La
derecha quiere presentar ese fracaso como el del socialismo en su
totalidad, y es sólo el fracaso de una “lectura” del socialismo.
La derecha se ha quedado
como único poder. Los Estados Unidos son hoy la única superpotencia, y
los multimillonarios que la gobiernan, están mostrando cada vez más
descarnadamente la insalvable oposición que se va creando entre el
capitalismo y la democracia.
En los Estados Unidos
parece haber llegado la hora del tercer partido, porque esos ciudadanos
que integran la clara mayoría, cuyos anhelos desconocen los mismos
políticos que ellos han elevado a las posiciones que ostentan, van
entendiendo que nada se parece más a un republicano que un demócrata y
que todos los presidentes, senadores, representantes y gobernadores,
responden a los intereses millonarios que costean sus campañas
electorales.
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