Pero existe una realidad silenciosa que urge afrontar. En contextos empobrecidos —como el nuestro, arraigado en décadas de bloqueo, pandemia y crisis— algunas de estas entidades actúan más pensando en la reacción del donante extranjero, que en las profundas convicciones que deberían guiar su misión. No siempre por malicia, sino a veces porque han permitido que se les colonice el pensamiento sin darse cuenta.
Ignorar el origen de la pobreza
La pobreza en Cuba no es un accidente técnico ni se reduce a la buena o mala voluntad gubernamental. Es resultado directo de la política hostil de EE. UU. —el bloqueo ha costado más de 5 000 millones USD solamente desde 2023, afectando medicinas, insumos médicos y alimentos esenciales. Quien no reconoce ese dato no comprende la raíz real del drama cubano; lo convierte en caridad superficial.
Admirar el American Way of Life sin cuestionarlo
Y ese fenómeno suele venir acompañado de otra actitud: idealizar lo que viene del norte como modelo moral y funcional, olvidando que en realidad miramos al país que nos asfixia. Recibir fondos estadounidenses de USAID o fundaciones vinculadas sin evaluar el contexto político equivale a celebrar gestos de un agresor sin levantar una ceja ante su hostilidad .
Colonización del pensamiento, sin disparar balas
Hay un momento, como observó Frantz Fanon sobre el “intelectual colonizado”, en que no se necesita soldado ni torre de vigilancia: basta con que adoptes la mentalidad del colonizador para que la colonización sobreviva . Se vuelve tan sutil que no lo percibes: repites narrativas ajenas, defines lo bueno y malo a partir de discursos importados, sin arraigo ni lógica propia. Y eso es peor que la intervención visible: es la colonización de mentes.
Actuar para complacer, no para servir
Muchas veces decimos lo que otros quieren escuchar para ganarnos reconocimiento o fondos. Y en esa dinámica, los proyectos se diseñan más pensando en parecer bien ante ojos externos que en responder a las necesidades reales del pueblo todo. De ese modo, las ONG o iglesias se convierten en ventanillas de recursos, pero pierden su identidad como agentes de cambio genuino.
Al alinear discursos externos, perdemos nuestras raíces
Si ajustamos nuestras voces a lo que aplaude el donante, dejamos de ser auténticos. El que opera así, aunque tenga buenos resultados en informes, ya no habla desde su comunidad, ya no es raíz, se convierte en intermediario. Se pierde el vínculo con lo local, y con él, la legitimidad moral.
Finalmente, cuando actuamos pensando más en la reacción del otro —sea nacional o foráneo— que en lo que creemos de verdad, podemos caer en la más sutil forma de guataquería: con aplausos pagados y la mente colonizada. Y eso no solo degrada proyectos: degrada al pueblo, a los feligreses y beneficiarios su capacidad de pensar por sí mismo, de resistir con dignidad.
La verdadera ayuda dignifica, no obedece. No es algo que viene de fuera sino algo que crece desde dentro, sin traicionarse, sin renunciar a su voz ni a su historia. Quien obra desde esa convicción, aunque reciba un centavo del extranjero, actúa con fuerza nacional, no con sumisión ajena.
¿Vivimos aún desde convicciones autóctonas o terminamos construyendo solamente aquello que el otro espera ver en nosotros?