“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21)
Jesús no andaba con rodeos. Su palabra llegaba al centro de las cosas, allí donde se deciden los destinos, donde se enraízan las intenciones y se cultivan los sueños: el corazón. Y nos dio una advertencia clara, que resuena hoy con especial fuerza en la historia cubana: lo que tú consideras tu “tesoro” –tu interés verdadero, tu deseo último, tu motivación profunda–, eso es lo que dará dirección a tu vida… y también a tu fe.Desde esa advertencia nace esta pregunta que nos urge: ¿Dónde está el tesoro de parte de la Iglesia en Cuba?
Vivimos una hora difícil. La crisis económica golpea con fuerza a los sectores más vulnerables: madres solteras, ancianos, niños, trabajadores humildes… El desabastecimiento, la migración forzada, la inflación y el deterioro de servicios básicos parecen hablar de un colapso sin freno. En ese contexto, es legítimo y necesario que desde las iglesias se levante la voz profética, esa que denuncie las raíces del sufrimiento, que consuele, que enrumbe los caminos.
Pero ocurre algo inquietante: algunas voces eclesiales no se levantan desde el corazón del pueblo, sino desde agendas foráneas, forjadas en despachos lejanos, financiadas por manos interesadas en que Cuba se derrumbe desde dentro.
Una parte de la Iglesia, seducida por una supuesta defensa de los derechos humanos, se ha puesto al servicio de narrativas geopolíticas que no buscan salvar a Cuba, sino desmembrarla. Y lo hacen repitiendo un evangelio descontextualizado, cómodo, que proclama cielos lejanos y no se compromete con el Reino de Dios aquí y ahora.
Pero el mensaje principal de Jesús no fue "irse al cielo", sino construir el Reino de Dios. Un Reino que comienza dentro del ser humano, que se expande en comunidad, y que transforma las estructuras de injusticia, de exclusión, de dominio. Jesús no murió por un dogma, murió por enfrentar un sistema imperial que explotaba al pueblo y corrompía la religión. ¿Cómo podemos, entonces, traicionar ese legado prestándonos a ser instrumentos del mismo imperio que hoy, con otros métodos, desea doblegar a Cuba?
Cuando el Nuevo Testamento habla de "los cielos", no nos invita a huir de este mundo, sino a mirar desde otro horizonte: el de la justicia, la dignidad, el amor entre iguales, la esperanza concreta. El Reino de Dios es una promesa, pero también una tarea. Y esa tarea nos compromete con un mundo en que los pobres sean los primeros, no las víctimas de guerras económicas.
Por eso, cuando sectores de la iglesia –y a veces también quienes se presentan como una izquierda renovada– proclaman discursos de ruptura, de preocupaciones falsas y de desesperanza, amparándose en el dolor del pueblo, pero sin tocar con sus manos ese dolor, debemos preguntarnos: ¿quién los financia? ¿a quién responden? ¿dónde está su tesoro?
Sospechamos que su mirada no está en el Reino, sino en los beneficios materiales, becas, visas, plataformas, prestigio o promesas de poder. Como dice Jesús, mirad a los frutos, porque no se recoge uva de los espinos (Mateo 7:16). Y los frutos de esas posturas no son unidad ni esperanza, sino fragmentación, resentimiento y caos.
Cuba y su revolución no ha sido, ni es perfecta. Pero la soberanía y la independencia que con tanto esfuerzo se han defendido durante más de seis décadas, son parte del tesoro que los verdaderos creyentes deben cuidar. Porque sin libertad real, no hay Reino posible, solo vasallaje decorado con cruces de cartón, abundancia material y también una gran pobreza espiritual.
Hoy más que nunca, necesitamos iglesias que vivan y anuncien el Reino de Dios como una alternativa de vida digna, solidaria, soberana y libre. Iglesias que no se dejen seducir por las “aves rapaces” disfrazadas de palomas, que acechan buscando su momento para atacar.
Como decía el apóstol Pablo a los gálatas:
“¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10)
Como decía aquél himno: busquemos el Reino de Dios y su justicia!, no como escape, sino construcción constante de un mundo mejor, porque el Reino ya está aquí.
"El Reino de Dios está entre ustedes" (Lucas 17:21)
Estas palabras de Jesús son una bofetada al pensamiento religioso que espera el cambio desde fuera, como si la salvación viniera con espectáculo, con ruido, con promesas foráneas. A los fariseos, obsesionados con señales visibles y poder político, Jesús les recuerda que el Reino no viene con advertencia ni propaganda: está ya aquí, latiendo entre ustedes, en lo cotidiano, en lo que nadie ve, pero transforma.
Hoy, desde Cuba, este mensaje es urgente. Muchos miran al norte, a los tronos de este mundo, esperando que desde allí llegue una salvación travestida de libertad, cargada de intereses y condiciones. Pero el Reino no vendrá en aviones ni en remesas, ni en plataformas digitales disfrazadas de justicia: el Reino nacerá en la resistencia de un pueblo que cuida a su vecino, que comparte el pan, que defiende su dignidad, que busca la verdad aunque le cueste.
El Reino de Dios está entre nosotros cada vez que alguien renuncia a la codicia, cada vez que una comunidad se organiza para cultivar su tierra y su esperanza, cada vez que una iglesia se pone del lado de los humildes en vez de vender su voz a los poderes de este mundo.
Por eso, como dijo Jesús, no digamos “míralo aquí” o “míralo allá”. Miremos adentro, miremos alrededor. El Reino ya está, aunque no en plenitud, aunque siga escondido como una semilla en la tierra. La pregunta que queda es: ¿lo estamos construyendo… o lo estamos traicionando?
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