1. Un largo camino: la insolidaridad a través de la historia
La insolidaridad no es una anomalía reciente. Es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Aun cuando existen ejemplos brillantes de cooperación y altruismo en todas las culturas, también hay abundante evidencia de cómo, ante el temor, la escasez o el poder, los seres humanos se han replegado sobre sí mismos, excluyendo, marginando o incluso destruyendo al otro.
Ya en la Biblia, el relato de Caín y Abel ilustra la negación del otro, del hermano, en nombre de una frustración personal. “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”, pregunta Caín. Y esa pregunta atraviesa los siglos. En el pensamiento griego, Aristóteles concebía al ser humano como un zoon politikon, un ser que solo puede realizarse plenamente en comunidad. Sin embargo, también reconocía que muchos optaban por la vida solitaria o la dominación de los otros, alejándose del ideal de la polis solidaria.
La Edad Media cristiana, con su ideal del amor al prójimo, no escapó a prácticas insolidarias. Las cruzadas, la inquisición o el trato a los pobres muestran cómo la doctrina muchas veces fue traicionada por la conducta. No obstante, siempre hubo también resistencia: desde San Francisco de Asís hasta los primeros reformadores, que denunciaban el egoísmo de los poderosos.
En la modernidad, la Ilustración trajo consigo ideas sobre la libertad y la igualdad, pero muchas veces estas ideas quedaron atrapadas en marcos individuales y meritocráticos. Rousseau advertía del deterioro de los lazos comunitarios en las sociedades urbanas, y Marx denunciaría que el capitalismo promueve un tipo de individuo desconectado del sufrimiento ajeno.
2. Psicología de la insolidaridad: lo individual y lo grupal
Desde la psicología social, se ha estudiado cómo las personas tienden a ser más empáticas con quienes perciben como “parte de su grupo”. El fenómeno del “nosotros contra ellos” es un sesgo cognitivo que, en situaciones de crisis o competencia por recursos, se intensifica.
También está el llamado “efecto espectador”: cuanto mayor es el número de personas presentes ante una situación de injusticia o necesidad, menor es la probabilidad de que alguien actúe. La responsabilidad se diluye, se espera que “otros hagan algo”.
En crisis prolongadas, como las guerras o las catástrofes económicas, se agravan estos mecanismos. Se cierra el círculo de preocupación y se prioriza la supervivencia individual o familiar por encima del bien común. Pero la historia también nos muestra lo contrario: en muchas guerras, epidemias y hambrunas, surgieron redes espontáneas de solidaridad y entrega total.
3. El caso cubano: entre la solidaridad histórica y la fractura actual
Cuba ha sido, durante décadas, un ejemplo internacional de solidaridad. Desde el envío de médicos a países en crisis hasta la acogida de estudiantes de todo el mundo. Internamente, también se han cultivado fuertes valores de ayuda mutua, hospitalidad y respeto por los más vulnerables.
Sin embargo, la crisis actual —profundizada por el bloqueo externo, las ineficiencias internas y una comunicación pública que no siempre logra motivar desde el ejemplo— está resquebrajando esas bases solidarias. Se observa, en algunos sectores, una pérdida de empatía: quien tiene corriente eléctrica, no piensa en el que no la tiene; quien vive en una ciudad sin apagones, en vez de ahorrar, deja luces encendidas, ventiladores o climatizadores todo el día.
Algunos responsabilizan al Estado, a las instituciones, y en parte puede haber razón. Pero no todo es atribuible a las estructuras. Hay también una crisis de cultura cívica, una fatiga social, un individualismo creciente. Y, lo más preocupante, una falta de estímulo ético desde el discurso público que recuerde que sin solidaridad, no hay nación posible.
Acostumbrados a que el Estado sea quien resuelva todos los problemas, incluso por un discurso político que ha promovido esta visión, se ha desestimulado o simplemente puesto en un último lugar la parte de la responsabilidad personal y familiar en muchos de los problemas que afrontamos hoy. El sector residencial, dado la avalancha de efectos electrodomésticos que se ha propiciado en los últimos años, ha representado una sobrecarga para el sistema electroenergético nacional, y solo con la participación consciente de la población sería posible aliviar la crisis que se vive hoy.
4. Lo que está en juego: propuestas para una cultura solidaria renovada
En el capitalismo, el control del consumo se logra con precios altos. El que más consume, más paga. Pero en un modelo como el cubano, que ha buscado proteger al pueblo, solo una conciencia colectiva y una cultura solidaria pueden evitar que las desigualdades se profundicen.
Aquí algunas propuestas:
• Campañas educativas claras: con ejemplos concretos, como cuánta energía se ahorra si cada hogar apaga un solo bombillo de 20 watts durante una hora diaria. Si un millón de hogares lo hicieran, se ahorrarían 20 megawatts-hora cada día. Eso puede significar menos sobrecarga en el sistema y menos apagones en zonas vulnerables.
• Estimular con el ejemplo: que las instituciones, los medios, los líderes comunitarios, comiencen por mostrar comportamientos empáticos. No se puede pedir sacrificio sin ofrecer primero voluntad.
• Reconocer y divulgar buenas prácticas: premiar y visibilizar barrios, edificios, comunidades que logren reducir su consumo en nombre de los que no pueden.
• Fomentar redes vecinales: el sentido de comunidad no se impone, se construye. A través de círculos de apoyo, brigadas energéticas, campañas de cuidado común.
• Una ética pública del cuidado: donde pensar en el otro no sea visto como ingenuidad, sino como un acto de dignidad.
5. La insolidaridad como espejo
Así como muchos emigrantes, una vez insertados en los países desarrollados, olvidan que fueron excluidos alguna vez y terminan votando por partidos antiemigrantes, en Cuba hay quienes, gozando de una ventaja relativa, olvidan que otros no pueden refrigerar sus alimentos, estudiar de noche o descansar con calor.
Esto no es un problema de maldad. Es un problema de cultura, de conciencia y de dirección política clara. Y si no se enfrenta con decisión, puede erosionar uno de los pilares más nobles que ha tenido la sociedad cubana: su vocación humanista y solidaria.
La lucha no es solo contra la crisis energética, sino contra el cinismo, la indiferencia y el “sálvese quien pueda”. Y esa batalla también se da en cada hogar, en cada acto cotidiano. Porque un solo watt puede no parecer nada. Pero millones de watts conscientes pueden iluminar un país entero.
JECM
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