Recordamos cómo, siendo arzobispo en Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio caminó sin titubeos por calles marcadas por el miedo de la dictadura militar; vio en cada rostro el dolor de su pueblo y comprendió que “la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia”. Esa fe ligada a la justicia nos enseñó que servir a Dios exige servir a cada persona en sus sufrimientos y aspiraciones más urgentes.
Al ser elegido sucesor de Pedro, encontró una Iglesia sacudida por escándalos de corrupción y abusos, con sectores ultraconservadores aferrados a esquemas caducos y una feligresía cansada de promesas vacías. Sin miedo al rechazo, rompió moldes: rechazó el suntuoso apartamento papal, prefirió volar con todos en clase común y transformó el lenguaje del Vaticano. Nos recordó que “la Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas porque el corazón de Dios no está traspasado por el amor que se hizo dolor”.
Aunque tuvo detractores —quienes lo acusaron de “tibio” o de excesivamente progresista, o aquellos que pensaban que se apartaba demasiado de la tradición—, reconocemos que, como todo ser humano, tuvo aciertos y desaciertos. A veces su estilo informal desconcertó a quienes valoran el protocolo; otras, su cercanía generó mensajes ambiguos. Pero siempre supimos que su brújula apuntaba hacia la compasión, porque “si una persona es gay y busca al Señor, ¿quién soy yo para juzgarla?”.
Elevó su voz sin ambigüedades contra la violencia y la injusticia, incluso en los escenarios más silenciados: “Pienso en Gaza, en los niños ametrallados”, dijo con dolor, condenando “la crueldad” de los bombardeos israelíes. Su defensa de la vida nunca tuvo fronteras ni banderas.
Francisco también abrió un camino de respeto y entendimiento entre credos. Su insistencia fue clara: “Las distintas religiones deben conocerse, dialogar entre sí y crecer en cooperación por el bien de todos.” Con humildad y firmeza, sembró semillas de paz interreligiosa en un mundo dividido por el fanatismo.
En este momento de tristeza e incertidumbre, elevamos nuestras plegarias por el futuro de la Iglesia: pedimos que el Dios de la promesa inspire al próximo Pontífice a continuar este camino de transformación, sin perder la riqueza de nuestra tradición, pero abriéndose con valentía al pulso de un mundo que clama por equidad, fraternidad y cuidado de la casa común. Rogamos que la mano de Dios sostenga a los más humildes y desamparados, y que ilumine a los pastores para que recuerden siempre que “una sociedad merece la calificación de ‘civilizada’ si desarrolla anticuerpos contra la cultura del descarte”, y que “a la cultura del descarte hay que oponer la cultura de la ternura”.
Con gratitud infinita, nos unimos al lamento global y nos comprometemos, como él lo hizo, a construir puentes donde otros erigen muros. Que su memoria nos impulse a aligerar nuestras cargas, perdonar sin medida y alimentar la esperanza. Que, en su ejemplo, aprendamos a ser Iglesia viva: audaz, renovada y profundamente humana, porque “la misericordia es el corazón mismo de Dios”.
Un compromiso con el pueblo cubano
Como reflexión final, queremos honrar el firme rechazo de Francisco a las políticas de bloqueo yaislamiento que, por décadas, provocaron graves daños humanos y restricciones económicas en Cuba.
Recordamos sus palabras en La Habana: “El bloqueo que provoca daños humanos y privaciones a la familia cubana es cruel, inmoral e ilegal. Debe cesar”. Bajo su guía, el Vaticano sostuvo una oposición constante a estas medidas, subrayando que quienes más sufren son los ciudadanos de a pie: “Francisco se opone con tanta vehemencia al embargo como sus predecesores”.
Durante su visita apostólica en 2015, expresó la esperanza de que las negociaciones condujeran al fin de un bloqueo de más de cincuenta años, señalando que “el capítulo del embargo está en negociación y debe resolverse de modo que promueva la paz y la fraternidad”.
Su diplomacia vaticana, actuando como mediadora entre La Habana y Washington, nos enseñó que el diálogo y la reconciliación, más que el aislamiento, pueden abrir caminos de prosperidad y justicia social. Agradecemos profundamente este gesto noble y cristiano, que reflejó su compromiso con los más pobres y su convicción de que la solidaridad no conoce fronteras.
Al instar al mundo a abrazar la “cultura de la ternura” por encima de la exclusión, Francisco incluyó a Cuba en su llamado universal de compasión, recordándonos que ninguna nación debe quedar aislada por intereses geopolíticos. Su voz inspiró a muchos cubanos de fe a respaldar su mensaje en favor del fin de cualquier agresión y sanción unilateral.
Su prédica profética, al anteponer la vida y la dignidad humana a toda forma de sanción, nos compromete a continuar su labor de construir puentes y no muros, siguiendo el ejemplo de Jesús, Buen Pastor que abraza a todos sin excepción.
Por todo ello, elevamos un agradecimiento sincero y renovado por su gesto hacia Cuba, confiando en que este testimonio inspire también a las próximas generaciones de creyentes y líderes a priorizar el bien común y la justicia social.
Texto: JECM
Juntos X Cuba, Europa
Asoc. La Estrella de Cuba, Alemania
Colectivo Entre Amigos, Francia
Proyecto Cultural Mediterraneocaribe, Italia
Tocororo Cubano, Suecia
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