jueves, 4 de diciembre de 2025

LAS PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA (Lucas 15): SENTIDO ORIGINAL, LECTURA PATRÍSTICA Y SU ACTUALIDAD EN EL CASO CUBANO

NOTA PREVIA AL LECTOR
En este artículo se utiliza el término gentil, palabra bíblica y teológica que designa a todas las naciones o pueblos que no pertenecen al pueblo de Israel. En la época del Nuevo Testamento, “judíos” y “gentiles” no solo nombraban identidades étnicas, sino también posiciones religiosas, culturales y sociales. Esta distinción es fundamental para comprender el trasfondo de las parábolas analizadas en Lucas 15.

Capitulo I

1. Contexto inmediato en el evangelio de Lucas

La parábola aparece en Lucas 15, dentro de un tríptico dirigido a fariseos y escribas que murmuran porque Jesús acoge a pecadores y marginados. Su función primera es defender la lógica de la misericordia de Dios frente a la lógica legalista de la exclusión.

Pero Lucas escribe ya en un momento en que la Iglesia es predominantemente gentil. Por tanto, los lectores naturales de su obra entienden la dinámica de “excluidos que regresan” en clave eclesial.

2. Claves alegóricas que permiten la lectura “Israel – gentiles”

El hijo mayor: Israel fiel a la Ley

Representa al pueblo que se ha mantenido dentro de la “casa del Padre” (la Alianza, la Torá). Su resentimiento no es solo psicológico, sino teológico: cuestiona cómo Dios puede acoger a quien estuvo fuera.

El hijo menor: el mundo gentil

Sale “a un país lejano”, expresión estándar en la literatura bíblica para designar a los paganos. Desperdicia la herencia, vive sin la Ley, y regresa solo por la necesidad: una imagen de la conversión de los gentiles, que acceden a la gracia sin mérito previo.

El padre: Dios que reconfigura la pertenencia al pueblo

La actitud del padre invierte la jerarquía: no privilegia a quien “cumple” sino a quien retorna. Esto anticipa la teología paulina de Romanos 9–11, donde la misericordia abre el acceso a todos.

3. Cercanía conceptual con Pablo

Aunque Lucas y Pablo no son idénticos, comparten una visión universalista.

    • Romanos 9–11 argumenta que los gentiles son injertados en el olivo de Israel; la parábola ofrece una imagen narrativa de ese mismo proceso.

    • Efesios 2 describe a los gentiles “lejanos” que fueron “acercados” por la gracia: resonancia directa con el hijo que vuelve desde un país distante.

    • La tensión entre los “cumplidores” de la Ley y los “recibidos por gracia” es el mismo conflicto narrado por el resentimiento del hijo mayor.

Esto sugiere que la parábola, incluso si no fue originalmente concebida para ese fin, funciona perfectamente como teología narrativa del conflicto judíos–gentiles.

4. Lectura en el marco del judaísmo del Segundo Templo

En la época de Jesús existía una fuerte discusión sobre:

    • quién pertenece al pueblo de Dios,

    • cómo se mantiene la pureza,

    • cuál es la actitud correcta hacia los gentiles.

Los grupos fariseos tenían interpretaciones estrictas; la misión de Jesús se carga de sentido universalizante, aunque siempre arraigada en Israel. En ese clima, una parábola que describe la inclusión de un “descarriado” tendría inevitablemente lecturas político-religiosas.

Por eso muchos exegetas describen esta parábola como una defensa implícita de la ampliación del pueblo de Dios, preludio de la aceptación de los gentiles.

Conclusión del Capítulo

La parábola del hijo pródigo puede y debe leerse como alegoría del ingreso de los gentiles y de la tensión con el judaísmo que se produce en el cristianismo primitivo. No es la única interpretación, pero es una lectura históricamente plausible, coherente con el proyecto universalista de Lucas y con la teología paulina sobre la inclusión de “los que estaban lejos”.

Capítulo II

1. Unidad literaria: por qué Lucas las presenta juntas

Lucas 15 está construido como una tríada que responde a una única acusación:

“Éste acoge a pecadores y come con ellos.”

Las tres parábolas:

    1. Oveja perdida (15,3–7)

    2. Moneda perdida (15,8–10)

    3. Hijo pródigo (15,11–32)

forman una escalera narrativa cuyo propósito es mostrar que la alegría de Dios se centra en el retorno de quien estaba fuera, y que la murmuración de los “justos” es incompatible con esa lógica.

La tercera parábola es decisiva, porque no sólo narra la pérdida y recuperación, sino que introduce la resistencia interna representada por el hijo mayor.

2. Tabla comparativa estructural básica

ElementoOveja
perdida
Moneda perdidaHijo pródigo
Protagonista        Pastor        Mujer                Padre
Tipo de pérdida        AnimalObjeto valioso                Relacional
Número perdido        1/100    1/10                1/2
Búsqueda        ActivaActiva y minuciosa    Espera vigilante y salida al encuentro
Reacción        Alegría                 comunitariaAlegría comunitariaFiesta con conflicto


La tercera parábola funciona como clímax teológico.

3. Diferencias clave que amplían el mensaje

3.1. La presencia de un “otro justo”: sólo aparece en la tercera

Las dos primeras parábolas no muestran resistencia al acto de misericordia.

En la tercera aparece la figura crucial del hijo mayor, que representa al grupo que se considera “dentro” de la Alianza y que se escandaliza porque Dios reciba al que estuvo lejos.

Esto permite una lectura en clave:

    • Israel observante → hijo mayor

    • Gentiles o judíos marginados → hijo menor

    • Dios → padre que redefine quién pertenece

Sin esta tercera parábola, la tensión teológica entre “los de dentro” y “los de fuera” no quedaría explícita.

3.2. Tres formas distintas de cómo Dios actúa en la salvación

Las parábolas presentan tres dinámicas complementarias:

    1. El pastor que busca — Misericordia activa.

    2. La mujer que ilumina, barre y encuentra — Misericordia paciente y minuciosa.

    3. El padre que espera y sale al encuentro — Misericordia que respeta la libertad humana.

Lucas presenta una visión amplia: Dios no actúa siempre de la misma forma; la salvación puede ser búsqueda directa, iluminación interior o acogida tras una decisión de retorno.

4. Lectura en clave “Israel–gentiles”: progresión hermenéutica

Primera parábola: los “perdidos” son parte del rebaño

El pastor deja 99 para buscar a 1. El énfasis no está en la ruptura entre grupos, sino en la prioridad divina hacia quienes no están dentro del redil. Se puede leer en clave cristiana posterior como el movimiento hacia los paganos que comienzan fuera del Israel histórico.

Segunda parábola: lo perdido tiene valor intrínseco

La moneda tiene la misma naturaleza que las otras nueve; su pérdida no le resta valor. Esto permite pensar la inclusión de los gentiles no como anulación de Israel, sino como reconocimiento del valor universal de la humanidad ante Dios.

Tercera parábola: la resistencia del “hermano mayor”

Aquí se hace explícito el drama histórico:

    • El que se mantuvo fiel protesta por la inclusión del que estuvo lejos.

    • La respuesta del padre representa una teología expansiva: la fidelidad del hijo mayor no se menosprecia, pero no puede convertirse en argumento para excluir.

En esta tercera pieza se condensa el conflicto real del cristianismo naciente:

¿puede Dios acoger a quienes no cumplen la Ley?

¿pueden los gentiles acceder a la herencia de Israel sin pasar por la circuncisión ni la Torá?

¿cómo gestionar la identidad del “pueblo de Dios” ampliado?

5. Lógica de la alegría divina: un motivo que unifica las tres parábolas

En las tres narraciones, lo decisivo no es la pérdida, sino el júbilo por la recuperación. Este tema tiene profundas implicaciones para la tensión Israel–gentiles:

    • La alegría no está condicionada por el mérito del retornante.

    • La comunidad (vecinos, amigos, siervos) debe participar de esa alegría, no bloquearla.

    • La murmuración del hijo mayor simboliza a quienes ven la entrada de nuevos miembros como una amenaza a su estatus religioso.

Es decir: la alegría comunitaria es parte del mensaje teológico. Resistirse a ella equivale a resistirse al proyecto divino de inclusión.

6. Articulación: por qué la tercera parábola necesita a las otras dos

Las primeras dos parábolas preparan al lector para entender que:

    • lo “normal” es buscar lo perdido,

    • lo “natural” es alegrarse por recuperarlo.

Cuando aparece el hijo mayor, su reacción contraria queda desacreditada desde el inicio por el marco narrativo ya construido. Lucas, con extraordinaria habilidad literaria, crea condiciones para que la resistencia aparezca como algo incoherente con el corazón de Dios.

Esto hace que el mensaje para los grupos judíos reacios al ingreso de gentiles sea claro y contundente.

Conclusión del Capítulo

Las tres parábolas forman una unidad pedagógica que culmina en la tercera. La progresión narrativo-teológica prepara al lector para entender que:

    1. Dios busca y valora lo que está fuera.

    2. Todo lo perdido tiene valor, esté donde esté.

    3. La ampliación del pueblo de Dios —incluyendo gentiles, pobres, marginados— no niega a Israel, pero exige superar el resentimiento del “hermano mayor”.

Capítulo III

1. Tendencias generales en la Patrística

La exégesis patrística no es homogénea. Predominan tres enfoques:

    1. Lectura moral-individual

El hijo menor es la humanidad pecadora; el hijo mayor, el justo que debe superar su dureza.

(Muy común en Agustín y en homilistas latinos.)

    2. Lectura eclesial-sacramental

La casa del Padre simboliza la Iglesia; el retorno implica conversión y penitencia.

    3. Lectura histórico-salvífica

El hijo menor = los gentiles;

El hijo mayor = Israel;

El padre = Dios que reconfigura la Alianza.

Este enfoque aparece con fuerza en autores de tradición alegórica como Orígenes, Hilario de Poitiers y, de forma matizada, Crisóstomo.

2. Orígenes (siglo III): Israel y los gentiles como clave de lectura

Orígenes, fundador de la exégesis alegórica sistemática, interpreta muchas parábolas en clave de historia de la salvación. Para él:

    • El hijo mayor representa a Israel, a quien “corresponde la primogenitura según la carne”.

    • El hijo menor representa al mundo gentil, alejado de la Alianza pero destinado a entrar en ella por el Logos.

    • El banquete simboliza la inserción plena de las naciones en el pueblo santo.

Orígenes es probablemente el Padre que más explícitamente reconoce la dinámica judío–gentil en esta parábola, coherente con su lectura universalista del evangelio.

3. Hilario de Poitiers (siglo IV): los gentiles como pueblo que retorna

Hilario subraya que:

    • El hijo menor “abandona la casa del Padre y vive según su propio criterio”, metáfora del paganismo.

    • Su regreso es obra de la gracia, no del mérito.

    • El hijo mayor se irrita, “tal como Israel se irritó por la entrada de los gentiles en la herencia”.

Hilario desarrolla, como Orígenes, una lectura historicista y anti-exclusivista, muy afín a la problemática del siglo I.

4. Juan Crisóstomo (siglo IV): tensión moral y tensión histórica

Crisóstomo tiende a enfatizar la dimensión moral, pero no ignora la histórica. Afirma en sus homilías:

    • El hijo mayor puede representar a quienes “poseen la Ley”.

    • El hijo menor, a “los que no la conocieron pero fueron alcanzados por la misericordia”.

Crisóstomo no radicaliza la alegoría, pero reconoce la relación con la inclusión de los gentiles. Lo hace de manera prudente, probablemente por sensibilidad pastoral hacia su audiencia judía-cristiana.

5. Agustín (siglo IV-V): universalismo, pero sin acento en la tensión histórica

Agustín es el gran sistematizador de la lectura moral y eclesial. Para él:

    • El hijo menor es la humanidad caída en su totalidad.

    • El hijo mayor es el justo orgulloso, pero no necesariamente Israel.

    • La parábola explica la gracia, el pecado y la penitencia.

Agustín admite que puede leerse en clave judío–gentil, pero no lo pone en el centro. Su preocupación teológica mayor es la antropología del pecado y la misericordia.

6. Ireneo de Lyon (siglo II): la Iglesia como heredera universal

Ireneo, anterior a Orígenes, ya había adelantado la idea de que la Iglesia es el espacio donde confluyen judíos y gentiles para recuperar la “primera semejanza” perdida en el pecado.

No comenta directamente la parábola, pero su teología prepara el terreno para que esta narración se entienda como imagen de la historia de la salvación.

7. Síntesis patrística: ¿cómo asumieron la tensión judío–gentil?

    • Lo reconocieron explícitamente (Orígenes, Hilario).

    • Lo mantuvieron como lectura secundaria pero válida (Crisóstomo).

    • Lo vieron como metáfora más amplia del pecado universal (Agustín).

La tendencia general es que, aunque no todos los Padres lo priorizan, ninguno contradice o invalida la lectura histórico-salvífica. Simplemente la integran en sus propias preocupaciones teológicas.

Conclusión del Capítulo

Dado que:

    • Lucas escribe para comunidades donde gentiles y judíos conviven,

    • Pablo ha desarrollado ya una teología de la inclusión,

    • la tensión entre “los de la Ley” y “los de la fe” es el conflicto fundante del cristianismo, resulta plenamente coherente que esta parábola nazca y sea recibida en este contexto.

La Patrística lo confirma: donde se desarrolla una hermenéutica histórico-salvífica más amplia (Orígenes, Hilario), la lectura judío–gentil aparece naturalmente. Donde la preocupación es moral (Agustín), queda relegada pero nunca negada.

Para las comunidades del siglo I, estas historias no eran simples anécdotas morales: eran argumentos destinados a legitimar la entrada de los gentiles y a interpelar a los creyentes judíos que se resistían a esa apertura.

La Patrística, especialmente en la tradición alegórica, supo reconocer esta profundidad y la integró en su interpretación global de la historia de la salvación.


EPÍLOGO: MIGRACIÓN, NACIÓN Y REENCUENTRO EN EL CASO CUBANO

La tríada de Lucas 15 adquiere una resonancia particular cuando se la confronta con uno de los fenómenos sociales más profundos del presente: la emigración. En el caso cubano, la movilidad humana no es un dato marginal, sino un elemento constitutivo de la experiencia nacional contemporánea. Millones de cubanos —a lo largo de más de seis décadas— han abandonado la isla por motivos que abarcan todo el espectro de la condición humana: aspiraciones económicas, reunificación familiar, discrepancias políticas, búsqueda de realización personal, presiones del entorno inmediato o simples proyectos vitales que encuentran mejor cauce en otros lugares. Ninguna de estas motivaciones agota la complejidad del fenómeno; todas ellas revelan, sin embargo, la profundidad del drama individual que toda migración implica.

Desde muy temprano, la migración fue interpretada, desde distintos sectores del espectro político, en clave de confrontación. Emigrar llegó a asociarse con ruptura, rechazo o antagonismo, configurando narrativas que atribuyeron al emigrado motivaciones uniformes que rara vez reflejaban su diversidad real. Esta simplificación produjo heridas relacionales, incomprensiones y distancias afectivas que afectaron tanto a los que se fueron como a los que se quedaron.

A finales de la década de 1970 se inicia un proceso de revisión de esas categorías. El acercamiento promovido entonces por el Estado cubano implicó un ejercicio complejo: reconocer la existencia de una comunidad nacional más amplia que la insular, reparar vínculos deteriorados y enfrentar resistencias internas. No faltaron voces críticas que desconfiaban de aquel reencuentro; sin embargo, se estableció un precedente que, con avances y retrocesos, ha modelado una relación nueva con la diáspora.

Aunque hoy subsisten sectores minoritarios que mantienen reservas hacia el emigrado, el camino recorrido es significativo. El reconocimiento de que la identidad nacional no se extingue al cruzar una frontera —y de que la pertenencia no se determina por adhesión política, ubicación geográfica o nivel de acuerdo con el poder— ha ido ganado terreno. Del otro lado, dentro de la propia emigración, también se ha producido un proceso de maduración, en el que muchos han buscado contribuir, desde su libertad y su pluralidad, al bienestar de los suyos y al tejido comunitario.

Es aquí donde las parábolas de Lucas 15 ofrecen una clave interpretativa que excede lo religioso para convertirse en una categoría ética y civil: la grandeza no reside en clasificar a los hijos, sino en acogerlos. El valor de la comunidad no se mide por su uniformidad, sino por su capacidad de integrar a quienes, por razones diversas, han seguido caminos distintos. La enseñanza del Evangelio —codificada en la imagen del padre que corre hacia quien regresa y que invita al hermano mayor a entrar en la fiesta— revela un principio aplicable a toda comunidad madura: la inclusión no es una concesión, sino una expresión de sabiduría.

Cuba, como nación cultural e histórica, se sitúa hoy ante un desafío semejante. El país está compuesto por quienes viven en la isla y por quienes viven fuera; por quienes emigraron en los años sesenta, en los años ochenta o en la actualidad; por quienes se fueron con heridas abiertas y por quienes se fueron sin rencores; por quienes desean regresar y por quienes desean solo mantener vínculos afectivos y familiares. Discernir entre quienes actúan con buena fe y quienes instrumentalizan su relación con el país es una necesidad legítima; pero ese discernimiento no debe erosionar el principio mayor: una nación alcanza su plenitud cuando reconoce como propios a todos sus hijos, sin jerarquías de legitimidad.

Las parábolas de Lucas 15 recuerdan que la fiesta —símbolo de la reconciliación y la pertenencia— solo tiene sentido cuando todos son invitados. Para Cuba, asumir esa lógica supone reconocer que la identidad nacional es un patrimonio compartido, tejido por millones de historias divergentes pero entrelazadas. En ese reconocimiento se juega, en buena medida, la posibilidad de construir un futuro donde la pluralidad no sea percibida como amenaza, sino como riqueza.

¿Reconciliación?

La parábola del Padre Misericordioso ha servido durante siglos para subrayar la alegría del reencuentro y la grandeza del perdón. Sin embargo, cuando trasladamos este mensaje al campo de las relaciones humanas concretas —y muy especialmente a las dinámicas migratorias del caso cubano— surgen preguntas éticamente complejas. ¿Es necesario reconciliarse con quien desea tu mal? ¿Debe acogerse sin reservas a quien regresa desde una actitud de superioridad o de juicio? ¿Es exigible ofrecer un abrazo sincero cuando el otro no viene con intenciones limpias?

Estas preguntas no niegan el núcleo del Evangelio; más bien exigen discernimiento. La tradición cristiana nunca ha entendido la reconciliación como un acto ingenuo, sino como un proceso que presupone verdad, conversión y comunidad.

1. ¿La reconciliación exige aceptar al que viene con mala intención?

No. La reconciliación, en la tradición cristiana, solo es plena cuando hay conversión auténtica, es decir, un cambio real de actitud por parte del que regresa.

San Agustín lo subraya:

“La misericordia no consiste en abrir las puertas al daño, sino en abrirlas a la verdad.”

El perdón cristiano implica disposición interior, pero no supone renunciar al discernimiento.

El propio Jesús advierte:

“Sean mansos como palomas y prudentes como serpientes.”

Es decir: apertura sí, ingenuidad no.

2. ¿Qué pasa con quien llega con soberbia o desprecio?

El padre de la parábola corre hacia el hijo porque este vuelve humillado, con conciencia de su error. No regresa con actitud de superioridad, ni con exigencias, ni reclamando derechos.

La patrística recalcó que si el hijo hubiera vuelto arrogante, exigiendo privilegios, la parábola sería otra. El gesto del padre responde a una disposición ética del hijo.

En términos modernos:

La comunidad tiene el deber moral de discernir si el reencuentro es honesto o instrumental.

3. ¿Y si el que vuelve quiere dañarte?

Aquí la teología es categórica:

Perdonar no significa exponerse al daño.

Acoger no significa legitimar injusticias.

Orígenes distingue entre “amar al enemigo” y “entregarse a él”:

Amar es desearle el bien; someterse es permitir que el mal avance.

En otras palabras:

Puedes mantener el corazón limpio sin abandonar la defensa de lo justo.

No se te exige renunciar a la dignidad.

4. ¿Qué ocurre cuando la ventaja económica del que se fue se construye sobre las mismas estructuras que dañan al que se quedó?

Este caso es particularmente sensible en el contexto cubano.

La superioridad material no necesariamente indica superioridad moral.

La tradición bíblica condena explícitamente la soberbia nacida de la abundancia.

“Tu corazón se enalteció a causa de tu riqueza” (Ezequiel 28:5).

“No digas: mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (Deuteronomio 8:17).

Por tanto, la actitud del que regresa es determinante:

– Si vuelve con empatía, sin prepotencia, sin desprecio, desde un deseo de tender la mano: la acogida es virtud.

– Si regresa desde el juicio, la burla o la manipulación: la acogida debe ir acompañada de límites claros, porque no existe reconciliación sin respeto mutuo.

5. ¿Entonces cuál es el estándar ético?

La Biblia y la patrística coinciden en tres principios:

    1. El corazón debe estar libre de odio.

La falta de rencor es una condición interna del creyente.

    2. La comunidad debe proteger su integridad.

El amor no elimina la responsabilidad de cuidar lo que se ha construido.

    3. La reconciliación solo es verdadera cuando hay una disposición recíproca.

No se reconcilia quien solo viene a humillar, dividir o instrumentalizar.

6. Aterrizar en Cuba hoy

En el caso cubano, donde existen heridas históricas, manipulaciones políticas y desigualdades estructurales, la actitud del que regresa importa tanto como la actitud del que recibe.

Una nación madura no excluye a sus hijos, pero tampoco se deja dañar por ellos.

El desafío está en encontrar un punto ético intermedio:

– Sin odios.

– Sin ingenuidades.

– Sin soberbias.

– Con justicia.

– Con apertura responsable.

Exactamente la lección profunda de Lucas 15: la fiesta solo tiene sentido si todos llegan con buen espíritu.

7. La ética del que se queda: el riesgo de la recepción interesada

Así como el que retorna puede hacerlo con soberbia o instrumentalización, el que permanece también puede recibir con un interés moralmente turbio.

Ejemplos de esto —muy reales en nuestra historia cubana reciente— incluyen:

    • Recibir cálidamente porque el que regresa trae remesas, bienes o capacidad de resolver problemas materiales.

    • Mostrar entusiasmo porque se trata de una figura conocida, cuya presencia puede elevar el prestigio local, institucional o político.

    • Utilizar la visita del emigrado como trofeo, prueba de “legitimidad” o capital simbólico.

La patrística aborda este fenómeno con sorprendente claridad.

San Gregorio Magno advierte:

“No es caridad cuando el corazón se inclina por el provecho.”

Agustín lo expresa de manera aún más severa:

“Usar al hermano para obtener ventaja es odiarlo de manera encubierta.”

Es decir, el interés económico o simbólico desnaturaliza la acogida.

8. Conversión recíproca: una condición estructural de la reconciliación

Cuando decimos que “desde ambas partes debe haber una conversión sincera”, estamos formulando lo que la tradición llama metanoia mutua: un cambio de disposición ética que haga posible el encuentro.

Esto implica:

    • Del que vuelve: humildad, sinceridad, renuncia a la superioridad moral o material.

    • Del que recibe: pureza de intención, ausencia de cálculo, respeto real por el otro.

Solo cuando ambas partes se acercan sin máscaras puede hablarse de reconciliación auténtica.

De lo contrario, lo que se genera es:

    • dependencia,

    • manipulación afectiva o económica,

    • instrumentalización política,

    • resentimientos soterrados.

Nada de eso genera comunidad ni nación.

9. El caso cubano: heridas dobles y tentaciones dobles

El drama cubano no ha sido unidireccional: la soberbia del que sale y el cálculo del que queda han coexistido durante décadas, alimentados por discursos políticos, carencias materiales y fracturas familiares.

Por eso el camino hacia una reconciliación madura exige:

    • desmontar la idea de que el que regresa “debe” algo;

    • desmontar también la idea de que el que recibe puede “sacar provecho”;

    • superar la visión mercantilizada del vínculo nacional;

    • recuperar una ética de la fraternidad, no del intercambio.

La parábola del hijo pródigo solo funciona porque el hijo vuelve con humildad y el padre recibe sin interés alguno. Si uno vuelve presumiendo riqueza, o si el otro recibe buscando provecho, la parábola se quiebra por completo.

10. El estándar ético final

La reconciliación nacional —y personal— solo funciona cuando ambas partes se acercan desde la verdad.

Ni el emigrado puede venir con superioridad.

Ni el residente puede recibir desde la conveniencia.

San Juan Crisóstomo lo resume de forma magistral:

“Donde hay cálculo, no hay amor; donde no hay amor, no hay reconciliación.”

Conclusión del Epílogo:

1. No hay reconciliación sin verdad

El padre de la parábola corre hacia el hijo porque este vuelve en verdad, reconociendo su extravío. La reconciliación no puede ser un simple formalismo emocional ni un gesto político. En la vida real —especialmente en contextos de alta polarización como el cubano— se debe distinguir entre quien regresa con un sincero deseo de reencuentro y quien solo busca imponer su relato, exhibir su éxito económico o utilizar su retorno para alimentar tensiones. Amar al enemigo no significa dejarse manipular. El amor cristiano nunca es permisividad con la injusticia o la soberbia.

2. La conversión es necesaria en ambas orillas

Del mismo modo, tampoco es ética la actitud del que se quedó y recibe al emigrado únicamente en función del beneficio material que este pueda aportar. La instrumentalización del que regresa, sea por prestigio, dinero o conveniencia social, contradice de raíz el espíritu de la parábola. El hijo mayor —producto de la fidelidad, pero también del resentimiento— ilustra este peligro: convertir la permanencia en mérito, y al otro en un recurso o amenaza.

La reconciliación madura exige que unos y otros se pregunten por sus propias sombras. Ni el éxito económico otorga superioridad moral, ni la permanencia en el país concede automáticamente autoridad ética. En ambos lados, la tentación es la misma: absolutizar el propio sufrimiento y minimizar el del otro.

3. La reconciliación es un horizonte, no una exigencia inmediata

El cristianismo nunca obliga a un perdón mecánico ni a una reconciliación emocional sin condiciones. El perdón es un acto interior que libera; la reconciliación, en cambio, es una construcción relacional que requiere confianza, tiempo y evidencia de buena voluntad. No se trata de cerrar los ojos, sino de abrirlos con mayor lucidez y profundidad.

Por eso, la pregunta no es simplemente si debemos reconciliarnos, sino cómo construir condiciones reales para que la reconciliación sea auténtica, justa y transformadora. Esto implica escuchar, comprender, reparar y crear espacios donde las identidades no compitan, sino dialoguen.

4. La Nación como casa del Padre

La grandeza de un país —como la del Padre de la parábola— se revela no solo cuando acoge, sino cuando crea un hogar donde nadie necesita sentirse superior, inferior o utilitario para ser recibido. La reconciliación nacional no es un evento, sino un camino. Y ese camino comienza cuando tanto el que parte como el que queda dejan de verse como adversarios morales, y empiezan a reconocerse como hijos de una misma historia en la que todos han sufrido, amado, perdido y esperado.

JECM

lunes, 1 de diciembre de 2025

El control de la moneda desde una perspectiva revolucionaria: Marx, Lenin y los debates contemporáneos

 


I. Introducción

La cuestión del control monetario ha sido históricamente una de las palancas fundamentales del poder económico del Estado. Para los pensadores revolucionarios, esta palanca no es solo un mecanismo técnico, sino un elemento decisivo en la lucha por la soberanía económica, la independencia política y la construcción de una sociedad no subordinada a las fuerzas del capital internacional.

Desde Karl Marx y Friedrich Engels hasta Lenin y autores posteriores como Rudolf Hilferding, Samir Amin o Ernest Mandel, la moneda y el crédito estatal han sido entendidos como instrumentos que reflejan, condensan y reproducen las relaciones de fuerza de una sociedad. Este artículo propone revisar sus aportes para comprender la relevancia del control monetario estatal y sus desafíos en países bajo presión externa.

II. Marx: el dinero como relación social y poder político

Para Marx, el dinero no es una cosa, sino una relación social objetivada. En sus análisis del valor, la circulación y el crédito, Marx subraya que la moneda expresa el poder del capital y la estructura de dominación que lo sostiene.

1. El dinero como “equivalente general”

En El Capital, Marx plantea:

“El dinero es la forma en que se cristaliza la relación social entre todos los productores” (El Capital, Libro I, cap. 3).

Esto significa que la estabilidad o inestabilidad de la moneda es un síntoma de la estructura de la economía, especialmente de la relación entre producción interna y circulación mercantil.

2. El Estado y la forma dineraria

Contrario al mito liberal, Marx reconoce un rol central del Estado en la definición de la moneda:

“El Estado fija la escala de precios, como cantidad de oro que constituye la unidad monetaria” (El Capital, Libro I, cap. 3).

Aquí Marx sostiene que, aunque el dinero proviene del intercambio mercantil, el Estado interviene decisivamente en su forma para garantizar uniformidad, confianza y legalidad.

3. El papel del crédito y el banco central

En los manuscritos sobre el crédito (1857-1858), Marx afirma:

“El sistema de crédito se convierte en un poderoso instrumento para impulsar la producción, pero también en el medio más eficaz para dominarla desde el Estado o desde las grandes asociaciones de capital” (Grundrisse).

Esto es clave:
Marx entiende que el sistema financiero puede ser capturado por el capital o subordinado a un Estado revolucionario para direccionar el desarrollo.

Por tanto, para Marx el control del sistema monetario-crediticio es una batalla política, no solo técnica.

III. Lenin: la moneda como instrumento de poder en la transición socialista

Lenin profundizó el sentido estratégico del control monetario, especialmente durante la guerra civil rusa y la Nueva Política Económica (NEP).

1. El dinero en el periodo revolucionario

En El Estado y la revolución, Lenin observa que la transición socialista requiere utilizar herramientas capitalistas:

“No podemos saltar por encima del dinero ni de los bancos. Debemos utilizarlos como instrumentos de control, de registro, de dirección.” (Cap. V).

Para Lenin, el dinero no desaparece con la revolución; se vuelve instrumento de control estatal y social.

2. El Banco Central como “centro nervioso”

En su artículo Las tareas inmediatas del poder soviético (1918), Lenin escribe:

“Sin un banco estatal y sin el control del crédito, la economía socialista es imposible. El banco es el aparato que permite la contabilidad y el control de toda la economía.”

Aquí se anticipa al pensamiento moderno sobre banca central activa, planificación y coordinación.

3. La NEP y el restablecimiento de la moneda fuerte

Durante la NEP, Lenin apoyó la creación del chervonets, una moneda respaldada parcialmente en oro y en producción real. La razón:

“Se necesita una moneda estable para reconstruir la economía sobre bases firmes” (Lenin, discurso de 1921).

Lenin comprendió que la inflación crónica destruye tanto la productividad como la confianza popular.

IV. Hilferding, la banca y la “democracia económica”

Rudolf Hilferding, marxista y ministro de Finanzas austríaco, aportó reflexiones claves en El capital financiero (1910):

“El control de los bancos es el control del crédito, y quien controla el crédito dirige la economía.”

Hilferding muestra que el capital financiero centraliza el poder económico, y por ello un Estado orientado hacia el socialismo debe centralizar el sistema bancario como base de la planificación.

Su visión influyó tanto en Lenin como en posteriores debates socialistas.

V. Autores contemporáneos: Amin, Mandel y otros

1. Samir Amin

Para Amin, los países periféricos son vulnerables porque sus monedas se subordinan estructuralmente al dólar:

“La soberanía monetaria es imposible sin soberanía productiva, y esta es destruida por la dependencia externa.” (El capitalismo en la era de la globalización).

2. Ernest Mandel

Mandel enfatiza:

“El socialismo requiere un sistema monetario estable, controlado por los trabajadores y por un Estado que planifique democráticamente.” (Tratado de economía marxista).

VI. El caso cubano: soberanía monetaria bajo asedio

Cuba está en una situación distinta a la de los países en condiciones de normalidad. Su moneda opera:

  1. En una economía bloqueada desde fuera,

  2. Con distorsiones estructurales internas,

  3. Y ante mercados paralelos estimulados por políticas estadounidenses.

Marx y Lenin ayudan a entender que la moneda no se sostiene solo por decreto, sino por estructura productiva, correlación de fuerzas y confianza social.

Dificultades externas

  • El dólar actúa como arma geopolítica, absorbiendo valor desde la periferia.

  • El bloqueo impide el acceso regular a divisas, créditos y mercados.

  • Las sanciones generan alta demanda informal de divisas, debilitando el peso.

Dificultades internas

  • Insuficiente producción nacional que respalde la moneda.

  • Dualidades monetarias que fragmentan precios, salarios y expectativas.

  • Desconfianza acumulada en los mecanismos oficiales de cambio.

  • Falta de transparencia en la contabilidad macroeconómica (reservas, flujos, déficit).

VII. ¿Qué enseñan Marx y Lenin para casos como Cuba?

A partir de sus ideas pueden derivarse cuatro principios estratégicos:

1. La moneda se sostiene con producción real (Marx)

Sin aumento de producción doméstica, ningún mecanismo monetario estabiliza la moneda en el largo plazo.

2. El Estado debe controlar el sistema financiero (Lenin)

Pero no solo por decreto:
Debe ser eficiente, transparente y confiable para la población.

3. Es imprescindible un sistema único y coherente de precios y monedas (Lenin, NEP)

Los mercados paralelos destruyen la autoridad del Estado.

4. La soberanía monetaria depende de soberanía económica (Amin)

La diversificación productiva es una defensa contra el dólar.

VIII. Conclusión

Como ya expresamos en el artículo anterior, el control de la moneda no es simplemente un problema económico, sino una disputa por la soberanía. Marx, Lenin y otros pensadores revolucionarios mostraron que la moneda es un espacio de lucha política donde se expresa quién dirige realmente la economía:
¿el Estado y la sociedad, o las fuerzas del capital interno y externo?

Cuba enfrenta hoy una tormenta monetaria en condiciones extremas, pero la teoría revolucionaria brinda herramientas para comprender la compleja interrelación entre producción, confianza, poder y moneda. Solo desde un enfoque integral —económico, político y social— podrá encontrarse un camino de estabilización duradera.

JECM

lunes, 24 de noviembre de 2025

Moneda, soberanía y resistencia: el desafío de Cuba ante el descontrol financiero


Pocas cuestiones son tan decisivas para la independencia real de un país como el control de su moneda. No se trata únicamente de un asunto técnico, sino de poder político. La moneda es el símbolo más concreto de la soberanía: representa la confianza en la comunidad nacional, la capacidad del Estado para sostener el valor de su trabajo y su producción, y la posibilidad de decidir su propio destino económico.

Sin embargo, en el mundo actual, esa soberanía monetaria ha sido progresivamente socavada por el dominio del capital financiero internacional, por la hegemonía del dólar y por las presiones políticas que acompañan su uso. Desde los países periféricos hasta los dependientes del crédito externo, el control sobre la moneda se ha convertido en un terreno de disputa geopolítica.


I. El pensamiento económico y la importancia del control monetario

Desde los orígenes del pensamiento moderno, economistas y teóricos del desarrollo advirtieron que ningún país puede garantizar su bienestar sin tener el control sobre su moneda y sus mecanismos de cambio exterior.

John Maynard Keynes, en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, sostenía que el dinero no podía dejarse a merced de los flujos especulativos. Para Keynes, la estabilidad monetaria era la condición para asegurar el empleo y la inversión. Por eso, al diseñar el sistema de Bretton Woods en 1944, propuso una autoridad monetaria internacional que equilibrara las relaciones entre países, evitando que una sola nación —Estados Unidos— impusiera su divisa al resto del mundo. Su propuesta del bancor buscaba precisamente eliminar la subordinación de las economías más débiles al poder del dólar.

Karl Polanyi, en La gran transformación, profundizó en esa idea al denunciar los efectos devastadores del intento de “mercantilizar” el dinero. Para Polanyi, el dinero, el trabajo y la tierra no son mercancías ordinarias: son los pilares de la vida social. Cuando se liberalizan completamente, destruyen el tejido humano y político de las naciones. El dinero, por tanto, debía ser un instrumento de protección colectiva, no un fin en sí mismo.

Por su parte, Friedrich List, en el siglo XIX, había argumentado que las naciones jóvenes necesitaban políticas proteccionistas y control monetario para consolidar su industria frente a las potencias dominantes. List defendía que el libre cambio y la convertibilidad irrestricta solo beneficiaban a quienes ya eran fuertes.

En el siglo XX, pensadores como Raúl Prebisch y la CEPAL adaptaron estas ideas a América Latina. Para ellos, la estructura económica mundial —centro industrial, periferia exportadora— obligaba a los países del sur a conservar su soberanía monetaria y controlar las divisas. Las reservas debían servir al desarrollo productivo, no a la especulación. El Banco Central, lejos de ser un mero guardián del equilibrio fiscal, debía actuar como motor del desarrollo nacional.

Más tarde, Hyman Minsky y Joan Robinson demostraron que el sistema financiero, si no está regulado, tiende a la inestabilidad endógena. En su visión, el Banco Central debía funcionar como un “prestamista de última instancia”, pero también como un regulador de los flujos especulativos internacionales, capaces de desestabilizar monedas y gobiernos.

En resumen: el control monetario no es una anomalía, es una necesidad. Y los períodos de liberalización total, sin intervención estatal, han terminado una y otra vez en crisis financieras que arrastran a los pueblos.


II. La pérdida de control monetario y sus consecuencias

Cuando un país renuncia, o se ve forzado a renunciar, a controlar su moneda, pierde algo más que estabilidad económica: pierde poder político.

La experiencia latinoamericana es abundante en ejemplos. En Argentina, la convertibilidad del peso con el dólar en los años 90 generó una ilusión de estabilidad que terminó en catástrofe: desempleo masivo, fuga de capitales y una crisis social sin precedentes. En Ecuador, la dolarización eliminó el riesgo cambiario, pero también la capacidad del Estado de intervenir ante los shocks externos. En ambos casos, el Estado quedó impotente ante los movimientos del capital global.

Sin control del crédito ni de las reservas, el país se vuelve rehén de las divisas que no emite. Y sin moneda nacional sólida, toda la economía se subordina a la especulación del mercado informal, que se convierte en juez y verdugo del valor del trabajo local.


III. El caso cubano: soberanía monetaria bajo asedio

Cuba vive hoy una situación extremadamente compleja. Por un lado, el bloqueo estadounidense impide al país acceder a fuentes normales de financiamiento, a plataformas bancarias internacionales y a la mayoría de las operaciones de pago en dólares. Se trata de un cerco económico deliberado, diseñado para provocar desabastecimiento, inflación y descontento social.

Por otro lado, dentro de ese contexto adverso, la economía cubana enfrenta sus propias dificultades internas:

  • una estructura productiva aún dependiente de importaciones,

  • desequilibrios fiscales crecientes,

  • y una segmentación monetaria que ha erosionado la confianza en el peso cubano.

La dolarización parcial —a través de las tiendas en MLC— y la circulación informal de divisas han creado dos economías paralelas: una que opera en moneda nacional, empobrecida, y otra en divisas, accesible solo a quienes reciben remesas o trabajan en sectores dolarizados. Esa dualidad profundiza las desigualdades y alimenta la especulación cambiaria, mientras el Estado pierde capacidad para fijar precios y orientar la inversión.

A esto se suma un factor intangible pero crucial: la pérdida de confianza social en la moneda nacional. Cuando la población percibe que el peso se devalúa constantemente, prefiere refugiarse en divisas, lo que a su vez acelera la depreciación. Es un círculo vicioso en el que la psicología colectiva pesa tanto como los fundamentos económicos.


IV. Las variables en condiciones de asedio

Cuba no puede aplicar las recetas tradicionales. Está sometida a una guerra económica donde cada mecanismo financiero, cada intento de reforma, es inmediatamente atacado o bloqueado desde el exterior. En estas circunstancias, la soberanía monetaria no se defiende solo con instrumentos técnicos, sino con imaginación política, cooperación internacional y participación popular.

Algunas líneas estratégicas pueden marcar una diferencia:

  1. Reforzar el control social sobre las divisas. Las remesas y los ingresos en MLC deben canalizarse hacia proyectos productivos comunitarios y cooperativos, no solo al consumo individual. Las experiencias de bancos comunales o fondos locales podrían inspirar una gestión más solidaria de esos recursos.

  2. Avanzar hacia una moneda digital nacional soberana. Una versión electrónica del peso cubano, respaldada por el Banco Central a través de algunos de los productos más rentables del país, permitiría transacciones internas y externas fuera del sistema financiero controlado por Estados Unidos. Esto reduciría costos y vulnerabilidades.

  3. Fortalecer los mecanismos de cooperación financiera Sur–Sur. Reactivar esquemas de compensación como el SUCRE o establecer acuerdos de trueque y crédito mutuo con países aliados (China, Rusia, Vietnam, Argelia, Irán, Venezuela), los BRICS, etc, permitiría operar sin depender del dólar.

  4. Reordenar la coexistencia monetaria. Si el uso del dólar o del euro resulta inevitable en ciertos sectores, debe ser bajo regulación estricta y con retorno social: que parte de las ganancias en divisas se reinviertan en la economía nacional y no se fuguen al mercado informal.

  5. Recuperar la producción real como fuente de respaldo de la moneda. Una moneda vale lo que produce su país. Recuperar la producción agropecuaria, energética e industrial es la base material para sostener el valor del peso, aún en las condiciones de plaza sitiada. Sin producción, cualquier medida financiera será insuficiente.

  6. Transparencia y pedagogía económica. En tiempos de asedio, la confianza del pueblo es un recurso estratégico. El Estado debe comunicar con claridad los datos, las metas y los pasos del reordenamiento. Y al mismo tiempo, educar a la población y al sector trabajador sobre el funcionamiento del sistema monetario y los efectos del bloqueo.


V. La moneda como símbolo de resistencia

En última instancia, defender la moneda nacional es defender la soberanía. Pero en el caso cubano, esa defensa tiene además una dimensión ética y cultural: es la afirmación de que la dignidad de un pueblo no puede comprarse con divisas extranjeras.

El control monetario no debe concebirse solo como una medida económica, sino como una estrategia de resistencia creativa frente al intento de desintegrar el proyecto social cubano.
Como advirtió Samir Amin, los países del sur deben practicar una “desconexión selectiva” del sistema financiero global: no para aislarse, sino para vincularse de otro modo, desde la cooperación y la autosuficiencia relativa.

Esa desconexión, en el caso cubano, no puede ser un repliegue, sino una apertura hacia un modelo alternativo: digital, cooperativo, productivo y profundamente humano.

Conclusiones

La historia demuestra que las crisis monetarias no son solo el resultado de desequilibrios contables, sino de desequilibrios de poder. Y el poder, en el mundo actual, se ejerce también a través del dinero.

Recuperar el control sobre la moneda cubana —no para cerrarse, sino para resistir y avanzar— es parte de la batalla por la independencia, tan decisiva hoy como en 1959. La tarea es inmensa, pero también lo es la experiencia de un pueblo que ha aprendido a convertir cada asedio en una oportunidad para reinventarse.

JECM

martes, 18 de noviembre de 2025

La repetición perdida: espiritualidad, capitalismo y los errores del socialismo


Vivimos un tiempo peculiar. Un tiempo en el que lo repetitivo —antes fundamento de la vida espiritual, de la comunidad y hasta de la sabiduría— se considera aburrido, improductivo, inútil. Lo que en las culturas tradicionales era camino hacia lo profundo, hoy se ve como un estorbo en medio de la urgencia moderna por la novedad constante.

Sin embargo, es precisamente esa pérdida del ritmo, del rito y de la repetición cargada de sentido lo que ha vaciado la experiencia humana de hondura espiritual. Y dicho vacío, lejos de ser llenado por las religiones o los sistemas políticos, ha sido capturado por el capitalismo, que se presenta —de forma engañosa— como salvador de un alma que él mismo contribuye a destruir.

1. La sabiduría de lo repetitivo

Las culturas indígenas de América, como la taína, entendían que la repetición era un camino hacia la profundidad: repetir un canto, un gesto, un rito, un ciclo agrícola. Los patrones naturales —como la piña con sus espirales perfectas— simbolizaban esa misma estructura cósmica: volver una y otra vez al mismo punto para avanzar hacia el centro, donde se encuentra lo sagrado.

En el cristianismo también ocurre: la liturgia se repite cada año, los salmos se recitan, el rosario vuelve sobre sí mismo como una espiral espiritual. Lo repetitivo no es rutina: es ritmo. Es orden. Es un modo de tocar lo que está más allá de lo cotidiano.

Pero en la modernidad acelerada, la repetición perdió prestigio; fue vista como atraso, como freno, como falta de creatividad. Lo repetitivo ya no profundiza: estorba. Y con esa ruptura se dañó una dimensión esencial del ser humano: su espiritualidad.

2. La sociedad del rendimiento y la destrucción de lo espiritual

Byung-Chul Han, en su crítica a la modernidad, explica que vivimos en una sociedad del rendimiento, donde lo único que importa es producir, avanzar, demostrar. La aceleración permanente ha borrado los espacios sagrados, los rituales, la contemplación y la lentitud.

El capitalismo nos empuja hacia un vértigo constante: todo debe ser nuevo, veloz, estimulante. Pero ese vértigo erosiona lo humano: agota, vacía, desconecta. La espiritualidad —entendida no como religión, sino como profundidad de vida— se vuelve imposible en medio del ruido.

Es un mundo sin centro, sin pausa, sin misterio.
Un mundo que no recuerda cómo volver sobre sus propios pasos.

3. El socialismo también cayó en la trampa

Aquí aparece un elemento que pocas veces se discute, pero que resulta crucial: el socialismo del siglo XX también asumió, en parte, la lógica del positivismo y del pensamiento ilustrado. Se enamoró de la técnica, de la planificación, de los números, del progreso medible. En ese proceso, redujo o desatendió la dimensión espiritual de los pueblos.

Muchos proyectos socialistas vieron la tradición, la religiosidad popular, la memoria y los rituales como residuo, superstición o atraso. Y al hacerlo, renunciaron a una fuerza que había estado en el corazón del socialismo original: la transformación humana, la ética profunda, el sentido de comunidad, la solidaridad como valor espiritual.

El resultado fue claro:
un socialismo justo en sus aspiraciones, pero a veces incapaz de hablarle al alma de las personas. Un socialismo que podía movilizar por necesidad, pero no siempre por inspiración.

4. El capitalismo ocupó el vacío espiritual

Ese descuido fue aprovechado por el capitalismo en su lucha contra el socialismo. No porque el capitalismo sea espiritual, sino porque aprendió a simular la espiritualidad. Así surgieron:

  • la espiritualidad convertida en mercancía,

  • el bienestar como producto,

  • la autoayuda vaciada de profundidad,

  • el consumo emocional,

  • los rituales convertidos en entretenimiento.

El capitalismo se disfrazó de terapia, de sentido de vida, de salvación individualista. Aunque en realidad destruye lo comunitario, trivializa los vínculos y convierte el alma en un mercado interior.

No ofrece espiritualidad:
ofrece una ilusión cómoda y despolitizada, que calma pero no transforma.

5. La tarea de nuestro tiempo: recuperar el centro humano

Hoy más que nunca se hace necesario reconstruir una espiritualidad humanista, una dimensión profunda que no dependa de la religión pero tampoco del mercado. Una espiritualidad que recupere:

  • el ritmo,

  • la comunidad,

  • el trabajo como acto creativo,

  • la repetición como camino al sentido,

  • la naturaleza como maestra,

  • el mito como guía ética,

  • el rito como espacio de sanación y convivencia.

Es decir: devolver alma al proyecto humano.

El socialismo debe mirarse a sí mismo y recuperar su raíz ética, comunitaria, martiana, marxista en su espíritu más humanista. No aquella versión tecnocrática que se obsesiona con estadísticas, sino la que coloca la dignidad humana por encima del capital, del mercado y del consumo.

Si no recuperamos esa dimensión espiritual —no religiosa, sino profundamente humana—, seguiremos siendo presa fácil de quienes comercializan nuestras angustias.

6. Volver al centro

Como la piña del pino, necesitamos volver al centro de la espiral.
La modernidad nos empujó hacia afuera, hacia la distracción y la superficie.
Pero los pueblos que sobreviven, resisten y regeneran su fuerza son aquellos que conservan un núcleo espiritual firme.

Ese núcleo no se compra: se cultiva.
No se improvisa: se repite, se celebra, se comparte.
No se inventa: se hereda y se transforma.

Hoy la humanidad necesita, más que nunca, ese regreso al centro.
Un regreso que no es nostalgia, sino reconstrucción de lo humano.

JECM

lunes, 27 de octubre de 2025

Entre tumbas y canciones: el juicio del tiempo


Recientemente visité el pequeño cementerio de la isla de San Michele, en Venecia. Allí, entre cipreses y mármoles silenciosos, descansa Ezra Pound, uno de los poetas más influyentes del siglo XX. Su tumba sencilla contrasta con la complejidad de su vida: genio literario, pero también hombre marcado por la mácula de su apoyo al fascismo de Mussolini. Pound fue encarcelado, tachado de traidor, condenado al olvido durante años. Sin embargo, su obra, con toda su fuerza poética y su contribución decisiva a la modernidad literaria, sobrevive al tiempo.

Y es que solo el futuro puede juzgar. Cada persona es hija de su tiempo, de sus circunstancias, de sus miedos y convicciones. La historia no se repite, pero rima —decía Mark Twain—, y en esas rimas está el drama humano de quienes, a veces sin comprender del todo, se dejan arrastrar por los vientos ideológicos de su época.

Muchos artistas europeos, antes de la Primera Guerra Mundial, vieron en ella una suerte de purificación moral, una oportunidad para que el alma humana se redimiera del materialismo. Pero aquella guerra no fue la regeneración soñada, sino la antesala del horror, de la deshumanización industrial del siglo XX. Aquellos espíritus creadores, cegados por el mito del sacrificio heroico, descubrieron demasiado tarde que el fuego que creían purificador era, en realidad, el fuego del infierno moderno.

Pensando en todo esto, no pude evitar mirar hacia Cuba, hacia nuestra historia y nuestras contradicciones. Este año se cumple el centenario de Celia Cruz, figura colosal de la música cubana, cuya voz iluminó generaciones. Su historia también está marcada por los dilemas de su tiempo. Celia surgió en un contexto de luchas y desigualdades, apoyada en sus inicios por el Partido Comunista antes de 1959. Sin embargo, tras el triunfo de la Revolución, tomó otro camino: se marchó de la isla y se convirtió en un símbolo de la contrarrevolución en Miami.

Allí, en el exilio dorado pero áspero, fue abrazada por quienes antes la despreciaban por su color y por su origen humilde. Su fama fue su escudo, pero también su prisión. Porque más allá de los aplausos, Celia convivió con una élite que la usó como estandarte político, sin reconocer jamás las causas sociales que la Revolución había intentado reparar.

¿Podemos juzgarla? ¿Podemos negar su genio, su voz irrepetible, su contribución a la identidad cultural cubana? Sería un error hacerlo. Del mismo modo que no se borra a Pound por sus errores políticos, no se puede borrar a Celia por sus decisiones personales. La creación auténtica pertenece a la humanidad, aunque su creador haya errado el rumbo.

No se trata de olvidar, sino de comprender. Comprender que detrás del brillo y los himnos hay seres humanos, vulnerables, contradictorios, a veces temerosos. Si Celia tuvo miedo —y tal vez lo tuvo—, no fue al comunismo ni a los Castro, sino al silencio, al olvido, al abandono de ese mundo que la idolatraba mientras la usaba. Su miedo fue quizás el mismo que acompaña a tantos artistas que, lejos de su tierra, descubren que la fama no sustituye al sentido, que el aplauso no calma la nostalgia.

El juicio del tiempo es implacable, pero también justo. Nos recuerda que la historia humana es un tejido de luces y sombras, y que las obras verdaderas sobreviven a los errores de sus autores. Como la poesía de Pound, como la voz de Celia.

Y quizás ese sea el mensaje final que uno aprende frente a las tumbas: que comprender no es justificar, sino mirar con los ojos limpios del rencor. Que la cultura, como la memoria, se construye aceptando nuestras contradicciones. Porque solo así podemos ser un pueblo completo: uno que no olvida, pero que tampoco niega la belleza, incluso cuando proviene del lado equivocado del destino.

JECM

Del Canto I

(Traducción al español)

Y bajé a la nave,
y echamos al agua el barco, y pusimos dentro las ofrendas,
carneros, ovejas negras, y subimos a bordo,
y el viento del norte nos llevó,
con las velas tensas y la proa cortando el mar,
hasta llegar al límite del océano,
donde viven los hombres que nada saben del sol,
en la oscuridad perpetua, cubiertos por la niebla,
allí donde Aqueronte y Estigia se mezclan.

Y allí cavé un hoyo en la tierra,
y vertí la libación a los muertos:
miel y leche, vino dulce y agua,
y esparcí harina blanca.
Y recé a los sin vida,
a los que han partido.

Y entonces vinieron, en oleadas,
las sombras pálidas,
novias, muchachas, guerreros cansados,
viejos que sufren,
y los que murieron por lanza o enfermedad,
y sus voces eran un murmullo de hojas secas.

Y entre ellos se alzó Tiresias,
el ciego, sabio entre los muertos,
y me habló, con la voz que atraviesa siglos:
“Regresa, Odiseo,
no te demores en la sombra,
porque toda búsqueda de conocimiento
es también un descenso.”

Ezra Pound