sábado, 2 de agosto de 2025

La fe sin obras es vana

Un amigo escribió recientemente: “No ganamos el cielo por las buenas obras, ni lo perdemos por errores doctrinales. La salvación es un regalo de Dios por la fe.” Una afirmación que, en parte, contiene verdad: la salvación no se compra, es gracia. Pero también es incompleta. Porque puede ser peligrosa si se convierte en excusa para la pasividad o para una fe sin compromiso.

La Biblia lo expresa con fuerza a través de la epístola de Santiago:

“La fe, si no tiene obras, está completamente muerta.” (Santiago 2:17)

No dice que es débil, ni que necesita mejoras. Dice que está muerta.
Y añade: “¿Acaso puede la fe salvar a alguien si no actúa?” (Santiago 2:14). Incluso los demonios creen, dice Santiago, pero no por eso hacen el bien.

Lutero, Calvino y un giro radical

Durante la Reforma protestante, figuras como Martín Lutero y Juan Calvino reaccionaron —con razón— contra los abusos de la Iglesia de su tiempo, que vendía “obras” como si fueran salvación. De ahí nació la conocida doctrina de la sola fide: solo por la fe somos justificados.

Sin embargo, este énfasis llevó a algunos reformadores a rechazar partes esenciales del mensaje evangélico. Lutero llegó a llamar a la carta de Santiago “epístola de paja”, por su insistencia en que la fe sin obras no sirve. Calvino, por su parte, construyó una doctrina de la predestinación extrema, donde todo estaba decidido de antemano: algunos eran elegidos para salvarse, otros para condenarse.

Esta visión, como señaló el psicoanalista y filósofo Erich Fromm, tuvo consecuencias graves. En su libro El miedo a la libertad, Fromm analiza cómo esta idea calvinista, llevada al extremo, ayudó a cimentar el pensamiento autoritario, incluso llegando a ser utilizada como base ideológica para que el nazismo se justificara moralmente.

La fe que salva, actúa

Decir que la fe es un regalo de Dios es cierto. Pero Dios no nos salva sin nuestra respuesta. Lo dijo san Agustín hace siglos:

“Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti.”

La fe no es un papel que firmamos, ni un pensamiento que asentimos en la mente. Es una forma de vivir, de amar, de actuar. Por eso, Jesús no les dirá al final de los tiempos: “Tuviste la doctrina correcta”, sino:

“Tuve hambre y me diste de comer, estuve preso y me visitaste, fui extranjero y me recibiste.” (Mateo 25:35-36)

Esa es la verdadera prueba del cristianismo: cómo tratamos al otro, especialmente al más pequeño, al más necesitado. No basta con “tener fe”. Si esa fe no se traduce en acciones concretas, en solidaridad, en lucha por la justicia, en amor real, entonces es solo una idea vacía.

La fe no es excusa para hacer lo que quieras

La fe no puede ser usada como coartada para la indiferencia. Como advirtió san Pablo:

“Ustedes han sido llamados a la libertad, pero no tomen esa libertad como excusa para satisfacer los deseos egoístas.” (Gálatas 5:13)

Creer no es una licencia para desentenderse del mundo. Al contrario, es una invitación a transformarlo. La fe no es renuncia a las obras, es su raíz. Si creemos de verdad, amamos. Y si amamos, actuamos. No hay otra.

El teólogo Karl Rahner dijo que “el cristiano del futuro será un místico o no será nada”. Y ese místico no es alguien que escapa del mundo, sino quien vive profundamente conectado con Dios y con la humanidad. Su fe se expresa en obras.

No, las buenas obras no “compran” la salvación. Pero tampoco existe salvación sin transformación del corazón, y esa transformación se demuestra con hechos. La fe verdadera produce vida. Una vida nueva. Una vida que da frutos. Que ama. Que sirve. Que se entrega.

La fe que no produce obras... simplemente no es fe.

JECM

jueves, 31 de julio de 2025

El espejismo del éxito individual: cuando olvidamos que nadie triunfa solo

Vivimos en una época donde el relato dominante glorifica al individuo como centro del éxito. Se exalta al "emprendedor que se hizo a sí mismo", al "líder visionario" o al "genio solitario" como figuras casi mitológicas. Sin embargo, bajo esa brillante superficie, suele esconderse una realidad mucho más compleja: la mayoría de los logros humanos son, en esencia, fruto de esfuerzos colectivos, condiciones sociales favorables, y el trabajo —a menudo invisible— de muchas otras personas.

Este fenómeno no es nuevo. Desde la Antigüedad, las sociedades han producido héroes, pero pocas veces se ha contado la historia de quienes construyeron los caminos por los que esos héroes caminaron. En tiempos más recientes, psicólogos sociales han denominado "sesgo de autoservicio" a esa inclinación a atribuirnos los éxitos a nuestras cualidades personales (inteligencia, esfuerzo, perseverancia), mientras que minimizamos u ocultamos la ayuda recibida, la suerte o el contexto favorable.

Esta narrativa se profundiza en culturas donde impera el mito del "self-made man", el hombre hecho a sí mismo. Un mito muy funcional para sostener el individualismo competitivo, pero profundamente ajeno a la realidad. Ningún logro nace en el vacío. Todo éxito está tejido con hilos sociales: una familia, una comunidad, una estructura económica, un equipo de trabajo, un país que formó y sostuvo.

Cuando los puentes se olvidan del río

En la Cuba de hoy, esta reflexión cobra especial sentido. Vivimos una realidad compleja, atravesada por crisis económicas, restricciones, sanciones y bloqueos. Sin embargo, en medio de esas dificultades, la solidaridad sigue siendo una fuente de alivio. Y entre los gestos más significativos está el apoyo constante de muchos cubanos emigrados.

Miles de cubanos en el exterior aportan silenciosamente al bienestar de familiares, barrios y comunidades. Lo hacen enviando medicinas, alimentos, insumos escolares, materiales de construcción o donaciones económicas. Lo hacen desde el trabajo honesto, desde el sacrificio, muchas veces desde el anonimato.

Pero con frecuencia, instituciones, grupos o individuos que hacen de "puente" entre estos donantes y los beneficiarios, terminan capitalizando simbólicamente el gesto. Publican fotos, hacen entregas formales, agradecen a "los que ayudaron", pero omiten mencionar el verdadero origen del aporte. Se diluye así el reconocimiento a quienes, desde lejos, siguen sintiendo y actuando como parte activa del país que dejaron atrás.

Una ética del agradecimiento

Rescatar la verdad colectiva de cada logro no es solo un acto de justicia; es una necesidad ética. En tiempos donde abunda el culto al "yo", es urgente recordar que el "nosotros" sigue siendo el núcleo donde nace lo verdaderamente humano.

Reconocer a quienes dan, nombrar a quienes colaboran, agradecer a quienes ayudan —aunque no quieran visibilidad— es parte del deber social. No para crear dependencia, sino para construir una cultura de la memoria compartida y la gratitud auténtica.

Porque si hay algo más dañino que la mentira, es el olvido deliberado del otro, ese otro que hizo posible que hoy alguien brille.

Muchos cubanos emigrados son hoy columnas invisibles del bienestar de familias, barrios y hospitales en la Isla. No buscan protagonismo, pero merecen reconocimiento.

Y quienes sirven de enlace —los llamados "puentes"— deben comprender que su rol es noble, pero no el más importante. El verdadero mérito está en la mano anónima que da sin pedir nada a cambio. En cada paquete, en cada remesa, en cada gesto solidario hay un amor que se expresa en hechos, no en discursos.

Tal vez ha llegado el momento de cambiar la narrativa del "yo ayudé" por la del "gracias por permitirme ser un canal de otros".

Porque en este mundo desbordado de egos, ser puente verdadero es recordar siempre el río que nos trajo hasta aquí.

JECM 

¿Es el éxito prueba de que lo hiciste bien?

Desde tiempos antiguos, los seres humanos hemos buscado señales que nos indiquen si estamos caminando por el sendero correcto. No son pocas las culturas que asociaron la abundancia, la riqueza o el poder con la bendición divina. El Antiguo Testamento, por ejemplo, está lleno de pasajes donde la prosperidad es vista como recompensa por la obediencia a Dios. Pero también nos deja claras advertencias: Job, hombre justo y temeroso de Dios, lo perdió todo sin haber hecho mal alguno. Jesús, según los Evangelios, vivió pobre, fue rechazado por los poderosos y terminó crucificado. ¿Significa eso que fracasó? Más bien, representa todo lo contrario. Como dijo Pablo de Tarso: “Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios, y lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte” (1 Corintios 1:27).

Sin embargo, vivimos hoy bajo una lógica que revierte esa sabiduría antigua. El capitalismo, y no solo él, ha conseguido imponer la idea de que el éxito económico es prueba de validez moral, política y social. Si te va bien, si acumulas riquezas, si logras “triunfar” —como lo define el mercado—, entonces es porque hiciste las cosas bien. Esta narrativa convierte a las personas y países pobres en responsables únicos de su situación, ocultando estructuras históricas, saqueos coloniales y relaciones económicas injustas.

El mito capitalista del éxito

Este mito no solo se promueve a nivel individual —“si eres pobre es porque no te esforzaste lo suficiente”—, sino también a nivel sistémico. Se nos dice que el capitalismo ha demostrado ser “superior” porque produce más bienes, porque genera más riqueza, porque es más eficiente. Pero ¿a qué costo? ¿Y para quién?

Frantz Fanon, uno de los más lúcidos pensadores de la descolonización, escribió en Los condenados de la tierra:

> “No se puede poner al mismo nivel la riqueza de un país colonizador y el subdesarrollo de la colonia. Uno es causa del otro.”

Este principio, muchas veces olvidado, nos obliga a mirar el éxito capitalista con ojos críticos: su riqueza es inseparable de la explotación global.

El reto de otros modelos

En las últimas décadas, algunos países han desafiado la narrativa del éxito capitalista como modelo único. China, con su modelo híbrido de socialismo de mercado, ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza sin replicar las instituciones políticas liberales occidentales. Vietnam, con su modelo socialista adaptado, ha logrado crecimiento sostenido, estabilidad y reconocimiento internacional. Incluso Rusia, con todas sus contradicciones, ha rearticulado una identidad nacional y política que no se somete a los dictados de Wall Street o Bruselas.

No se trata de idealizarlos, pero sí de constatar que la ecuación “democracia liberal + libre mercado = éxito” no es la única posible.

Cuba: el ejemplo que incomoda

Desde 1959, Cuba representa una anomalía. Un país pequeño, subdesarrollado, agredido, bloqueado, sin grandes recursos naturales, que logró alfabetizar a su población en un año, enviar médicos por todo el mundo, garantizar salud gratuita, resistir sin rendirse. Su revolución no fue perfecta, ni mucho menos, pero plantó una bandera que el imperialismo no podía tolerar: el mensaje de que otro camino era posible, incluso en América Latina.

Y eso, para el sistema, es imperdonable. El verdadero “pecado” de Cuba no fue expropiar empresas estadounidenses, sino demostrar que se podía vivir de otro modo, con justicia social como horizonte. Por eso, durante más de seis décadas, Washington ha aplicado una política obsesiva de asfixia económica, diplomática y mediática contra la isla.

El propio memorando de 1960 del subsecretario Lester Mallory lo admite con claridad:

> “La mayoría de los cubanos apoya a Castro... El único modo previsible de minar su apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción basada en la insatisfacción económica... Debemos emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba.”

La meta era clara: que el ejemplo cubano fracasara. No por errores propios, sino porque no se le permitió respirar.

Una mirada distinta sobre el “éxito”

¿Y si cambiáramos los lentes con los que medimos el éxito? ¿Y si preguntáramos cuánta dignidad genera un sistema, cuánta humanidad promueve, cuánta justicia distribuye? ¿Y si el éxito no fuera acumular, sino compartir?

Como decía José Martí:

> “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre.”

Frente a la lógica fría de los números y los mercados, existen otras lógicas, otras medidas, otras formas de construir sentido. Y muchas veces, quienes han sido catalogados como fracasados por no ajustarse al molde del éxito capitalista, son en realidad semillas de otro mundo posible.

JECM

lunes, 21 de julio de 2025

Sistema de pensiones en Cuba: una deuda pendiente con quienes aportaron y hoy viven en la precariedad

 «La Revolución es el sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad plena y libertad; es tratar y ser tratados como seres humanos.» Fidel

Introducción

Desde los inicios de la Revolución cubana, encabezada por Fidel Castro, se proclamó ideales de justicia, solidaridad y protección al ser humano. El diseño revolucionario aspira a construir una sociedad donde la vejez no sea sinónimo de pobreza ni de abandono: “el derecho de los ancianos a una vejez segura” fue expresamente reivindicado como parte de la causa emancipadora.

Sin embargo, el sistema de pensiones actual —que mantiene a millones de personas mayores subsistiendo con ingresos equivalentes a sólo 4‑5 USD al mes— entra en conflicto directo con esos valores fundacionales. Mucho se ha avanzado en materia de salud y educación, pero la realidad de una población vulnerable encarando la pobreza extrema cuestiona el modelo económico.

Este artículo desarrolla primero una visión general del funcionamiento de un sistema de pensiones de trabajadores públicos, y luego se adentra en el caso cubano contemporáneo, marcado por un debate político reciente sobre el deterioro del bienestar de los jubilados y la emergencia de una pobreza silenciosa, en franca contradicción con el humanismo y la igualdad enarbolados desde la Revolución. En el caso cubano omitimos el factor externo (Bloqueo, crisis mundial, etc) variables que, sin dudas, tienen una gran parte de responsabilidad en el deterioro de las condiciones de vida de todos los cubanos. Pero como afirmábamos en el texto en que hablamos de las recomendaciones de Albert Wohlstetter en 1965, debemos buscar soluciones desde nosotros mismos aún con todas esas limitaciones en contra. Estas son mis reflexiones al respecto, inacabadas, incompletas, y quizás desacertadas, pero que pretenden aportar un granito en la búsqueda de otros caminos que nos permitan hacer realidad el ideario revolucionario de alcanzar toda la justicia posible.

Parte I – Qué es un sistema de pensiones de trabajadores públicos

Un sistema de pensiones de trabajadores del sector público (ó Estatal) es un régimen especial diseñado para proteger a quienes han servido al Estado. Sus principales características incluyen:

Régimen separado o mixto: los funcionarios cotizan a un fondo específico (administrado por el Estado) en lugar o además del sistema general de seguridad social.

Financiamiento conjunto: aportaciones de los empleados y del Estado, con frecuencia otorgando mejores beneficios que el sistema general.

Modalidad de reparto o capitalización colectiva, según el país.

Requisitos de jubilación: como edad mínima, años de servicio o combinación de ambos.

El cálculo de pensión contempla el salario final o promedio de los mejores años (últimos 3 o 5), y suele ofrecer un porcentaje elevado del salario.

Las pensiones pueden tener movilidad: ajuste automático según inflación o aumentos salariales de los activos; o ser ajustadas por políticas puntuales.

Esto plantea una cuestión clave cuando hay cambios salariales: ¿se ajustan también las pensiones existentes? Si el sistema contempla movilidad, sí ajustan; si no, los jubilados pueden quedar rezagados. Algunas políticas buscan compensar a los jubilados antiguos con aumentos progresivos o bonos.

Parte II – El caso cubano actual y el debate en la Asamblea Nacional

Contexto reciente y debate político

En julio de 2025, durante una sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, la entonces ministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó Cabrera, negó la existencia de personas en situación de mendicidad en Cuba, afirmando que quienes se ven en las calles estaban “disfrazados de mendigos” o buscaban una “vida fácil”. Este discurso provocó una ola de indignación ciudadana, y en apenas 48 horas la ministra renunció, en un hecho sin precedentes atribuible a presión popular. Ante la polémica, el presidente Díaz‑Canel y el primer ministro se distanciaron y reconocieron la existencia de vulnerabilidad entre ancianos y jubilados.

Crisis de las pensiones y vulnerabilidad

Más del 39 % de los jubilados cubanos —casi 3 millones de personas— vive con la pensión mínima: 1.528 pesos cubanos al mes, equivalentes a unos 4‑5 USD al cambio informal.

Muchas de estas personas solo pueden comprar un puñado de alimentos básicos: por ejemplo, esa pensión alcanza apenas para unos 15 huevos o varias libras de arroz.

Frente a ingresos tan bajos, miles de jubilados se han visto obligados a:

Vender en la calle café, cigarrillos, ropa u objetos de segunda mano.

Recolectar materiales reciclables o trabajar de forma informal hasta avanzada edad.

Dormir en la calle, especialmente para cobrar la pensión o por falta de efectivo en cajeros y colapsos bancarios.

La situación se agrava por factores estructurales:

Una población envejecida: más del 25 % de habitantes tiene 60 años o más, y esta proporción sigue creciendo.

La crisis económica, la inflación (alrededor del 25 %), escasez de alimentos y medicamentos.

El cierre del Instituto Nacional de Seguridad Social y transferencias de competencias a entidades provinciales, lo que ha debilitado la capacidad de coordinación y aumentó la desigualdad territorial en la atención social.

Impactos sociales observados

Un aumento visible del número de personas deambulantes, muchas de ellas ancianos que no reciben asistencia adecuada.

Presencia de jubilados durmiendo en la calle o haciendo colas desde la madrugada para cobrar su pensión.

La sociedad civil ha institucionalizado “cadenas de apoyo”: redes de solidaridad que proveen alimentos, medicinas o refugio, ante la lentitud del ente público de trazar una política más agresiva para combatir el deterioro en el sector vulnerable.

Reflexión sobre políticas de pensiones y reajustes

El sistema actual no contempla movilidad automática suficiente: las pensiones no se ajustan proporcionalmente al aumento del salario de los activos.

No hay mecanismos de reajuste retroactivo o extraordinario que compensen a jubilados anteriores a reformas salariales recientes.

La gradación regional en gestión ha introducido desigualdad entre provincias, pues en algunas zonas el apoyo social se ha erosionado más rápidamente.

Conclusiones y recomendaciones

1. La situación cubana ejemplifica un sistema donde un reajuste salarial no beneficia automáticamente a pensionados antiguos, lo que genera pobreza profunda en adultos mayores.

2. La ausencia de mecanismos de ajuste proporcional deja a muchos jubilados sin capacidad de cubrir necesidades básicas.

3. Las consecuencias sociales —ancianos deambulantes, venta informal, abandono estatal— reflejan un sistema de pensiones mal aplicado y estructuralmente débil.

4. Urge:

Implementar movilidad automática que vincule pensiones a variaciones reales del salario y la inflación.

Crear reajustes compensatorios retroactivos para jubilados anteriores a reformas.

Restablecer una institucionalidad central de la seguridad social, mejor coordinada y con presupuesto adecuado.

Complementar con políticas sociales focalizadas sobre personas vulnerables sin acceso a remesas o soporte externo.

jueves, 17 de julio de 2025

El enfoque estratégico de Albert Wohlstetter sobre el Bloqueo de EE.UU. a Cuba


En un memorando fechado en 1965 y recopilado por RAND como parte del documento On Dealing with Castro's Cuba: Part I, Albert Wohlstetter detalla sus propuestas sobre cómo Estados Unidos debería manejar su política hacia Cuba. Estas sugerencias, transmitidas directamente por Wohlstetter como consultor de ISA, reflejan una perspectiva realista y estratégica sobre los límites y objetivos del embargo.

Principales planteamientos del informe

1. **“Continue the embargo.”**
Wohlstetter defendía la continuidad del bloqueo como herramienta política, aunque reconocía que “no esperara que por sí solo derribe a Castro”.

2. **No alimentar extremos internos.**
Advertía contra asociar a EE.UU. con la estabilización de Castro o con los sectores de derecha que promovían una invasión, proponiendo distancia de ambos extremos políticos.

3. **Prepararse para apoyar discretamente alternativas democráticas.**
Insistía en estar listos para brindar ayuda silenciosa a elementos anti‑comunistas y democráticos cubanos si surgían oportunidades: “be prepared to offer some quiet help if the anti‑Communist, democratic elements in Cuba … exploit … divisions and economic crises”.

4. **Reconocer el costo político internacional.**
Wohlstetter abogaba por tolerar críticas de aliados o países no alineados, cuyo análisis sobre el comunismo —decía él— “ha sido menos informado y considerablemente más errado que el nuestro”.

Cómo complementa este texto el análisis de Elíades Acosta Matos

El artículo en El Ciudadano resume algunas recomendaciones clave de Wohlstetter y aporta frases adicionales con valor histórico y político:

**“Debe exigirse a Castro la liberación de los prisioneros políticos, no sólo como un acto humanitario, sino para dar un paso más en la formación de una oposición a su gobierno… Sacarlos del país podría ser también un acto humanitario, pero tendría menos valor para el futuro de la oposición en Cuba…”**

**“No debe firmarse ningún acuerdo para limitar los vuelos espías de los U2 sobre la isla…”**

**“En la esfera comercial, no debe hablarse de ‘normalización’ de las relaciones entre los dos países, eso no es deseable.”**

**“El bloqueo contra Cuba deberá mantenerse (entre otras razones) para demostrar a los pueblos de las repúblicas latinoamericanas que el comunismo no tiene futuro en el Hemisferio Occidental…”**

**“El solo hecho de que esta avanzada del comunismo pueda fácilmente sobrevivir a nuestra hostilidad, e incluso, florecer con nuestra ayuda, estimulará futuras imitaciones de Castro.”**  

Estas citas reflejan la visión de Wohlstetter como una estrategia calculada para debilitar al régimen cubano y desalentar a otros países latinoamericanos de seguir su ejemplo.

Bibliografía y fuentes recomendadas

Obras primarias

Wohlstetter, Albert y Roberta M. Wohlstetter. On Dealing with Castro’s Cuba: Part I. RAND Corporation, D‑17906‑ISA, 1965. Documento clave que contiene las propuestas originales del informe.

Artículos y análisis secundarios

Elíades Acosta Matos, “Las campañas contra Cuba y la maquila de los bostezos” (El Ciudadano, abril‑2023), incluye citas explícitas del memorándum de Wohlstetter.

Kavilando / National Security Archive, “Estudio secreto de la CIA concluyó que los costos políticos del embargo superan los beneficios” (febrero‑2022), examina documentos desclasificados sobre los orígenes de la estrategia estadounidense.

Informes sobre el embargo y su impacto

Wikipedia: “United States embargo against Cuba” – visión general actualizada, incluyendo marco legal y cifras recientes.

Münchener Post: estimación del impacto anual en 2024 (≈ 5.000 millones USD y daño acumulado de ≈ 164.000 millones USD).

Informes cubanos (Scribd / Informe contra el bloqueo 2023) – perspectiva oficial sobre el embargo y su efecto sistemático durante la pandemia de COVID‑19.

Cómo conclusión podemos afirmar que el informe de Wohlstetter presenta el Bloqueo como una herramienta de contención política más que un simple castigo económico. Su enfoque enfatiza la necesidad de sostener presión constante, evitar normalización y apostar por una oposición interna discreta. Estas ideas fueron reflejadas con claridad en debates posteriores sobre la política estadounidense hacia Cuba y siguen siendo útiles para comprender el fundamento estratégico de décadas de confrontación.

1. ¿Quién fue Albert James Wohlstetter?

Albert James Wohlstetter (Nueva York, 19 de diciembre de 1913 – Los Ángeles, 10 de enero de 1997) fue un influyente politólogo y estratega militar estadounidense, especialmente reconocido por su contribución a la doctrina nuclear y la defensa estratégica durante la Guerra Fría.

Formación académica

Estudió matemáticas en el City College of New York y luego se trasladó a Columbia University, donde completó una maestría en lógica matemática y filosofía de la ciencia bajo la tutela de Abraham Wald, aunque nunca finalizó el doctorado.

2. Principales roles y funciones en el establishment estadounidense

Servicio en el gobierno (década de 1940)

Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en planificación de producción bélica para el War Production Board. Posteriormente fue Director de Programas en la National Housing Agency (USHA) entre 1946 y 1947, la única posición federal que ocupó en su carrera.

RAND Corporation (1951–1963 y más allá)

En 1951 ingresó como consultor en la División de Matemáticas de la Corporación RAND, y en 1953 pasó a formar parte del personal permanente. Ahí investigó la postura y operación de fuerzas nucleares de EE. UU. con el objetivo de disuadir con credibilidad y eficiencia frente a la URSS.

Una de sus obras más influyentes fue The Delicate Balance of Terror (1958), en la que redefinió primitivas doctrinas de “mutua destrucción asegurada” (MAD) hacia nociones de disuasión graduada, precisión y control de escalada nuclear.

Asesor en seguridad nacional y think tanks

Wohlstetter fue asesor de administraciones tanto demócratas como republicanas, incluyendo a Kennedy durante la Crisis de los Misiles en 1962, además de participar en comités públicos para promover sistemas anti‑misiles durante las administraciones Nixon y Reagan.

Fundó o presidió organizaciones como Pan Heuristics Services, que asesoró al Departamento de Estado y Defensa, y el European American Institute for Security Research, vinculadas a redes como la Fundación Carthage y el círculo neoconservador.

Academia

Entre los años 1960 y 1980 enseñó en UCLA, Berkeley, y luego como profesor de Ciencia Política en la University of Chicago (1964–1980), donde influenció intelectuales clave del neoconservadurismo como Paul Wolfowitz, Richard Perle y Zalmay Khalilzad  . También fue distinguido con dos veces la Medalla al Servicio Público Distinguido del Departamento de Defensa (por McNamara en 1965 y Rumsfeld en 1976), y junto a su esposa recibió la Medalla de la Libertad Presidencial en noviembre de 1985.

3. Cómo se vincula con su informe sobre el embargo a Cuba

Debido a su prestigio en estrategia nuclear y seguridad internacional, Wohlstetter fue consultado por RAND y por el establishment de seguridad de EE. UU. para plantear enfoques sobre Cuba durante la Guerra Fría. Su visión del embargo como herramienta política coherente se inscribe en una larga trayectoria de análisis estratégico y asesoría estatal.

Sus propuestas sobre el embargo —como exigir liberación selectiva de presos políticos, evitar normalización comercial, mantener el bloqueo para desalentar al comunismo latinoamericano y potenciar una oposición interna discreta— reflejan el enfoque calculado y clínico que caracterizó sus estudios sobre disuasión y postureo estratégico.

4. Resumen del perfil institucional

Albert Wohlstetter fue un actor central del establecimiento de la defensa y la estrategia estadounidense durante la Guerra Fría. Desde su formación en lógica matemática, pasando por puestos en el gobierno y luego en RAND, hasta su influencia académica y su participación en redes neoconservadoras, su legado define un enfoque estratégico enfocado en la precisión, disuasión creíble y uso de herramientas políticas más que meramente económicas o militares.

Sus planteamientos sobre el embargo a Cuba se entienden mejor al reconocer esta trayectoria como estratega y consejero influyente en Washington.


martes, 1 de julio de 2025

La trampa de la autojustificación: cómo culpar a otros nos aleja de las soluciones

¿Alguna vez has escuchado frases como “yo hago esto porque todos lo hacen” o “no cumplo con esto porque los dirigentes tampoco lo hacen”? Esta forma de pensar es más común de lo que parece y se llama autojustificación. Es un mecanismo psicológico que usamos para proteger nuestra imagen y evitar sentir culpa o responsabilidad por nuestras acciones. Pero, aunque parezca una salida cómoda, esta actitud en realidad empeora las crisis sociales y personales.

¿Qué es la autojustificación y por qué la usamos?

La autojustificación es cuando buscamos razones externas para explicar nuestras decisiones o errores, en lugar de asumir nuestra responsabilidad. Por ejemplo, si alguien no recicla, puede decir “no lo hago porque nadie más lo hace” o “el gobierno no promueve el reciclaje, ¿para qué hacerlo yo?”. Esto nos ayuda a sentirnos mejor con nosotros mismos, porque mantenemos una imagen positiva, aunque sepamos que no estamos actuando bien.

Un experimento clásico en psicología mostró que las personas cambian su percepción para justificar lo que hacen y evitar sentir disonancia interna, esa incomodidad que surge cuando nuestras acciones no coinciden con lo que creemos correcto.

En Cuba, también escuchamos muchas mas veces de lo deseado dichas frases. Pero esta forma de pensar, que busca justificar nuestras acciones echándole la culpa a otros, es una trampa que nos aleja de resolver los problemas que enfrentamos día a día.

¿Por qué esta actitud bloquea el cambio?

Cuando culpamos a los dirigentes, a los vecinos o a las circunstancias, lo que en realidad hacemos es evitar asumir nuestra parte de responsabilidad. Y eso tiene consecuencias directas:

  • Nos paraliza: Si todos esperan que otro dé el primer paso, nadie lo da y los problemas siguen ahí, sin solución.

  • Fomenta la irresponsabilidad: Se pierde la oportunidad de aprender y mejorar, porque siempre estamos justificando lo que hacemos o dejamos de hacer.

  • Genera división: En vez de unirnos para buscar soluciones, nos enfrascamos en discusiones sobre quién tiene la culpa, lo que desgasta la confianza entre nosotros.

Por ejemplo, en muchos barrios cubanos, la recogida de basura puede ser un problema serio. Si cada vecino dice “yo no limpio porque los servicios no son buenos”, la basura se acumula y la situación empeora. Pero cuando un grupo de vecinos decide organizarse y limpiar aunque sea su calle, se crea un efecto contagio que mejora el entorno para todos.

Ejemplos cotidianos que reflejan esta tendencia y cómo cambiarla

1. El ahorro de energía en el hogar
Muchos cubanos se quejan de los apagones o del costo de la electricidad, y a veces justifican el alto consumo diciendo “si las instituciones estatales derrochan , ¿por qué debo ahorrar yo?”. Pero el ahorro energético comienza en casa y con pequeños hábitos que todos podemos adoptar:

  • Aprovechar la luz natural durante el día y apagar las luces al salir de una habitación.

  • Usar los electrodomésticos en horas fuera del pico eléctrico, por ejemplo, lavar la ropa temprano en la mañana o por la noche.

  • Desconectar cargadores, televisores y otros equipos cuando no se usan, porque aunque estén apagados, siguen consumiendo energía.

  • Mantener la nevera en buen estado, sin abrirla muchas veces y colocándola lejos del sol o la cocina.

Estas acciones no solo ayudan a reducir el consumo y la factura eléctrica familiar, sino que contribuyen a que el país pueda administrar mejor su energía, beneficiándonos a todos.

2. La limpieza y el cuidado del barrio
Decir “no limpio porque los servicios públicos no funcionan bien” es una excusa común. Pero cuando algunos vecinos deciden recoger la basura de su calle, plantar árboles o pintar fachadas, inspiran a otros a seguir el ejemplo. Así, poco a poco, se mejora la calidad de vida y se fortalece el sentido de comunidad.

3. La contaminación sonora: un problema que afecta a todos
En muchas comunidades cubanas, el ruido excesivo —música a altos decibeles, bocinas, motores ruidosos— es una fuente constante de molestia. A menudo se justifica diciendo “si los demás hacen ruido, ¿por qué no voy a hacerlo yo?”. Esta actitud no solo afecta la tranquilidad y la salud de los vecinos, sino que genera conflictos y tensiones innecesarias.

Si cada persona asumiera la responsabilidad de respetar el descanso y el bienestar de los demás, se podría mejorar la convivencia y la calidad de vida en los barrios.

¿Cómo romper con esta cultura de la culpa y la justificación?

  1. Cambiar el “yo no puedo porque otros no hacen” por un “yo sí puedo hacer mi parte”
    Aunque las condiciones no siempre sean perfectas, cada acción cuenta. Si cada cubano asume su responsabilidad, se puede transformar mucho.

  2. Ser honestos con nosotros mismos
    Reconocer cuándo estamos buscando excusas para no actuar es el primer paso para cambiar. Por ejemplo, en vez de decir “no hice la cola porque estaba apurado”, preguntémonos qué podemos hacer para organizarnos mejor.

  3. Buscar soluciones juntos, no culpables
    En lugar de gastar energía en señalar a quién le toca la culpa, enfoquémonos en qué podemos hacer para mejorar nuestra comunidad, aunque sea en pequeño.

  4. Promover el ejemplo desde la familia y el barrio
    Cuando un vecino o un familiar asume su responsabilidad y actúa, inspira a otros a hacer lo mismo. Así, poco a poco, se crea una cultura de compromiso y solidaridad.

  5. Crear espacios de diálogo y acción comunitaria
    En Cuba, las organizaciones de base como los CDR o las asociaciones culturales pueden ser plataformas para fomentar esta cultura de responsabilidad y trabajo conjunto.

Un llamado a la responsabilidad personal y colectiva

La tendencia a culpar a otros es un mecanismo psicológico que nos protege momentáneamente, pero que a largo plazo impide el progreso social y comunitario. Combatirla requiere un cambio profundo en la forma en que pensamos, hablamos y actuamos, promoviendo la responsabilidad personal y colectiva como base para construir sociedades más fuertes, justas y capaces de enfrentar sus desafíos.

La realidad cubana tiene sus retos, pero también su enorme potencial. Si dejamos de buscar excusas y empezamos a asumir nuestra parte, podremos transformar muchas situaciones difíciles. La responsabilidad personal no es solo un deber, es un acto de amor hacia nuestra comunidad y nuestro país.

En definitiva, culpar a otros solo nos aleja de la solución. El cambio empieza cuando cada uno decide hacer lo que le corresponde, sin esperar que otro lo haga primero.

JECM

viernes, 27 de junio de 2025

Apagar un bombillo, encender la conciencia

La insolidaridad humana: del egoísmo histórico a los retos actuales


1. Un largo camino: la insolidaridad a través de la historia

La insolidaridad no es una anomalía reciente. Es un fenómeno que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Aun cuando existen ejemplos brillantes de cooperación y altruismo en todas las culturas, también hay abundante evidencia de cómo, ante el temor, la escasez o el poder, los seres humanos se han replegado sobre sí mismos, excluyendo, marginando o incluso destruyendo al otro.

Ya en la Biblia, el relato de Caín y Abel ilustra la negación del otro, del hermano, en nombre de una frustración personal. “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”, pregunta Caín. Y esa pregunta atraviesa los siglos. En el pensamiento griego, Aristóteles concebía al ser humano como un zoon politikon, un ser que solo puede realizarse plenamente en comunidad. Sin embargo, también reconocía que muchos optaban por la vida solitaria o la dominación de los otros, alejándose del ideal de la polis solidaria.

La Edad Media cristiana, con su ideal del amor al prójimo, no escapó a prácticas insolidarias. Las cruzadas, la inquisición o el trato a los pobres muestran cómo la doctrina muchas veces fue traicionada por la conducta. No obstante, siempre hubo también resistencia: desde San Francisco de Asís hasta los primeros reformadores, que denunciaban el egoísmo de los poderosos.

En la modernidad, la Ilustración trajo consigo ideas sobre la libertad y la igualdad, pero muchas veces estas ideas quedaron atrapadas en marcos individuales y meritocráticos. Rousseau advertía del deterioro de los lazos comunitarios en las sociedades urbanas, y Marx denunciaría que el capitalismo promueve un tipo de individuo desconectado del sufrimiento ajeno.

2. Psicología de la insolidaridad: lo individual y lo grupal

Desde la psicología social, se ha estudiado cómo las personas tienden a ser más empáticas con quienes perciben como “parte de su grupo”. El fenómeno del “nosotros contra ellos” es un sesgo cognitivo que, en situaciones de crisis o competencia por recursos, se intensifica.

También está el llamado “efecto espectador”: cuanto mayor es el número de personas presentes ante una situación de injusticia o necesidad, menor es la probabilidad de que alguien actúe. La responsabilidad se diluye, se espera que “otros hagan algo”.

En crisis prolongadas, como las guerras o las catástrofes económicas, se agravan estos mecanismos. Se cierra el círculo de preocupación y se prioriza la supervivencia individual o familiar por encima del bien común. Pero la historia también nos muestra lo contrario: en muchas guerras, epidemias y hambrunas, surgieron redes espontáneas de solidaridad y entrega total.

3. El caso cubano: entre la solidaridad histórica y la fractura actual

Cuba ha sido, durante décadas, un ejemplo internacional de solidaridad. Desde el envío de médicos a países en crisis hasta la acogida de estudiantes de todo el mundo. Internamente, también se han cultivado fuertes valores de ayuda mutua, hospitalidad y respeto por los más vulnerables.

Sin embargo, la crisis actual —profundizada por el bloqueo externo, las ineficiencias internas y una comunicación pública que no siempre logra motivar desde el ejemplo— está resquebrajando esas bases solidarias. Se observa, en algunos sectores, una pérdida de empatía: quien tiene corriente eléctrica, no piensa en el que no la tiene; quien vive en una ciudad sin apagones, en vez de ahorrar, deja luces encendidas, ventiladores o climatizadores todo el día.

Algunos responsabilizan al Estado, a las instituciones, y en parte puede haber razón. Pero no todo es atribuible a las estructuras. Hay también una crisis de cultura cívica, una fatiga social, un individualismo creciente. Y, lo más preocupante, una falta de estímulo ético desde el discurso público que recuerde que sin solidaridad, no hay nación posible.

Acostumbrados a que el Estado sea quien resuelva todos los problemas, incluso por un discurso político que ha promovido esta visión, se ha desestimulado o simplemente puesto en un último lugar la parte de la responsabilidad personal y familiar en muchos de los problemas que afrontamos hoy. El sector residencial, dado la avalancha de efectos electrodomésticos que se ha propiciado en los últimos años, ha representado una sobrecarga para el sistema electroenergético nacional, y solo con la participación consciente de la población sería posible aliviar la crisis que se vive hoy.

4. Lo que está en juego: propuestas para una cultura solidaria renovada

En el capitalismo, el control del consumo se logra con precios altos. El que más consume, más paga. Pero en un modelo como el cubano, que ha buscado proteger al pueblo, solo una conciencia colectiva y una cultura solidaria pueden evitar que las desigualdades se profundicen.

Aquí algunas propuestas:

    • Campañas educativas claras: con ejemplos concretos, como cuánta energía se ahorra si cada hogar apaga un solo bombillo de 20 watts durante una hora diaria. Si un millón de hogares lo hicieran, se ahorrarían 20 megawatts-hora cada día. Eso puede significar menos sobrecarga en el sistema y menos apagones en zonas vulnerables.

    • Estimular con el ejemplo: que las instituciones, los medios, los líderes comunitarios, comiencen por mostrar comportamientos empáticos. No se puede pedir sacrificio sin ofrecer primero voluntad.

    • Reconocer y divulgar buenas prácticas: premiar y visibilizar barrios, edificios, comunidades que logren reducir su consumo en nombre de los que no pueden.

    • Fomentar redes vecinales: el sentido de comunidad no se impone, se construye. A través de círculos de apoyo, brigadas energéticas, campañas de cuidado común.

    • Una ética pública del cuidado: donde pensar en el otro no sea visto como ingenuidad, sino como un acto de dignidad.

5. La insolidaridad como espejo

Así como muchos emigrantes, una vez insertados en los países desarrollados, olvidan que fueron excluidos alguna vez y terminan votando por partidos antiemigrantes, en Cuba hay quienes, gozando de una ventaja relativa, olvidan que otros no pueden refrigerar sus alimentos, estudiar de noche o descansar con calor.

Esto no es un problema de maldad. Es un problema de cultura, de conciencia y de dirección política clara. Y si no se enfrenta con decisión, puede erosionar uno de los pilares más nobles que ha tenido la sociedad cubana: su vocación humanista y solidaria.

La lucha no es solo contra la crisis energética, sino contra el cinismo, la indiferencia y el “sálvese quien pueda”. Y esa batalla también se da en cada hogar, en cada acto cotidiano. Porque un solo watt puede no parecer nada. Pero millones de watts conscientes pueden iluminar un país entero.

JECM

Dirección sin liderazgo: una amenaza silenciosa

En momentos de crisis estructural y redefiniciones globales, muchas sociedades que han apostado por modelos alternativos al capitalismo enfrentan un problema persistente y profundo: la desconexión entre liderazgo y dirección. Aunque estos términos suelen emplearse indistintamente, su diferencia no solo es conceptual, sino práctica y política. Esa confusión —o peor aún, su uso manipulador— puede ser una de las causas silenciosas del desgaste en los procesos revolucionarios y de transformación social.

¿Qué diferencia al liderazgo de la dirección?

Podemos apoyarnos en las ideas de autores como John Kotter, quien distingue la dirección como un conjunto de procesos orientados a la planificación, organización y control para lograr objetivos establecidos. El liderazgo, por el contrario, se enfoca en la visión, la motivación, el cambio y la inspiración. El primero administra, el segundo transforma. Uno mantiene el orden; el otro lo desafía, lo redibuja.

La filósofa Hannah Arendt, al referirse al poder y la autoridad, ya advertía que la burocratización excesiva y el abandono del liderazgo ético llevaban al vaciamiento de los procesos políticos, sustituyendo el juicio moral y la responsabilidad por reglas impersonales y estructuras jerárquicas. En muchos sistemas revolucionarios, la dirección se hace rígida, formalista, mientras que el liderazgo —vivo, apasionado, conectado con el pueblo— ha sido asfixiado por la obediencia ciega o la lógica de la eficiencia técnica.

El peligro de los resultados medibles

En la gestión moderna se ha impuesto la idea de que lo que no se mide no existe. Pero en los procesos revolucionarios, esta lógica puede ser profundamente contraproducente. El éxito no puede limitarse a indicadores económicos, asistencias a reuniones o cantidad de viviendas construidas. Es necesario considerar elementos como la participación real, la conciencia política, la confianza ciudadana y la capacidad de movilización transformadora.

El pensador cubano Fernando Martínez Heredia advertía que las revoluciones no son sostenibles si se administran como empresas. La reproducción mecánica de logros, sin pensamiento crítico ni protagonismo popular, termina alejando a los sujetos sociales del proyecto común. Una mala dirección, aunque “eficiente” en el corto plazo, puede ser letal en el largo plazo. Lo mismo ocurre con un liderazgo populista, desconectado del pensamiento estratégico y de las estructuras de base.

Consecuencias del divorcio entre líderes y dirigentes

Cuando dirección y liderazgo no dialogan o se convierten en adversarios, los efectos son múltiples:

  • Desmotivación en las bases.

  • Burocratización de los procesos sociales.

  • Pérdida de confianza en las instituciones.

  • Fractura entre generaciones.

  • Despolitización o cinismo como formas de defensa social.

Esto no es nuevo. En varios procesos del siglo XX, como el soviético o el sandinista, se observaron momentos en que el aparato directivo se volvió incapaz de sostener el impulso original del liderazgo revolucionario. En contextos como el cubano, esto ha provocado la fatiga cívica de algunos sectores, especialmente jóvenes, quienes no niegan los ideales del socialismo, pero cuestionan las formas en que estos se gestionan y representan.

¿Cómo superar esta crisis funcional?

El reto es gigantesco, pero necesario. Se podrían sugerir tres líneas de acción:

  1. Formación integral de cuadros y líderes, que combine lo técnico con lo ético, lo ideológico con lo afectivo. Dirigir no es simplemente gestionar; liderar no es solo emocionar.

  2. Mecanismos reales de participación y control popular, que permitan evaluar a los dirigentes más allá de los informes y estadísticas. La evaluación debe ser ascendente y dialógica, no solo descendente y punitiva.

  3. Reinvención del liderazgo colectivo, donde el protagonismo no recaiga en figuras mesiánicas ni en estructuras estancas, sino en redes, movimientos, saberes diversos. Inspirarse en prácticas como el “liderazgo horizontal” promovido por los zapatistas, o el “poder obediencial” del Buen Vivir andino, puede ofrecer alternativas valiosas.

Una reflexión final

Creer que basta con tener un sistema distinto al capitalismo para construir una sociedad superior es un error peligroso. El sistema debe estar vivo, repensarse, evaluarse, nutrirse de las energías populares, y eso solo es posible cuando dirección y liderazgo cooperan, dialogan, se tensionan en beneficio del pueblo.

En los procesos revolucionarios, un mal liderazgo o unas malas prácticas de dirección pueden ser tan —o incluso más— funestas que la acción directa de la contrarrevolución. Dañan no solo su entorno inmediato, sino que comprometen la credibilidad y el futuro del proyecto transformador, afectando gravemente el desarrollo político, moral y cultural de las nuevas generaciones.

Una política de cuadros ineficiente, autorreferencial o desconectada de la realidad concreta, tiene un efecto interno comparable al de una invasión enemiga: penetra de forma sigilosa, no declarada, y lo más peligroso es que cuesta identificar su alcance hasta que ya ha corroído parte de la estructura social desde dentro.

Como diría Paulo Freire, “nadie lidera solo, liderar es siempre un acto de amor comprometido con los otros”. Y dirigir, cuando no escucha ese amor ni respeta el juicio del pueblo, degenera en dominación y destruye el alma misma del proyecto revolucionario.

JECM

lunes, 23 de junio de 2025

Policrisis y Estados Fallidos: Ingeniería de la Fragmentación Social

 

En los últimos años, hemos visto cómo palabras como “policrisis”, “colapso”, “ingobernabilidad” o “estado fallido” se repiten con fuerza en informes, titulares y redes sociales. Pero, ¿quién decide cuándo un país “ha fallado”? ¿Y por qué ciertos Estados son retratados como fallidos mientras otros, con problemas similares o peores, no lo son?

Más allá de la realidad que pueda vivir una nación, estos términos no son neutrales. Son parte de un lenguaje cuidadosamente construido para deslegitimar proyectos soberanos, romper el tejido social y preparar el terreno para cambios de régimen impulsados desde el exterior. Esta ha sido la estrategia aplicada en países como Libia, Siria, Venezuela y, desde hace más de seis décadas, en Cuba.

La “policrisis”: cuando todas las crisis parecen venir juntas

El término policrisis fue popularizado por el historiador Adam Tooze para describir la superposición de crisis —económica, climática, energética, sanitaria— que se entrelazan y dificultan respuestas coherentes. Según Tooze, la particularidad de este fenómeno es su interconexión: una crisis agrava a la otra.

Pero lo que puede ser un concepto útil para el análisis sistémico también puede usarse como herramienta política. Cuando ciertos medios o gobiernos extranjeros insisten en mostrar a un país como atrapado en una policrisis incontrolable, lo que buscan es instalar la idea de que su modelo ha fracasado. Así, no sólo se diagnostica un problema: se promueve una solución desde afuera, muchas veces a través de intelectuales “orgánicos”.

¿Qué es un “estado fallido”? Y quién tiene el derecho de nombrarlo

Un estado fallido, según el Fund for Peace, es aquel que no puede proveer servicios básicos, mantener el orden interno, ni controlar su territorio. Pero esta definición, en la práctica, es profundamente política. Noam Chomsky ha señalado cómo este tipo de etiquetas son utilizadas como instrumentos de guerra cultural:

“El término 'estado fallido' se aplica sólo a países enemigos. Jamás a aliados, aunque estén claramente fallando a su gente.”

— Noam Chomsky, “Failed States” (2006)

Así, mientras se señala a Venezuela o Siria como estados fallidos, se omite hablar de Haití o Ucrania con los mismos términos, a pesar de su profunda crisis institucional. El objetivo no es el análisis, sino la justificación.

La deconstrucción como estrategia: desmontar la base social

En filosofía, deconstruir es cuestionar estructuras establecidas. Pero en política internacional, la deconstrucción opera como táctica: consiste en desmontar los vínculos simbólicos y afectivos que sostienen un proyecto nacional. Se busca horadar poco a poco la confianza en lo colectivo, erosionar la legitimidad del Estado, debilitar los lazos entre generaciones y promover una salida “salvadora” desde el exterior.

Naomi Klein, en su libro La doctrina del shock, advierte cómo las crisis son aprovechadas —o incluso provocadas— para implantar nuevos órdenes:

“El shock colectivo de una crisis puede hacer que las poblaciones acepten políticas impopulares que, de otro modo, habrían resistido.”

— Naomi Klein, “The Shock Doctrine” (2007)

En otras palabras, la descomposición narrativa precede a la intervención real.

Manuales y recetas: la guerra sin uniformes

Desde hace décadas, diversos documentos del Departamento de Estado de EE. UU., la USAID, la NED (National Endowment for Democracy) y organizaciones como la Open Society Foundation han delineado estrategias para “promover la democracia” en países considerados hostiles a los intereses de Washington. En realidad, muchos de estos textos son auténticos manuales de cambio de régimen, en los que se enseña a:

    • Promover líderes “alternativos” formados en el exterior.

    • Financiar ONGs y medios que debiliten el relato nacional.

    • Crear climas de ingobernabilidad artificial.

    • Usar sanciones para agudizar el malestar cotidiano.

Basta revisar documentos como el informe “Cuba: Transition Planning” del U.S. Institute of Peace (2005) o el Cuban Democracy Act para comprobar que la desestabilización ha sido pensada a largo plazo.

Cuba: resistencia bajo asedio prolongado

En el caso cubano, esta estrategia comenzó desde los mismos albores de la Revolución. El bloqueo económico, los intentos de aislamiento internacional y las campañas de desinformación han sido parte de un cerco sostenido. La narrativa internacional ha mutado: de ser “una amenaza comunista” en los años 60 a “una isla fallida” hoy.

Pero esa construcción omite elementos clave: el carácter sistemático del bloqueo, la decisión soberana de resistir y el hecho de que, incluso con dificultades severas, el país ha preservado pilares importantes de su sociedad fundamentalmente su independencia y soberanía territorial.

Es cierto que existen errores internos, desaciertos de política económica y un desgaste generacional evidente. Pero también lo es que la mayoría de los cubanos no han perdido su sentido de nación ni de dignidad. En un contexto de resistencia prolongada, eso ya es una forma de victoria.

Desenmascarar los relatos, defender la verdad

Finalmente, podemos afirmar que los relatos de policrisis y de estados fallidos no son diagnósticos honestos. Son herramientas para desgarrar la unidad social, destruir consensos nacionales y abrir el camino a intereses foráneos. Su objetivo no es ayudar a los pueblos, sino intervenir sobre ellos sin disparar un solo tiro.

Frente a esa maquinaria de propaganda, urge reconstruir el relato propio, recuperar la voz colectiva y defender el derecho de cada nación a equivocarse, corregirse y avanzar por sus propios medios. Nombrar la verdad también es un acto de soberanía.


JECM

domingo, 22 de junio de 2025

Juicios sin compromiso real: la fe que no acompaña

En tiempos de crisis prolongadas, como la que atraviesa hoy la sociedad cubana, proliferan discursos que intentan ofrecer explicaciones, guías o caminos para superarla. Sin embargo, muchos de ellos —especialmente los que emergen desde espacios religiosos o académicos vinculados a lo eclesial— terminan siendo fachadas vacías de contenido transformador real. Palabras grandilocuentes, críticas sin compromiso histórico auténtico, gestos de aparente radicalidad... pero sin una revisión profunda del yo individual, ni del nosotros institucional.

Se trata de análisis que denuncian la escasez, la burocracia, el deterioro institucional e incluso la desesperanza, pero que ignoran o minimizan el contexto internacional hostil que agrava todos esos males. Se habla del Estado cubano como si operara en condiciones normales, sin reconocer el impacto brutal de más de sesenta años de bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos, ni la reciente agudización de medidas coercitivas unilaterales bajo la administración Trump, que incluyó la injusta inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, asfixiando aún más su acceso a créditos, comercio y tecnología.

En muchos de estos discursos se exige al gobierno cubano respuestas, reformas, transparencia... y es legítimo pedirlas. Pero cuando tales exigencias se formulan sin reconocer el cerco económico y político externo, y sin atender a las restricciones estructurales impuestas por una guerra económica prolongada, se incurre en una injusticia epistemológica y pastoral.

Desde el psicoanálisis, Sigmund Freud nos alerta sobre uno de los mecanismos centrales del autoengaño: la proyección. Aquello que rechazamos en nuestro interior lo adjudicamos fácilmente a los demás. Así, mientras se señala con el dedo acusador la “decadencia moral” o los “errores del otro”, se evita confrontar las propias incoherencias. El yo se protege de su sombra construyendo enemigos externos. Porque al cargar sobre el otro los errores y límites, eludimos asumir nuestro propio lugar, nuestras responsabilidades y contradicciones.

Esta lógica también opera en lo institucional. En no pocas ocasiones, actores eclesiales que deberían acompañar al pueblo desde una postura crítica y comprometida, terminan asumiendo un rol de jueces externos de un proceso que no comprenden en toda su complejidad, o del cual se han desvinculado en la práctica cotidiana.

El filósofo Paul Ricoeur llamó a esto la hermenéutica de la sospecha, señalando cómo muchas veces lo que parece conciencia crítica no es más que una estrategia para proteger el narcisismo: “la voluntad de desenmascarar al otro puede ser el disfraz más sutil del miedo a desenmascararse uno mismo”.

Esta dinámica se hace particularmente visible hoy en ciertos espacios eclesiales cubanos, donde voces que se proclaman proféticas emiten juicios severos sobre la realidad nacional, pero lo hacen desde una comodidad institucional, sin riesgo real, sin tocar las raíces del sufrimiento del pueblo ni analizar con rigor la complejidad de la sociedad cubana actual. Al hacerlo, se hacen cómplices de la guerra mediática y psicológica  que con ferocidad es desatada contra el ya sufrido pueblo cubano.

Como advirtió Frantz Fanon, “el que no ha limpiado su casa no está en condiciones de señalar la basura en la casa ajena”. Y como afirmaba Simone Weil, “toda crítica que no nace del amor a la verdad y al otro es solo una forma de violencia encubierta”.

Desde la fe cristiana, esta forma de denuncia vacía fue una de las actitudes que Jesús enfrentó con mayor contundencia. En el capítulo 23 del evangelio de Mateo, no acusa a los fariseos por su saber, sino por su incoherencia radical: “Dicen y no hacen; atan cargas pesadas y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.” Su religiosidad era fachada, su juicio era máscara, su ley un instrumento para condenar.

Ese mismo patrón se repite hoy, cuando desde algunos púlpitos o publicaciones eclesiásticas se habla de justicia sin practicar la misericordia, se dice estar al lado de los pobres sin compartir sus condiciones de vida, se pide diálogo mientras se censura la disidencia interna, o se condena la corrupción ajena mientras se guarda silencio ante la corrupción cercana.

El teólogo Karl Rahner advirtió con lucidez: “La Iglesia será creíble solo si es pobre, libre y profundamente honesta consigo misma.” Esa honestidad falta cuando se denuncia sin autocrítica, cuando se predica el Reino de Dios pero se administra la Iglesia como un feudo, cuando se celebra a los mártires del pasado ignorando el sufrimiento del presente.

La liberación no comienza con discursos, sino con una mirada radical hacia dentro, hacia las estructuras que habitamos y reproducimos. Como escribió Paulo Freire, “nadie libera a nadie, nadie se libera solo: los seres humanos se liberan en comunión, en el diálogo, en el reconocimiento mutuo”. Pero ese diálogo no puede existir cuando se habla desde el podio del juicio, con una crítica huérfana de soluciones y de empatía real.

Freire también advertía que “la denuncia sin anuncio, sin esperanza concreta, sin análisis estructural, se convierte en un ejercicio estéril de superioridad moral.” Más aún cuando proviene de espacios eclesiales con recursos propios, con respaldo extranjero, con relativa estabilidad institucional, mientras la mayoría del pueblo vive bajo presión económica constante, incertidumbre y desgaste emocional.

En momentos como estos, no hay lugar para el populismo moral ni para el clericalismo disfrazado de crítica social. Se necesita una fe que se atreva a mirarse al espejo. Una Iglesia que no tema llorar sus propias heridas. Un liderazgo que descienda del estrado y camine con el pueblo.

Desde la teología, Jesús vuelve a ser contundente en Mateo 23: “Dicen y no hacen; cargan al pueblo con exigencias que ellos mismos no cumplen; aman los primeros lugares, pero descuidan lo más importante: la justicia, la misericordia y la fidelidad.”

Muchos sectores eclesiales hoy levantan su voz, pero olvidan que la justicia requiere contexto, que la denuncia necesita humildad, y que sin comprender la dimensión de la crisis global —guerras, inflación, cambio climático, militarización de las relaciones internacionales—, se corre el riesgo de caer en una crítica desubicada y simplista, señalando al Estado cubano como si fuera un actor omnipotente, cuando en realidad resiste bajo condiciones extremas de asedio.

Esto no justifica errores internos, ni exonera a quienes conducen el país. Pero sí exige análisis más profundos, honestos y situados. El agotamiento institucional, la fatiga social, el empobrecimiento sostenido, no son solo resultado de decisiones equivocadas, sino de una asfixia prolongada, planificada y ejecutada desde el poder imperial. Ignorar esto es perpetuar la crítica sin compasión, la fe sin contexto, la teología sin pueblo.

Como recordaba San Óscar Romero, “la Iglesia no debe callar, pero tampoco debe hablar desde la ignorancia o la arrogancia.” La voz profética debe estar cargada de verdad, compasión y compromiso. No se puede construir un discurso liberador sin vivir al lado de los pobres, sin comprender sus luchas, sus miedos, su resistencia cotidiana.

Hoy, más que nunca, la Iglesia cubana está llamada a mirarse en el espejo del Evangelio, no en el de las potencias extranjeras ni en el de las cómodas cátedras académicas. Está llamada a renunciar a la neutralidad disfrazada, a la crítica sin empatía, y a implicarse profundamente en la vida real del pueblo que dice servir.

Porque no hay liberación sin autocrítica.

No hay justicia sin contexto.

No hay Evangelio sin cruz.

Y no hay fe viva sin pueblo.


JECM

sábado, 21 de junio de 2025

¿Dónde está tu tesoro, Iglesia? Una reflexión desde Cuba

 “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21)

Jesús no andaba con rodeos. Su palabra llegaba al centro de las cosas, allí donde se deciden los destinos, donde se enraízan las intenciones y se cultivan los sueños: el corazón. Y nos dio una advertencia clara, que resuena hoy con especial fuerza en la historia cubana: lo que tú consideras tu “tesoro” –tu interés verdadero, tu deseo último, tu motivación profunda–, eso es lo que dará dirección a tu vida… y también a tu fe.

Desde esa advertencia nace esta pregunta que nos urge: ¿Dónde está el tesoro de parte de la Iglesia en Cuba?

Vivimos una hora difícil. La crisis económica golpea con fuerza a los sectores más vulnerables: madres solteras, ancianos, niños, trabajadores humildes… El desabastecimiento, la migración forzada, la inflación y el deterioro de servicios básicos parecen hablar de un colapso sin freno. En ese contexto, es legítimo y necesario que desde las iglesias se levante la voz profética, esa que denuncie las raíces del sufrimiento, que consuele, que enrumbe los caminos.

Pero ocurre algo inquietante: algunas voces eclesiales no se levantan desde el corazón del pueblo, sino desde agendas foráneas, forjadas en despachos lejanos, financiadas por manos interesadas en que Cuba se derrumbe desde dentro.

Una parte de la Iglesia, seducida por una supuesta defensa de los derechos humanos, se ha puesto al servicio de narrativas geopolíticas que no buscan salvar a Cuba, sino desmembrarla. Y lo hacen repitiendo un evangelio descontextualizado, cómodo, que proclama cielos lejanos y no se compromete con el Reino de Dios aquí y ahora.

Pero el mensaje principal de Jesús no fue "irse al cielo", sino construir el Reino de Dios. Un Reino que comienza dentro del ser humano, que se expande en comunidad, y que transforma las estructuras de injusticia, de exclusión, de dominio. Jesús no murió por un dogma, murió por enfrentar un sistema imperial que explotaba al pueblo y corrompía la religión. ¿Cómo podemos, entonces, traicionar ese legado prestándonos a ser instrumentos del mismo imperio que hoy, con otros métodos, desea doblegar a Cuba?

Cuando el Nuevo Testamento habla de "los cielos", no nos invita a huir de este mundo, sino a mirar desde otro horizonte: el de la justicia, la dignidad, el amor entre iguales, la esperanza concreta. El Reino de Dios es una promesa, pero también una tarea. Y esa tarea nos compromete con un mundo en que los pobres sean los primeros, no las víctimas de guerras económicas.

Por eso, cuando sectores de la iglesia –y a veces también quienes se presentan como una izquierda renovada– proclaman discursos de ruptura, de preocupaciones falsas y de desesperanza, amparándose en el dolor del pueblo, pero sin tocar con sus manos ese dolor, debemos preguntarnos: ¿quién los financia? ¿a quién responden? ¿dónde está su tesoro?

Sospechamos que su mirada no está en el Reino, sino en los beneficios materiales, becas, visas, plataformas, prestigio o promesas de poder. Como dice Jesús, mirad a los frutos, porque no se recoge uva de los espinos (Mateo 7:16). Y los frutos de esas posturas no son unidad ni esperanza, sino fragmentación, resentimiento y caos.

Cuba y su revolución no ha sido, ni es perfecta. Pero la soberanía y la independencia que con tanto esfuerzo se han defendido durante más de seis décadas, son parte del tesoro que los verdaderos creyentes deben cuidar. Porque sin libertad real, no hay Reino posible, solo vasallaje decorado con cruces de cartón, abundancia material y también una gran pobreza espiritual.

Hoy más que nunca, necesitamos iglesias que vivan y anuncien el Reino de Dios como una alternativa de vida digna, solidaria, soberana y libre. Iglesias que no se dejen seducir por las “aves rapaces” disfrazadas de palomas, que acechan buscando su momento para atacar.

Como decía el apóstol Pablo a los gálatas:

“¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10)

Como decía aquél himno: busquemos el Reino de Dios y su justicia!, no como escape, sino construcción constante de un mundo mejor, porque el Reino ya está aquí.

"El Reino de Dios está entre ustedes" (Lucas 17:21)

Estas palabras de Jesús son una bofetada al pensamiento religioso que espera el cambio desde fuera, como si la salvación viniera con espectáculo, con ruido, con promesas foráneas. A los fariseos, obsesionados con señales visibles y poder político, Jesús les recuerda que el Reino no viene con advertencia ni propaganda: está ya aquí, latiendo entre ustedes, en lo cotidiano, en lo que nadie ve, pero transforma.

Hoy, desde Cuba, este mensaje es urgente. Muchos miran al norte, a los tronos de este mundo, esperando que desde allí llegue una salvación travestida de libertad, cargada de intereses y condiciones. Pero el Reino no vendrá en aviones ni en remesas, ni en plataformas digitales disfrazadas de justicia: el Reino nacerá en la resistencia de un pueblo que cuida a su vecino, que comparte el pan, que defiende su dignidad, que busca la verdad aunque le cueste.

El Reino de Dios está entre nosotros cada vez que alguien renuncia a la codicia, cada vez que una comunidad se organiza para cultivar su tierra y su esperanza, cada vez que una iglesia se pone del lado de los humildes en vez de vender su voz a los poderes de este mundo.

Por eso, como dijo Jesús, no digamos “míralo aquí” o “míralo allá”. Miremos adentro, miremos alrededor. El Reino ya está, aunque no en plenitud, aunque siga escondido como una semilla en la tierra. La pregunta que queda es: ¿lo estamos construyendo… o lo estamos traicionando?



viernes, 13 de junio de 2025

Iglesias, ONGs y guataquería hacia lo extranjero (II)

En nuestra Cuba, muchas iglesias y ONGs son hoy redes de fe, ayuda y dignidad. Reparten alimentos, enseñan, acompañan procesos de sanación y entregan apoyo legal y humano. Su presencia da vida a barrios, escuelas y comunidades.

Pero existe una realidad silenciosa que urge afrontar. En contextos empobrecidos —como el nuestro, arraigado en décadas de bloqueo, pandemia y crisis— algunas de estas entidades actúan más pensando en la reacción del donante extranjero, que en las profundas convicciones que deberían guiar su misión. No siempre por malicia, sino a veces porque han permitido que se les colonice el pensamiento sin darse cuenta.

Ignorar el origen de la pobreza

La pobreza en Cuba no es un accidente técnico ni se reduce a la buena o mala voluntad gubernamental. Es resultado directo de la política hostil de EE. UU. —el bloqueo ha costado más de 5 000 millones USD solamente desde 2023, afectando medicinas, insumos médicos y alimentos esenciales. Quien no reconoce ese dato no comprende la raíz real del drama cubano; lo convierte en caridad superficial.

Admirar el American Way of Life sin cuestionarlo

Y ese fenómeno suele venir acompañado de otra actitud: idealizar lo que viene del norte como modelo moral y funcional, olvidando que en realidad miramos al país que nos asfixia. Recibir fondos estadounidenses de USAID o fundaciones vinculadas sin evaluar el contexto político equivale a celebrar gestos de un agresor sin levantar una ceja ante su hostilidad .

Colonización del pensamiento, sin disparar balas

Hay un momento, como observó Frantz Fanon sobre el “intelectual colonizado”, en que no se necesita soldado ni torre de vigilancia: basta con que adoptes la mentalidad del colonizador para que la colonización sobreviva . Se vuelve tan sutil que no lo percibes: repites narrativas ajenas, defines lo bueno y malo a partir de discursos importados, sin arraigo ni lógica propia. Y eso es peor que la intervención visible: es la colonización de mentes.

Actuar para complacer, no para servir

Muchas veces decimos lo que otros quieren escuchar para ganarnos reconocimiento o fondos. Y en esa dinámica, los proyectos se diseñan más pensando en parecer bien ante ojos externos que en responder a las necesidades reales del pueblo todo. De ese modo, las ONG o iglesias se convierten en ventanillas de recursos, pero pierden su identidad como agentes de cambio genuino.

Al alinear discursos externos, perdemos nuestras raíces

Si ajustamos nuestras voces a lo que aplaude el donante, dejamos de ser auténticos. El que opera así, aunque tenga buenos resultados en informes, ya no habla desde su comunidad, ya no es raíz, se convierte en intermediario. Se pierde el vínculo con lo local, y con él, la legitimidad moral.

Finalmente, cuando actuamos pensando más en la reacción del otro —sea nacional o foráneo— que en lo que creemos de verdad, podemos caer en la más sutil forma de guataquería: con aplausos pagados y la mente colonizada. Y eso no solo degrada proyectos: degrada al pueblo, a los feligreses y beneficiarios su capacidad de pensar por sí mismo, de resistir con dignidad.

La verdadera ayuda dignifica, no obedece. No es algo que viene de fuera sino algo que crece desde dentro, sin traicionarse, sin renunciar a su voz ni a su historia. Quien obra desde esa convicción, aunque reciba un centavo del extranjero, actúa con fuerza nacional, no con sumisión ajena.

¿Vivimos aún desde convicciones autóctonas o terminamos construyendo solamente aquello que el otro espera ver en nosotros?

miércoles, 11 de junio de 2025

El Guataca Nacional (I)

En Cuba, “guataca” no es solo una herramienta de labranza. También es una palabra que ha pasado al lenguaje popular para describir a una figura bien conocida: el adulador, el que alaba por interés, el que se acomoda al poder o a la influencia con tal de sacar provecho. La “guataquería” es una actitud reprobable que ha echado raíces en varios rincones de nuestra vida social, aunque afortunadamente no lo ha contaminado todo.

Es importante decirlo con claridad: no todos son guatacas, ni mucho menos. Cuba sigue siendo un país de gente honesta, con reservas éticas profundas en todos los sectores: en los barrios, en las escuelas, en los centros de trabajo, en los hospitales y también en las instituciones. Hay personas que mantienen la frente en alto, que viven con coherencia, que no venden su palabra ni su conciencia. Son mayoría silenciosa a veces, pero están ahí, sosteniendo el tejido moral del país.

Sin embargo, la guataquería existe. Y cuando se hace visible —en la política, en lo social o en lo cultural— daña la autenticidad, el mérito, la verdad. Se aplaude al dirigente por costumbre, al maestro por conveniencia, al médico por cálculo. Se le rinde culto al que tiene recursos, al que manda, al que “resuelve”. Y, con demasiada frecuencia, se mira con desdén lo propio y con fascinación lo foráneo.

Esa es otra forma peligrosa de guataquería: la que se inclina ante lo extranjero, especialmente ante lo que viene del Norte. Se adula al yanqui, al europeo, al que habla inglés, al que llega con dólares. Se sobredimensiona lo de afuera mientras se minimiza lo nuestro, como si la cubanía fuese sinónimo de atraso y lo foráneo, garantía de calidad.

José Martí, en Nuestra América, ya lo advertía. Decía que había que tener fe en el carácter propio, en las raíces propias, en el alma del continente. Él denunciaba con claridad a quienes despreciaban a su pueblo para adorar lo ajeno. Y lo hacía no por nacionalismo vacío, sino porque sabía que una nación que no se respeta a sí misma está condenada a la dependencia.

“Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.” José Martí

La guataquería no es solo un problema de formas, es un problema de fondo. Deteriora el juicio crítico. Se premia al que aplaude sin pensar y se margina al que disiente con argumentos. Se le da espacio al que adula y se silencia al que propone. Así se empobrece el debate, se castiga la creatividad y se sabotea la transformación.

Por eso este fenómeno, aunque no sea dominante, debe ser cuestionado y superado. No desde el odio, sino desde la responsabilidad. No se trata de dejar de elogiar lo que merece elogio, sino de no hacer de la alabanza un instrumento de ascenso o de supervivencia.

La Cuba que construimos necesita personas con criterio, dignidad y menos simulación. Necesita voces que hablen desde el corazón, sin miedo a disentir ni necesidad de agradar. Necesita ciudadanos que valoren lo nuestro, que aprendan del mundo sin subordinarse a él.

La guataquería es una forma de sumisión. La crítica honesta, la valoración justa y el elogio merecido, en cambio, son formas de libertad.

El “Guataca Nacional” no es un simple modismo: es un espejo. Nos invita a revisar cuánto de nuestro comportamiento familiar, educativo, político o social está basado en la lisonja y no en el valor real. La guataquería impide la crítica sana, promueve la mediocridad y desdibuja la autenticidad.

Aceptar lo autóctono, valorar lo auténtico y construir con honestidad es— tal como lo proponía Martí— la tarea de un pueblo que quiere ser libre y digno. Por eso, luchar contra el guataca nacional es, en última instancia, cuidar la esencia del ser nacional.

JECM