jueves, 4 de diciembre de 2025

LAS PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA (Lucas 15): SENTIDO ORIGINAL, LECTURA PATRÍSTICA Y SU ACTUALIDAD EN EL CASO CUBANO

NOTA PREVIA AL LECTOR
En este artículo se utiliza el término gentil, palabra bíblica y teológica que designa a todas las naciones o pueblos que no pertenecen al pueblo de Israel. En la época del Nuevo Testamento, “judíos” y “gentiles” no solo nombraban identidades étnicas, sino también posiciones religiosas, culturales y sociales. Esta distinción es fundamental para comprender el trasfondo de las parábolas analizadas en Lucas 15.

Capitulo I

1. Contexto inmediato en el evangelio de Lucas

La parábola aparece en Lucas 15, dentro de un tríptico dirigido a fariseos y escribas que murmuran porque Jesús acoge a pecadores y marginados. Su función primera es defender la lógica de la misericordia de Dios frente a la lógica legalista de la exclusión.

Pero Lucas escribe ya en un momento en que la Iglesia es predominantemente gentil. Por tanto, los lectores naturales de su obra entienden la dinámica de “excluidos que regresan” en clave eclesial.

2. Claves alegóricas que permiten la lectura “Israel – gentiles”

El hijo mayor: Israel fiel a la Ley

Representa al pueblo que se ha mantenido dentro de la “casa del Padre” (la Alianza, la Torá). Su resentimiento no es solo psicológico, sino teológico: cuestiona cómo Dios puede acoger a quien estuvo fuera.

El hijo menor: el mundo gentil

Sale “a un país lejano”, expresión estándar en la literatura bíblica para designar a los paganos. Desperdicia la herencia, vive sin la Ley, y regresa solo por la necesidad: una imagen de la conversión de los gentiles, que acceden a la gracia sin mérito previo.

El padre: Dios que reconfigura la pertenencia al pueblo

La actitud del padre invierte la jerarquía: no privilegia a quien “cumple” sino a quien retorna. Esto anticipa la teología paulina de Romanos 9–11, donde la misericordia abre el acceso a todos.

3. Cercanía conceptual con Pablo

Aunque Lucas y Pablo no son idénticos, comparten una visión universalista.

    • Romanos 9–11 argumenta que los gentiles son injertados en el olivo de Israel; la parábola ofrece una imagen narrativa de ese mismo proceso.

    • Efesios 2 describe a los gentiles “lejanos” que fueron “acercados” por la gracia: resonancia directa con el hijo que vuelve desde un país distante.

    • La tensión entre los “cumplidores” de la Ley y los “recibidos por gracia” es el mismo conflicto narrado por el resentimiento del hijo mayor.

Esto sugiere que la parábola, incluso si no fue originalmente concebida para ese fin, funciona perfectamente como teología narrativa del conflicto judíos–gentiles.

4. Lectura en el marco del judaísmo del Segundo Templo

En la época de Jesús existía una fuerte discusión sobre:

    • quién pertenece al pueblo de Dios,

    • cómo se mantiene la pureza,

    • cuál es la actitud correcta hacia los gentiles.

Los grupos fariseos tenían interpretaciones estrictas; la misión de Jesús se carga de sentido universalizante, aunque siempre arraigada en Israel. En ese clima, una parábola que describe la inclusión de un “descarriado” tendría inevitablemente lecturas político-religiosas.

Por eso muchos exegetas describen esta parábola como una defensa implícita de la ampliación del pueblo de Dios, preludio de la aceptación de los gentiles.

Conclusión del Capítulo

La parábola del hijo pródigo puede y debe leerse como alegoría del ingreso de los gentiles y de la tensión con el judaísmo que se produce en el cristianismo primitivo. No es la única interpretación, pero es una lectura históricamente plausible, coherente con el proyecto universalista de Lucas y con la teología paulina sobre la inclusión de “los que estaban lejos”.

Capítulo II

1. Unidad literaria: por qué Lucas las presenta juntas

Lucas 15 está construido como una tríada que responde a una única acusación:

“Éste acoge a pecadores y come con ellos.”

Las tres parábolas:

    1. Oveja perdida (15,3–7)

    2. Moneda perdida (15,8–10)

    3. Hijo pródigo (15,11–32)

forman una escalera narrativa cuyo propósito es mostrar que la alegría de Dios se centra en el retorno de quien estaba fuera, y que la murmuración de los “justos” es incompatible con esa lógica.

La tercera parábola es decisiva, porque no sólo narra la pérdida y recuperación, sino que introduce la resistencia interna representada por el hijo mayor.

2. Tabla comparativa estructural básica

ElementoOveja
perdida
Moneda perdidaHijo pródigo
Protagonista        Pastor        Mujer                Padre
Tipo de pérdida        AnimalObjeto valioso                Relacional
Número perdido        1/100    1/10                1/2
Búsqueda        ActivaActiva y minuciosa    Espera vigilante y salida al encuentro
Reacción        Alegría                 comunitariaAlegría comunitariaFiesta con conflicto


La tercera parábola funciona como clímax teológico.

3. Diferencias clave que amplían el mensaje

3.1. La presencia de un “otro justo”: sólo aparece en la tercera

Las dos primeras parábolas no muestran resistencia al acto de misericordia.

En la tercera aparece la figura crucial del hijo mayor, que representa al grupo que se considera “dentro” de la Alianza y que se escandaliza porque Dios reciba al que estuvo lejos.

Esto permite una lectura en clave:

    • Israel observante → hijo mayor

    • Gentiles o judíos marginados → hijo menor

    • Dios → padre que redefine quién pertenece

Sin esta tercera parábola, la tensión teológica entre “los de dentro” y “los de fuera” no quedaría explícita.

3.2. Tres formas distintas de cómo Dios actúa en la salvación

Las parábolas presentan tres dinámicas complementarias:

    1. El pastor que busca — Misericordia activa.

    2. La mujer que ilumina, barre y encuentra — Misericordia paciente y minuciosa.

    3. El padre que espera y sale al encuentro — Misericordia que respeta la libertad humana.

Lucas presenta una visión amplia: Dios no actúa siempre de la misma forma; la salvación puede ser búsqueda directa, iluminación interior o acogida tras una decisión de retorno.

4. Lectura en clave “Israel–gentiles”: progresión hermenéutica

Primera parábola: los “perdidos” son parte del rebaño

El pastor deja 99 para buscar a 1. El énfasis no está en la ruptura entre grupos, sino en la prioridad divina hacia quienes no están dentro del redil. Se puede leer en clave cristiana posterior como el movimiento hacia los paganos que comienzan fuera del Israel histórico.

Segunda parábola: lo perdido tiene valor intrínseco

La moneda tiene la misma naturaleza que las otras nueve; su pérdida no le resta valor. Esto permite pensar la inclusión de los gentiles no como anulación de Israel, sino como reconocimiento del valor universal de la humanidad ante Dios.

Tercera parábola: la resistencia del “hermano mayor”

Aquí se hace explícito el drama histórico:

    • El que se mantuvo fiel protesta por la inclusión del que estuvo lejos.

    • La respuesta del padre representa una teología expansiva: la fidelidad del hijo mayor no se menosprecia, pero no puede convertirse en argumento para excluir.

En esta tercera pieza se condensa el conflicto real del cristianismo naciente:

¿puede Dios acoger a quienes no cumplen la Ley?

¿pueden los gentiles acceder a la herencia de Israel sin pasar por la circuncisión ni la Torá?

¿cómo gestionar la identidad del “pueblo de Dios” ampliado?

5. Lógica de la alegría divina: un motivo que unifica las tres parábolas

En las tres narraciones, lo decisivo no es la pérdida, sino el júbilo por la recuperación. Este tema tiene profundas implicaciones para la tensión Israel–gentiles:

    • La alegría no está condicionada por el mérito del retornante.

    • La comunidad (vecinos, amigos, siervos) debe participar de esa alegría, no bloquearla.

    • La murmuración del hijo mayor simboliza a quienes ven la entrada de nuevos miembros como una amenaza a su estatus religioso.

Es decir: la alegría comunitaria es parte del mensaje teológico. Resistirse a ella equivale a resistirse al proyecto divino de inclusión.

6. Articulación: por qué la tercera parábola necesita a las otras dos

Las primeras dos parábolas preparan al lector para entender que:

    • lo “normal” es buscar lo perdido,

    • lo “natural” es alegrarse por recuperarlo.

Cuando aparece el hijo mayor, su reacción contraria queda desacreditada desde el inicio por el marco narrativo ya construido. Lucas, con extraordinaria habilidad literaria, crea condiciones para que la resistencia aparezca como algo incoherente con el corazón de Dios.

Esto hace que el mensaje para los grupos judíos reacios al ingreso de gentiles sea claro y contundente.

Conclusión del Capítulo

Las tres parábolas forman una unidad pedagógica que culmina en la tercera. La progresión narrativo-teológica prepara al lector para entender que:

    1. Dios busca y valora lo que está fuera.

    2. Todo lo perdido tiene valor, esté donde esté.

    3. La ampliación del pueblo de Dios —incluyendo gentiles, pobres, marginados— no niega a Israel, pero exige superar el resentimiento del “hermano mayor”.

Capítulo III

1. Tendencias generales en la Patrística

La exégesis patrística no es homogénea. Predominan tres enfoques:

    1. Lectura moral-individual

El hijo menor es la humanidad pecadora; el hijo mayor, el justo que debe superar su dureza.

(Muy común en Agustín y en homilistas latinos.)

    2. Lectura eclesial-sacramental

La casa del Padre simboliza la Iglesia; el retorno implica conversión y penitencia.

    3. Lectura histórico-salvífica

El hijo menor = los gentiles;

El hijo mayor = Israel;

El padre = Dios que reconfigura la Alianza.

Este enfoque aparece con fuerza en autores de tradición alegórica como Orígenes, Hilario de Poitiers y, de forma matizada, Crisóstomo.

2. Orígenes (siglo III): Israel y los gentiles como clave de lectura

Orígenes, fundador de la exégesis alegórica sistemática, interpreta muchas parábolas en clave de historia de la salvación. Para él:

    • El hijo mayor representa a Israel, a quien “corresponde la primogenitura según la carne”.

    • El hijo menor representa al mundo gentil, alejado de la Alianza pero destinado a entrar en ella por el Logos.

    • El banquete simboliza la inserción plena de las naciones en el pueblo santo.

Orígenes es probablemente el Padre que más explícitamente reconoce la dinámica judío–gentil en esta parábola, coherente con su lectura universalista del evangelio.

3. Hilario de Poitiers (siglo IV): los gentiles como pueblo que retorna

Hilario subraya que:

    • El hijo menor “abandona la casa del Padre y vive según su propio criterio”, metáfora del paganismo.

    • Su regreso es obra de la gracia, no del mérito.

    • El hijo mayor se irrita, “tal como Israel se irritó por la entrada de los gentiles en la herencia”.

Hilario desarrolla, como Orígenes, una lectura historicista y anti-exclusivista, muy afín a la problemática del siglo I.

4. Juan Crisóstomo (siglo IV): tensión moral y tensión histórica

Crisóstomo tiende a enfatizar la dimensión moral, pero no ignora la histórica. Afirma en sus homilías:

    • El hijo mayor puede representar a quienes “poseen la Ley”.

    • El hijo menor, a “los que no la conocieron pero fueron alcanzados por la misericordia”.

Crisóstomo no radicaliza la alegoría, pero reconoce la relación con la inclusión de los gentiles. Lo hace de manera prudente, probablemente por sensibilidad pastoral hacia su audiencia judía-cristiana.

5. Agustín (siglo IV-V): universalismo, pero sin acento en la tensión histórica

Agustín es el gran sistematizador de la lectura moral y eclesial. Para él:

    • El hijo menor es la humanidad caída en su totalidad.

    • El hijo mayor es el justo orgulloso, pero no necesariamente Israel.

    • La parábola explica la gracia, el pecado y la penitencia.

Agustín admite que puede leerse en clave judío–gentil, pero no lo pone en el centro. Su preocupación teológica mayor es la antropología del pecado y la misericordia.

6. Ireneo de Lyon (siglo II): la Iglesia como heredera universal

Ireneo, anterior a Orígenes, ya había adelantado la idea de que la Iglesia es el espacio donde confluyen judíos y gentiles para recuperar la “primera semejanza” perdida en el pecado.

No comenta directamente la parábola, pero su teología prepara el terreno para que esta narración se entienda como imagen de la historia de la salvación.

7. Síntesis patrística: ¿cómo asumieron la tensión judío–gentil?

    • Lo reconocieron explícitamente (Orígenes, Hilario).

    • Lo mantuvieron como lectura secundaria pero válida (Crisóstomo).

    • Lo vieron como metáfora más amplia del pecado universal (Agustín).

La tendencia general es que, aunque no todos los Padres lo priorizan, ninguno contradice o invalida la lectura histórico-salvífica. Simplemente la integran en sus propias preocupaciones teológicas.

Conclusión del Capítulo

Dado que:

    • Lucas escribe para comunidades donde gentiles y judíos conviven,

    • Pablo ha desarrollado ya una teología de la inclusión,

    • la tensión entre “los de la Ley” y “los de la fe” es el conflicto fundante del cristianismo, resulta plenamente coherente que esta parábola nazca y sea recibida en este contexto.

La Patrística lo confirma: donde se desarrolla una hermenéutica histórico-salvífica más amplia (Orígenes, Hilario), la lectura judío–gentil aparece naturalmente. Donde la preocupación es moral (Agustín), queda relegada pero nunca negada.

Para las comunidades del siglo I, estas historias no eran simples anécdotas morales: eran argumentos destinados a legitimar la entrada de los gentiles y a interpelar a los creyentes judíos que se resistían a esa apertura.

La Patrística, especialmente en la tradición alegórica, supo reconocer esta profundidad y la integró en su interpretación global de la historia de la salvación.


EPÍLOGO: MIGRACIÓN, NACIÓN Y REENCUENTRO EN EL CASO CUBANO

La tríada de Lucas 15 adquiere una resonancia particular cuando se la confronta con uno de los fenómenos sociales más profundos del presente: la emigración. En el caso cubano, la movilidad humana no es un dato marginal, sino un elemento constitutivo de la experiencia nacional contemporánea. Millones de cubanos —a lo largo de más de seis décadas— han abandonado la isla por motivos que abarcan todo el espectro de la condición humana: aspiraciones económicas, reunificación familiar, discrepancias políticas, búsqueda de realización personal, presiones del entorno inmediato o simples proyectos vitales que encuentran mejor cauce en otros lugares. Ninguna de estas motivaciones agota la complejidad del fenómeno; todas ellas revelan, sin embargo, la profundidad del drama individual que toda migración implica.

Desde muy temprano, la migración fue interpretada, desde distintos sectores del espectro político, en clave de confrontación. Emigrar llegó a asociarse con ruptura, rechazo o antagonismo, configurando narrativas que atribuyeron al emigrado motivaciones uniformes que rara vez reflejaban su diversidad real. Esta simplificación produjo heridas relacionales, incomprensiones y distancias afectivas que afectaron tanto a los que se fueron como a los que se quedaron.

A finales de la década de 1970 se inicia un proceso de revisión de esas categorías. El acercamiento promovido entonces por el Estado cubano implicó un ejercicio complejo: reconocer la existencia de una comunidad nacional más amplia que la insular, reparar vínculos deteriorados y enfrentar resistencias internas. No faltaron voces críticas que desconfiaban de aquel reencuentro; sin embargo, se estableció un precedente que, con avances y retrocesos, ha modelado una relación nueva con la diáspora.

Aunque hoy subsisten sectores minoritarios que mantienen reservas hacia el emigrado, el camino recorrido es significativo. El reconocimiento de que la identidad nacional no se extingue al cruzar una frontera —y de que la pertenencia no se determina por adhesión política, ubicación geográfica o nivel de acuerdo con el poder— ha ido ganado terreno. Del otro lado, dentro de la propia emigración, también se ha producido un proceso de maduración, en el que muchos han buscado contribuir, desde su libertad y su pluralidad, al bienestar de los suyos y al tejido comunitario.

Es aquí donde las parábolas de Lucas 15 ofrecen una clave interpretativa que excede lo religioso para convertirse en una categoría ética y civil: la grandeza no reside en clasificar a los hijos, sino en acogerlos. El valor de la comunidad no se mide por su uniformidad, sino por su capacidad de integrar a quienes, por razones diversas, han seguido caminos distintos. La enseñanza del Evangelio —codificada en la imagen del padre que corre hacia quien regresa y que invita al hermano mayor a entrar en la fiesta— revela un principio aplicable a toda comunidad madura: la inclusión no es una concesión, sino una expresión de sabiduría.

Cuba, como nación cultural e histórica, se sitúa hoy ante un desafío semejante. El país está compuesto por quienes viven en la isla y por quienes viven fuera; por quienes emigraron en los años sesenta, en los años ochenta o en la actualidad; por quienes se fueron con heridas abiertas y por quienes se fueron sin rencores; por quienes desean regresar y por quienes desean solo mantener vínculos afectivos y familiares. Discernir entre quienes actúan con buena fe y quienes instrumentalizan su relación con el país es una necesidad legítima; pero ese discernimiento no debe erosionar el principio mayor: una nación alcanza su plenitud cuando reconoce como propios a todos sus hijos, sin jerarquías de legitimidad.

Las parábolas de Lucas 15 recuerdan que la fiesta —símbolo de la reconciliación y la pertenencia— solo tiene sentido cuando todos son invitados. Para Cuba, asumir esa lógica supone reconocer que la identidad nacional es un patrimonio compartido, tejido por millones de historias divergentes pero entrelazadas. En ese reconocimiento se juega, en buena medida, la posibilidad de construir un futuro donde la pluralidad no sea percibida como amenaza, sino como riqueza.

¿Reconciliación?

La parábola del Padre Misericordioso ha servido durante siglos para subrayar la alegría del reencuentro y la grandeza del perdón. Sin embargo, cuando trasladamos este mensaje al campo de las relaciones humanas concretas —y muy especialmente a las dinámicas migratorias del caso cubano— surgen preguntas éticamente complejas. ¿Es necesario reconciliarse con quien desea tu mal? ¿Debe acogerse sin reservas a quien regresa desde una actitud de superioridad o de juicio? ¿Es exigible ofrecer un abrazo sincero cuando el otro no viene con intenciones limpias?

Estas preguntas no niegan el núcleo del Evangelio; más bien exigen discernimiento. La tradición cristiana nunca ha entendido la reconciliación como un acto ingenuo, sino como un proceso que presupone verdad, conversión y comunidad.

1. ¿La reconciliación exige aceptar al que viene con mala intención?

No. La reconciliación, en la tradición cristiana, solo es plena cuando hay conversión auténtica, es decir, un cambio real de actitud por parte del que regresa.

San Agustín lo subraya:

“La misericordia no consiste en abrir las puertas al daño, sino en abrirlas a la verdad.”

El perdón cristiano implica disposición interior, pero no supone renunciar al discernimiento.

El propio Jesús advierte:

“Sean mansos como palomas y prudentes como serpientes.”

Es decir: apertura sí, ingenuidad no.

2. ¿Qué pasa con quien llega con soberbia o desprecio?

El padre de la parábola corre hacia el hijo porque este vuelve humillado, con conciencia de su error. No regresa con actitud de superioridad, ni con exigencias, ni reclamando derechos.

La patrística recalcó que si el hijo hubiera vuelto arrogante, exigiendo privilegios, la parábola sería otra. El gesto del padre responde a una disposición ética del hijo.

En términos modernos:

La comunidad tiene el deber moral de discernir si el reencuentro es honesto o instrumental.

3. ¿Y si el que vuelve quiere dañarte?

Aquí la teología es categórica:

Perdonar no significa exponerse al daño.

Acoger no significa legitimar injusticias.

Orígenes distingue entre “amar al enemigo” y “entregarse a él”:

Amar es desearle el bien; someterse es permitir que el mal avance.

En otras palabras:

Puedes mantener el corazón limpio sin abandonar la defensa de lo justo.

No se te exige renunciar a la dignidad.

4. ¿Qué ocurre cuando la ventaja económica del que se fue se construye sobre las mismas estructuras que dañan al que se quedó?

Este caso es particularmente sensible en el contexto cubano.

La superioridad material no necesariamente indica superioridad moral.

La tradición bíblica condena explícitamente la soberbia nacida de la abundancia.

“Tu corazón se enalteció a causa de tu riqueza” (Ezequiel 28:5).

“No digas: mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (Deuteronomio 8:17).

Por tanto, la actitud del que regresa es determinante:

– Si vuelve con empatía, sin prepotencia, sin desprecio, desde un deseo de tender la mano: la acogida es virtud.

– Si regresa desde el juicio, la burla o la manipulación: la acogida debe ir acompañada de límites claros, porque no existe reconciliación sin respeto mutuo.

5. ¿Entonces cuál es el estándar ético?

La Biblia y la patrística coinciden en tres principios:

    1. El corazón debe estar libre de odio.

La falta de rencor es una condición interna del creyente.

    2. La comunidad debe proteger su integridad.

El amor no elimina la responsabilidad de cuidar lo que se ha construido.

    3. La reconciliación solo es verdadera cuando hay una disposición recíproca.

No se reconcilia quien solo viene a humillar, dividir o instrumentalizar.

6. Aterrizar en Cuba hoy

En el caso cubano, donde existen heridas históricas, manipulaciones políticas y desigualdades estructurales, la actitud del que regresa importa tanto como la actitud del que recibe.

Una nación madura no excluye a sus hijos, pero tampoco se deja dañar por ellos.

El desafío está en encontrar un punto ético intermedio:

– Sin odios.

– Sin ingenuidades.

– Sin soberbias.

– Con justicia.

– Con apertura responsable.

Exactamente la lección profunda de Lucas 15: la fiesta solo tiene sentido si todos llegan con buen espíritu.

7. La ética del que se queda: el riesgo de la recepción interesada

Así como el que retorna puede hacerlo con soberbia o instrumentalización, el que permanece también puede recibir con un interés moralmente turbio.

Ejemplos de esto —muy reales en nuestra historia cubana reciente— incluyen:

    • Recibir cálidamente porque el que regresa trae remesas, bienes o capacidad de resolver problemas materiales.

    • Mostrar entusiasmo porque se trata de una figura conocida, cuya presencia puede elevar el prestigio local, institucional o político.

    • Utilizar la visita del emigrado como trofeo, prueba de “legitimidad” o capital simbólico.

La patrística aborda este fenómeno con sorprendente claridad.

San Gregorio Magno advierte:

“No es caridad cuando el corazón se inclina por el provecho.”

Agustín lo expresa de manera aún más severa:

“Usar al hermano para obtener ventaja es odiarlo de manera encubierta.”

Es decir, el interés económico o simbólico desnaturaliza la acogida.

8. Conversión recíproca: una condición estructural de la reconciliación

Cuando decimos que “desde ambas partes debe haber una conversión sincera”, estamos formulando lo que la tradición llama metanoia mutua: un cambio de disposición ética que haga posible el encuentro.

Esto implica:

    • Del que vuelve: humildad, sinceridad, renuncia a la superioridad moral o material.

    • Del que recibe: pureza de intención, ausencia de cálculo, respeto real por el otro.

Solo cuando ambas partes se acercan sin máscaras puede hablarse de reconciliación auténtica.

De lo contrario, lo que se genera es:

    • dependencia,

    • manipulación afectiva o económica,

    • instrumentalización política,

    • resentimientos soterrados.

Nada de eso genera comunidad ni nación.

9. El caso cubano: heridas dobles y tentaciones dobles

El drama cubano no ha sido unidireccional: la soberbia del que sale y el cálculo del que queda han coexistido durante décadas, alimentados por discursos políticos, carencias materiales y fracturas familiares.

Por eso el camino hacia una reconciliación madura exige:

    • desmontar la idea de que el que regresa “debe” algo;

    • desmontar también la idea de que el que recibe puede “sacar provecho”;

    • superar la visión mercantilizada del vínculo nacional;

    • recuperar una ética de la fraternidad, no del intercambio.

La parábola del hijo pródigo solo funciona porque el hijo vuelve con humildad y el padre recibe sin interés alguno. Si uno vuelve presumiendo riqueza, o si el otro recibe buscando provecho, la parábola se quiebra por completo.

10. El estándar ético final

La reconciliación nacional —y personal— solo funciona cuando ambas partes se acercan desde la verdad.

Ni el emigrado puede venir con superioridad.

Ni el residente puede recibir desde la conveniencia.

San Juan Crisóstomo lo resume de forma magistral:

“Donde hay cálculo, no hay amor; donde no hay amor, no hay reconciliación.”

Conclusión del Epílogo:

1. No hay reconciliación sin verdad

El padre de la parábola corre hacia el hijo porque este vuelve en verdad, reconociendo su extravío. La reconciliación no puede ser un simple formalismo emocional ni un gesto político. En la vida real —especialmente en contextos de alta polarización como el cubano— se debe distinguir entre quien regresa con un sincero deseo de reencuentro y quien solo busca imponer su relato, exhibir su éxito económico o utilizar su retorno para alimentar tensiones. Amar al enemigo no significa dejarse manipular. El amor cristiano nunca es permisividad con la injusticia o la soberbia.

2. La conversión es necesaria en ambas orillas

Del mismo modo, tampoco es ética la actitud del que se quedó y recibe al emigrado únicamente en función del beneficio material que este pueda aportar. La instrumentalización del que regresa, sea por prestigio, dinero o conveniencia social, contradice de raíz el espíritu de la parábola. El hijo mayor —producto de la fidelidad, pero también del resentimiento— ilustra este peligro: convertir la permanencia en mérito, y al otro en un recurso o amenaza.

La reconciliación madura exige que unos y otros se pregunten por sus propias sombras. Ni el éxito económico otorga superioridad moral, ni la permanencia en el país concede automáticamente autoridad ética. En ambos lados, la tentación es la misma: absolutizar el propio sufrimiento y minimizar el del otro.

3. La reconciliación es un horizonte, no una exigencia inmediata

El cristianismo nunca obliga a un perdón mecánico ni a una reconciliación emocional sin condiciones. El perdón es un acto interior que libera; la reconciliación, en cambio, es una construcción relacional que requiere confianza, tiempo y evidencia de buena voluntad. No se trata de cerrar los ojos, sino de abrirlos con mayor lucidez y profundidad.

Por eso, la pregunta no es simplemente si debemos reconciliarnos, sino cómo construir condiciones reales para que la reconciliación sea auténtica, justa y transformadora. Esto implica escuchar, comprender, reparar y crear espacios donde las identidades no compitan, sino dialoguen.

4. La Nación como casa del Padre

La grandeza de un país —como la del Padre de la parábola— se revela no solo cuando acoge, sino cuando crea un hogar donde nadie necesita sentirse superior, inferior o utilitario para ser recibido. La reconciliación nacional no es un evento, sino un camino. Y ese camino comienza cuando tanto el que parte como el que queda dejan de verse como adversarios morales, y empiezan a reconocerse como hijos de una misma historia en la que todos han sufrido, amado, perdido y esperado.

JECM

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