por Rafael Hernández
Politólogo. Director de la revista cubana de ciencias sociales Temas.
(Publicado en el blog de Latin American Perspectives, 19 de abril de 2018)
En la noche del 19 de abril de 2018, se anunció una lluvia de estrellas. Para los astrónomos, que estudian el cielo, este fenómeno no encierra ningún misterio, pues se trata del rastro dejado por la estela del cometa Halley en nuestro sistema solar. Aunque resulta absolutamente predecible, cuando esta lluvia alcance su clímax, será única, distinta a cualquiera anterior, e irrepetible como evento cósmico. Es decir, imposible de anticipar en todas sus luces y variaciones. Este acontecimiento comparte algunos rasgos con los cambios que ya vienen desarrollándose en Cuba en 2017-2018. De entrada, ciertas preguntas y predicciones sobre las elecciones y el nuevo gobierno cubano parecen flotar en una especie de ingravidez propia del espacio exterior. ¿Podrá estar listo “un nuevo presidente que no se apellide Castro” ante una situación tan peligrosa? ¿Qué podrá hacer frente a esa “tormenta perfecta de desafíos —empezando por los vientos huracanados de Trump”? (Whitefield y Gámez, 2017) ¿Quién es “ese burócrata del Partido” [Miguel Díaz-Canel] del que nadie sabe nada? (Erikson, 2017) ¿Cuáles serán “los valores e intereses del equipo que apunta a tomar las riendas del Estado cubano”? (López-Levy, 2018) ¿Qué podrá pasar con este candidato a presidente “sin apoyo dentro del PCC ni entre los militares”? (Suchlicki, 2017) ¿Qué podrá decidir este nuevo presidente que seguro tendrá a “Raúl y al resto del clan Castro encima de él”? (Hare, 2017) ¿Es “concebible que un futuro conflicto entre el partido y el Ejército pudiera producir un terremoto político, que en teoría generaría una transición política hacia la democracia”? (Corrales y Loxton, 2018). Su capacidad de pronóstico rebasa a la de los astrónomos: esta “sucesión autoritaria”, que priva de “legitimidad interna y externa al nuevo mandatario”, lo condenaría a ser un simple engranaje de la “inmutabilidad política”, o sea, a paralizar las reformas y dejar todo está (Rojas, 2018). Sin espacio para discutir estas tesis casi astrológicas, este artículo se limita a examinar la significación e implicaciones de un acontecimiento previsible — el cambio de gobierno—, como parte de un proceso político —la transición— que ni empieza ni termina el 19 de abril de 2018, y cuyas consecuencias rebasan a los oráculos ideológicos de los dos lados. Se dirige a examinarlo desde la estructura y composición reales del sistema político y sus instituciones de poder principales, las existentes como legado de una etapa que culmina.