A propósito de la polémica con Observatorio Crítico y las valoraciones de Guillermo Rodríguez Rivera
por Enrique Ubieta Gómez
Guillermo Rodríguez Rivera, el admirado autor de Por los caminos de
la mar o Nosotros los cubanos (2005), intercede en la polémica que
todavía no es -dice, porque no he respondido-, entre Isbel y yo, con un
rotundo “ni, ni”. Alguna vez conversamos personalmente y compartimos,
creo, en viaje a la Venezuela bolivariana, pero no nos une amistad
alguna. Estoy seguro que he sido un lector más constante de sus textos
que él de los míos, y eso no me ofende, como autor me lleva bastante
camino andado. Pero puedo asegurar que me conoce poco. Aclaro esto,
porque me atribuye una forma de pensar que no aparece en mis textos, ni
se insinúa en el que motiva la “polémica”, que no empezó ahora, ni es
específicamente con Isbel (aunque por lo que dice en su texto, también
es con él).
Todos los que defendemos la Revolución cubana somos estigmatizados
como extremistas, dogmáticos u oficialistas. Guillermo sabe de lo que
hablo, porque también él ha sufrido esos ataques. La más común e
insólita victoria de tales ataques es hacer que los compañeros de ideas
se distancien de uno, hacer que participen de la creencia de que somos
así. Guillermo al parecer ha sacado sus propias conclusiones sobre mí de
la no publicación de un artículo suyo (hace casi tres años) en el
mensuario que dirijo. No cometeré el error de suponer que ese es el
hecho que motiva a estas alturas su réplica. Respeto su obra escrita y
pedagógica, y por tanto respeto al hombre. Pero sus argumentos se
distancian notablemente de la esencia de lo discutido en mi texto y se
acercan al tema tratado por él en el suyo no publicado entonces. De
hecho, aún cuando desde el título establece el veredicto mediador y
reclama un punto medio, ignora las opiniones de Isbel -solo le dedica
tres líneas-, e ignora las mías, que ni siquiera se comentan, aún cuando
soy el objeto más visible de su discrepancia.
Digamos que Guillermo ha tomado de pretexto un encontronazo mayor
para opinar de asuntos colaterales a él sobre los que no tenemos, en
realidad, grandes diferencias. Pero ya que se ha traído a este venerado
espacio mi polémica con Observatorio Crítico (y no con Isbel, ni con
nadie en particular) creo que es imprescindible que exponga su esencia.
Apoyo la crítica revolucionaria, y es absurdo lo que dice Guillermo de
mí: “Ubieta se identifica con todo lo que provenga de cualquiera de los
niveles de la administración estatal, con una fe que me parece digna de
mejor causa porque, a pesar de lo que dice, gobierno y revolución no son
sinónimos.” ¿De dónde sacó semejante dislate? Lo invito a leer con
calma mi más reciente libro Cuba ¿revolución o reforma? (2012), o a
recorrer mi blog o las páginas de La calle del medio, para que descubra
que esa afirmación es un estereotipo. En muchos textos míos he
diferenciado con meticulosidad los conceptos de consumo y consumismo
(sobre esto discuto en mi libro con Dieterich, páginas 175 y 176). En mi
artículo “Ser o tener, ¿cuál es tu prioridad?” que puede leerse en mi
blog la-ísla-desconocida.blogspot.com (13 de septiembre de 2012) digo:
“Cuando una persona que es, y tiene, llega, nadie nota lo segundo. Por
lo común, aquel que necesita mostrar que tiene, no está seguro de lo que
es o no le importa. Es un problema de prioridades. No rechazo la ropa
que está de moda, cara y de marca; si es cómoda y bella para quien la
usa, es perfecta. Para gustos, colores. El dilema es otro: hacernos
servir por los objetos que adquirimos, o servir a los objetos; que ellos
existan para hacernos la vida más cómoda y bella, o vivir para ellos,
lo que implica vivir para mostrar lo que tenemos. Que una sonrisa
inteligente diga más de nosotros que una cadena de oro. Esa es la
verdadera batalla, sutil, encubierta, definitoria, entre el socialismo y
el capitalismo.”
Guillermo añade, con justicia, que gobierno y revolución no son
sinónimos. Es por eso que mi artículo habla de una identidad histórica
-sin dudas precaria, pero real, si entendemos que hablamos de una
Revolución que ha tomado el poder-, entre ambos términos, con todas las
contradicciones propias que genera el estar en el poder, con todos los
errores y aciertos que puedan cometerse desde allí. Si el título de mi
artículo anuncia la defensa de “la crítica revolucionaria”, y advierte
sobre el intento de contaminarla, es precisamente porque reconoce su
necesidad. Digámoslo así: que la crítica revolucionaria contribuya a
fortalecer la identidad históricamente limitada entre gobierno y
revolución, y no a quebrarla; que trabaje por sostener a la Revolución
en el poder -que debe ser escrito en minúsculas, porque existe otro
Poder, con mayúsculas, global, que lo domina casi todo-, y no por
distanciarnos del poder en nombre de la Revolución, ¿para dejárselo a
quién?
En esto, como en muchas cosas, el ejemplo de Silvio es aleccionador.
Creo que la izquierda revolucionaria, hoy, es antimperialista, como
afirma Silvio -que es la forma actual del capitalismo-, o no es y esa
afirmación no reivindica, por favor, la validez de una medida concreta,
como lo fue la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Solo una sociedad
alternativa a la que promueve el consumismo, a la que deshumaniza el
trabajo, a la que prioriza el tener sobre el ser; solo una sociedad que
convierta a las masas en colectivos de individualidades, y los haga
protagonistas de su vida y de su tiempo, es viable para la Humanidad; yo
la llamo socialismo y en ella debe primar la más democrática de las
aspiraciones posibles hoy: “de cada quien según su capacidad, a cada
quién según su trabajo”. Si alguien entendiera que la oposición entre
capitalismo y socialismo son los puntos extremos referidos, aún cuando
éste tome de aquel lo que sirva, que es mucho, no lo dudo, para el
momento histórico -el socialismo no es un lugar de llegada, sino un
camino-, pues sí, estoy en el extremo del socialismo. Como no creo que
Guillermo se refiera a esto, no acabo de ver mi posición extrema.
Hay dos párrafos, uno en mi texto y otro en el de Isbel, que en mi
opinión expresan como ninguno la esencia de lo que discutimos.
Digo yo:
-”resulta incomprensible desde la buena fe, que algunas personas que se definen en la super izquierda defiendan -desde categorías francamente burguesas-, el “derecho” político de los propugnadores, pagados o no, del capitalismo neocolonial. El abrazo nacional no puede producirse en la orilla capitalista. La aceptación de lo diverso parte de reconocer que el socialismo (no el socialdemócrata, hablo del anticapitalista) es la plataforma nacional. La necesaria unidad de la nación no presupone la homogeneidad del pensamiento, ni la unanimidad de criterios, debe estimular el debate y la crítica revolucionarias, siempre en oposición a las de la contrarrevolución; pero la unidad de la nación la proporciona el proyecto colectivo de justicia social, anticapitalista, que garantiza y es garantizado por la soberanía nacional.”
-”resulta incomprensible desde la buena fe, que algunas personas que se definen en la super izquierda defiendan -desde categorías francamente burguesas-, el “derecho” político de los propugnadores, pagados o no, del capitalismo neocolonial. El abrazo nacional no puede producirse en la orilla capitalista. La aceptación de lo diverso parte de reconocer que el socialismo (no el socialdemócrata, hablo del anticapitalista) es la plataforma nacional. La necesaria unidad de la nación no presupone la homogeneidad del pensamiento, ni la unanimidad de criterios, debe estimular el debate y la crítica revolucionarias, siempre en oposición a las de la contrarrevolución; pero la unidad de la nación la proporciona el proyecto colectivo de justicia social, anticapitalista, que garantiza y es garantizado por la soberanía nacional.”
Dice Isbel, que califica de “tiránico” al Gobierno cubano:
- “Pero si vamos un poco más allá, solo podemos sonreírnos ante la
‘ingenuidad’ del autor, cuando miramos y vemos que los capitalistas hace
rato están en el poder, protegidos bajo las casacas empresariales,
militaristas, etc. Ubieta finaliza su texto con una parrafada tan
esquizo, que no resiste el más elemental análisis. Acepta lo diverso,
pero no lo acepta; no desea la homogeneidad del pensamiento, pero
excluye a los procapitalistas; habla de unidad nacional, pero no en ‘la
orilla capitalista’.”
No son supuestos. En los últimos meses, Observatorio Crítico ha
reivindicado la presencia en sus espacios digitales de Yoani Sánchez y
del proyecto Estado de SATS, explícitamente liberales y procapitalistas.
La contrarrevolución de Miami, por su parte, hace lo mismo: elogia y
publicita el “trabajo” que hace Observatorio Crítico desde “la
izquierda”. La fórmula de los super izquierdistas es esta: el Gobierno
cubano es capitalista, unámonos a los capitalistas para derrocarlo.
Extraña fórmula. ¿No sería más sensato decir, si es que hay capitalistas
en el poder, unámonos a los revolucionarios en el poder para barrer a
los capitalistas en el poder y fuera de él? Recuerden la trágica
experiencia de Granada, donde una fracción supuestamente más radical
traicionó a Maurice Bishop y propició la invasión militar del
imperialismo estadounidense.
Cualquier texto medianamente complejo propicia múltiples lecturas e
interpretaciones. No me siento traicionado por otras lecturas ajenas a
mis intenciones, más parecidas a las experiencias y preocupaciones
vitales de esos lectores. Me siento sin embargo reivindicado y halagado
por la lectura de Silvio, y quiero finalizar citándolo, para hacer mío
su criterio:
“Recomiendo, sobre todo a los adictos a los temas ideológicos, este
interesante artículo de Enrique Ubieta. Como todo escrito de ideas,
puede llevarnos a varias conclusiones. Por mi parte no lo interpreto
como un veto a la diversidad de ideas que puede existir –y existe– en la
comunidad revolucionaria; y creo que tampoco signifique que para ser
revolucionario hay que callarse ante todo lo dispuesto por un gobierno,
por muy revolucionario que sea. Toda gestión rectora necesita distintos
puntos de referencia para tener una visión tridimensional de la
realidad. La diversidad es más revolucionaria que contrarrevolucionaria.
En definitiva el mismísimo Marx dijo que su divisa era dudar de todo.”
(Tomado de SegundaCita)
Ni Ubieta ni Isbel
por Guillermo Rodríguez Rivera
Los antiguos filósofos pitagóricos desarrollaron la idea de la
importancia de “lo medio”. La verdad -creía el viejo filósofo y
matemático Pitágoras- está en el equilibrio, que al ser humano le cuesta
mucho trabajo alcanzar y todavía más mantener. Los antiguos creían en
lo que denominaban la aurea mediocritas, que no es (un parón en seco
para los malos traductores) la áurea mediocridad, sino la dorada
medianía.
El bienestar físico está (el pitagorismo está en los fundamentos de
la ciencia médica: Hipócrates era un pitagórico) en conciliar los
extremos: ni muy seco ni muy húmedo, ni muy frío ni muy caliente. Es una
garantía de la salud del cuerpo humano y de la estabilidad de la propia
naturaleza.
El mundo está lleno de extremos, y la sociedad no es la excepción: el
neoliberalismo ha pretendido erigir al mercado en árbitro absoluto que
no necesita ser regulado, pero cuando la irresponsabilidad y el afán de
lucro del mercado bancario provocaron en 2008 la brutal crisis de la
que el capitalismo aún no sale, el inepto e inútil estado, representado
nada menos que por el propio George W, Bush, vino a rescatar a los
bancos con los millones aportados por los contribuyentes
norteamericanos.
El socialismo a veces procedió del mismo modo pero al revés: en Cuba estatalizamos el lustrado de zapatos y la venta de granizado, en un alarde socializador que ha terminado como sabemos.
En Observatorio Crítico se ha desatado una polémica entre Enrique Ubieta
e Isbel Díaz Torres. Digo, todavía no es polémica: Isbel responde a un
artículo de Enrique, y la emprende contra sus puntos de vista, pero
Ubieta no ha respondido.
Isbel parece un crítico “a rajatabla” de casi todo lo que haga el
gobierno; la emprende contra los proyectos de inversión en Cuba de
países extranjeros amigos, como Brasil y China. Ubieta se identifica con
todo lo que provenga de cualquiera de los niveles de la administración
estatal, con una fe que me parece digna de mejor causa porque, a pesar
de lo que dice, gobierno y revolución no son sinónimos.
Cuando apareció La calle del medio, bajo la
dirección de Enrique Ubieta, le mandé un artículo proponiendo crear una
Comisión de Protección al Consumidor, porque en casi todas las tiendas
que venden alimentos no procesados, como queso, jamón, salame (todas son
estatales) le roban en el peso al consumidor, quien no tiene a quién
reclamarle. Son innumerables las ocasiones en las que el cubano es
defraudado por quienes le venden algún objeto o servicio y ya casi ha
sido obligado a resignarse, porque no encuentra a dónde acudir.
Todas las tiendas de alguna jerarquía tienen esa comisión de
protección al consumidor, pero la preside su administrador, que sería
como que el jefe de un organismo fuera a la vez el secretario del
sindicato. Como repudiamos el “consumismo” hemos llegado a repeler al
ciudadano que consume.
Muchas veces, desde hace mucho tiempo, se incita a los cubanos a
tener mentalidad de productores y no de consumidores, pero producir y
consumir son las dos caras de una misma moneda.
El consumo es una actividad imprescindible: el hombre tiene que tener
una casa donde tener su familia; precisa de los alimentos para
mantenerse y del vestido para acudir a su trabajo y mandar sus hijos a
la escuela. El consumismo es la patología de esa necesidad: es una
manipulación que incita al ser humano a aumentar irracionalmente su
consumo, para beneficiar a los que producen y quieren vender. No hay
producción sin consumo: el ser humano puede trabajar sin consumir, pero
ese sacrificio tiene un límite. Si no hay consumo, en un momento dado el
deseo de producir caerá, se detendrá.
Ubieta no publicó mi artículo y ni siquiera me llamó o me escribió
para acusar recibo y explicarme por qué no lo editaba. Estuvo entre esos
jefes de periódicos que caracteriza el doctor Esteban Morales, que
defienden sin tasa a la administración incluso cuando se la critica para
mejorarla y no aumentar la muchas veces justa irritación popular.
Perdóneme Ubieta, pero debe precisar su concepto de “anticapitalismo”.
Mi amigo, el grande y desaparecido pintor que fue Raúl Martínez, me
dijo una vez, socarronamente, mientras miraba una de las buenas revistas
de diseño: “El capitalismo hay que destruirlo, pero con mucho cuidado”.
Tenía razón. Los logros del capitalismo que significan progreso y
bienestar para el ser humano, no deben de ser rechazados por una
sociedad que pretenda desarrollar el socialismo: no son obra de la
burguesía, sino del esfuerzo histórico de los trabajadores. Por algo
Lenin hablaba de la “herencia cultural”, que no es únicamente el respeto
a las grandes obras de arte: la nueva sociedad debe heredar todo lo
bueno que se ha hecho por la humanidad en el pasado, porque cultura es
energía, comida, vivienda, educación.
Porque, además de uno ser anticapitalista, hay que estar a favor de algo. El complemento del “anti” es el “pro”.
El filósofo y politólogo portugués Buenaventura de Sousa Santos, uno
de los animadores del foro del Porto Alegre, escribió que “una sociedad
socialista no es aquella donde todas sus instituciones son socialistas,
sino donde todas las instituciones están dirigidas a conseguir el
desarrollo socialista”.
La equivocada ofensiva anticapitalista de marzo de 1968 en Cuba, le
hizo un daño a nuestra sociedad socialista que todavía no hemos
conseguido sanar. El estado socialista tenía en sus manos las grandes,
industrias, el 70% de las tierras del país, la banca, el comercio
exterior y las grandes tiendas, los grandes hoteles, el transporte, la
educación, los medios informativos, pero quiso tener también las
medianas y pequeñas empresas y las estatalizó. Llegó a socializar el
puesto de fritas, pero no fue más que para asumir lo que no podía
manejar. No hemos conseguido restaurar esa zona de la economía, esencial
para el equilibrio económico de la nación.
Así que, contra el capitalismo, “pero con mucho cuidado”, porque, por
lo menos a mí, me interesan la soberanía nacional, la independencia
cubana y su antiimperialismo, pero creo que, dentro de esos principios
inclaudicables, se puede alcanzar no “el individualismo consumista” que
Ubieta con razón rechaza, pero sí un mayor bienestar para el pueblo
cubano, que lo merece de sobra.
Con el dominio de la pobreza no se consigue eso que Martí llamaba “el
respeto a la dignidad plena del hombre”. La revolución y el socialismo
no pueden tener otra misión que no sea conseguir la felicidad del ser
humano.
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