Entre los grandes
fundadores de la escuela
de pintura de La Habana
figura, por derecho
propio, Mariano
Rodríguez Álvarez.
Artista comprometido con
la causa antimperialista
y, por tanto, con los
ideales más profundos y
ampliamente democráticos
de la sociedad cubana.
Una reflexión sobre su
vida, en tanto ciudadano
y artista, nos permite
incursionar, a través de
ella, en temas clave de
la cultura cubana.
Nació en La Habana el 24
de agosto de 1912. Quizá
su temprana vocación por
la pintura le venga a
través de su madre,
quien fue pintora y
discípula de los
maestros Romañach y
Menocal. Su padre era
oriundo de Santa Cruz de
Tenerife, Islas
Canarias. La familia
Rodríguez Álvarez viajó
y permaneció allí entre
1915 y 1920, año en que
regresó a Cuba.
Pintor autodidacta,
inició su carrera
artística en 1936, al
calor del movimiento
creado por los pintores
muralistas de México;
viajó a ese país y allí
se inició en el
movimiento que
representaba en ese
momento, esa línea de
liberación plástica y
social en América
Latina. El muralismo
mexicano, con su
contenido artístico y su
búsqueda de una
renovación con raíces
profundamente populares,
fue una de sus
aspiraciones más
profundas.
Regresó a Cuba en 1937,
y trabajó con
vehemencia, integrándose
al grupo que, con Víctor
Manuel, había surgido
con la exposición de la
Revista de Avance,
en 1927. En 1943,
realizó su primera
exposición personal en
Cuba y expuso también,
por primera vez, en el
extranjero. Así se
colocó entre el grupo de
fundadores que, con
Amelia Peláez, Abela,
Carlos Enríquez,
Portocarrero y Martínez
Pedro, entre otros,
conformó la llamada
Escuela de La Habana.
Desde comienzos de los
años 40 incorpora el
gallo entre los motivos
de su pintura, y realiza
en esa década y en la
siguiente varios murales
en edificios de
importantes
instituciones; asimismo,
incursiona en la
cerámica y viaja por
varios países de Europa
y por los EE.UU.,
momento en que se pone
en contacto con la obra
de grandes maestros de
la pintura de todos los
tiempos.
Al triunfo de la
Revolución, asumió a
plenitud las
responsabilidades de un
artista comprometido con
las radicales
transformaciones que se
llevan a cabo en el
país; fue fundador de la
Unión de Escritores y
Artistas de Cuba (UNEAC)
—decisiva
institución de la
cultura nacional que por
estos días celebra su 50
aniversario—;
trabajó durante año y
medio como Consejero
Cultural de Cuba en la
India, donde creó una
bella colección de
dibujos y pinturas. José
Lezama Lima,
refiriéndose a esa etapa
de su creación, afirmó:
“Dichoso Mariano que ha
podido ver los cuatro
grandes ríos: el Ganges,
el Sena, el Amazonas y
el Almendares.”1
La obra de Mariano está
marcada por una notable
variedad de temáticas y
un sentido de búsqueda
permanente, a los gallos
(recurrentes y
omnipresentes), se unen
los desnudos, las
frutas, las masas, las
fiestas del amor,
etcétera.
Refiriéndose a las masas
como motivo de sus
cuadros dijo: “A mí las
masas en Cuba me han
impresionado desde las
iniciales
concentraciones y
movilizaciones de los
primeros años de la
Revolución. Nunca había
visto algo semejante
[...] En Cuba se
manifiesta de una manera
particular, sobre todo
en ese diálogo que se
establece entre Fidel y
el pueblo.”
En 1975, reafirmando su
vocación social como
artista comprometido con
su tiempo y con su
pueblo expresó asimismo:
“El artista plástico en
nuestros países debe
incorporar su arte a la
vida, como los
renacentistas, e
incorporarlo para
hacerlo participante y
colectivo, poniéndolo al
servicio de todas las
necesidades del ser
humano y ayudando a este
a buscar la belleza y a
crearla en todo lo que
usa, en todo lo que
utiliza para vivir.”
Esas ideas guiaron su
conducta de manera
permanente. “Vivir y
pintar, pintar y vivir”,
fue su divisa
fundamental; pintó hasta
poco antes de su muerte,
ocurrida el 26 de mayo
de 1990. Su infatigable
amor por lo que
realizaba, su trabajo
arduo, su talento
excepcional nos han
permitido recibir como
legado, una vasta obra
de creación; su
colección de óleos,
pasteles y dibujos ha
quedado como patrimonio
cultural de nuestro
país.
Fiesta de los
trabajadores de
la Casa por sus
20 años. 1979
|
Mariano no fue solo un
artista eminente. Como
creador comprometido, no
rehusó jamás ocupar una
responsabilidad que
implicara el
enfrentamiento y el
debate de ideas; fue
promotor, activista y
combatiente ideológico;
asumió, sin vacilaciones
la vicepresidencia de la
Casa de las Américas, y
tras la desaparición
física de Haydée, ocupó
la presidencia de esa
institución hasta que
decidió dedicarse por
entero a pintar. Y lo
decidió para facilitar
que se promovieran
nuevas generaciones al
frente de la Casa, nunca
rehuyó los
enfrentamientos más
complejos que se
presentaron en el curso
del proceso
revolucionario en el
campo cultural.
Tuve el honor de ser su
amigo y de compartir con
él los aspectos más
profundos y delicados de
la política en relación
con el arte y, en
especial, con la
plástica. En Mariano
tienen las nuevas
hornadas de artistas
formados por la
Revolución, un ejemplo a
seguir en este grande de
la pintura y aprender su
lección de artista y
ciudadano.
Desempeñó un papel
protagónico en la
plástica cubana y en su
desarrollo, como una
fuerza de enormes
proporciones tanto en lo
nacional como en lo
internacional. A su
figura está asociada la
aprehensión de los
elementos más
significativos del arte
moderno que llegó a
nuestro país en los años
20. Las nuevas técnicas
y las búsquedas más
actualizadas nacidas en
los umbrales del siglo
xx, y que tuvieron en
Pablo Picasso su más
sobresaliente exponente,
al influir en nuestro
arte, nos permitieron
encontrar lo que hemos
llamado lo real cubano a
través del color y de
las formas.
Así pudo hallarse el
camino definitivo de la
pintura cubana, porque
antes no puede hablarse,
con profundidad y rigor,
de una pintura o de una
línea de pensamiento
plástico que
correspondiera plena y
profundamente a la
identidad cultural de la
nación cubana. La
ruptura con las formas
de la Academia no
significó, desde luego,
la negación dogmática de
ciertos antecedentes,
representó la apertura y
búsqueda de lo más
genuino y profundamente
cubano.
Como en la esencia de la
cubanía está también la
vocación universal, su
pintura adquirió un
mérito y un valor
internacionales de
primer orden; fue fiel a
sus concepciones
artísticas y estéticas,
y a las ideas políticas
y sociales más
avanzadas. En él, está
presente la síntesis
entre la vanguardia
política y la vanguardia
artística.
"Fiesta del amor
con gallo", ca.
1986
|
En 1981 recibió la Orden
Félix Varela, la más
alta distinción que
otorga el Consejo de
Estado a personalidades
de la cultura, en
reconocimiento a sus
méritos como artista y
como promotor de una
creación artística
inspirada en el pueblo y
para el pueblo.
En su búsqueda
permanente, figura como
objetivo central la
reafirmación de la
cubanía. Sus gallos,
junto a las naturalezas
muertas de Amelia, los
interiores del Cerro y
las ciudades barrocas de
Portocarrero, las
figuras sincréticas de
Lam forman hoy parte
inseparable del
patrimonio de la imagen
de lo cubano que se
enriquece día a día con
la obra de los nuevos
pintores.
En nuestra tradición
nacional figura el hecho
de que los más altos
exponentes del arte
genuinamente cubano
alcanzaron la riqueza y
multiplicidad de sus
formas cuando se
acercaron, tuvieron en
cuenta o, incluso, se
comprometieron con el
ideario social y
político más avanzado de
nuestro pueblo. Los
cubanos nos hemos ganado
el derecho de que la
política influya sobre
la cultura y que la
cultura influya sobre la
política, precisamente
por esa tradición y
porque la mantuvimos, la
desarrollamos y porque
en la Revolución alcanzó
nuevas y más amplias
formas de expresión.
Notas:
1 - Lezama Lima, José:
“Mariano llega a la
India”, en Mariano:
uno y múltiple,
Catálogo de la
Exposición Antológica
(1937-1987), Canarias,
1988, p. 15.
Versión de las palabras
de despedida de duelo
del pintor, pronunciadas
por Armando Hart, en la
Necrópolis de Colón, el
27 de mayo de 1990.
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