El Centro Martin Luther King nació en 1987, cuando nuestro país
trataba de rectificar los errores y desviaciones del rumbo liberador de
la Revolución, que fueron consecuencia de las opciones asumidas para
enfrentar los límites férreos con que había chocado el proceso al inicio
de los años setenta.
En el momento crucial en que nació este
Centro, el llamado “socialismo real” se encaminaba al suicidio y los
países del Tercer Mundo perdían las esperanzas de alcanzar el
desarrollo, a manos del neoliberalismo imperialista, que sí era real.
Cuba comenzaba a revisarse a fondo y volvía a sacar fuerzas de sí misma.
Descubría que ninguna ley general, ningún dogma y ningún destino la
salvarían, que tendría que salvarse ella misma, apelando a la voluntad y
la decisión, la fe y la entrega, la gran tradición patriótica nacional y
el ideal justiciero y libertario del socialismo verdadero. En aquel
tiempo de luchas políticas e ideológicas, el país aprendió también que
la falsedad del unanimismo ocultaba la riqueza de sus diversidades, y
que para ser, el socialismo tenía que ser de todos, con los rostros de
todos y los carismas de cada uno, y no una simple maquinaria ni una
donación.
Entonces se organizaron estos cristianos como movimiento social,
actuaron al servicio de los problemas de las comunidades y de la nación,
discutieron los problemas fundamentales del país y levantaron su voz
como cristianos cubanos. Y cuando vino la prueba tremenda de los años
noventa, el Centro desplegó iniciativas muy valiosas y cumplió papeles
muy relevantes, en medio de una crisis material, de la calidad de la
vida y del prestigio del socialismo, que amenazaba la existencia misma
de la nueva sociedad de justicia y libertad que entre todos habíamos
creado. Las caravanas de Pastores por la Paz, la ayuda a la construcción
de viviendas en los barrios, los seminarios socioteológicos, los
talleres de Educación Popular, fueron algunas de las respuestas primeras
a los nuevos retos. La guagua amarilla en la calle era un símbolo de la
decisión de pelear por la vida de las cubanas y los cubanos, y una
señal del crecimiento de la Revolución frente a los enemigos, que
brindaba alimento espiritual a todos y alzaba a los que sentían
desfallecer la fe.
El Centro supo ser cristiano, al discernir qué era lo justo y lo
necesario, al comprender que la praxis es primero y la teología es acto
segundo, al seguir al Jesús liberador, al ser pueblo acompañando al
pueblo.
He tenido la fortuna de compartir los sueños y los afanes del Centro
Martin Luther King desde su nacimiento, porque había entablado antes una
amistad de compañeros con el pastor Raúl Suárez, un hijo dilecto del
pueblo, o de Dios, que es lo mismo. No me toca hoy hablar de él, lo he
hecho además hace poco, para prologar Para avivar el espíritu,
un libro de textos suyos; básteme repetir aquí que Raúl ha sido y es el
alma, el fundador y el director del Centro. Nuestra amistad se anudó en
los días en que echaba mi vida en el torrente de la Revolución
sandinista, el gran movimiento popular que ayudó a responder bien la
pregunta del teólogo de América Latina: “¿del lado de quién está
Cristo?”, en la tierra en que un poeta combatiente firmó con sangre
aquel verso suyo: “ahora vamos a vivir como los santos”. Aprendí a
querer y admirar más a Raúl en los tiempos de la rectificación y en los
tiempos de la gran crisis, y me place mucho recordar tantas tareas y
tantas discusiones, y agradecer que me permitieran participar siempre
como un hermano. Recuerdo, por ejemplo, que escribí el editorial del
primer número de la revista Caminos.
En estos veinticinco años, el Centro Martin Luther King ha levantado
una obra extraordinaria y se ha ganado un lugar en el corazón de las
cubanas y los cubanos, y un prestigio muy sólido entre las instituciones
de nuestra sociedad. El que intente siquiera sintetizar los tipos de
trabajos que ha emprendido, los encuentros entre personas que ha
propiciado, los servicios que ha prestado, su presencia en tantos
escenarios, tendría que utilizar muchas horas para hacerlo. No se han
cansado nunca los hermanos y hermanas, ni han perdido el rumbo. Al
arribar a este aniversario en el año 2012, el Centro es una entidad
destacada y tiene una formidable capacidad de desplegar actividades.
Pero más que celebrar, hoy es necesario advertir que esas cualidades
implican que el Centro tiene ante sí pesados deberes, quizás mayores que
nunca antes.
Estamos viviendo un momento de disyuntivas que no muestran
abiertamente sus sentidos últimos, pero pueden desembocar en un tiempo
de decisiones. Junto a la más firme resistencia al imperialismo
norteamericano –el gran enemigo de la humanidad y del planeta–, y a los
saberes que reafirman a la mayoría de la gente del pueblo en su
confianza y apoyo a la dirección máxima de la Revolución, se agrandan
diferencias y desigualdades en la calidad de la vida entre sectores de
nuestra población, algo que se había vuelto inconcebible desde el
triunfo revolucionario. Algunos de los valores forjados en el proceso
liberador están en crisis, y ha crecido la conservatización de la vida
social. Conviven los más limpios esfuerzos al servicio de la
colectividad, los ideales revolucionarios socialistas y la laboriosidad
honesta con la apelación desmedida al egoísmo, el individualismo, al “te
doy y me das”, al interés individual. La corrupción, la inercia y el
burocratismo amenazan corroer o impedir iniciativas y campañas por el
desarrollo económico y social del país que signifiquen bienestar y
distribución justa de la riqueza para todos. En el seno de la sociedad
cubana se libra un gigantesco conflicto cultural entre el socialismo y
el capitalismo.
Esta situación le plantea un extraordinario desafío al Centro Martin
Luther King, como a todas las demás instituciones y a todos los cubanos y
cubanas. ¿Qué sociedad saldrá de este trance tan complejo y difícil?
¿Sucumbirá la Cuba de Martí y de Frank a la guerra cultural que nos hace
el capitalismo para convencernos de que la única manera de vivir,
pensar y sentir es la que nos propone? ¿Nos levantaremos una vez más por
encima del cálculo de lo que es posible, que siempre ha militado en
contra nuestra, y abriremos el camino a la conquista de toda la
justicia, el bienestar y las oportunidades para todos? Este Centro está
en mejores condiciones que muchos para actuar a favor de la segunda
opción, porque ha desarrollado instrumentos, estrategias y pensamiento
capaces para participar en esa batalla, y posee una conciencia plena de
lo que está sucediendo. Frente a la decadencia de ideales que nos
amenaza, el vigor espiritual de estas hermanas y hermanos organizados
puede desempeñar un papel muy importante en las tareas de hacer avanzar
la esperanza y la vocación de unirnos para reconstruir y fortalecer la
conciencia que eche decisivamente hacia adelante la formación de
personas solidarias y entregadas al bien común, y la organización social
que haga invencibles sus prácticas.
Por ese camino anda el Centro, y teje redes de las que se hablará,
para que suceda el milagro de una pesca multiplicadora. Estoy seguro de
que el Centro Martin Luther King no cejará ni se detendrá, y buscará
metas cada vez más altas, y en esa caminata se llegarán a juntar los
hechos y los sueños.
¡Felicidades a todas y a todos en este vigésimoquinto aniversario!
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