“No hay más ascensión
que hacia la tierra”.
Entró a la radio por
pura casualidad, o mejor
dicho, por aburrimiento.
En realidad, lo que le
apasionaba era el teatro
y la televisión. Pero
antes se había decidido
por la carrera
eclesiástica y como
seminarista viajó a
República Dominicana
donde presenció los
horrores de la invasión
yanqui en 1965.
A inicios de los 60
salió de Cuba con su
familia, sin embargo, la
Isla ha viajado de
alguna extraña manera en
su mundo interior y en
ese particular y criollo
modo de hablar y
comunicarse. Ya rebasa
los 60 y ha pasado buena
parte de su vida entre
cabinas y micrófonos.
Más que hablar por
radio, lo que le
apasiona es escuchar a
la gente, devolverle la
palabra que le
secuestraron. “Por la
palabra pública los
seres humanos nos
ciudadanizamos, nos
empoderamos”, dice en la
sala de su casa, ubicada
en el Valle de los
Chillos, un barrio de
clase media en las
afueras de Quito,
Ecuador.
La casa está decorada
con prolijidad. Su
diseño y los detalles
con que han sido
colocados variados
objetos, esculturas
andinas, máscaras,
libros y pinturas hablan
de la personalidad de la
pareja que la habita.
José Ignacio López Vigil
no oculta su admiración
por Tachi Arriola,
radialista peruana con
quien comparte su vida
hace ya 20 años.
Afuera duermen Hualaya y
Boitatá, sus fieles
compañeros a quienes
trajo desde Lima cuando
decidió afincarse en
Quito para seguir
impulsando la Asociación
de Radialistas
Apasionadas y
Apasionados.
Eres un cubano de la
diáspora que ha pasado
buena parte de su vida
entre cabinas y
micrófonos. ¿Cuán
importante sigue siendo
la radio hoy día para
comunicar ideas?
Un cubano hablando de
radio parecería que está
hablando de su medio
propio porque Cuba fue
“la radio de América
Latina”, la exportadora
no solo de radionovelas,
sino de un montón de
formatos muy originales
que se experimentaron en
las entonces cadenas
privadas, la CMQ y otras
que fueron inspiración
para un montón de países
en América Latina. De
modo que hablar de la
radio, siendo cubano,
tiene un doble
significado. Siempre me
viene a la mente una
anécdota que cuenta
Vargas Llosa en una de
sus novelas cuando se
vendían a peso los
libretos de las
radionovelas cubanas.
¡Te imaginas! tres
libras de libreto de
radionovelas...
En realidad, entré en la
radio no por ninguna
inspiración cubana, pues
salí de la Isla con 15
años a fines de 1961.
Luego tuve una vida un
poco azarosa porque mis
padres tomaron la
decisión de irse a
España, ya que mis
abuelos eran españoles y
mis abuelas cubanas. Por
suerte, fuimos a España
y no a Miami ni a otro
tipo de ghetto,
claro era la España
franquista y no se podía
formar ningún ghetto,
pero aun así era más
fácil abrirse campo, no
laboralmente, pero sí
tener un poco más de
respiro ideológico. Poco
tiempo después, como
seminarista jesuita,
viajé a República
Dominicana, Venezuela,
Ecuador...
En Dominicana comencé a
trabajar en una zona
muy, muy deprimida que
colinda con Haití, una
ciudad llamada Dajabón.
Ahí no había nada,
excepto Radio Belén, una
emisora comercial. Un
día, de fresco, llegué y
les propuse a los
productores que si me lo
permitían podía hacer un
programita para las
tardes. La verdad lo que
quería era entretenerme
porque las clases de
Lenguaje y Biología del
seminario jesuita no me
estimulaban mucho.
Para suerte o desgracia
no pasaron ni 15 días
cuando vinieron a verme
a media noche unos
campesinos para contarme
que iban a invadir las
tierras que el
terrateniente les había
robado falsificando
títulos. Ellos querían
que no solo los
acompañara en la
invasión, sino que fuera
para que entrevistara a
los que iban a hacer
aquella acción, y al día
siguiente lo pasara por
el programa de radio. Y
claro que fui con
ellos.
Grabé las entrevistas en
aquella situación
realmente impresionante,
porque era gente
desesperada. Fíjate si
era así, que los veías
cortando los alambres de
púas que el
terrateniente había
puesto para robarles sus
tierras. Al día
siguiente, pasé las
entrevistas en el
programa. Obviamente, el
director de la radio
comercial me suspendió
el programa y me
abrieron un expediente
para deportarme. Claro,
este proceso se arregló
después porque como era
jesuita tenía ciertas
“palancas” donde tocar.
Aquel suceso fue mi
mejor escuela, me
permitió descubrir la
enorme importancia de
una radio, de una
emisora que se “la
juega” por las causas
populares, que no es
neutral, que no es
imparcial, sino que se
pone a favor de las
causas justas y de las
mayorías nacionales. Así
comencé a hacer radio,
te hablo del año 1967,
en el norte de República
Dominicana.
La divina insensatez de
hacer radio
Era aún seminarista,
todavía no era
sacerdote. Fíjate las
cosas... Estando allí en
aquel mismo sitio, en
Dajabón, me llega una
invitación para
participar de un
concurso para descubrir
nuevos libretistas. La
idea surgió de Mario
Kaplún, el gran Mario
Kaplún, inspirador de
tantos radialistas
educativos
latinoamericanos. La
invitación venía del
Servicio Radiofónico
para América Latina (SERPAL)
con sede en Münich,
Alemania, que había
patrocinado las mejores
series de Kaplún, entre
ellas Jurado trece
y Padre Vicente,
entre otras. Mario,
preocupado porque no
aparecían nuevos
libretistas, promovió
aquel concurso. Pues
bien, me llega la
convocatoria y me animo
a participar.
En 1965, República
Dominicana fue invadida
por las tropas gringas
para derrotar a Juan
Bosh e imponer a Joaquín
Balaguer que era sucesor
de Rafael Leónidas
Trujillo. Allí se
produjo una matanza, una
cosa bárbara. La casa de
estudios donde me
preparaba para hacerme
cura estaba apenas a 500
metros del playón donde
desembarcaron los
gringos.
Nosotros presenciamos la
invasión como si fuera
una película, no ya como
una película, sino como
un hecho real y nos
cargamos de indignación
porque eran demasiados
los muertos, las
violaciones, una
barbaridad… Muchos
fuimos a donar sangre.
Yo era amigo de un
muchacho que se había
montado en uno de los
tanques de la
resistencia para luchar
contra los invasores
norteamericanos y le
hice una entrevista. A
partir de esa historia
redacté el primer
libreto de radio en mi
vida, te hablo de 1967,
y para mi gran sorpresa
y satisfacción resultó
premiado. A partir de
ese momento quedé
conectado con SERPAL,
con Mario Kaplún y el
mundo de la radio
educativa con el cual he
caminado muchos años.
Más que hablar por
radio, lo que más me
apasionó siempre fue
escuchar por radio,
escuchar a la gente,
dicho de otra manera,
devolverle a la gente la
palabra que le
secuestraron. A los
latinoamericanos nos
robaron la palabra
cuando nos invadieron
los españoles y los
portugueses nos mandaron
a callar, todos los
dictadores ordenaron
silencio. En América
Latina, no solo nos
prohibieron las lenguas
ancestrales: el quechua,
el aymara, las lenguas
mayas, las náhuatl, sino
también nos prohibieron
los instrumentos
musicales, los cantos,
los bailes, nos
prohibieron la cultura.
Nuestras culturas
veneraban la Luna, el
Sol y las montañas.
Nuestros pueblos fueron
“ordenados de silencio”,
incluso cuando el papa
Juan Pablo II, en su
campaña para destruir la
Teología de la
Liberación, visitó en
1983 a Nicaragua en la
plaza Carlos Fonseca
Amador, gritó siete
veces la palabra
“silencio” mandando a
callar...
—¿Por qué le gusta tanto
oír la radio, señora?
—Porque me trae el
vecindario a la casa.
Si uno se preguntara
¿qué cosa es la radio?,
porque siempre se dice,
como la BBC: la radio
sirve para informar,
educar y entretener; y
claro, sirve para
informar, educar y
entretener pero
detengámonos en qué cosa
es educar. Cuando uno
utiliza la palabrita
educar hace una
asociación casi mecánica
de dos más dos son
cuatro, piensa en
Historia, Matemática,
Geografía, es decir,
piensa en instruir
escolarmente; pero
educar no es eso, educar
es una construcción de
pensamiento propio, es
fomentar una visión
socrática, mayéutica
para que la gente saque
lo que tiene adentro,
guardado. ¿Qué tenían
nuestros pueblos
guardados durante 500
años?: una palabra
silenciada.
Cuando estaba en
República Dominicana, en
Radio Enriquillo, que
fue mi escuela de radio,
me salía todas las
tardes a entrevistar
gente: viejos, viejas,
niños, haitianos
cortadores de caña,
mujeres que son
doblemente silenciadas
porque no pueden hablar
en los espacios públicos
pero tampoco en los
privados, no pueden
hablar en el sindicato
ni en la iglesia ni en
la casa ni en ninguna
parte. Iba con mi unidad
móvil, a veces con
grabadora, y ponía a la
gente a hablar. Y esa
experiencia educativa,
tal vez la experiencia
educativa más importante
de todas porque cuando
la persona habla se hace
gente, se hace mujer, se
hace hombre, nos hacemos
seres humanos por la
palabra, y por la
palabra pública nos
ciudadanizamos, nos
empoderamos.
En los ensayos
de un programa
para la
Radioteca
infantil con
niños
|
En América Latina por
los años 70, se utilizó
un slogan muy mal
enfocado que tuvo
sentido en tiempos de la
dictadura, cuando el
mismo Oscar Arnulfo
Romero decía: “somos la
voz de los sin voz”,
claro en El Salvador de
Romero nadie podía
hablar y él asumía la
representación de esa
voz silenciada con su
palabra, pero el pueblo
tiene palabra, el pueblo
no es mudo. Y, por
tanto, esa palabra
popular hay que
devolvérsela, esa
palabra secuestrada hay
que devolvérsela al
pueblo. Y esa es la
misión fundamental de
una radio, de una radio
que quiere ser
ciudadana, popular,
educativa, como se
llame. Y eso me fascinó
siempre. Por eso, más
que hablar por radio, lo
que he hecho es recoger
muchos testimonios,
mucha palabra de gente
sencilla que cuenta sus
historias, sus relatos,
sus dolores, sus
fiestas, sus alegrías...
Todo eso lo devolvíamos
a través de Radio
Enriquillo.
En toda esa zona del
suroeste que es todavía
más deprimida que la del
norte: Barahona,
Enriquillo, Tamayo que
es de lo más pobre de
Santo Domingo,
completamente llena de
haitianos que pasan la
frontera para ir al
corte de caña, los
curas, unos 20 años
antes, habían llegado a
la conclusión de que a
lo que los dominicanos y
haitianos llaman “los
palos del espíritu
santo” —una especie de
vudú sin sangre
inspirado en las
divinidades africanas—,
era brujería y, por
tanto, había que
eliminarlo. Y la forma
de eliminarlo no solo
era prohibirlo, sino
robar los tambores, los
tres atabales a los
tocadores de las plenas.
Estando en Santo
Domingo, en la capital,
descubrí tres tambores
hermosísimos robados a
un pai de santo,
como dirían en Brasil,
que es el palero mayor,
como una especie de
sacerdote, un babalao. Y
sin pedir mucho permiso,
agarré los tres
tambores, los monté en
mi carro y me los llevé
para la comunidad de
Dermirio Medina y se los
devolví. Todavía me
acuerdo cuando él vio
sus tres tambores, los
acarició como a sus tres
hijos. No podía creerlo.
Llevaban como diez años
secuestrados por los
curas. Pero lo mejor no
fue la devolución de los
tambores, sino que
Dermirio me dice: “yo
quiero que usted y
también Radio Enriquillo
vengan a la
“levantada”
que vamos a hacer con
estos tambores. Queremos
que usted sea el padrino
de estos instrumentos".
Y fui con la móvil de
Radio Enriquillo a hacer
el programa y lo
transmitimos todo,
aunque fue a las 12 de
la noche, pero al otro
día lo retransmitimos
íntegramente. Eso fue un
escándalo para los curas
tradicionales. Pero un
escándalo también para
la izquierda porque los
grupos radicales
marxistas entendían que
eso era basura,
diversionismo...
A partir de ahí no
dábamos abasto porque
nos llamaban todos los
fines de semana para los
toques de palo en las
distintas comunidades y
bateyes haitianos... Esa
fue una experiencia muy
impactante para mí
porque era rescatar ya
no solo la palabra, sino
rescatar la cultura, los
valores, la forma de ver
la vida de esas
comunidades. Y una radio
popular, ciudadana puede
hacer eso.
¿Cómo, en qué medida una
radio popular puede
dejar de ser "popular" y
convertirse en todo lo
contrario, qué cosas
debieran evitarse para
no llegar a eso?
Hay experiencias en
América Latina que se
autodenominan
"populares" y la verdad
perdieron la brújula
hace mucho tiempo. ¿Cómo
una radio popular se
enajena de su vocación
popular, de su vocación
ciudadana? Pues por
muchísimos caminos.
Destaco el primero, que
es como el más evidente,
la enajenación del
lenguaje. Hemos perdido
el sentido común.
Hablamos y nadie nos
entiende. Comunicamos y
no comunicamos nada.
En la radio pasa lo
mismo. Hacemos
editoriales abstractas,
incomprensibles, hacemos
discursos por radio
llamadas “populares” que
nadie entiende o que
entiende solo la elite.
Hemos perdido también el
rumbo de la música. Con
esto no quiero decir que
haya que pasar solamente
la música que la gente
pide. Hay que pasar la
que la gente pide y la
que no pide también. Hay
que ampliar el paladar.
Porque si tú le das nada
más lo que la gente
pide, solo pedirán lo
que tú le das. Es como
un círculo vicioso.
Nos hemos distanciado
del gusto popular, nos
hemos distanciado de los
temas, de los formatos,
además, hemos “vaciado”
los formatos dramáticos
y cómicos, que son el
alma de lo que fue la
radiodifusión, lo que
más divierte a la gente.
Uno podría preguntarse
para qué es que la gente
prende una radio, una
televisora. Pero estamos
hablando de radio ¿para
qué alguien prende una
radio?, ¿para
informarse, para
educarse?, la gente
prende la radio para
tomar aliento, para
hacer la vida cotidiana
—que tiene mil y una
vaina— más placentera,
más llevadera. Seguro
que la gente también se
informa, se educa, pero
básicamente la gente
prende la radio, yo
diría, para dos
funciones: para
desconectar de tantos
problemas, y lo otro
igualmente sagrado, para
resolver los mil y un
problemas de la vida
cotidiana. Esas dos
funciones, descansar,
tomar aliento,
divertirse, sonreírse,
entretenerse se han
descuidado mucho en la
radio llamada “popular”,
de tal manera que puedes
oír una radio popular y
escucharla durante 24
horas y no hay un
espacio risueño, un
espacio de buen humor,
¿por qué?, ¡ah! porque
la izquierda sesuda,
aburrida y seria
entendió que eso era
perder el tiempo y otras
emisoras religiosas
entendieron lo mismo.
¿Es decir, en tu opinión
se han puesto los
contenidos populares por
encima de las formas?
Claro, pero poner los
contenidos por encima de
las formas es un camino
suicida. Se pueden tener
los mejores contenidos,
los contenidos
ideológicamente
correctos, pero si eso
no va envasado en una
forma divertida y
alegre, agradable,
placentera, no sirve
para nada, ¿por qué?
porque la gente no
aguanta... No es lo
mismo, por ejemplo,
cuando vas a una
conferencia y viene un
“metratranca” de estos a
hablar paja y no te
puedes ir, sobre todo si
estás en la primera
fila; pero en la radio
no, en la radio, si algo
está “pesa’o”, vas a
hacer pis, apagas o
cambias de emisora y no
tienes que soportar a
uno hablando paja.
Entonces de nada sirve
que organicemos los
contenidos
ideológicamente
correctos si no le damos
una forma popular.
¿Para ti cuáles son esas
formas populares?
Una forma popular es la
narrativa, el relato, el
buen humor, la anécdota.
La antítesis es el
discurso abstracto,
redundante, hueco,
formal; pero hablar de
lo cotidiano, que me
cuenten algo y que lo
hagan con gracia, con
humor, con alegría, eso
es otra cosa.
Sin embargo, algunas
personas no solamente
del medio radial, sino
también del impreso y de
los sitios digitales
piensan que las formas
narrativas pasaron de
moda, ¿a qué le achacas
esto?
Con todo el respeto,
discrepo porque desde
que el mundo es mundo
siempre han existido las
formas narrativas: ahí
tienes la Biblia,
el Popol Vuh,
El Quijote, lo que
sucede es que esas
concepciones responden a
una visión ignorante,
profundamente ignorante
de lo que es la
comunicación. Hay gente
que habla no para
comunicarse, ni para que
la entiendan, sino para
“demostrar que sabe
mucho”, entonces ahí hay
vanidades, arrogancias,
ignorancias que están
detrás de esas actitudes
profundamente elitistas,
profundamente
humilladoras para la
gente sencilla.
Si hablo con palabras
que no me entienden,
cuando hablo soy yo el
que se tiene que adaptar
a la gente, no es la
gente la que tiene que
adaptarse a mí. Sucede
como en una boutique,
el cliente tiene siempre
la razón, en la radio la
audiencia tiene siempre
la razón. Si usted no es
entendido, la audiencia
no es la culpable, el
bruto, el burro es usted
porque habló y nadie lo
entendió. Hay vicios de
los pasillos
universitarios, de las
academias que te hacen
creer que mientras más
raro hables, más
científico eres;
mientras más
incomprensible y
rebuscado hables, más
profesional eres, más
culto eres...
Por eso, siempre me
gusta recordar a un
poeta cochabambino que
dijo que “no hay más
ascensión que hacia la
tierra”; porque entonces
te dicen: ¿y qué usted
quiere, que nos
rebajemos? En el
lenguaje popular usted
no se baja, usted sube
al lenguaje popular. El
lenguaje popular es
también un lenguaje
culto porque cuando un
campesino dice un
refrán, eso es más
cultura que cualquier
palabrería “culta” que
muchas veces ni se
entiende.
La izquierda hizo gala
de lo feo, de lo sucio,
de “lo que importa es el
contenido”. Y ese es un
error gravísimo
profesionalmente
hablando.
Ahora hablando de las
personas, ya sean
hombres o mujeres, desde
cualquier medio, pero
específicamente desde la
radio, qué sensibilidad,
qué grado de
aprehensión, cuál sería
su responsabilidad
retomando lo que
veníamos hablando
respecto al descuido de
las formas.
Hace un tiempo impartí
una charla en la Cumbre
Indígena en el Cauca, en
Colombia, a la que
titulé “La
descolonización de la
palabra”. Recientemente
hice un ejercicio
parecido en el Instituto
Internacional de
Periodismo aquí en La
Habana. Y es interesante
porque a los
latinoamericanos no solo
nos colonizaron cuando
nos robaron el oro, la
plata, no solo violaron
y mataron, no solo nos
colonizaron con la
religión, con los
misioneros, con toda esa
vaina, sino que nos
colonizaron también con
la palabra ¿en qué
sentido? Tú ves
locutores —en Cuba y en
cualquier sitio— que son
gente sencilla cuando
están en el parque,
cuando están hablando en
su casa, son gente
alegre y cuentan un
chiste, pero cuando se
paran delante de un
micrófono son incapaces
de hablar con
naturalidad, de narrar
algo, de contar una
anécdota ¿por qué?
porque nos han
colonizado la palabra,
nos han colonizado el
cerebro. Igual pasa con
el indígena. De pronto,
ves al dirigente
indígena que se pone a
filosofar... En Bolivia
recuerdo que los mineros
aprendieron la palabra
hermenéutica y era
hermenéutica p’arriba,
hermenéutica p’abajo y
ni siquiera sabían qué
quería decir
hermenéutica, pero son
palabras colonizadas,
cultura colonizada.
Entonces para ir a tu
pregunta, un conductor
de radio, un locutor, un
comunicador tendría que
tener claro qué
significa comunicar, es
decir, comunicar implica
comunión, establecer
lazos, unir, es hacer
fácil lo difícil,
explicar, ayudar a
comprender, acompañar,
hacer nacer las
palabras, el pensamiento
propio de la persona con
la que nos estamos
comunicando.
En el estudio de
grabación de
Radialistas
en Quito,
Ecuador
|
Nuestra sensibilidad
como comunicadores
tendría que ser que lo
que se escriba, lo que
se hable, lo que se diga
por la tele, el cine, lo
que se haga, llegue a la
gran masa, porque es a
ellos a los que nos
dirigimos. En
Radialistas siempre nos
quedamos lejos porque,
por ejemplo, uno da por
entendido que todo el
mundo sabe lo que es una
galaxia y es posible que
para un hombre del común
galaxia sea la discoteca
de la esquina. Siempre,
por más esfuerzo que
hagamos, aunque tratemos
de subir al lenguaje
popular, al lenguaje
sencillo, siempre nos
quedamos lejos; pero la
actitud no debe ser la
de decir que estoy
haciendo el arte por el
arte, estoy haciendo
esto para complacerme
personalmente, para que
me miren y me admiren,
no, estoy hablando para
que la gente me
entienda, para
descolonizar esa palabra
y ese pensamiento. Esa
tendría que ser la
primera
responsabilidad.
¿Y con eso se nace o se
aprende?
Hay gente que nace
aburrida, nace y muere
aburrida por el
principio de genio y
figura hasta la
sepultura. Hay gente que
no sabe hablar; hay que
aprender a escribir y
hay que aprender a
hablar también. Igual
que usted aprendió a
escribir y puso
Rosita corta una rosa,
hay que aprender a
hablar. Generalmente
imaginamos que si
echamos palabras,
escupimos palabras por
la boca estamos
hablando, ¡no!, hablar
es otra cosa, entonces
hay que aprender a
escribir y hay que
aprender a hablar.
Hay gente que nace como
desabrido, hay gente que
nace sin gracia —el que
nace sin gracia es un
desgraciado— pero la
gracia y el hablar es
también un
entrenamiento,
básicamente es un
entrenamiento. Los seres
humanos, la mayoría de
las mujeres y de los
hombres pudiéramos ser
excelentes habladores si
no tuviéramos la mala
hierba que nos metieron
en la cabeza... Es como
sembrar en el campo: lo
primero que necesito es
buena semilla, claro,
pero también necesito
sacar la mala hierba. Lo
primero que necesitamos
es sacar esa mala
hierba, lo que nos
metieron en la cabeza,
esa enajenación, esa
mano de palabras raras
que en Dominicana le
llaman “palabras
domingueras”: “ese
político siempre habla
con palabras
domingueras” y “palabras
domingueras” significa
“palabras que nadie
entiende”. Sí creo que
se nace pero también se
hace, y por eso es
importante la
capacitación...
“En radio ya no hay nada
más que aprender”
Hablando de
capacitación. Tú has
ayudado haciendo la
radio pero también has
ayudado a otros a
hacerla. Entonces en qué
sentido la capacitación
contribuye a hacer esa
comunicación novedosa,
atractiva, que libere el
contenido pero que a la
vez le dé una forma
agradable,
entretenida...
La capacitación es
indispensable, lo que
pasa es que muchas
actividades de
capacitación, muchos
talleres de capacitación
lo que hacen es repetir
la misma pesadez de las
producciones. Es decir,
no hacemos nada si
invitarnos a un taller
de capacitación para
decir lo mismo, la gente
se aburre, se duerme
porque les estamos dando
el mismo sonsonete, el
mismo discurso.
Si queremos hacer
talleres de capacitación
que sean coherentes con
la radio popular, con la
radio ciudadana, con la
comunicación popular
tienen que ser alegres,
divertidos, dinámicos.
La gente tiene que
aprender cosas, pero no
aprender a partir de
discursos, sino desde
sus propias
experiencias. Es un
error en los talleres de
capacitación dar las
instrucciones, dar el
discurso, decir cómo se
hace, poner el jodido
power point. Porque
ahora en América Latina
se le llama taller a oír
cuatro charlas
aburridas. Cuando
hablamos de taller
tenemos que hablar de
práctica y de práctica
revaluada, de práctica
rehecha; tiene que
hacerse esa práctica
comunicativa y tiene que
evaluarse esa práctica
comunicativa.
Mi primer taller de
capacitación en radio,
te estoy hablando del
año 1983, fue en Chile.
Cuando llego me entero
que ya no era el
"asistente", sino el
“capacitador de
plantilla”. Tuve que dar
un taller de un mes y no
tenía nada preparado.
Pero como la necesidad
obliga, me puse a
pensar: lo primero que
hay que hacer con esta
gente es ponerlos a
hablar y evaluar lo que
hablan. Comencé por ahí:
“Señores tienen media
hora para hacer un
comentario radiofónico y
luego los vamos a pasar
por la piedra uno por
uno”.
Aquello fue un desastre,
fue buenísimo el
ejercicio, pero un
desastre en el sentido
de que salieron todas
las durezas, las
rarezas, las
abstracciones, toda la
mala hierba... Y todos
ellos, más de 20, eran
comunicadores y
populares, de radios
populares, de iglesias
populares y de una
revolución popular.
Y literalmente salieron
destrozados. No creo en
eso de metodologías
complacientes, de qué
lindo qué lindo. También
la metodología tiene que
ser fuerte, bien
fundamentada y hecha con
humor, porque no puede
ser que uno le meta un
leñazo a la gente,
también con humor entran
muchas cosas. Metes un
poco de humor, un poco
de sabrosura y la gente
sale de ese disparate,
de esa colonización de
la palabra...
Después de dos horas de
charla. ¿Quieres que
hablemos más? Le sonrío
y pienso que
posiblemente no haya
otra ocasión como esta y
me lanzo…
Es interesante cómo tu
hermana María y tú, que
han estado tanto tiempo
fuera de la Isla, han
sabido conservar muchos
rasgos de nuestra
identidad, sobre todo
ese "cubaneo" que una
descubre cuando lee, por
ejemplo, Un tal Jesús…
¿Sabes?, es curioso eso
que dices. Nunca me
había detenido a
pensarlo así pero con
ese libro nos pasaron
cosas maravillosas que
nos sorprendieron. Eso
que hablas del "cubaneo"
es una de ellas. El
cubano es por sí mismo
irreverente; sí
irreverente y en la
cultura cubana es
difícil ganarse respeto
por autoridad porque te
lo tiran a mondongo
enseguida. Si algo
agradezco a la cultura
cubana, de la cual soy
un profano en muchos
aspectos —no conozco la
santería, no conozco el
interior del país porque
mi papá era muy urbano—
es precisamente esa
manera particular de
comunicarse típica del
cubano dondequiera que
esté y que parte de una
filosofía muy sencilla:
no hay que complicarse
la vida para decir las
cosas, mientras más
sencillo mejor, el
cubano tiene una forma
de hablar desenfadada,
irreverente —la palabra
que siempre me viene a
la boca es irreverente—
que no guarda demasiadas
formas, ni demasiados
comedimientos. Y eso es
indispensable para
recuperar una forma
popular de comunicarse…
¿Cómo es posible que con
una matriz cultural que
está basada en el
relajo, en no te
compliques la vida, en
no enredes la pita, todo
ese palabrerío cubano
que uno lo mamó desde
niño, no se haya
utilizado más esa
capacidad de oratoria,
de comunicación en los
medios, por ejemplo?...
Ahí tienes el caso de
Fidel, cuya oratoria
está a la altura de
Demóstenes... Mi padre
que no comulgaba con la
Revolución, se parqueaba
frente al televisor a
oír un discurso de Fidel
de ocho horas y no se
perdía una palabra.
Entonces me digo: ¿cómo
es posible que con
tamaño maestro no
aparezcan discípulos?
La Asociación
Radialistas
Apasionadas y
Apasionados es
una ONG sin
fines de lucro
con sede en
Quito, Ecuador.
Su misión es
contribuir a la
democratización
de las
comunicaciones,
especialmente de
la radio, desde
las perspectivas
de género y
ciudadanía. Pone
la producción
radiofónica al
servicio de
radialistas de
todos los
continentes,
priorizando
América Latina y
el Caribe.
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