Pudiera parecer pretencioso, querer que el gato lezamiano vuele por este humilde espacio de encuentros, de alientos y palabras. Así son los misterios y el juego de las imágenes posibles, de las que con gusto hablaba el hombre de la calle Trocadero. Quizás nunca hubiésemos llegado a pensar en esta idea, si Abel Prieto no hubiera escrito su novela “El vuelo del Gato” en la que nos ilumina y descifra, en clave cubana, el misterio de aquellos versos, en que una Marta copula con un Gato. Lo híbrido, como creación de mundos nuevos en los que se multiplican hasta el infinito (los matemáticos le dirían la enésima potencia) las posibilidades posibles, sin perder las esencias. Que para nosotros es la raíz de lo Cubano.
Y es que ambos, Lezama y Abel, llevan en lo más profundo de sus obras y sus quehaceres el alma martiana. José Martí, de quien mañana conmemoraremos un aniversario más de su muerte y resurrección, a diferencia de Cristo, en la misma medida que va cayendo de aquel caballo, atravesado por las balas de los soldados españoles, va resucitando y al ser arropado por el suelo patrio, ya es inmortal . Ese momento trágico y sublime, ha quedado hermosamente recogido en la estatua que está en Nueva York, y hoy también en La Habana y antes en la pintura de Esteban Valderrama. José Lezama Lima al escribir sobre aquel acontecimiento lo hace así:
“La majestad de su ley y la gravedad de sus acentos, nos recuerdan que para los griegos mártir significa testigo. Testigo de su pueblo y de sus palabras, será siempre un cerrado impedimento a la intrascendencia y la banalidad. Y si solo podemos creer, según la extraña sentencia de Pascal, a los testigos muertos en la batalla, es en las decisiones de su muerte donde nuestra forma como pueblo adquirió su esplendor al unir el testimonio con su ausencia, dar una fe sustantiva para las cosas que no existen, o a la terrenal gravitación de las más oscuras imágenes.”
Y en otro texto, también hablando de Martí, expresa:
“Así como su aliento y su mano podían arracimar las palabras, su destino lo ocupaba y comprendía con la sencillez resuelta del árbol que se sitúa en su paisaje. Cuando muere, lo hace en una batalla para despedirse con misterio (…) La opulencia de su destino y de su idioma lo cierran como un continuo viviente de permanente respiración. El aliento que se procura sus nacimientos, parecía asirse a él, como para trabajar una materia de salvación y gracia, fuego volante que traspasa las mil interpretaciones. Perder el aliento, rocío, sustancia sutil, invisible resistencia, como en los comienzos, era su muerte.”
Hoy, en medio de una feroz guerra económica, política y cultural desde los EE.UU. de Norteamérica, que se agudiza por el gran desarrollo tecnológico usado por quienes quieren borrar toda memoria que los confronte, todo proyecto social y cultural en resistencia al olvido, necesitamos más del aliento de Martí, Lezama, Fidel y todos los precursores y continuadores del espíritu, que se rehace y se recrea, sin perder la savia de sus raíces, en cada generación de cubanos y cubanas. Y que sin duda, debiera ser el mismo, en sus disimiles contextos e historias, el que predomine en cada rincón del planeta. Porque nosotros, como pueblo y nación, si creemos en lo plural y multicolor.
Gracias a Abel Prieto, en la distancia, por ser el culpable de este racimo de palabras, que nos comprometen a la praxis. Humana batalla por la coherencia, que es lo que diferencia, a los profetas de las ideas del Apóstol, de los sacerdotes.
Muchas gracias,
Y es que ambos, Lezama y Abel, llevan en lo más profundo de sus obras y sus quehaceres el alma martiana. José Martí, de quien mañana conmemoraremos un aniversario más de su muerte y resurrección, a diferencia de Cristo, en la misma medida que va cayendo de aquel caballo, atravesado por las balas de los soldados españoles, va resucitando y al ser arropado por el suelo patrio, ya es inmortal . Ese momento trágico y sublime, ha quedado hermosamente recogido en la estatua que está en Nueva York, y hoy también en La Habana y antes en la pintura de Esteban Valderrama. José Lezama Lima al escribir sobre aquel acontecimiento lo hace así:
“La majestad de su ley y la gravedad de sus acentos, nos recuerdan que para los griegos mártir significa testigo. Testigo de su pueblo y de sus palabras, será siempre un cerrado impedimento a la intrascendencia y la banalidad. Y si solo podemos creer, según la extraña sentencia de Pascal, a los testigos muertos en la batalla, es en las decisiones de su muerte donde nuestra forma como pueblo adquirió su esplendor al unir el testimonio con su ausencia, dar una fe sustantiva para las cosas que no existen, o a la terrenal gravitación de las más oscuras imágenes.”
Y en otro texto, también hablando de Martí, expresa:
“Así como su aliento y su mano podían arracimar las palabras, su destino lo ocupaba y comprendía con la sencillez resuelta del árbol que se sitúa en su paisaje. Cuando muere, lo hace en una batalla para despedirse con misterio (…) La opulencia de su destino y de su idioma lo cierran como un continuo viviente de permanente respiración. El aliento que se procura sus nacimientos, parecía asirse a él, como para trabajar una materia de salvación y gracia, fuego volante que traspasa las mil interpretaciones. Perder el aliento, rocío, sustancia sutil, invisible resistencia, como en los comienzos, era su muerte.”
Hoy, en medio de una feroz guerra económica, política y cultural desde los EE.UU. de Norteamérica, que se agudiza por el gran desarrollo tecnológico usado por quienes quieren borrar toda memoria que los confronte, todo proyecto social y cultural en resistencia al olvido, necesitamos más del aliento de Martí, Lezama, Fidel y todos los precursores y continuadores del espíritu, que se rehace y se recrea, sin perder la savia de sus raíces, en cada generación de cubanos y cubanas. Y que sin duda, debiera ser el mismo, en sus disimiles contextos e historias, el que predomine en cada rincón del planeta. Porque nosotros, como pueblo y nación, si creemos en lo plural y multicolor.
Gracias a Abel Prieto, en la distancia, por ser el culpable de este racimo de palabras, que nos comprometen a la praxis. Humana batalla por la coherencia, que es lo que diferencia, a los profetas de las ideas del Apóstol, de los sacerdotes.
Muchas gracias,