sábado, 13 de abril de 2013

La Revolución Cubana no solo inició la lucha contra el racismo y la discriminación...


por Guillermo Rodríguez Rivera
  
Lo primero que llamó mi atención fue que Diario de Cuba –que es una publicación declaradamente opositora a la Revolución Cubana–, acogiera in extenso, las opiniones de un ensayista cubano que vive en la Isla y que, sin duda, se ubica en el ámbito de la que ellos (los del Diario) llaman  “oficialidad” cubana, como estima la publicación a todo el que trabaje en cualquier entidad estatal del país: ahora mismo, el 75% de la población laboral de la nación.

Roberto Zurbano, el ensayista al que aludo, porque son sus declaraciones las que recoge la publicación de nombre cubano, radicación madrileña y aires miamenses, es director del Fondo Editorial de Casa de las Américas y, como puntualiza el Diario, “vicepresidente de la Asociación de Escritores de la oficialista UNEAC”.

Me pareció escandaloso que un negro cubano y revolucionario afirmara de modo terminante que “para los negros cubanos, la revolución no ha comenzado”.  Es perfectaente lógico que semejante declaración le sirva a Diario de Cuba para colocarla como cintillo de la información que resume las opiniones de Roberto Zurbano, y que el escritor cubano diera originalmente aThe New York Times.

Como Zurbano, además de ser cubano es negro y revolucionario, considero que hay ciertas apreciaciones conceptuales que lo han conducido a unas conclusiones superficiales en torno a los complejos problemas que aborda. Me parece necesario aclararlas.

El primer asunto que quiero tratar es la confusión que existe en las opiniones del ensayista al abordar conceptos como racismo  discriminación racialEn el caso que nos ocupa, el racismo anti-negro es la idea de la inferioridad de la raza negra. Se trata de la raza que fue esclavizada por casi cuatro siglos y, después, ha sufrido las consecuencias de esos siglos de opresión.

Tan temprano como en marzo de 1959, Fidel Castro advertía las complejidades y dificultades del problema. Decía ese mes, en un discurso, que el de la discriminación racial es

               uno de los problemas  más complejos y más difíciles de los
              que la Revolución tiene que abordar… Quizás el más difícil
              de todos los problemas que  tenemos delante, quizás la
              más difícil de todas las injusticias de las que han existido
              en nuestro medio ambiente… Hay problemas de orden mental
              que para una revolución constituyen valladares tan difíciles
              como los que pueden constituir los más poderosos
              intereses  creados[1].

Cuando Fidel está refiriéndose a asuntos “de orden mental”, está subrayando que el racismo solo puede ser parcialmente resuelto por las leyes y resoluciones que pudiera dictar el gobierno de la Revoluciòn y advierte que el prejuicio racial no está únicamente en los económicamente poderosos, en los enemigos de la Revolución,  sino en gente            

            que no tiene latifundios, ni tiene rentas, ni
              tiene nada, que no tiene más que prejuicios
              en su cabeza.[2]

Son los siglos de esclavitud y los prejuicios que generó esa forzada interiorización del negro. los que conforman la perspectiva racista y desembocan en la praxis que es la discriminación racial.

El instrumento legal contra la discriminación racial se desplegó a fondo en el marco de la Revolución Cubana, del mismo modo que se puso en juego un amplio dispositivo ideológico contra el racismo que, de hecho, transformaron en vergonzantes las manifestaciones de discriminación que podían aparecer. La Revolución Cubana desarrolló un estado de opinión mayoritaria entre los cubanos, que obligaba a aquel que la sentía, a enmascarar cualquier manifestación de racismo.

La Revolución Cubana no solo inició la lucha contra el racismo y la discriminación sino que puede decirse que nunca esa lucha había sido tan a fondo como en ese momento de nuestra historia.

En otro articulo, Zurbano manifestaba que el racismo sólo podía manifestarlo quien ejercía el poder. En verdad, quien no ejerce el poder también puede ser racista, pero tendrá dificultades mucho mayores para que su racismo desemboque en la práctica que es la discriminación.

Pero el único poder en un estado no es el central, ese que dicta layes, decretos y resoluciones. Mucho más abajo un director, un administrador, un jefe de personal, ejercen un poder efectivo que puede pasar y a veces pasa por encima de los criterios de ese poder central, claro que sin hacerlo explícito. Finalmente, puede ejercerse incluso la discriminación privada, la que dispone la sola persona en el ámbito que domina.
 
Pero la apertura de los puestos de trabajo, de los medios de comunicación, de los centros y las oportunidades de estudio a los cubanos de todos los colores, es algo que no puede ignorarse, porque resulta una falsedad cuando se hace. Zurbano, que nació y creció en tiempos de revolución, debía indagar –si es que no lo conoce– el asunto con sus mayores, antes de formular ante la prensa norteamericana una opinión que acaso la complazca, pero que desacredita sin ningún fundamento real a la Revolución Cubana.

Los procesos radicales de la historia cubana han generado en diversos momentos la esperanza del fin de la discriminación racial. Es lo que creyó uno de los más importantes líderes negros cubanos, Juan Gualberto Gómez, quien supuso que la proclamación de la independencia cubana tras el fin de la esclavitud, solucionaría el problema de la subordinación de negros y mulatos cubanos en una sociedad que los había discriminado.

Pero la república surgida en 1902, tras cuatro años de intervención norteamericana y la imposición de la Enmienda Platt, ya no era la proyectada república “con todos y para el bien de todos” proclamada por Martí y apoyada por Antonio Maceo.

Cuando triunfa la Revolución en 1959 y se proclama socialista en 1961, el mulato comunista Nicolás Guillén acaso tuvo las mismas esperanzas que Juan Gualberto medio siglo atrás. Guillén sabía que la igualdad de derechos de las razas no podía darse en medio de la opresiva sociedad de clases, en las que negros y mulatos arrastraban la desventaja de más de trescientos años de esclavitud. Pero eso había terminado. Cuando Guillén publica Tengo, su primer libro ya en la Revolución, escribe:

                     Tengo, vamos a ver,
                         que siendo un negro
                         nadie me puede detener
                         a la puerta de un dancing o de un bar.
                    O bien en la carpeta de un hotel
                    gritarme que no hay pieza,
                        una mínima pieza y no una pieza colosal,
                        una pequeña pieza donde yo pueda descansar.   

La conclusión del texto era plenamente optimista:

                        Tengo, vamos a ver,
                             tengo lo que tenía que tener.

Nicolás Guillén, comunista, creo que sí pensaba, porque era obvio, que la Revolución había comenzado para los negros cubanos. Acaso creyó también que ya todo se había conseguido y ahí sí se equivocaba.

Casi treinta años después se produce el derrumbe de la Unión Soviética y del campo socialista europeo. Cuba pierde el suministro de la energía que la mantenía viva y el 85 % de su comercio. Para no rendirse ante la contrarrevolución, el país tiene que hacer transformaciones que, en efecto, implicaron enormes sacrificios para la inmensa mayoría de los cubanos, blancos y negros. Los que lo vivimos, no olvidamos aquel agosto de 1993, cuando la ciudad de La Habana se apagaba y encendía alternadamente cada 8 horas. Hubo que sacrificar brutalmente el consumo de la población justamente para obtener los recursos a fin de que esa misma población subsistiera, para mantener actuantes los sistemas de salud y educación, y los demás servicios vitales.

Zurbano hace un arbitrario sesgo de la población que, automáticamente dice que fue escindida en dos porciones absoluta y claramente delimitadas:
        
                                      La primera es la de los cubanos blancos, que han
                             movilizado sus recursos para entrar en una
                             nueva economía impulsada por el mercado
                             y cosechar los beneficios de un socialismo
                             supuestamente más abierto. La otra es la
                            de la pluralidad de los negros, que es testigo
                            de la muerte de la utopía socialista

La “utopía” socialista la vimos morir blancos, indios, mulatos, negros, zambos y “jabaos” de todas las categorías. Nos pasó a médicos, albañiles, arquitectos, obreros,  maestros, deportistas, profesores, peones agrícolas, ingenieros.

Los que pudieran emerger como beneficiarios de esa anormal situación no son en manera alguna “los blancos”, presentados como una compacta, solvente y masiva unidad, sino la exigua minoría de gerentes y sus colaboradores y acólitos. que no representaría ni el 0,1% de la población del país, integrada por blancos, negros y mulatos. Otra parte de la población, también minoritaria aunque creciente, empezó a buscar lenta pero indeteniblemente, la forma de ir accediendo, en los avatares de las necesidades cotidianas, a esos mínimos beneficios que empezaban a deslizarse hacia un reducido sector de sus conciudadanos.

Zurbano acepta en sus declaraciones -–que reproduce también la opositora Martí Noticias-– la engañosa idea de convertir en dólares, de acuerdo a la tasa de cambio cubana, los salarios de los trabajadores, pero esa conversión no puede tener en cuenta el reducidísimo costo de la vivienda en Cuba, y los servicios gratuitos de salud y educación que hacen que los 20 dólares que aparentemente gana un trabajador, le permitan vivir. El salario entra forzosamente en relación con los gastos que deben asumirse: en otros sitios, con ese salario, el mismo trabajador sería un limosnero.
      
Creo que Roberto Zurbano necesita conocer mejor la conformación y las peculiaridades de la población cubana, para entender mejor las de su zona negra, que es la que parece importarle. Y yo empezaría por decir que ese es un problema cambiante, en la realidad y en la misma percepión del fenómeno. 

En los primeros años del pasado siglo, la norteamericana Irene Wright trataba así el tema racial en Cuba:

                  Los nativos  [los cubanos]  son negroides. Algunos “pasan por blancos”,
                     como expresa la ilustrada expresión coloquial. Algunos son, posiblemente,
                     blancos; sin embargo, pocos se preocuparían  de someter su linaje a un
                     escrutinio a fin de probarlo. Sólo los [norte]americanos piensan cosas
                     inferiores sobre el cubano, porque si él no es de color, es al menos
                     matizado[3]

Es curioso que esta “cubanóloga” de la època, estadounidense, catalogue como “negroides” a los cubanos, y es obvio que la Wright no está aludiendo esencialmente al color de la piel de los habitantes de la Isla. Lo precisa inmediatamente después. Cuando se refiere a los cubanos de piel blanca, aquellos en que no existen los rasgos físicos de la raza negra, aclara:

                      la sangre negra está allí […] en una cierta voluptuosidad
                      de la figura y, obviamente, en la alegre visión de la vida
                      en general.[4]

Mujer de una nación en la que la cultura del blanco sojuzgó las de los negros; en la que el negro fue también esclavizado pero, además, aculturado, despojado de sus tambores, sus cantos y sus creencias, está comprobando con inquietud la esencial mulatez espiritual del cubano: cómo esas culturas negras han actuado sobre el cubano blanco para comunicarle esa “alegre visión de la vida” que ella entiende casi como una propiedad de la sangre negra.

Desde una perspectiva ideológica colocada en las antípodas de las de la Wright, Nicolás Guillén rechazaba la pertinencia del término “afrocubano” para calificar la poesía que escribe.

A partir del criterio de Fernando Ortiz que califica nuestra cultura de “blanquinegra”, Guillén sostiene que lo cubano ya tiene en lo africano uno de sus componentes, que va unida en él a la impronta española. Guillén, que aludió a los dos abuelos que eran los ancestros del cubano, reclamaba para su poesía el calificativo de “mulata”, `porque pensaba que mulata era también Cuba. No hay que decir afrocubano, porque lo cubano implica, incluye lo africano.

Para Zurbano, como ocurre en la cultura norteamericana, lo no puramente blanco es negro. Pero llamar negro a un mulato únicamente apresa una porción de su identidad. Zurbano reclama lo que llama un “conteo preciso de los afrocubanos”, pero esa precisión quedaría vulnerada al “contar” como negros a los mulatos, en los que la ascendencia española coexiste con la africana. Creo que despojar de la impronta española al puro (si es que existiera esa pureza) negro cubano, es también desconocer su identidad.[5] De alguna manera el “ajiaco” sl que alude Fernando Ortiz; el “todo mezclado” que proclama Nicolás Guillén, devienen auténticas imágenes de la cubanidad.

La Revolución Cubana se ha defendido sabiamente de aquello que ha querido destruir la unidad del pueblo. Esa unidad garantizó su invulnerabilidad en los días de las agresiones militares de las décadas de los sesenta y setenta. Acaso la preservación de la seguridad del país hizo que el abordaje del tema racial fuera considerado lesivo para el mantenimiento de la unidad de los cubanos.

Tiene razón Zurbano cuando afirma que es la crisis económica que vive el país en los años noventa la que pone de relieve el tema del racismo, cuando es el propio Fidel Castro quien lo aborda en uno de los congresos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Zurbano opina que, cuando Raúl Castro abandone la presidencia en el año 2018, no puede esperarse que los cubanos elijamos un presidente negro, por lo que él llama “la insuficiente conciencia racial” que existe en Cuba.

Pero Cuba ya tuvo un presidente no blanco: fue el general Fulgencio Batista y Zaldívar aunque, de acuerdo a los parámetros de Zurbano, habría que clasificarlo como negro.

Estados Unidos, que ha visto surgir en su seno una burguesía negra, eligió en 2008 su primer presidente negro. Barack Obama pertenece a la misma clase política burguesa que los republicanos Colin Powell y Condoleeza Rice y como ellos, así sea con matices, es un defensor de la política imperial que también defendieron los presidentes blancos, porque la burguesía no tiene raza sino intereses e ideología.

Quiera Dios, o Elegguá, que abre los caminos, que cuando los cubanos tengamos que elegir un presidente en 2018, no pensemos en el color de su piel, sea esta del color que sea, sino en el hombre que está cubriéndose con ella y, sobre todo, en lo que ese hombre tenga en la cabeza.




[1] Cf. Pérez, Wilder: “Raza y desigualdad en  Cuba actual: boceto de un tema adolescente”, en  Caminos, La Habana. No. 58, 2010, p. 94


[2]  Idem.
[3] Wright, Irene: Cuba, MacMillan, Nre York, 1919., pp- 83-88.
[4] Idem.
[5]  La médico y genetista Beatriz Matcheco ha realizado recientemente un estudio en cubanos de todos los colores de piel y absolutamente todos llevan en su sangre, genes europeros y africanos.

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