En una ocasión, ante los desajustes entre la teoría y la práctica,
alguien me preguntó: ¿cómo puedo diferenciar lo que es revolucionario,
de lo que no lo es? Días después, en una conversación, otro amigo afirmó
que los jóvenes eran revolucionarios a su manera, es decir, de una
manera diferente a la de sus padres. Esa afirmación parecía convincente.
Sigo dándole vueltas al asunto. Creo que podemos discrepar sobre cómo
debe o puede ser el socialismo, que es en definitiva un esfuerzo
histórico, de todos, por edificar una sociedad más justa. Pero existe un
punto rojo que nos define, no importa la edad: un revolucionario es
radicalmente anticapitalista. No existe un capitalismo bueno y otro
malo, y aprovechar las "cosas" buenas del capitalismo puede ser una
frase tramposa, porque no se refiere a los productos del trabajo humano,
sino a un tipo de modernización depredadora de la naturaleza,
enajenante y explotadora. El dilema quizás radica en que el socialismo
"se hace" con "materiales" capitalistas; la diferencia, quizás, en el
horizonte. Navegamos hacia otro mundo más solidario. Y ser
revolucionario es pelear también contra los reductos mentales del
capitalismo, que pueden enquistarse en el socialismo: la corrupción, la
burocracia, el dogmatismo. No existen revolucionarios que antes no
fueran rebeldes; la rebeldía, sin embargo, cuando es superficial, es
espectáculo, simple desacato. Un joven es, debe ser, rebelde –el
capitalismo tolera la rebeldía de los estudiantes, la que no sobrepasa
los muros universitarios, porque allí donde funciona bien, el mercado la
asimila y revierte en pocos años–, pero solo será revolucionario si
siente la injustica cometida en los demás como propia, busca las razones
últimas y se propone transformarlas. Sobre los caminos de superación,
podemos y debemos discrepar, pero los revolucionarios de todas las
edades nos parecemos. Lo otro, es pasar gato por liebre.
"Mi país es pobre, mi piel mejunje, mi gobierno proscrito, mis huestes utópicas." Silvio Rodríguez
domingo, 11 de noviembre de 2012
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