José Pertierra
Washington, D.C. El público lo había ovacionado después de cada canción que Vicente Feliú ofreció
en el Salón Bolivariano de la embajada venezolana en Washington. Ya era
tarde en la noche. No quedaba público en el salón, pero el trovador aún sentía la adrenalina de la actuación y necesitaba relajarse. Además, tenía hambre y sed.
Fuimos a una cantina del barrio
Georgetown de la ciudad de Washington. Nos atendió un camarero
estadounidense, seco, que quería salir de nosotros lo antes posible para
poder cerrar el lugar, pero el ayudante de mesero era otra cosa. Un
joven salvadoreño, humilde, cariñoso y curioso de saber quienes eran
esos tres latinoamericanos que reían y hablaban con un extraño (para él)
acento.
“Somos cubanos”, le dijo Vicente Feliú al
joven, quien no podía creer que se había encontrado con unos cubanos
que viven en la isla. “Jaaa, ¿de verdad son cubanos de Cuba? ¿Qué hacen aquí?”, preguntó asombrado. “Estamos en Washington para cantar por la liberación de Cinco hermanos que los yankis mantienen presos en los Estados Unidos”, respondió Vicente. “Somos dos trovadores y un abogado”.
Incrédulo, el salvadoreño dudaba de las
palabras de Vicente. Jamás había visto a un cubano revolucionario en la
capital de los Estados Unidos. “Creéme”, le dijo Vicente y sacó de su
bolsillo su pasaporte cubano y lo puso en la mesa para que el dudoso lo
examinara. Los dedos del mozo tocaron una por una las cuatro letras del
nombre del país prohibido, C-U-B-A. Fue entonces que creyó, agarró
confianza, y mirando hacia atrás para asegurarse de que nadie lo podía
escuchar nos confió: “Yo soy farabundista y 70% de mi familia también.
No quería venir a este país, pero la guerra me obligó a salir de El Salvador. ”
“Yo tampoco quería venir a los Estados
Unidos: ni a cagar”, le respondió Vicente Feliú. “Pertierra me recordó
que los Cinco me necesitan y por eso vine”. El restaurante ya estaba a
punto de cerrar y los únicos clientes que quedaban éramos Vicente, el
guitarrista cubano Alejandro Valdés y yo.
Con el salvadoreño, hablamos de Martí, los Cinco, Cuba, El Salvador, la Revolución, Shafik, y por supuesto de Fidel.
Cuando nos íbamos, mientras Vicente se despedía del mozo a puro abrazo,
Alejandro me dijo: “Vicente es así. Si lo dejamos conversar un rato
más, recluta a todo los empleados del restaurante para liberar a los
Cinco ”.
II
El independentista boricua, Rafael Cancel Miranda,
tiene 82 años, pero no lo parece. Es un hombre que mide casi dos
metros, con el pecho macizo y la mirada intensa. Cancel Miranda fue
sentenciado a 85 años de cárcel por haber tiroteado al Congreso de los
Estados Unidos el 1ro de marzo de 1954, junto a Lolita Lebrón, Andrés Figueroa Cordero, e Irving Flores Rodríguez.
Entre los cuatro, dispararon 30 tiros e hirieron a 5 congresistas
estadounidenses –a uno de ellos la bala se le incrustó en una nalga.
Las experiencias vividas en su niñez lo
marcaron para siempre. Cuando tenía 7 años, Rafael acompañó a sus padres
a Ponce para participar en una manifestación a favor de la
independencia de Puerto Rico. La protesta se convirtió
en una masacre cuando el gobernador yanki de Puerto Rico, el General
Blanton Winship, dio órdenes de dispararle a los manifestantes. Las
tropas bajo su comando mataron a 19 personas e hirieron a 235. Al niño
nunca se le olvidaría la sangre que corrió en las calles de Ponce ese
día.
Cuando lo declararon culpable de haberle
disparado a los congresistas en el Capitolio, Rafael Cancel Miranda ni
titubeó, ni se ablandó. Lo mandaron a cumplir 85 años de cárcel en Alcatraz,
la prisión federal famosa porque ningún preso se había escapado de
ella. La misma prisión donde estuvo preso el mafioso Al Capone. Varias
veces, le ofrecieron excarcelarlo siempre y cuando pidiera disculpas por
sus acciones revolucionarias y prometiera renunciar a la lucha por la
independencia de Puerto Rico. “Ustedes son los que nos deben disculpas a
nosotros. Al pueblo puertorriqueño. Ustedes son los que nos han
masacrado”, era su respuesta invariable.
El Presidente Jimmy Carter
liberó a Cancel Miranda (y a cuatro otros independentistas) en el año
1979 a cambio de cuatro agentes de la inteligencia estadounidense que
estaban presos en Cuba. El puertorriqueño había cumplido 24 años de
prisión. Hasta ese momento, los independentistas puertorriqueños
llevaban más tiempo presos que nadie, y su prolongada detención estaba
dañando la imagen de la supuesta democracia que Washington quiere
imponerle al mundo. Por eso, y también para poder canjearlo por los
agentes de la CIA que estaban presos en Cuba, lo soltaron.
Cancel Miranda vino a Washington para
ayudar a liberar a los Cinco, y de paso fue al concierto de Vicente
Feliú, quien le dedicó una canción de Pablo Milanés:
“Cuba y Puerto Rico son/ de un pájaro las dos alas./ Puerto Rico, ala
que cayó al mar,/que no pudo volar,/yo te invito a mi vuelo/ y buscamos
juntos el mismo cielo”.
Vicente la cantó a capela. A viva voz. Yo
estaba sentado al lado del independentista boricua, mientras el cubano
cantaba. Me volteé a ver a Rafael Cancel Miranda. Ese hombre
inconmovible e irreverente, recio como la Ceiba puertorriqueña, tenía
los ojos llenos de lágrimas.
III
Su gira pasó por Washington, Nueva York y
San Francisco. Vino a cantar. Trajo su guitarra, trajo un virtuoso
acompañante –Alejandro Valdés– y trajo a Cuba. La noche antes del
concierto, me dijo: “Aquellos viejos trovadores sabían muy bien que no
puede haber canción cubana sin patria cubana. Por eso, pelearon por la
independencia de Cuba en el siglo XIX machete en mano y guitarra en
hombro. Gracias a ellos, nosotros hemos hecho lo mismo.”
Comenzó su concierto en el Salón
Bolivariano de la Embajada de Venezuela en Washington con una preciosa
canción de su autoría, Que me cuenten. Luego, acompañado de Alejandro,
Vicente cantó a Corona: “Por ese cuerpo orlado de bellezas,/ tus ojos
soñadores y tu voz angelical;/ por esa boca de concha nacarada,/ tu
mirada imperiosa y tu andar señoril,/ te comparo con una santa diosa,/
Longina seductora, cual flor primaveral …”
A César Portillo de la Luz,
“Siempre tú estas conmigo en mi tristeza,/ estás en mi alegría y en mi
sufrir,/ porque en ti se encierra toda mi vida/ si no estoy contigo, mi
bien no soy feliz …” Se detuvo en una gran canción de Marta Valdés, y
entonó “las caras conocidas/me parecen raras./ Las cosas más absurdas/me
resultan claras./ Camino cuadras y cuadras/cantando en voz alta,/nadie
se explica lo que me pasa./ El mundo está al revés para mí/ … resulta
que me quieres.”.
Nos dio una canción “descomunalmente
maravillosa” de Juanito Márquez, “Como un milagro”. Con las canciones de
Vicente esa noche, caminamos la memoria de nuestro país hasta llegar a
sus “hermanos de generación”: Silvio, Pablo, Noel.
Contó que conoció a Silvio en la
secundaria en el año 62. En la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR).
“Nos caíamos a cancionazos en el balcón de la calle Neptuno”, dijo
Vicente. “Los dos crecimos en la adolescencia de la Revolución”. Debido a
los grandes antebrazos que tiene, los amigos bautizaron Popeye a
Vicente. Silvio y Popeye son, desde entonces, inseparables.
De Silvio, Vicente le cantó a Rafael
Cancel Miranda, “Te doy una canción”. De Pablo Milanés, “Mírame bien”.
De Noel Nicola (le decían El Drácula por sus afilados colmillos),
vocalizó la eterna canción del perdón a la alevosía de un beso.
Ya con el público de pie y en la palma de
su mano, Vicente arrancó con la canción más conocida de él: “Cuando te
diga que el amor me espanta,/ que me derrumbo ante un ‘te quiero’
dulce,/ que soy feliz abriendo una trinchera/Créeme …”
La audiencia gritaba, aplaudía y silbaba.
Ese fue el momento que el trovador escogió para hablar de los Cinco y
cantarnos un poema escrito por Antonio Guerrero
–“cuánto de sed sufrí hasta lograr tu beso, tu boca seductora, agua
fresca de un río”, al que el propio Vicente le puso música:
http://youtu.be/za_fZyXPRb0
Son pocos los músicos que pueden tocar
tan hondo como Vicente Feliú. Sabiendo que habíamos conectado ya con su
corazón, el trovador cerró a capela el concierto, diciéndonos, en
Washington y a pocas cuadras de la Casa Blanca:
Soy de donde soy, aunque me encuentre donde esté,
aunque la noche cubra el cielo y haya crisis con la fe.
Soy de donde soy, de donde habita el corazón,
donde se sueña con palomas y se muere por amor.
aunque la noche cubra el cielo y haya crisis con la fe.
Soy de donde soy, de donde habita el corazón,
donde se sueña con palomas y se muere por amor.
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