Ninguno tenga en poco tu
juventud, sino sé
ejemplo de los creyentes
en palabra, conducta,
amor, espíritu, fe y
pureza… Ten cuidado de
ti mismo y de la
doctrina; persiste en
ello, pues haciendo
esto, te salvarás a ti
mismo y a los que te
oyeren.
San Pablo, Epístola 1ª a
Timoteo, cap. 4, vers.
12, 16.
Seguro no recuerdas la
caída del muro de
Berlín, pues quizás
naciste en ese mismo año
o cuando más terminabas
la primaria. Para ti y
tus amigos, la muerte
del Che es un
acontecimiento tan
remoto como lo era la
Revolución rusa para los
que nos fuimos a
alfabetizar en 1961. Tan
remoto como el siglo
pasado. Aunque
celebraste el nacimiento
del nuevo milenio, te
sientes más del siglo
XXI que del XX. Si
alguien te dijera que
eres un cubano de
transición, lo mirarías
con extrañeza. (Te
comento que esa frase
despedía cierto
resplandor en los años
60; ahora no tanto). En
cambio, si alguien te
preguntara si eres un
ciudadano del Periodo
especial, quizás te
encogerías de hombros o
le harías un comentario
mordaz, pero en el fondo
estarías más de acuerdo.
La mayor parte de tu
infancia y adolescencia
han coincidido con ese
Periodo especial, que a
diferencia de los
viejos, a ti no te ha
tocado vivir como malos
tiempos o incluso
derrumbe de ilusiones,
sino como único
horizonte de vida. En
estos 22 años, que
vienen siendo como una
generación y media,
según los expertos, no
has recolectado epopeyas
como Playa Girón o la
Crisis de Octubre, ni
siquiera la guerra de
Angola. Sientes que la
mayor diferencia con los
viejos, sin embargo, no
ha sido la falta de
aquellas gestas, sino de
aquellos sueños. Esa
épica revolucionaria se
aleja más de ti mientras
más la televisión vacía
sus imágenes repetidas
en la pantalla, las has
visto tantas veces que
no te dicen nada. Pero
no es tanto eso lo que
te falta, sino los
proyectos que otros
antes de ti pudieron
hacerse. Cuando
llegaste, todo estaba
hecho, armado, por los
que habían demolido lo
viejo (lo que para ellos
era “el pasado”),
construido y
reglamentado el orden
nuevo. Tú, que no
llegaste a tiempo para
aquellas edificaciones,
piensas que aquel país
inventado por otros
(para ti, “el pasado”)
ya no existe, y solo
sobrevive un orden
viejo, más bien
irremediable. Lo peor,
sin embargo, no es haber
nacido en un orden
preestablecido, porque
eso le pasa a todo el
mundo, sino tus
inciertas posibilidades
de cambiarlo. En todo
caso, no quieres
invertir tu vida
intentándolo, porque no
tienes otra que esta; y
aspiras a conseguir un
techo propio, un empleo
que te guste y te
permita lo que puedas
con tu capacidad y
esfuerzo, sin penurias
de transporte y luz, y
planear para irte de
vacaciones a alguna
parte una vez al año,
aunque tengas que
quitarte de otras cosas.
Piensas que la única
manera de asegurarte esa
vida es saltar por
encima de este horizonte
y buscar otros.
No sé cuándo lo
decidiste —y quizás una
parte de ti todavía
duda. Puede ser que se
te haya ocurrido la
primera vez cuando
supiste que un amigo
tuyo ya no estaba aquí;
cuando, en un encuentro
con viejos compañeros de
clase, se pusieron a
inventariar al grupo, y
ahí se dieron cuenta de
que muchos se habían
ido. O porque a tu
pareja se le ha metido
en la cabeza y no para
de hablar de eso el
santo día. O porque esa
misma pareja se ha hecho
ciudadana española, y
con ese pasaporte ya
pueden irse a vivir a
Europa o a cualquier
país, hasta los mismos
EE.UU.. O porque tus
parientes en Miami,
Madrid o Toronto pueden
darte una mano. O porque
simplemente necesitas
respirar otro aire.
Esta carta parte de
creer que piensas con tu
propia cabeza. Mi
intención no es
disuadirte, ni hacerte
advertencias, ni mucho
menos endilgarte un
discurso patriótico. No
pretendo hablarte como
tu padre, consejero o
guía espiritual; ni como
mensajero de una fe
religiosa, verdad
revelada, voz de la
experiencia o autoridad
de maestro. Te invito a
pensar entre los dos tus
razones, pero sobre todo
el contexto y
significado de tu
decisión de irte del
país. A poner en
situación tus
argumentos, para sacar
algo en limpio que, tal
vez, pueda servirte. No
creas que lo hago solo
por ti. Tengo mis
propios motivos, porque
tu decisión de partir
nos implica a todos, y
sobre todo a los que no
hemos pensado nunca en
irnos.
Te propongo primero que
miremos juntos lo que
tenemos alrededor.
Oyes decir que los
jóvenes no tienen
valores, reniegan del
socialismo, se quieren
ir del país y no les
interesa la política.
Quizás los que así
piensan identifican
valores con sus valores,
la política con
movilizaciones y
discursos, la defensa
del socialismo con
determinados
mandamientos —entre
otros, que este sistema
es solo para los
revolucionarios
comprometidos, que un
ciudadano cubano solo lo
es mientras resida en la
tierra donde nació, o
que disponer de otro
documento de viaje
equivale a ponerse a las
órdenes de una potencia
extranjera.
Te advierto que los que
así razonan no son nada
más “algunos
funcionarios”, sino
muchas otras buenas
personas, íntegros
ciudadanos, para quienes
defender la patria no es
una declaración. De
hecho, cuando estos
hablan de defender las
conquistas sociales de
la Revolución, la
mayoría piensa en
educación y salud
gratuitas, y —si esa es
la medida de la
Revolución y el
socialismo en el plano
social—, es lógico que
muchos digan que tú
deberías pagarlas, si te
quieres mudar a otra
parte “donde no vas a
defenderlas”.
En cambio, tú crees que
esos derechos los
conquistó la Revolución
para todos, y por eso
mismo son tuyos, sin más
condiciones que haber
nacido en esta isla. Has
escuchado que, según la
Constitución, los
derechos básicos de un
cubano están más allá de
su manera de pensar; y
que la justicia social y
la igualdad son
precisamente eso:
principios y valores que
hay que ejercer de
verdad, sin sujetarlos a
clase, raza, género,
orientación sexual,
religión o ideología,
porque representan la
conquista más importante
de todas, la de la
dignidad plena de la
persona. Bueno, si tú
estás de acuerdo con
eso, quizás te sorprenda
escuchar que eres una
criatura del socialismo.
Si te importan el
bienestar de toda la
sociedad, la democracia
de los ciudadanos, la
libertad (incluida la de
todos los que te rodean)
y la independencia
nacional, te advierto
que eres un ser más
politizado que muchos
habitantes del planeta
—incluidos probablemente
la mayoría de ese país
para donde vas.
También tú tienes, como
esos otros buenos
ciudadanos que acabo de
mencionar, tus propias
verdades asumidas, que
compartes con tus
amigos, y que ustedes
tampoco ponen nunca en
tela de juicio. Por
ejemplo, piensan que son
un cero a la izquierda,
y que nada pasa por
ustedes. Sin embargo, te
comento que este sistema
nuestro te consulta y te
pide que te movilices,
porque tu movilización
y tus opiniones le son
necesarias para que la
mayoría de las políticas
funcionen —aunque ni tú
ni muchos burócratas lo
entiendan así. En
efecto, aunque ellos
sigan pensando que lo
decisivo es aceitar la
cadena de mando y
cumplir el plan, y tú
creas que eres una
nulidad en el sistema,
cuando pides la palabra
para criticar los
Lineamientos, reclamas
tus derechos en
cualquier parte,
protestas ante
desigualdades y
privilegios, aplaudes
una crítica dicha sin
pelos en la lengua,
pides que las políticas
no solo se enuncien sino
tengan resultados —e
incluso cuando acudes a
la Plaza refunfuñando,
para hacer quórum en la
misa de Joseph Ratzinger—
estás contribuyendo
activamente a la
política, y a mantener
vivo un tejido sin el
cual este sistema
languidecería, y que los
sociólogos llaman
consenso.
Por cierto, ese tejido
es lo que sostiene
también al capitalismo.
La diferencia consiste
en que este no requiere
que participes
activamente, basta con
que no intentes
subvertirlo, tengas la
sensación de estar
informado y poder
decidir quién gobierna,
yendo a votar (o no)
cada cierto tiempo.
Naturalmente que allá
puedes expresar muchas
opiniones y escuchar
otras miles, elegir
entre varios candidatos,
enterarte de quiénes son
y cómo piensan, sus
planes y propuestas para
los grandes problemas
del país, e ir a votar
(si eres ciudadano) por
el que te parezca.
Quizás te hayas
preguntado a veces por
qué este sistema
nuestro, que tiene sus
elecciones, no puede
darle a la gente que
piensa como tú la
posibilidad de expresar
sus opiniones políticas
en la televisión,
proponer tantos
candidatos como quiera
(no solo abajo, sino a
todos los niveles),
escucharlos, hacerles
preguntas y saber lo que
tienen en la cabeza,
antes de votar por ellos
y sus propuestas.
Siempre has oído que la
confrontación política
en la televisión, una
lista abierta de
candidatos y el debate
entre ellos no es otra
cosa que la politiquería
del capitalismo. Que si
abrimos ese espacio, los
americanos, la mafia de
Miami y los disidentes
se van a aprovechar para
usar sus dineros y
confundir al pueblo. Y
al enemigo “no se le
puede dar ni tantico
así”. Etc.
También debes haber
oído, sin embargo, que
nosotros mismos podemos
acabar con esto que
tenemos más
probablemente que ese
enemigo. Y que este y
sus planes no pueden ser
la causa de que dejemos
de hablar de nuestros
problemas, porque al
final, la verdad se
impone. Lo has oído, en
la voz de los
principales dirigentes,
una y otra vez, pero es
como si nada, los
argumentos de siempre
siguen ahí. Estás
cansado de escuchar
anuncios de cambios que
no acaban de llegar, y
que no dependen de
“factores objetivos”,
sino de una “vieja
mentalidad” que sigue
sujetando las riendas.
Por cierto, ahorita que
mencioné una frase suya,
me pregunto si alguna
vez has leído al Che
Guevara. Hasta no hace
mucho saludabas todas
las mañanas recordando
su nombre. Me figuro que
lo admiras como
protagonista de mil
hazañas de guerra, y
sobre todo, haber sido
capaz de morir por sus
ideas. Te es familiar el
guerrillero heroico,
pero lo que sabes del
pensador político del
socialismo es apenas
unas frases sacadas de
contexto en vallas y
muros despintados, y
ciertos lugares comunes,
como el tema del “hombre
nuevo” y los “estímulos
morales versus
materiales”. ¿Por qué
será que nunca te
hicieron leer en clase
“El socialismo y el
hombre en Cuba”? El Che
no creía en la
infalibilidad del
gobierno o de lo que él
llamaba la vanguardia.
“Sin embargo, el Estado
se equivoca a veces.
Cuando una de estas
equivocaciones se
produce, se nota una
disminución cuantitativa
de cada uno de los
elementos que la forman,
y el trabajo se paraliza
hasta quedar reducido a
cantidades
insignificantes; es el
instante de rectificar”.
También advertía que la
participación ciudadana
era esencial: “el hombre
en el socialismo, a
pesar de su aparente
estandarización, es más
completo; a pesar de la
falta del mecanismo
perfecto para ello, su
posibilidad de
expresarse y hacerse
sentir en el aparato
social es infinitamente
mayor. Todavía es
preciso acentuar su
participación
consciente, individual y
colectiva en todos los
mecanismos de dirección
y de producción”.
Tú también piensas que
la participación no
puede ser solo cosa de
marchas, actos y
reuniones, donde tu
presencia no cambia nada
ni incide “en los
mecanismos de
dirección”, sino por el
contrario, se diluye en
“cumplimiento de metas”
y otras formalidades.
Sientes que en esa
participación falta
compromiso, sinceridad,
espontaneidad. Si te
piden que pongas un
ejemplo de formalismo,
tal vez menciones a las
organizaciones juveniles
y los medios de
comunicación, cuyo
estilo y retórica te
hacen “desconectar” a ti
y a tus amigos; o los
CDR y la FMC, donde
tampoco te sientes
participante de nada
sustancial.
No sé si sabes que, en
un país donde puedes
votar y ser elegido para
cargos en el Poder
Popular desde los 16
años, la presencia de
jóvenes delegados en
municipios y provincias
ha ido bajando, desde 22
% (1987) hasta 16 %
(2008). En la Asamblea
Nacional, esa presencia
promedio cayó al 4% en
los años 90; y aunque
creció en las últimas
elecciones, sigue siendo
inferior a 9% de los
diputados. Como habrás
oído, el porciento de
viejos en el país ha
aumentado y hoy es el
más alto que hayamos
tenido nunca (17,73 %);
mientras el de niños y
jóvenes ha disminuido.
Sin embargo, los de tu
edad, 16-34, son todavía
el 31,41 % de toda la
población que puede
participar en el sistema
político —muy por encima
de los mayores de 60,
que son solo el 21,6 %
de los que tienen ese
derecho. Obviamente, la
presencia de jóvenes en
cargos elegidos por voto
está muy por debajo de
su peso en la población
adulta. Sea cual sea la
causa de ese bajísimo
perfil, está claro que
mientras más jóvenes
como tú salgan del país,
menos será su presencia
en cargos políticos; y
si resides afuera no vas
a poder votar ni mucho
menos ocupar ninguna
responsabilidad. Como
ves, tu decisión de irte
tiene hondas
implicaciones también
para los que nos
quedamos.
Esto de irse del país no
es nada nuevo, claro.
Desde antes del 59, cada
vez más gente se iba,
sobre todo al Norte; de
hecho, ya íbamos en
camino de alcanzar una
cifra como la de hoy,
con más de un millón de
nacidos aquí en el
exterior. Cientos de
miles, incluida la clase
alta y muchos
profesionales, se fueron
en los 60. Cuando el
Mariel (1980) y los
balseros (1994),
partieron otras decenas
de miles, entre ellos
muchos que no
trabajaban,
administrativos y
obreros. En esas oleadas
de los últimos 30 años,
no había tantos jóvenes,
profesionales y mujeres
como ahora. Algunos te
dirán, sin embargo, que
de otros países —México,
Centroamérica, el
Caribe, para hablar solo
de los vecinos— se va
más gente que de esta
isla y no pasa nada. Que
hay más dominicanos,
jamaicanos y
guatemaltecos tratando
de llegar a EE.UU. o
adonde sea, que
cubanos. Y que en
definitiva, las remesas
de los que se han ido
mantienen a flote la
economía de sus
parientes y de su país.
¿Por qué tanto trauma
con el caso de Cuba, si
eso le pasa a otros
muchos? ¿No habría que
empezar a pensar que
somos otra isla del
Caribe, en vez de
asumirnos como los raros
y de vivir esta
experiencia tan normal
como una tragedia
nacional?
Otros consideran, en
cambio, que somos un
caso diferente, porque
aquí la gente sale por
razones políticas, no
económicas. Algunos
incluso nos miran como
una isla rodeada de caña
de azúcar por todas
partes, donde nadie sabe
lo que pasa afuera. Pero
seguro tú sí te has
enterado de lo que se
dice sobre Cuba y los
cubanos en el mundo.
Aunque no tienes
Internet en tu casa,
conseguiste un buzón de
correo electrónico, u
oyes la BBC o Radio
Caracol o Radio Exterior
de España u otra de las
muchas estaciones en
español que se cogen
desde cualquier radio.
Es probable que hables
con alguno de los
millones de turistas que
caminan por nuestras
calles; que tengas un
primo en Hialeah o
Alicante; un amigo que
viaja porque es médico,
académico, músico o
funcionario. Por alguna
de estas vías, o por
discursos que escuchas
aquí mismo, habrás
notado que se ha puesto
de moda hablar del
éxodo y de la
diáspora cubanos.
¿Te has fijado que nadie
se refiere a los
japoneses en Sao Paulo,
los turcos en Alemania o
los gallegos en toda
América Latina desde que
llegó Colón como un
éxodo o una
diáspora —y son
muchísimos más que
nosotros en cualquier
parte? ¿Por qué será?
Estas palabras
resonantes vienen de la
Biblia, donde se usan
para describir el éxodo
desde Egipto a “la
tierra prometida” del
pueblo de Israel; y su
posterior dispersión por
el mundo. ¿Acaso seremos
los judíos de estos
tiempos? ¿Otro “pueblo
elegido”, que paga la
culpa por sus pecados?
¿Debería tocarle
entonces a la iglesia,
vicaria de Dios y ajena
a los éxodos, la misión
de reconciliarnos? Como
ves, el lenguaje no es
totalmente inocente. En
todo caso, esa afición a
creernos excepcionales y
esa marea de palabras no
nos ayudan mucho a ganar
claridad sobre lo que
somos y nos está pasando
realmente.
A fin de cuentas, dentro
de poco, tú también
serás “un cubano de la
diáspora” —lo que
siempre será mejor, por
cierto, que si te
llamaran “exiliado”.
Cuando llegues allá,
verás con tus propios
ojos que algunos se
fueron a la diáspora y
han terminado en el
exilio. Las causas de
esa enemistad radican
allá y aquí. En ciertos
países, la industria del
anticastrismo, con
ramificaciones en muchos
sectores, ha creado un
mercado laboral, donde
es posible conseguir un
cierto empleo o modo de
vida, si uno se
radicaliza en contra.
Como podrás comprobar,
al revés que aquí, lo
políticamente correcto
allá es hablar mal de
todo lo que pasa aquí, y
esa norma, en ciertos
lugares, puede ser muy
estricta, ya lo verás.
Otros, en cambio, se han
puesto así porque del
lado de acá les han
hecho pagar costos
elevados, no solo en
dinero. Se han sentido
castigados, sujetos de
prohibiciones y
separaciones, obligados
a pagar una multa
personal que les resulta
injusta y onerosa, solo
por haber decidido
probar fortuna en otra
parte. No importa que se
haya reconocido
oficialmente el origen
económico y familiar de
la emigración, se sigue
cultivando
insensiblemente entre
muchos de los que parten
un encono, cuyo costo
rebasa todas las
recaudaciones y
contabilidades de corto
plazo, porque deja una
huella indeleble en las
personas, y por lo
mismo, en el cuerpo real
de la nación. El precio
de esa enemistad,
naturalmente, es
inestimable.
Como ves, aunque tu
decisión personal parece
solo eso, tiene un
significado social y
político mayor. Te
reitero que nada de lo
comentado hasta aquí
intenta cambiar tus
planes. Estoy seguro de
que si te quieres ir, no
hay papeleo, ni trabas,
ni condicionamientos
familiares, ni tarifas,
ni medidas punitivas que
te detengan. Eso lo
saben bien aquellos
cuyos hijos se han ido,
experiencia que incluye
a todos los grupos y
jerarquías. Algunos
parecen olvidar, sin
embargo, que sobre este
tema de la política
migratoria ha habido
experiencias
provechosas, que
deberían tener un efecto
demostrativo. Por
ejemplo, en el sector de
la cultura. Justamente,
si fueras artista o
escritor, no tendrías el
dilema de quedarte aquí
para siempre o irte para
siempre. Podrías decidir
trabajar afuera durante
años, y finalmente
regresar a tu lugar,
para salir cada vez que
quieras —como han hecho
muchos. O seguir allá,
mantenerte en contacto y
colaborar con proyectos
aquí, retornar una y
otra vez —como hacen
otros. Lo cierto es que
la mayoría de nuestros
artistas y escritores no
se ha ido del país de
modo definitivo. Si se
tratara solo de términos
“estrictamente
económicos”, está claro
que, para los intereses
del país, su valor como
capital humano es muchas
veces superior a las
gabelas migratorias. Esa
política alternativa ha
dado frutos no solo para
ellos, sino para todos
nosotros.
No me vuelvas a decir
entonces que la política
no te interesa, porque
la verdad es que todo
esto te importa mucho
—igual que a la mayoría
de los jóvenes como tú,
que viven afuera,
pendientes de lo que
pasa aquí. Si te
preguntaran por tus
sentimientos como
cubano, quizás digas que
estás orgulloso de que
seamos así como somos,
de nuestra herencia
cultural, tradiciones,
luchas por la
independencia,
creencias, valores,
patriotismo. Ya ves que
tu “apoliticismo” es muy
dudoso, digan lo que
digan o lo que pienses
de ti mismo. Ahora bien,
probablemente sí te va
convenir mucho
conectarte en directo
con las realidades del
mundo, y aprenderlas por
ti mismo, cosa
difícilmente alcanzable
solo con Internet, la
antena o el mp3. Salir
de Cuba, además de
probar fortuna, te da el
chance de crecer por ese
lado. Nada contribuye
más a la educación
política que viajar,
conocer otras gentes y
culturas, valores y
creencias ajenas, palpar
directamente y hasta
experimentar los
problemas de otros, para
darse cuenta de dónde
uno está. Si hubieras
tenido la oportunidad de
viajar y regresar, una y
otra vez, el contexto en
el que tomarías tu
decisión ahora sería
diferente.
Quiero terminar esta
carta, naturalmente, con
una despedida. No
queremos que te vayas.
Pero si ya lo decidiste,
ninguna talanquera
burocrática te lo
impedirá, y lo que más
cuenta ahora es que no
te vayas para siempre.
Queremos que no partas
del todo, y para
asegurarlo, lo primero
es poner un calzo para
que la puerta siga
abierta. Donde quiera
que estés, piénsate uno
de nosotros, y que
perteneces aquí, pase lo
que pase. No rompas ni
nos des la espalda ni te
dejes provocar por
nadie, de allá o de
aquí, que pueda
convertirte en un
enemigo. Levántate cada
día recordando esta nave
donde seguimos remando,
que solo se mueve si
todos la empujamos.
También tú puedes remar
desde allá, para que
siga a flote y se
encamine a buen puerto.
No dejes que te entre el
bicho de la soledad o la
nostalgia, que no sirve
para nada; ni te
resignes a la idea de
que estás lejos; ni
dejes de estar pendiente
de todo lo que nos pasa.
Nosotros seguimos
contando contigo. Te
esperamos siempre, como
al que vuelve de un
viaje. Lleva con orgullo
que eres un ciudadano de
este país, porque la
cubanía no es un
documento de viaje, ni
la patria un pedazo de
tela. Habrá quienes te
digan que somos una isla
virtual o imaginada, un
territorio diaspórico y
otras metáforas. Tú y
nosotros sabemos que
Cuba es el espacio real
donde compartimos cosas
tangibles como riesgos y
resultados, costos y
aspiraciones, entre
todos. Así debe ser; y
será, si nos lo
proponemos duro. Buena
suerte y hasta pronto.
La Habana, 31 de mayo de
2012.
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