“...el libro rompe la
rigidez de la época que
lo estrecha...”
Heinrich von Kleist
Una feria descomunal
A
la luz de lo factual
podría descubrirse (con
cierto desagrado, desde
luego) que las ferias
del libro no son
acontecimientos
“estrictamente”
literarios.
Acontecimientos
editoriales, se diría. Y
no se estaría lejos de
la verdad. Se deambula
por las interminables (e
impecables) salas de la
Frankfurt Buchmesse y no
puede acusarse de
fundamentalista a quien
adopte esa conclusión.
En Frankfurt, como en
otras Ferias del mundo,
se venden y se compran
derechos. Los libros
están ahí, resultan,
digamos, el decorado. A
la vera, sentados y de
etiqueta, agentes y
editores hacen el
negocio. En puridad,
Frankfurt es una feria
comercial. La mayor del
mundo. Como prueba de
ello, algunas de las más
poderosas casas
editoriales desmantelan
stand los dos
últimos días. Son los
días en los que se
permite la entrada al
público. El negocio
concluyó. Los stands,
enormes y bellos, antes
tan animados por seres
de etiqueta y maneras
very polite, quedan
desolados. El público no
firma contratos. Random
House Mondadori, por
ejemplo, ha tapizado sus
paneles de disímiles
posters. Muy pocos
aluden a lo literario.
Yamaha, a flying
dream, puede leerse
en uno, en la imagen un
joven hace cabriolas
sobre un poderoso
artefacto nipón. Quizá
resulte promoción de
algún nuevo thriller
devenido best
seller.
En el binomio autor /
editorial, sostienen
algunos, las editoriales
ejercen al día de hoy
una suerte de dictadura,
en el mejor de los casos
una democracia
representativa.
Democracia en la que el
poder, desde luego, les
pertenece y la
representación es el
mero reflejo del
mercado. Si creen que un
libro puede venderse se
publica. Caso
contrario... es el
silencio. Y el autor no
publicado no existe. La
Feria del Libro de
Frankfurt constituye el
mercado más importante
para libros, medios de
comunicación, derechos y
licencias del planeta.
Por supuesto, no hay que
emprenderla en modo
alguno contra las
Ferias. Ello resultaría
absurdo y tonto. Toda
fiesta de libros resulta
encomiable y
gratificante. Y la de
Frankfurt es un
tsunami. Una
vastísima marea de
libros como puede no
haya otra en el mundo.
Todo es colosal,
impresionante.
El recinto ferial es el
mayor del planeta.
Intentar recorrerlo
íntegramente puede
resultar cuando no
utópico sí
extraordinariamente
trabajoso. Son 170 mil
metros cuadrados, salas
enormes, muy largos
corredores, todo ello
estructurado en
múltiples niveles,
diferentes bloques. El
complejo parece
inabarcable. A la
edición 63 de esa Feria
asistieron siete mil 500
expositores de 110
países. Los visitantes
excedieron los 300 mil,
todo ello en unos pocos
días, entre el 12 y el
16 de octubre. Las
actividades oficiales
sumaron unas tres mil
300. Los famosos no
dejaron de merodear por
los largos corredores de
la Feria: Umberto Eco,
Mario Vargas Llosa, el
poeta sueco Tomas
Tranströmer, flamante
Premio Nobel 2011.
En el bello y espacioso
stand argentino
se organizaron paneles
en los que era común
escuchar a Noé Jitrick y
a Mempo Giardinelli, se
habló, desde luego, de
Borges, y se recordó a
tres figuras de las
letras argentinas
fallecidas en el 2011:
María Elena Walsh,
Ernesto Sábato y David
Viñas. Las
grandes editoriales de
lengua española lograron
los derechos de
importantes obras:
Alfaguara se hizo de
Claraboya,
novela inédita de
José Saramago;
Tusquest logró
la nueva novela de John
Irving, In one person;
Anagrama se lanzó hacia
las obras recientes de
los ingleses Julian
Barnes y Martin Amis,
hacia Limonov,
del francés Emmanuel
Carreré, además de
adquirir los derechos en
español de En tiempos
de la luz menguante,
del alemán Eugen Ruge,
obra ganadora del Premio
a la Mejor novela en
lengua alemana del año.
Son excelentes autores.
Autores que, además,
venden. Afortunadamente.
No venden tanto como el
señor Paulo Coehlo o la
señora Rawling, pero
venden. El predominio de
la novela frente al
resto de la camada
persiste. Si el
argentino Jorge Luis
Borges resultara hoy uno
de nosotros cabría
preguntarse si Alfaguara
o Tusquest accederían a
publicar sus cuentos.
Uno prefiere pensar que
sí.
La crisis financiera y
económica que amenaza
con asfixiar a Europa no
dejó de hacerse sentir
en Frankfurt:
inicialmente se habló de
155 stands menos.
Más tarde se aseguró
haber igualado la cifra
de 2010. Más de la mitad
de los expositores son
extranjeros.
Directivos de una muy
importante editorial
española confiesan:
“todo hoy es un riesgo,
hasta con los grandes y
famosos estamos
enfrentando pérdidas”.
En Alemania algunas
editoriales han
abandonado Frankfurt
para asentarse en
Berlín, la poderosa
Suhrkamp, casa editorial
de Hermann Hesse y del
filósofo Peter
Sloterdijk decidió
moverse en el 2009 a esa
ciudad. De acuerdo con
Jurgen Boos, director de
la Feria de Frankfurt,
la vida es más excitante
en una ciudad de tres
millones de habitantes
que en una de 600 mil
como Frankfurt. Presumo
que un mercado de tres
millones resulte también
más excitante.
Apenas unos kilómetros
más allá, en la Plaza
Willi Brandt, a la
sombra del fastuoso
rascacielos que alberga
al Banco Central
Europeo, se levantan las
carpas de los
indignados.
Una tarde me permití
abandonar la enorme
Buchmesse para estar en
la Willi Brandt Plazt,
con los indignados. Me
acogieron con cariño, me
invitaron a dirigirles
la palabra, en Asamblea
Abierta. “Será en unas
dos horas”, me alertó
sonriente una chica.
Habría resultado
indudablemente el
acontecimiento de mi
vida. No son pocos, sin
embargo, los
descerebrados que
increíblemente acusan a
los cubanos de dirigir
ese justo movimiento
global. Yo era un
extranjero. Un cubano.
Uno que vivía en Cuba.
En mi bolsillo portaba
un pasaporte con visa
Schengen. Les
estreché la mano, les
deseé éxitos y
(emocionado) regresé a
la Messe.
El libro: ¿artilugio de
futuros anticuarios?
Mucho se ha hablado de
la
desaparición o la eterna
existencia del libro.
En la forma en que lo
concibiera el gran
Gutenberg. Soy de los
románticos que prefiere
creer en la eternidad
del libro. El de papel,
quiero decir. Lo visto
en Frankfurt, no
obstante, puede hacer
surgir en los más
furibundos defensores
muy serias dudas. Para
un cubano, por fuerza
alejado de la magia
tecnológica
ultramoderna, resulta
impactante ser testigo
de lo que se cree
fantaciencia y se
levanta como
incuestionable realidad.
En el 2010 un 6 % de los
expositores ofreció
contenidos
exclusivamente
digitales, más del 40 %
lo incluyó junto con
otros productos. En el
2011 se incrementó casi
un 50 % la superficie
destinada a
presentaciones
digitales. La Feria de
Frankfurt se regodeó en
conceptos tales como: E-book,
Realidad Aumentada,
Libros Enriquecidos,
Relato Transmedial, todo
sostenido no solo desde
el flamante iPad, sino
ahora desde novísimos
dispositivos como el
Kindle, de Amazon, o por
el más reciente Nook, de
Barnes and Noble, o por
el Kobe. Apple, Samsung,
Toshiba y Sony lanzan al
mercado una muy amplia
gama de estos
artilugios. En una
tableta electrónica con
las dimensiones de un
libro, se mixturan
disímiles plataformas:
fotos, filmes,
glosarios, música, todo
cuanto se relaciona con
el texto que se lee, el
“texto” es una amalgama
de formatos, soportes,
textos, audio, video. Lo
que llega al lector es
multicanal y
multiplataforma. El
lector deviene
escuchador /
visualizador. Una nueva
faceta de la
intertextualidad. Lo
intertextual en la era
de la digitalización.
Kristeva, Gennette y
Bajtin tendrían que
referirse a ella. Y no
resulta fantaciencia.
En EE.UU. la industria
del libro digital
reporta un meteórico
avance, en los primeros
nueve meses de 2011 las
ventas de contenidos
para dispositivos
electrónicos se
dispararon un 10%, es
decir, un 15% del
mercado editorial. El
crecimiento anterior se
movía entre el 1% o el
2%. Un 25% de los
lectores, esos que
consumen un libro por
semana, han pasado en
esa nación a los nuevos
dispositivos. En España
la industria editorial
digital es todavía
tímida, apenas alcanza
el 3%, pero está en
ascenso. En Gran
Bretaña, representa el
7% del mercado
editorial, mas el
rate de crecimiento
alcanza las tres cifras.
Ante una de esas
tablet se imagina el
alcance descomunal que
esa tecnología podría
representar para la
enseñanza. Las
estadísticas, en cambio,
aseguran al día de hoy
lo opuesto. Cuanto
sucede con el libro
tradicional, comienza a
acontecer con el
digital: lo vano banal
amenaza con inundarlo
todo. Lo digital se
concentra hoy en best
seller y novelas
rosas. Todo muy light.
Y no basta con eso:
el consorcio
Seal Media, por ejemplo,
acudió a Frankfurt con
un
juego de ordenador, una
“novela” sostenía el
juego,
Colts of Glory,
un Western, desde luego.
El texto, escrito por un
empleado de Seal Media,
es el preámbulo para
saltar al juego de PC.
Un verdadero horror
que la magia de las
nuevas tecnologías
dirija el cúmulo de sus
encantos a lo vano
banal. Todo ello en
nombre de las insanas
orgías del Dios Mammón.
Los precios de estos
artilugios,
indudablemente, juegan
(y jugarán) un enorme
papel, en la medida que
disminuyan harán más
accesibles esas
tecnologías. La batalla
de las grandes
editoriales en función
de preservar la cuota de
mercado en cuanto a
libros tradicionales ha
comenzado. Sus rivales
se alistan tras el
ariete de la
digitalización. El
fantasma de la piratería
asoma también la testa,
en la inauguración
oficial, el presidente
de la Asociación de
Libreros Alemanes,
Gottfried Honnefelder,
sostuvo que si bien “el
mercado del libro
electrónico es pequeño,
la piratería es
significativa”.
No son pocos hoy
los que se inclinan a
pensar que las grandes
editoriales, las de los
libros de papel, deberán
moverse hacia una
mixtura que hermane el
papel y lo digital,
junto a las Divisiones
de Libros Tradicionales
será común hallar
Divisiones de Libros
Digitales. El consenso:
los expertos anuncian
una explosión en el
mercado del libro
electrónico. Y ello
ocurrirá, según esos
augurios, en apenas unos
meses. Otros,
calificados de
“conservadores”,
vaticinan que en 2020 el
50% del mercado mundial
del libro será digital.
Gutenberg no lo creería.
Goethe, que naciera en
Frankfurt, quedaría sin
palabras. Al centro
mismo de la gigantesca
herradura que conforma
el complejo de la
Buchmesse se erigió este
año una aerodinámica
estructura de color
blanco. Sospeché
remedaba una nave
espacial, uno de los
gigantescos artefactos
de Star Treck.
Algo futurista. En algún
momento escuché decir se
trataba de un nido. Un
inmenso nido. En su
interior el nido
entregaba todo su
enigma: “multimedia”.
Se tiene la ilusión de
haber viajado en el
tiempo. Otro siglo. Otro
planeta. Fantaciencia.
Pero todo es real. En el
sitio de lujo de ese
nido-nave,
en su mismo centro,
suerte de axis mundi,
sigiloso se mueve un
anticuario. Allí, a la
manera old fashion
de la primera década del
siglo XXI, se exhiben
libros.
La insularidad y la
grafomanía: una Feria
dedicada a Islandia
La 63 Feria del Libro de
Frankfurt se dedicó este
año a Islandia. Una
isla. La segunda mayor
de Europa. La 18va. más
grande del mundo.
Islandia, con una
población de tan solo
331 mil habitantes es,
sin dudas, una nación de
notable y ancestral
tradición literaria. Ahí
están sus sagas y sus
eddas. Tiene
Islandia, incluso, el
honor de un Premio
Nobel, Halldor Laxness,
concedido en 1955. Bajo
el lema de “Fabulosa
Islandia” acudieron a la
cita más de 40 autores
de esa nación y más de
200 títulos.
El pabellón de la isla
asombró por su belleza y
originalidad. Arriba el
visitante y es recibido
por una proyección, una
mujer sentada, una mujer
que lee, detrás un
anaquel de libros, la
mujer lee en silencio,
de vez en vez, sin
embargo, lo hace en voz
alta. En un país que
escribe como pocos, el
lector ocupa el sitial
de honor. La lectura.
Ese es el mensaje. Sin
lectores no habría
escritores. Dato
interesante: en 2009
Islandia fue clasificada
por la ONU como el
tercer país más
desarrollado del mundo,
en 2007 ocupó el primer
lugar en cuanto a Índice
de Desarrollo Humano.
Tras la crisis que
hundió al país al
siguiente año se sometió
a referéndum el pago de
la deuda contraída por
bancos privados
islandeses: 90 % de los
islandeses se negó a
asumirla.
Hallgrimur Helgason,
uno de los escritores
islandeses de más éxito
internacional, autor de
la famosa novela
101 Reikiavik,
resumió así la condición
literaria de los
islandeses: “...intentas
realizar algo que tenga
permanencia, como la
literatura, por ejemplo.
Quizá porque nuestro
país está en continuo
cambio y no puedes nunca
saber si una casa
seguirá estando ahí
mañana, puede ocurrir un
terremoto o el estallido
de un volcán…”.
He ahí el misterio: la
literatura como
permanencia. Como reto a
la realidad. Dominadora
de la realidad. Idéntico
espíritu animó a
aquellos que miles de
años antes dibujaron en
la pared de una caverna.
Literatura no solo como
mimesis sino como hálito
genésico. Pienso en
Cuba, en Irlanda. Islas:
hálito genésico. Alguna
vez Samuel Beckett trazó
un paralelo entre
insularidad y
literatura. Puede que la
muy virgiliana maldición
del agua por todas
partes no haga sino
empujar hacia las
letras. Animarlas.
Sostener mundos.
Levantarlos sobre las
aguas. Sobre el
tiempo.
La nueva literatura
cubana: ausente de las
grandes editoriales
Dos actividades se
programaron para la
reducida delegación
cubana. La primera: la
presentación de la Feria
del Libro de La Habana
2012. Los colegas del
diario Junge Welt
pusieron a nuestra
disposición su vasto
stand y sus medios
audiovisuales. “Todo
cuanto necesiten”,
aseguraron. Esa tarde
fuimos presentados por
el director de ese
diario. Asombraba la
nutrida asistencia de
público. Ya antes del
viaje, y durante los
primeros días de la
Feria, los colegas
alemanes habían dedicado
sus esfuerzos a
promocionar esas
actividades. Alemanes,
sudafricanos, kurdos,
turcos y
latinoamericanos se
reunieron allí aquella
tarde. Al final se
brindó con Cuba Libre.
Los que acudieron se
negaban a que la
actividad concluyera.
Quedaron allí, hablando,
riendo, inquiriendo,
prometiendo que
viajarían a Cuba.
Pronto. Sin falta. El
sudafricano, de origen
hindú, le cuenta a la
bella periodista kurda
acerca de la
participación de Cuba en
África. Alcanzo a
entender que muchos
cubanos perdieron allí
la vida. La muchacha
kurda, emocionada,
quiere saber si es
cierto. Lo confirmo. El
sudafricano menciona,
incluso, el nombre de
Cuito Cuanavale. La
muchacha promete visitar
Cuba pronto. “Soy una
kurda curda”, me dice,
en inglés, y levanta el
vaso que, entre hielos y
tintineante, contiene el
Cuba Libre.
En el pasado Festival de
la Juventud y los
Estudiantes, me cuenta,
un cubano la inició en
el significado de la
palabra. La muchacha me
pide que lo explique a
todos. Lo hago y todos
ríen. La chica levanta
otra vez su trago. Se
brinda por Cuba, por la
amistad, dicen todos. El
último día de la Feria
se planificó la
conferencia “La
literatura cubana en el
nuevo milenio,
presentación del autor
Rafael de Águila”. Así
podía leerse en la
pantalla de la sala
Fórum Dialog. También en
el folleto de
actividades.
De acuerdo con lo
establecido, debía
presentarse mi libro,
Premio Alejo Carpentier
de Cuento 2010. El azar
me había colocado allí,
sin embargo, para
representar a la
literatura cubana.
Representar a los
cientos de colegas que
habían quedado en la
Isla. A todos. A los que
un día escribieron e
infortunadamente han
fallecido. Somos (y
seremos siempre) sus
deudores. A los cientos
de colegas que hoy
escriben en Cuba y no
tenían la oportunidad de
estar esa tarde en
Frankfurt. No valía
presentar un libro o a
un autor. Era menester
presentarlos a todos.
Presentar una
literatura. Una
literatura fuerte y
pujante. Se deja en
cuerpo de ser uno para
en alma ser
inevitablemente todos.
Resultaba imprescindible
aprovechar aquello en
función de la literatura
cubana. Asistieron
muchos. No sin asombro
descubrí la sala llena.
En el corredor lateral
se agolpaba público.
Algunos tomaban notas.
Indudablemente los
colegas alemanes lo
habían hecho muy bien.
Tomé mi libro, lo mostré
a todos y anuncié que no
lo presentaría.
Presentaría la fuerza y
la pujanza de la
literatura cubana.
Literatura a la que me
debo, dije. Desde
Espejo de paciencia
bosquejé el derrotero.
Mencioné a los grandes.
A los canónicos.
Independientemente de
sus credos, incluso, de
sus odios. Por eso allí,
en Frankfurt, tuve el
honor (y la emoción) de
mencionar a Alejo
Carpentier y a José
Lezama Lima junto con
Guillermo Cabrera
Infante y a Reinaldo
Arenas. Y me adentré en
la nueva literatura
cubana. En su mayor
porción desconocida e
ignorada por las grandes
editoriales. Tendencias,
características,
autores, obras. Fuerza,
mucha fuerza. Muchas de
esas obras estaban allí
mismo, sobre la mesa.
Nunca antes, dije, en
Cuba se ha escrito tanto
como hoy. Nunca antes
tantos escritores.
Tantas obras. Y nunca
antes la literatura
cubana ha sido tan
olvidada e ignorada por
las grandes editoriales.
Esa enorme profusión de
autores y obras es
desconocida, salvo
excepciones, por el
lector de otros países.
Alguien pregunta, en
español, “cuándo los
escritores cubanos
podrán ser conocidos en
el extranjero”. “Cuando
las editoriales acá
presentes los
publiquen”, fue la
respuesta. La literatura
es regida de alguna
manera por las
editoriales. Y las
editoriales por el
mercado. Y el mercado,
los europeos lo saben
bien al día de hoy,
sostuve, padece sus
males. Para las
editoriales el libro,
desde luego, es una
mercancía. Debe
venderse. Son reacias a
los riesgos, en especial
en mitad de la crisis
que agita hoy a Europa.
A mi lado Petra, una
alemana excepcional,
traduce mis palabras al
alemán. Estudió en Cuba,
en la década de los 80.
Una anfitriona como
pocas. Una hermana. Me
despido con una frase de
Goethe, del Fausto, “lo
eterno femenino nos
empuja hacia lo alto”,
me atrevo a pronunciarla
en alemán, mi alemán
desvencijado. Todos
sonríen. Yo pido
disculpas: me he
adentrado en Goethe sin
acercarme siquiera a la
pureza del idioma. El
público aplaude y se
abalanza sobre la mesa.
Quiere libros. Verlos.
Hojearlos. Tenerlos.
Todos desean
intercambiar, preguntar,
saber. Una cubana que
dice haber conocido a
Reinaldo Arenas me
abraza. Los conocí a
todos, dice. Se ha
consumido el tiempo, sin
embargo. Los
organizadores tienen
previsto en la sala una
nueva conferencia. Así
lo hacen saber. Las
conversaciones y
preguntas prosiguen en
los largos pasillos de
la Frankfurt Buchmesse.
FRANKFURT: el “Vado de
los Francos”. La ciudad.
Su gente
En la ciudad viven
apenas 670 mil
habitantes. Ante sus
rascacielos causa
asombro que no resulte
más poblada. Entre los
rascacielos destaca la
MainTower, también el
Commerzbank, el tercer
edificio más alto de
Europa. Dominando el
aire se alza la bella
EuropaTurm, la segunda
estructura más alta de
Alemania. A pesar de la
reducida población,
Frankfurt es la mayor
ciudad del Estado de
Hessen, la quinta ciudad
más grande de Alemania.
Por vez primera se le
mencionó en un documento
en el año 794.
El más viejo de los
distritos, Sachsenhausen,
famoso por sus sidras,
era ya harto conocido en
el 1193. El emperador
Carlomagno residió en
esta ciudad. Desde el
1356 los monarcas del
Sacro Imperio Romano
fueron elegidos allí. La
Plaza
Römerberg,
con su catedral gótica
del siglo XI y su
ayuntamiento del XIV, es
cita obligada. Durante
la Segunda Guerra
Mundial los bombardeos
aliados redujeron buena
parte de la ciudad a
escombros, especialmente
el casco histórico. La
mayoría de lo que hoy
deslumbra fue
reconstruido. Los
primeros rascacielos se
erigieron en la década
de los 50. La ciudad,
atravesada por el río
Main, exhibe sobre esas
aguas más de una
veintena de bellísimos
puentes. Las márgenes no
son menos bellas. Allí,
a orillas del Main,
pueden visitarse, uno a
continuación del otro,
13 museos, los alemanes
llaman a esa zona
Museumsufer.
Por doquier hay bancos,
se dice que la ciudad es
sede de 370 bancos, de
ellos casi la mitad son
extranjeros. Acá está la
Bolsa Alemana, allá el
Bundesbank, el Banco
Central del país. Más
que literaria, Frankfurt
es una ciudad
financiera. El corazón
financiero de la Unión
Europea. No falta quien
(aprovechando la
conjunción de New York,
el río Main y los
rascacielos) la llame
Mainhattan. Es también
una ciudad
multicultural, por
doquier se encuentra a
turcos, afganos, kurdos,
antiguos yugoslavos,
latinoamericanos,
coreanos.
El metro deslumbra por
la impecable eficiencia.
Son disciplinados los
alemanes. Alguno empuja.
Es la excepción. Muchos
viajan leyendo. No es
raro ver a alguna pareja
joven que se arrulla;
frente a mí un joven
habla a una chica, ella
lo mira, con devoción,
también con algo de
picardía, me esfuerzo
mas no logro traducir
una palabra, al final la
chica lo abraza, fuerte.
Yo sonrío, en todos los
sitios la naturaleza
humana es la misma.
Jamás en ciudad alguna
he sido tan bien
recibido como en esta.
Tenía el criterio,
maniqueo y absurdo, que
los alemanes eran fríos.
Otros podrán serlo. Los
que tan familiarmente
nos atendieron cada día,
no. Amables, solícitos,
amistosos, alegres,
hospitalarios, muy
familiares. Excelentes
anfitriones. Más que
eso: amigos de toda la
vida. Hermanos. No
olvidaré jamás la
inigualable acogida en
casa de Petra; la
excelente velada en casa
de Annette; la
camaradería de los
colegas del diario
Junge Welt; la muy
emotiva reunión en el
club Voltaire. Un
mediodía, invitado de
Annette, visité la casa
natal de Goethe. “En
esta mesa escribió
Los sufrimientos del
joven Werther”,
anunció ella. El título
lo pronuncia en alemán,
no ha logrado traducirlo
al español. Mi
rudimentario alemán (y
la presunción) me
ayudaron a entenderlo.
Me acerqué. Aquí Goethe
concibió ese amor
tremebundo por Lotte, un
amor que llevó al
suicidio al amante, que
provocó una inmensa ola
de suicidios en la
romántica Europa de la
época. Yo era apenas un
adolescente cuando leí
esa novela. También yo
terminé amando a Lotte.
Dotándola del rostro de
la chiquilla que por
aquel entonces me
lastraba el sueño. Rocé
la mesa. La palpé.
Ciertas oquedades
delataban la huella
falaz del tiempo. La
emoción me llegó. La muy
tudesca (y supuestamente
fría) Annette no dejó de
advertirlo. Sonrió,
movió la cabeza a un
lado y otro: “ah, mein
lieber freund”,1
dijo, y un líquido raro
le anegó también a ella
los ojos.
Adiós, Frankfurt: Auf
Veidersehn
Las ferias en Frankfurt
eran ya famosas en la
Edad Media. Han
transcurrido más de 800
años, hoy el centro de
exposiciones de la
ciudad es el mayor del
mundo. Los estilos Art
Nouveau, Bauhaus y
posmoderno se alternan
en las diez salas y el
centro de convenciones.
En total son
578 mil metros
cuadrados. Monumental.
A un lado del recinto
ferial se levanta la
MesseTurm, la Torre de
la Feria, un imponente
rascacielos de metal.
Se dice que esta, la del
libro, es la pionera
entre las de su tipo en
el mundo.
En mitad de esa
inmensidad, en la sala
5.1, estuvo
Cuba. Un stand
muy pequeño. Al frente,
el soberbio stand
de Random House
Mondadori, atizado de
posters. A salvo de
todo nacionalismo, manía
de primates, según
Borges, siempre tuve la
impresión de que el
nuestro era más
visitado. A un costado
se ha colgado la
bandera. Cubanos
residentes en Frankfurt
se acercaron, “años que
no voy a la patria”,
dijeron. Se detuvieron
ahí, hojearon libros,
preguntaron. Alguna vez
se pronunció una
palabrota, uno casi me
abraza: llevo mucho
tiempo sin escuchar esa
palabra, dijo. Nunca
dejaron de mirar la
bandera. Los ojos
entonces se les tornaban
raros. Alguien, en
inglés, dice que quiere
comprar la bandera.
How much the flag?
Se presenta como jefe de
una delegación. He
olvidado el país. La
bandera no se vende, es
la respuesta. El hombre
dice entenderlo y se
disculpa.
Frankfurt ha quedado
detrás. Fueron muchas
las emociones y muchos
los asombros. Entre
ellos conversar con
Mario Vargas Llosa.
También, ya más largo y
relajadamente, con Mempo
Giardinelli. El otoño
inundaba la ciudad que
comenzaba a sentirse muy
fría. La Feria del Libro
de Frankfurt, la más
grande del mundo, ha
concluido. Hasta ella
llegó una vez más con
sus ecos y sus nombres,
que es decir su magia,
la literatura cubana. No
creo que las editoriales
off shore dejen
de ejercer su dictadura.
Lo trascendente, me
digo, será siempre
escribir. Quizá en el
2020 esta resulte una
feria de libros
digitales. Tal vez en
lugar de libros de
papel, cada stand
exhiba relucientes y
pequeños artefactos.
Pienso en la frase de
Heinrich von Kleist, “el
libro rompe la rigidez
de la época que lo
estrecha”. Una bella
frase, sin duda. En no
pocos aspectos nuestra
época denota cierta
rigidez. La ciencia y la
tecnología, en cambio,
se mueven con
escalofriante dinamismo.
Soy un romántico. Creo
en el libro de papel. Es
un objeto entrañable.
Desaparecerá, escuché
decir a alguien en
Frankfurt, como los
dinosaurios. Por mi
parte prefiero pensar
que el libro estará
siempre, quien ama se
niega a aceptar la
desaparición de lo
amado. Mas quién sabe…
tal vez los amantes del
libro, ese adminículo
que nos legara
Gutenberg, en apenas
unos años debamos
acostumbrarnos,
nostálgicos y devotos, a
visitar al
anticuario.
Nota:
1.
“Ah, mi querido
amigo.”
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