Por Luis Sexto
Aquellos
que miren con un solo ojo, como el unicornio se defiende con un solo
tarro, protestarán con el consabido insulto: ¡mentira!, cuando este
articulista afirme que el Estado cede espacio en Cuba. Y aunque la
calle Ocho se caliente, sin embargo, cede, aun en medio de pareceres
opuestos. Poco a poco percibimos el avance de una nueva concepción que
empezó con los derechos entregados al trabajo privado, embrión, a mi
modo de ver, de un sector productivo y comercial que colaborará en la
solución de los apremios domésticos de la ciudadanía.
Los ejemplos, por supuesto, son conocidos. En las últimas leyes
relativas de compra y venta de automóviles y casas, las transacciones
no requieren de la intervención de organismos y funcionarios estatales:
solo las partes contratantes ante notario. El Estado queda lejos,
haciendo lo que es usual en cualquier país: cobrar el impuesto.
Recientemente, una reunión ampliada del Consejo de Ministro decidió
reducir el servicio telefónico en los organismos estatales, para
redistribuir líneas y aparatos en el sector residencial. (Desde luego,
para quienes no vivan en Cuba ese detalle carece de importancia.)
También barberos y peluqueras pasaron a la categoría de trabajadores
por cuenta propia mediante el arriendo de locales e instrumentos.
La distribución de tierras, a pesar de las limitaciones del tiempo y
el espacio del usufructo –trece hectáreas por diez años renovables, y
que necesariamente no demorarán en ser ampliados-, es también una
reducción del predominio estatal en la agricultura y, en cambio,
significa acrecentar, más bien refundar, un campesinado envejecido y
disminuido por el éxodo familiar hacia las ciudades. La tierra, por
supuesto, pertenecerá a la nación representada por el Estado. De qué
otra manera se podría evitar la geofagia, las cercas corridas, los
litigios por linderos y las muertes que desde 1550 hasta 1959 marcaron
con sus cruces los campos cubanos. La Constitución de 1940 proscribía
el latifundio. Sin embargo, no lo impidió. Los gobiernos posteriores,
que desde los Estados Unidos son a veces elogiados por su ejecutividad y
limpieza, nunca promovieron las leyes que harían efectiva la
prohibición de que, como dijo Lino Novás Calvo en Bohemia,
falsas herencias litigaran ante jueces venales para multiplicar el mapa
del archipiélago a costa del conuco campesino en zonas realengas.
Cuántos geófagos poderosos, incluso empresas norteamericanas, escribía
Novás Calvo en 1948, alegaban derechos sobre las mismas áreas. El censo
agrícola de 1946 reveló que las fincas más extensas –el 1,4 por ciento
del total de fincas– ocupaban el 47 por ciento de todas las tierras
explotables.
Regresando al principio, comprendo que cubanos residentes en el
exterior duden de la verdad y la sinceridad de esa política. Su visión
sobre Cuba padece de astigmatismo por la frustración de no haber podido
reinstalar el viejo estado capitalista y por la influencia
distorsionadora de algunos medios informativos. Pero a ciertos cubanos
del archipiélago tampoco les agrada la idea de desbrozar y agrandar el
espacio de los individuos: parecen que los más pierden la sensación de
seguridad social y otros, enquistados en las nóminas de la burocracia,
temen la quiebra de sus intereses. La pregunta más recurrente clava en
las paredes la sospecha de que pueda hacerse el socialismo con menos
intervención estatal. La raíz de ese pensamiento radica en que la
experiencia soviética se encapsuló en la ideología predominante en
Cuba. Y parece que nada podría sobrevivir sin ese aparato absolutista
de un Estado cuya naturaleza no socializa efectivamente la propiedad,
sino la administra, según el marxista mexicano Sánchez Vázquez,
mediante una estructura postcapitalista.
A través de la web, incluso, la sangre parece llegar al río. Algunos
teóricos cubanos y extranjeros acusan al Gobierno de apartarse del
marxismo. Y, más marxistas que Marx, que confesaba no serlo, proponen
discurrir por el “camino correcto” mediante la entrega total de los
medios de producción a los trabajadores en ejercicio de autogestión,
también sellado con el fracaso en el experimento yugoslavo hace tanto
tiempo que no se recuerda. Quizás ese fuera el alegrón más febril de la
Casa Blanca y el exilio intransigente. Porque qué harían los
trabajadores cubanos con entidades ineficientes, casi en bancarrota y
sin saber emplearlas como empresarios y sin antecedentes positivos de
donde tomar lecciones. ¿No parece que la teoría, cuando se aparta de
las circunstancias políticas y materiales de cualquier sociedad, suele
presentar el rostro más fiero y cerril del extremismo de izquierda o de
derecha?
A pesar de toda la crítica oficial a errores y tendencias
relacionados con un Estado sumamente centralizado y responsable de toda
la actividad económica, social y política, recientemente leí, en el
periódico Granma, la carta de un lector que insiste en la defensa del
antiguo papel totalizador del Estado. Por mi parte, expreso otro punto
de vista cuando se define una equivalencia maquinal entre
estatalización y socialización de la propiedad.
La diferencia se advierte. En ciertos países capitalistas, hay
propiedad estatal sobre los ferrocarriles o los hidrocarburos u otros
sectores, y ello no supone una fórmula socialista. No creo que la
solución para conseguir la plenitud del socialismo, toda la justicia,
sea nuevamente la propuesta del Estado paternalista y controlador. La
propiedad social, a mi entender, es aquella que convierte al obrero y
al trabajador en copropietarios de los medios de producción.
Copropietarios efectivos. Tanto como para que cada miembro de la
colectividad laboral tenga espacio para labrarse el bienestar, sin
regalos ni estafas. Y con voz y voto para decidir sobre el medio que le
asegura la vida, sin que por ello deje de existir un consejo de
dirección con poder empresarial. Tal vez lo más cercano a la perfección
democrática y socialista fuera que la propia comunidad laboral
eligiera o aprobara a sus jefes.
Esa, la reforma en la esfera empresarial, será una de las tareas más
delicadas del Gobierno cubano. ¿Autonomía? ¿Participación de los
trabajadores en las ganancias y la dirección, para ser copropietarios
efectivos? ¿Independencia del sindicato con respeto a la dirección? Lo
que ocurra en el porvenir equivaldrá a la total confirmación de que los
cambios de concepto y estructuras anunciados por el Presidente Raúl
Castro, responden a un propósito cuya finalidad es edificar una
sociedad racionalmente equilibrada donde el papel del Estado se
fortalezca al ocuparse solo de lo esencial o estratégico, como
guardián de la justicia social y preservador de la independencia.
Claro, no esperen lo único que no pueden esperar: que pongan en riesgo
las aspiraciones hacia un socialismo por redescubrir o reinventar.
"Mi país es pobre, mi piel mejunje, mi gobierno proscrito, mis huestes utópicas." Silvio Rodríguez
viernes, 25 de noviembre de 2011
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José, gostei do artigo. Existe um conto de Machado de Assis, acredito até que disponível na Ayacucho, traduzido em espanhol. Chama-se "A sereníssima República". É uma alegoria bem transparente da dificuldade de se construir uma organização política eficiente e pouco permeável às "fraquezas humanas".
ResponderEliminarEm um nível mais profundo toca no problema menos simplificável pelo senso-comum, da eterna mobilidade das coisas. Acredito que qualquer Estado começa a caducar quando perde mobilidade. Quando ele se cristaliza, se cristalizam as pessoas a serviço direto dele, Às vezes formando castas, como alguns sociólogos franceses assinalam que ocorre em França, o Estado está começando a caducar. Está negando a realidade e boa práxis política começa por boa análise da realidade, até onde isso é humanamente possível.
Um dos nossos principais problemas, pelo menos eu entendo assim, aqui no Brasil nesse momento, é reforçar o Estado de maneira a torná-lo capaz de fiscalizar eficientemente a esfera privada. E isso fica muito difícil porque a esfera privada tem um poder grande, que é o econômico. E ameaça o Estado de várias maneiras e nem preciso explicar isso prá você, Cuba já sofreu todos os tipos de pressão que o capitalismo pode inventar.
Não entendi o que você quis dizer ao falar de Estado Paternalista. Aqui no Brasil, quando se fala de Estado Paternalista a expressão vem sempre acompanhada de críticas ferozes às políticas sociais consagradas pelo welfare state. E ao papel de fiscal e planejador da economia. Que são duas coisas das quais o Estado não pode abrir mão, pelo bem dos cidadãos. Mesmo com todos os vícios que padece na democracia liberal, a arbitragem de conflitos realizada pelo Estado é melhor que nenhuma arbitragem. E negar a necessidade de políticas sociais estatais é declarar o estado de selvageria. Por isso não entendi direito o que você quis dizer ali. Abraço :-))