Desde la llegada al poder de la administración de Donald Trump al gobierno de los EE.UU. Hemos podido apreciar el regreso a la retórica de la Guerra Fría y de confrontación. Ha sido la vuelta a la política del garrote y el avasallamiento de las soberanías de los países latinoamericanos. Como ellos proclaman: su traspatio. Cuba, la espina que desde hace más de 60 años está atravesada en el ala del águila imperial, no podía ser una excepción. Quienes eufóricos creyeron en el 2014, que se abría un nuevo periodo de paz y tranquilidad sin límite, desconocen el verdadero entramado de poder del Imperio y su necesidad, ahora si, sin límites, de dominación.
La administración Trump tiene muchos frentes de batalla abiertos a lo interno y lo externo. En pocos ha logrado avances satisfactorios, y esos pocos, más bien han sido victorias pírricas. Por tal motivo ha tenido que reciclar y traer a personajes de muy dudosa trayectoria, criminales inescrupulosos que, con mano dura, fueron una carta de triunfo de la administración Reagan, para aplacar a sangre y fuego, la rebeldía y las ansias de libertad en los países al sur del río Bravo. Fueron tiempos sin piedad, ni ética y pareciera como si nuestro hemisferio regresara a ellos. Pero el mundo no es el mismo, ni el poder del Imperio.
La administración Trump tiene muchos frentes de batalla abiertos a lo interno y lo externo. En pocos ha logrado avances satisfactorios, y esos pocos, más bien han sido victorias pírricas. Por tal motivo ha tenido que reciclar y traer a personajes de muy dudosa trayectoria, criminales inescrupulosos que, con mano dura, fueron una carta de triunfo de la administración Reagan, para aplacar a sangre y fuego, la rebeldía y las ansias de libertad en los países al sur del río Bravo. Fueron tiempos sin piedad, ni ética y pareciera como si nuestro hemisferio regresara a ellos. Pero el mundo no es el mismo, ni el poder del Imperio.