viernes, 8 de junio de 2018

La sangrienta dictadura de la plutocracia norteamericana (Parte II y Final)

Por Miguel Angel García Alzugaray

En el terreno militar, Estados Unidos preserva una gran hegemonía.

Cuando es posible participa con sus aliados, pero con frecuencia, lo hace de manera unilateral. Es esta su principal ventaja estratégica en la búsqueda de preservar el poderío. En los últimos años, EE.UU. ha demostrado, independientemente del partido de gobierno, la disposición a utilizar la fuerza militar. Esto desde la desaparición del antiguo bloque soviético de la Guerra Fría, representado por el llamado Pacto de Varsovia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha ido dejando, paso a paso, su carácter regional, para realizar operaciones militares en todas partes del planeta, extendiendo su hegemonía por todo el globo.



Entre las evidencias de las ambiciones imperiales unilaterales, Estados Unidos mantiene aproximadamente 1.000 bases militares fuera de sus fronteras, que representan el 95% de las bases militares existentes. Como señala el historiador Chalmers Johnson, se trata de una nueva forma de colonialismo que no está caracterizado, como sucedió en el caso europeo, por la ocupación del territorio: “…la versión americana de la colonia es la base militar”. Según el Instituto Internacional de Paz de Estocolmo (2010), uno de los centros más confiables de estudio de gasto militar, los Estados Unidos ejecutaron, en 2010 el 43% del gasto militar total del planeta; porcentaje significativamente superior al de los siguientes nueve países con mayor gasto militar (32%). En el presupuesto federal global, el peso relativo del gasto militar varía según cómo se realiza el cálculo. Las estadísticas oficiales muestran un peso menor al real, pues excluyen una amplia gama de desembolsos directamente relacionados con el gasto militar que no están considerados en el presupuesto del Pentágono.
De acuerdo con la organización antiguerra War Resisters League (2011), si al presupuesto oficial del Pentágono se le suma el gasto de los veteranos de guerra, la deuda pública atribuible al gasto militar y el costo de las guerras de Irak y Afganistán representa el 54% del gasto federal. Y todo ello, en un país que ni siquiera posee un sistema público de salud, lo cual puede darnos una idea de la importancia que tiene para los estadounidenses el tema de la defensa.

Un exhaustivo estudio realizado por el Watson Institute for International Studies, de la Universidad de Brown, muestra que el costo total de las guerras de los Estados Unidos, durante la última década, asciende aproximadamente a 3,2 y 4 billones de dólares (trillones, según la nomenclatura de EE.UU.)

Los cálculos, calificados como “conservadores” de este Instituto, indican que estas guerras en diez años han ocasionado la muerte de 236.000 personas; la mayoría, civiles de Irak, Afganistán y Paquistán. De ellos, entre 40.000 y 60.000 corresponden a Paquistán, donde se supone que no hay una guerra. El estudio señala que por cada uno de estos muertos directos habrían perdido la vida cuatro personas más, en forma indirecta (hambre, degradación del ambiente o de las infraestructuras). Con estos números, la cifra total equivale a 1.180.000 muertos. También se estima que entre refugiados y personas desplazadas, aproximadamente 7.800.000 personas adicionales han quedado afectadas.

Para que este sangriento y costoso estado de guerra permanente, o guerra sin fin, fuese políticamente sostenible en el tiempo, se incorporaron transformaciones fundamentales en las maneras de conducir la guerra. La experiencia de Vietnam demostró que no era posible sostener una guerra que ocupara un espacio destacado y constante en la opinión pública, pues los sectores privilegiados de la sociedad sufrían en forma directa sus consecuencias. De ahí, la búsqueda de cambios que permitiesen mayores niveles de opacidad en relación con la guerra, y el desplazamiento de los afectados hacia otros sectores de la población.

Estas medidas se han ido concretando a través de la aplicación de tres transformaciones esenciales en las formas de conducción del personal y en el uso de la tecnología. La primera medida consistió en eliminar la recluta obligatoria y sustituirla por mecanismos de enlistamiento “voluntario”, basado en incentivos económicos. En la resistencia a la guerra de Vietnam, muchos soldados provenían de sectores privilegiados de la sociedad, incluso algunos eran estudiantes de las Universidades más elitistas del país. Por eso, cada estudiante reclutado en contra de su voluntad y cada muerto que regresaba de la guerra, generaba una creciente oposición de la población. Así, el enfrentamiento bélico se hizo políticamente insostenible. Pero a partir de la eliminación de la recluta obligatoria y la incorporación de nuevas modalidades de enlistamiento, basadas en incentivos económicos, la carne de cañón de las guerras de los Estados Unidos provino casi exclusivamente de los sectores más pobres de la población, lo que disminuyó el impacto en la opinión pública.

La subcontratación o privatización de la guerra fue otra modalidad de reducción de la recluta. En 2011, estos mercenarios, denominados “contratistas militares privados”, llegaron a superar el número total de soldados uniformados activos en Irak y Afganistán.

Con la privatización de la guerra, se amplió el ámbito de competencia del “complejo militar-industrial”, y con ello, los sectores corporativos y laborales dependientes de la continuidad y la ampliación de las guerras.

De esta forma, la guerra se convierte en un apéndice continuador del propio capitalismo, en un nuevo instrumento a su servicio. Las transformaciones tecnológicas del “arte de la guerra” implicaron cambios significativos. Las nuevas armas de alta tecnología, desarrolladas al costo de miles de millones de dólares, han permitido (en especial para EE.UU.) reemplazar la participación humana directa en los campos de batalla, por nuevos armamentos que, además de incrementar el poder letal, viabilizan operaciones a distancia que no ponen en peligro a los soldados. El uso de estos nuevos instrumentos bélicos posibilita llevar a cabo una guerra sin poner un pie en territorio “enemigo”.

De acuerdo con los voceros oficiales de la OTAN, la guerra en Libia, que condujo al derrocamiento del gobierno de Gadafi,y al brutal asesinato de éste, no ocasionó ni una sola víctima mortal entre los “aliados”. Otra cosa, por supuesto, fue lo vivido por la población libia.

Una sociedad de zombies vigilados

Cuando en diferentes épocas de la historia de los EE.UU. a alguien o a un grupo de ciudadanos se le ha ocurrido salirse del carril, inmediatamente los tres poderes supuestamente independientes (legislativo, ejecutivo y judicial) han cerrado filas y se han convertido en una maquinaria represiva integral. El Congreso ha hecho las leyes, el poder ejecutivo las ha firmado y el poder judicial ha puesto a cada uno en su lugar. Más claro, ni el agua. Con el establishment no se juega. Pasó cuando la Guerra Civil, pasó en la Gran Depresión de los años treinta y también pasó cuando la Guerra contra Vietnam, y ahora hay señales de que está pasando bajo el gobierno de Donald Trump.

Si teóricamente el ciudadano norteamericano tiene un espacio libre en donde moverse sin tener que pagar las consecuencias, la realidad es que ese espacio se ha ido estrechando cada vez más y ahí están las fuerzas represivas para indicarles a los ciudadanos que no se pasen de la raya. Después de los criminales ataques terroristas del 11 de septiembre, los tres poderes se volvieron uno y empezaron a estrechar aún más el pequeño espacio que tenían los norteamericanos. No creo que la famosa Ley Patriótica fue aprobada solamente porque haya estado gobernando en esos momentos un selecto grupo de la ultraderecha reaccionaria de este país. Estoy seguro que algo bastante parecido hubiese sido implantado aunque los liberales hubiesen estado ostentando el poder.

En derechos civiles, la limitación es exagerada. Es como si todos los ciudadanos de ese país fuéran hoy sospechosos de ser terroristas. Los ejemplos de los casos individuales en los que esas exageraciones han ocurrido han sido innumerables.

A medida que la brutalidad policial se generaliza, los afrodescendientes, los latinos, los emigrantes y otras minorías son víctimas de ello.

En las grandes ciudades, en casi todas las intersecciones, existe una cámara de seguridad que vigila el andar de los ciudadanos, iguales a las que existen en todos los supermercados, centros comerciales, edificios de oficinas, etc., etc. Desde que uno sale de la casa está vigilado. En la vía pública, uno es un delincuente en potencia. Pero ¿qué es lo que está pasando en el interior de la casa? Pues lo mismo. Las llamadas telefónicas son monitoreadas, las veces que llamas a un número telefónico aquí o en el extranjero y si lo creen necesario, lo que hablas en esas llamadas, el Internet controlado y todas las páginas sociales que se han abierto en los últimos años se han convertido en el juego de video de un “gran hermano” que te vigila hasta cuando duermes.

De esta forma, los Estados Unidos se han transformado poco a poco en una sociedad de zombis que son manipulados con la ayuda de los medios de comunicación, para que ignoren la enajenante realidad en la que viven.

Entonces, si la precitada vigilancia y represión de la población mundial y norteamericana ocurre constantemente a todos los niveles institucionales, ¿de qué son campeones los imperialistas yanquis? ¿Con que moral le dan lecciones y les exigen a otros países?

Lo que debería hacer el gobierno de EE.UU. es acabar de decir públicamente que todos los gobiernos tienen el derecho de crear y defender sus propios sistemas y que nadie es mejor que nadie para criticarlos.

Al respecto pienso que por ahora es difícil que ello ocurra, pues en realidad el gobierno de los Estados Unidos, lejos de ser una verdadera democracia como cacarea, no es más que la feroz tiranía de una insaciable oligarquía sedienta de sangre, riquezas y poder, pero estoy convencido también de que más temprano que tarde será sepultada por los pueblos que son víctimas de su cruel explotación.

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