Palabras de Fernando Martínez Heredia al recibir la Distinción Félix Elmuza, de la Unión de Periodistas de Cuba, 9 de marzo de 2017
Igual que lo que ha sido costumbre llamar la vida pública y la privada, se nos reúnen y hasta se le confunden a uno lo personal y lo social en momentos como estos, en que se recibe un honor tan grande mientras tremola la bandera escoltada y se entona la canción sagrada.
Aprendí a leer a los cuatro años de edad, y devoraba todo papel escrito que veía. En un pequeño pueblo sin libros, eran los medios de prensa mi sustento intelectual. Hace quince días decía, en una maravillosa reunión de jóvenes en esta misma Casa del Alba, que de muchacho la revista Bohemia era mi escuela política. Pero en aquel tiempo hubo que arrancarse los juegos de un tirón. Cada uno debía dar de sí todo lo que pudiera, y entonces escribí mi primer trabajo para la comunicación social. Era muy breve, se tiró en mimeógrafo y salió en varios cientos de ejemplares. En cuanto aL pago, hay que aclarar que el que lo pagaba caro era el autor, si lo identificaban, porque fue en 1957.
El triunfo y los primeros años revolucionarios produjeron transformaciones tan profundas, abarcadoras y asombrosas de las personas, las relaciones sociales, las instituciones y el país que hoy resulta muy difícil representárselas y parece casi imposible comprenderlas en su integridad. Sin embargo, esto no lleva a relegarlas al olvido ni a creer que se trató de un sueño. La vigencia de la gran revolución está en la inmensa cultura acumulada por el pueblo de Cuba, en la manera de vivir superior de las personas, que no pueden arrebatarnos ni inducirnos a abandonar, y en el interés y la emoción que despierta en los jóvenes asomarse a aquella etapa de la historia prodigiosa de este país.
Esa gran revolución me formó en sus prácticas, me educó y me hizo ascender, aferrarme y cambiar al mismo tiempo, uno más entre millones que vivimos la gran aventura. Fui uno de los que asumieron pronto papeles intelectuales muy superiores a nuestra formación, como sucedía en tantos otros campos de la vida del país. Me tocaron la docencia y la investigación social, pero como entonces casi no había fronteras entre las actividades profesionales, y las necesidades eran el acicate y la brújula de las actuaciones, a mediados de los años sesenta ya estaba colaborando en publicaciones periódicas, y hasta participando en la fundación de alguna.
Hay que recordar y decir que el periodismo estuvo a la altura del tremendo movimiento histórico que se estaba viviendo. El florecimiento extraordinario del periodismo en aquella década tuvo a mi juicio varios factores que lo hicieron posible. El principal es que la mayoría de los profesionales y de la gente semiculta o culta abrazó la causa de la Revolución, y al mismo tiempo trabajaron y se formaron junto a ellos –sin paternalismos ni mezquindades– contingentes de jóvenes revolucionarios de casi nula formación previa, que ejercían con determinación y talento. Aquellos grupos les dedicaron a estos empeños toda su sensibilidad, su oficio, sus noches y sus días, su laboriosidad y su tenacidad, su valentía política y su empeño de entregarse.
El pueblo se estaba apoderando de su país, las personas de su condición humana y su dignidad, y la sed de saber y de ejercer el gusto no tenía límites. Todas las fuerzas culturales que poseía Cuba se habían puesto en tensión, por lo que aquel periodismo no podría entenderse sin estos tres elementos: un público ingente que, en gran medida, se estrenaba como lector; la politización revolucionaria de esa lectura y de la literatura, las artes y el periodismo; y la voluntad política del poder revolucionario de abrir cauces nuevos, darles lugar a las creaciones, la originalidad y la conflictividad, irse una y otra vez por encima de la mera reproducción de lo existente y de lo establecido, y rechazar las camisas de fuerza pretendidamente socialistas que desde temprano trataron de encuadrar y ahogar aquel movimiento.
La política revolucionaria en los medios abría campos para que ellos pudieran dar cabida a la diversidad de criterios y perspectivas, a los argumentos y el debate entre revolucionarios, a la polémica franca. Es decir, que proveyeran el oxígeno que es indispensable al cerebro del cuerpo social que pretenda cambiarse a sí mismo y generar una nueva sociedad y nuevas personas.
Los jóvenes que acudimos a escribir en los medios de comunicación revolucionarios queríamos ser herederos de una tradición excepcional. El más grande de los cubanos había ejercido el periodismo, y un gran número de los intelectuales de primer nivel del país habían escrito colaboraciones para la prensa. Pero no nos arredramos ante las dificultades y nuestras insuficiencias, porque entonces había una fiebre de servir, y de brindarle a la nueva Cuba los argumentos y la belleza, de empuñar los instrumentos de trabajo, la pluma, los libros, la máquina de escribir y las armas de fuego, para darse a la Revolución.
Permítanme relacionar este reconocimiento que agradezco tanto con el cincuenta aniversario de la aparición del primer número de la revista Pensamiento Crítico, que se publicó en febrero de 1967. Estoy orgulloso de los cinco años en que trabajé en aquel órgano de comunicación social que hicimos un grupo de jóvenes revolucionarios. Veo que aún presta servicios cuando jóvenes de hoy la recuerdan, por su contenido y por el ejercicio del criterio, actitud sin la cual no hay militancia verdadera. Y también recuerdo con cariño tantas revisiones de galeras, el mar de tipos de letras redondas, y también a las versalitas, a la lucha tenaz cotidiana y a la angustia por la proximidad del momento del cierre de cada número, a las discusiones sistemáticas y las repentinas, a las madrugadas sin ir a dormir.
Fue la Revolución la que promovió el ejercicio de pensar y la exigencia de que las ideas se pusieran a la altura de ella. Y por la Revolución fue que pude llegar a ser el director de una revista cubana prestigiosa.
No me detendré en otros momentos de mi largo camino. Toda la vida he sido colaborador de publicaciones periódicas, en Cuba, y también en Nicaragua, Argentina, México, Perú y otros países latinoamericanos.
Entiendo que la significación y el valor de un acto como este nos trasciende a los que recibimos los reconocimientos, y nos pone en función de algo que es mucho más valioso que cualquier galardón personal. La Unión de Periodistas de Cuba y la máxima autoridad de nuestro Estado están reafirmando con esta ceremonia su apoyo a la labor de las mujeres y los hombres que a lo largo de todo el país laboran y sirven al pueblo en este campo de actividad, su voluntad de enaltecer las conductas tan esforzadas que mantienen y su comprensión de la necesidad y la urgencia de que la estrategia de la Revolución le dé cada vez más peso a un desarrollo efectivo de los medios de comunicación, que conjugue militancia y libertad, motivaciones y recursos, y otros factores imprescindibles. Para que el periodismo pueda estar a la altura del movimiento histórico, como baluarte y como instrumento cultural del socialismo y la soberanía nacional, en esta coyuntura crucial.
Siempre ha habido que pelear por todas las cosas grandes y hermosas. Después pueden venir las satisfacciones mayores, como es vivir dentro de un pueblo entero que lee y que sabe ejercer el gusto y sus criterios propios, en medio de un planeta al que el capitalismo trata de conducir hacia la idiotez masiva. Y al cabo pueden venir también satisfacciones personales tan grandes como la que acompaña al honor de recibir un premio como este. Pero es lícito el placer si realmente uno es capaz de seguir siendo seguidor de Antonio Maceo, el obrero de la libertad, y si uno sigue siendo alumno perpetuo de José Martí, mi primer maestro de periodismo, el que escribió hace ciento treinta años: “Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo” Y que las grandes bodas del hombre son sus bodas con la patria.
Puesto entonces del lado del deber, lugar donde se encuentran tantas cosas buenas, y hasta la felicidad, es más fácil agradecer la generosidad y el gesto hermoso de los compañeros, esa familia grande de la sociedad que entre todos hemos creado. Y es más fácil afirmar que seguiré colaborando siempre con los medios cubanos de comunicación, como estoy resuelto a hacer, junto a los maestros y los profesionales capaces y honestos que trabajan entre tantas dificultades y no pocos obstáculos, y junto a los jóvenes que hoy hacen tanto por Cuba con su trabajo periodístico, sus empeños de superación y su valentía política e intelectual. Trataré de estar a la altura de esta magnífica profesión de servicio, de los símbolos que han presidido este acto solemne, y del ejemplo brindado por el periodista y trabajador gastronómico exiliado Félix Elmuza Agaisse, que se unió a Fidel, el líder del Movimiento 26 de Julio, desde 1955, lo siguió con una conducta ejemplar en la organización revolucionaria y supo escribir su nombre en la historia.
(Tomado de Cubaperiodistas)
Igual que lo que ha sido costumbre llamar la vida pública y la privada, se nos reúnen y hasta se le confunden a uno lo personal y lo social en momentos como estos, en que se recibe un honor tan grande mientras tremola la bandera escoltada y se entona la canción sagrada.
Aprendí a leer a los cuatro años de edad, y devoraba todo papel escrito que veía. En un pequeño pueblo sin libros, eran los medios de prensa mi sustento intelectual. Hace quince días decía, en una maravillosa reunión de jóvenes en esta misma Casa del Alba, que de muchacho la revista Bohemia era mi escuela política. Pero en aquel tiempo hubo que arrancarse los juegos de un tirón. Cada uno debía dar de sí todo lo que pudiera, y entonces escribí mi primer trabajo para la comunicación social. Era muy breve, se tiró en mimeógrafo y salió en varios cientos de ejemplares. En cuanto aL pago, hay que aclarar que el que lo pagaba caro era el autor, si lo identificaban, porque fue en 1957.
El triunfo y los primeros años revolucionarios produjeron transformaciones tan profundas, abarcadoras y asombrosas de las personas, las relaciones sociales, las instituciones y el país que hoy resulta muy difícil representárselas y parece casi imposible comprenderlas en su integridad. Sin embargo, esto no lleva a relegarlas al olvido ni a creer que se trató de un sueño. La vigencia de la gran revolución está en la inmensa cultura acumulada por el pueblo de Cuba, en la manera de vivir superior de las personas, que no pueden arrebatarnos ni inducirnos a abandonar, y en el interés y la emoción que despierta en los jóvenes asomarse a aquella etapa de la historia prodigiosa de este país.
Esa gran revolución me formó en sus prácticas, me educó y me hizo ascender, aferrarme y cambiar al mismo tiempo, uno más entre millones que vivimos la gran aventura. Fui uno de los que asumieron pronto papeles intelectuales muy superiores a nuestra formación, como sucedía en tantos otros campos de la vida del país. Me tocaron la docencia y la investigación social, pero como entonces casi no había fronteras entre las actividades profesionales, y las necesidades eran el acicate y la brújula de las actuaciones, a mediados de los años sesenta ya estaba colaborando en publicaciones periódicas, y hasta participando en la fundación de alguna.
Hay que recordar y decir que el periodismo estuvo a la altura del tremendo movimiento histórico que se estaba viviendo. El florecimiento extraordinario del periodismo en aquella década tuvo a mi juicio varios factores que lo hicieron posible. El principal es que la mayoría de los profesionales y de la gente semiculta o culta abrazó la causa de la Revolución, y al mismo tiempo trabajaron y se formaron junto a ellos –sin paternalismos ni mezquindades– contingentes de jóvenes revolucionarios de casi nula formación previa, que ejercían con determinación y talento. Aquellos grupos les dedicaron a estos empeños toda su sensibilidad, su oficio, sus noches y sus días, su laboriosidad y su tenacidad, su valentía política y su empeño de entregarse.
El pueblo se estaba apoderando de su país, las personas de su condición humana y su dignidad, y la sed de saber y de ejercer el gusto no tenía límites. Todas las fuerzas culturales que poseía Cuba se habían puesto en tensión, por lo que aquel periodismo no podría entenderse sin estos tres elementos: un público ingente que, en gran medida, se estrenaba como lector; la politización revolucionaria de esa lectura y de la literatura, las artes y el periodismo; y la voluntad política del poder revolucionario de abrir cauces nuevos, darles lugar a las creaciones, la originalidad y la conflictividad, irse una y otra vez por encima de la mera reproducción de lo existente y de lo establecido, y rechazar las camisas de fuerza pretendidamente socialistas que desde temprano trataron de encuadrar y ahogar aquel movimiento.
La política revolucionaria en los medios abría campos para que ellos pudieran dar cabida a la diversidad de criterios y perspectivas, a los argumentos y el debate entre revolucionarios, a la polémica franca. Es decir, que proveyeran el oxígeno que es indispensable al cerebro del cuerpo social que pretenda cambiarse a sí mismo y generar una nueva sociedad y nuevas personas.
Los jóvenes que acudimos a escribir en los medios de comunicación revolucionarios queríamos ser herederos de una tradición excepcional. El más grande de los cubanos había ejercido el periodismo, y un gran número de los intelectuales de primer nivel del país habían escrito colaboraciones para la prensa. Pero no nos arredramos ante las dificultades y nuestras insuficiencias, porque entonces había una fiebre de servir, y de brindarle a la nueva Cuba los argumentos y la belleza, de empuñar los instrumentos de trabajo, la pluma, los libros, la máquina de escribir y las armas de fuego, para darse a la Revolución.
Permítanme relacionar este reconocimiento que agradezco tanto con el cincuenta aniversario de la aparición del primer número de la revista Pensamiento Crítico, que se publicó en febrero de 1967. Estoy orgulloso de los cinco años en que trabajé en aquel órgano de comunicación social que hicimos un grupo de jóvenes revolucionarios. Veo que aún presta servicios cuando jóvenes de hoy la recuerdan, por su contenido y por el ejercicio del criterio, actitud sin la cual no hay militancia verdadera. Y también recuerdo con cariño tantas revisiones de galeras, el mar de tipos de letras redondas, y también a las versalitas, a la lucha tenaz cotidiana y a la angustia por la proximidad del momento del cierre de cada número, a las discusiones sistemáticas y las repentinas, a las madrugadas sin ir a dormir.
Fue la Revolución la que promovió el ejercicio de pensar y la exigencia de que las ideas se pusieran a la altura de ella. Y por la Revolución fue que pude llegar a ser el director de una revista cubana prestigiosa.
No me detendré en otros momentos de mi largo camino. Toda la vida he sido colaborador de publicaciones periódicas, en Cuba, y también en Nicaragua, Argentina, México, Perú y otros países latinoamericanos.
Entiendo que la significación y el valor de un acto como este nos trasciende a los que recibimos los reconocimientos, y nos pone en función de algo que es mucho más valioso que cualquier galardón personal. La Unión de Periodistas de Cuba y la máxima autoridad de nuestro Estado están reafirmando con esta ceremonia su apoyo a la labor de las mujeres y los hombres que a lo largo de todo el país laboran y sirven al pueblo en este campo de actividad, su voluntad de enaltecer las conductas tan esforzadas que mantienen y su comprensión de la necesidad y la urgencia de que la estrategia de la Revolución le dé cada vez más peso a un desarrollo efectivo de los medios de comunicación, que conjugue militancia y libertad, motivaciones y recursos, y otros factores imprescindibles. Para que el periodismo pueda estar a la altura del movimiento histórico, como baluarte y como instrumento cultural del socialismo y la soberanía nacional, en esta coyuntura crucial.
Siempre ha habido que pelear por todas las cosas grandes y hermosas. Después pueden venir las satisfacciones mayores, como es vivir dentro de un pueblo entero que lee y que sabe ejercer el gusto y sus criterios propios, en medio de un planeta al que el capitalismo trata de conducir hacia la idiotez masiva. Y al cabo pueden venir también satisfacciones personales tan grandes como la que acompaña al honor de recibir un premio como este. Pero es lícito el placer si realmente uno es capaz de seguir siendo seguidor de Antonio Maceo, el obrero de la libertad, y si uno sigue siendo alumno perpetuo de José Martí, mi primer maestro de periodismo, el que escribió hace ciento treinta años: “Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo” Y que las grandes bodas del hombre son sus bodas con la patria.
Puesto entonces del lado del deber, lugar donde se encuentran tantas cosas buenas, y hasta la felicidad, es más fácil agradecer la generosidad y el gesto hermoso de los compañeros, esa familia grande de la sociedad que entre todos hemos creado. Y es más fácil afirmar que seguiré colaborando siempre con los medios cubanos de comunicación, como estoy resuelto a hacer, junto a los maestros y los profesionales capaces y honestos que trabajan entre tantas dificultades y no pocos obstáculos, y junto a los jóvenes que hoy hacen tanto por Cuba con su trabajo periodístico, sus empeños de superación y su valentía política e intelectual. Trataré de estar a la altura de esta magnífica profesión de servicio, de los símbolos que han presidido este acto solemne, y del ejemplo brindado por el periodista y trabajador gastronómico exiliado Félix Elmuza Agaisse, que se unió a Fidel, el líder del Movimiento 26 de Julio, desde 1955, lo siguió con una conducta ejemplar en la organización revolucionaria y supo escribir su nombre en la historia.
(Tomado de Cubaperiodistas)
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