domingo, 18 de septiembre de 2016

El mandato de Joseíto

Pastor Guzmán.


La alcaldía socialista de Yaguajay, del 20 de octubre de 1946 al 4 de abril de 1952, constituyó un oasis de honestidad y realizaciones sociales en medio de los vicios de la república neocolonial


“A Valdesuso le gané incluso en su barrio de Mayajigua”, aseguraba Joseíto.

Parecía que el cielo se iba a caer aquel 19 de septiembre de 1946 en Yaguajay, cuando se completó el conteo de los votos en la segunda vuelta de las elecciones para la alcaldía municipal y salió electo un candidato de la oposición; ¡y qué oposición!, pues por primera vez accedía al cargo un comunista: José Manuel Ruiz Rodríguez, Joseíto, hombre combativo y honesto, activo defensor de los más pobres y de toda causa noble.

Pese a las trampas interpuestas por la oligarquía en el poder y en medio de la opresiva atmósfera de guerra fría que se vivía en Cuba, donde existía un Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC), el pueblo había hecho el milagro eligiendo a uno de los suyos para que respondiera a sus legítimos intereses. Se convertía así Joseíto Ruiz en el segundo alcalde comunista del país, después de que Paquito Rosales fuera electo al cargo en Manzanillo en 1940.

Entre los “secretos” del triunfo, el afable Joseíto —ya tristemente fallecido— nos relató hace 25 años en la sala de su casa en Santa Clara, donde Escambray lo entrevistó: “Yo era concejal desde 1944 y había sobresalido en el Ayuntamiento, denunciando como se cogían los presupuestos y se desatendía a los desposeídos y, además, que la alcaldía no hacía nada a favor del municipio”.
De manera que este sagaz comunista se reconoció “culpable” de que las masas se enteraran por su intermedio cada vez que se iba a discutir un asunto importante y se pretendía darle la mala al pueblo.

NO JUGABAN LIMPIO NI DURMIENDO

La lucha por el puesto de alcalde fue reñida y desigual. Francisco Rodríguez Bello, quien iba a la reelección por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), tenía a su favor todo el dinero necesario y el apoyo de la maquinaria partidista, además de la gente del ABC y el Partido Republicano. Su nombre aparecía tres veces en las boletas electorales.

Por si fuera poco el respaldo de todas las fuerzas reaccionarias, el candidato oficial contaba con el Ejército y la Policía, cuyos miembros amenazaban y reprimían a los simpatizantes de Joseíto Ruiz. Pero, en cambio, el aspirante comunista venía de su puesto de obrero en el central Narcisa —luego Obdulio Morales—, donde fue fundador en 1936 de la primera célula del Partido, junto a Felipe Torres Trujillo, que la dirigía, y otros cinco trabajadores.

Y en los 10 años transcurridos, en virtud de su total apoyo a las luchas por las reivindicaciones obreras en las tres fábricas de azúcar del municipio y la enconada oposición a los desalojos campesinos —Bamburanao, Aguada de Carrillo y Estero Real— los comunistas habían ganado profundo arraigo en el pueblo.

En septiembre de 1938 se consideró necesaria la unión de las células comunistas de la zona y la creación del Comité Municipal del Partido en Yaguajay. Desde 1941 José Ruiz Rodríguez ocupó la secretaría general con sobrados méritos, porque precisamente Joseíto había sido uno de los militantes de los que más directamente enfrentaron los abusos de industriales y terratenientes y sufrió por ello persecución y cárcel.

Sin así llamarlo, lo que Joseíto prometía al pueblo mucho antes de que el senador ortodoxo Eduardo Chibás lo proclamara como lema fue vergüenza contra dinero. Y, aunque ninguno de los candidatos obtuvo el 50 por ciento más uno de los votos en la primera vuelta efectuada el primero de junio de 1946, en la segunda el comunista se alzó con la victoria, con 6 671 sufragios, 166 más que su adversario.


Ruiz, al centro, junto a Jerónimo Besánguiz, director del Complejo Histórico Comandante Camilo Cienfuegos y otros compañeros.

¿OTRO SAN NICOLÁS DEL PELADERO?

Si no hubiese tenido un trasfondo tan triste y patético, lo que Joseíto encontró en el local de la alcaldía daba idea de sainete criollo propio del teatro bufo. Los 7 centavos en caja quizás significaban —uno por cada 10 000— los 70 000 pesos de desfalco que dejó el alcalde saliente.

El municipio tenía un presupuesto anual de 40 000 pesos que jamás se cumplía. “No había —aseguraba Joseíto— ni equipos, ni herramientas, ni nada para obras públicas; los barrios estaban incomunicados, las pocas escuelas existentes eran un desastre”.

Pero, incluso, para ponerse a trabajar tuvo que empezar por la alcaldía, de donde Rodríguez Bello y sus acólitos se habían llevado parte de las máquinas de escribir e inutilizado otras, además de arrancar los cables del alumbrado eléctrico y romper los servicios sanitarios.

Una vez restaurado el local, lo primero que Ruiz hizo fue despedir a los 18 policías municipales, que desde la creación de la Policía Nacional no tenían razón de ser, pero que el alcalde anterior utilizaba como sargentos políticos. En cambio, el flamante regidor nombró a otros agentes escogidos entre gente honesta a quienes destinó a dar clases en nuevas escuelas o a trabajar en obras de beneficio social.

A Joseíto le pareció que 40 000 pesos de presupuesto era poco dinero para el municipio y se propuso enmendarlo haciendo una revisión al sistema de rentas e impuestos. Descubrió que había personas con fincas de 100 caballerías que pagaban por 20, y otros con 10 casas alquiladas pagando por cuatro. Pero a cambio de lo que no daban al fisco, el alcalde anterior les pedía favores y dinero.

“El primer año recaudamos 66 000 pesos y cubrimos todos los compromisos del municipio. Tuvimos un superávit de más de 20 000 pesos y con ese dinero hicimos un presupuesto extraordinario. La administración socialista llegó a elevar el presupuesto anual a 99 000 pesos y todos los años tuvo superávit”, señalaba Ruiz.

OBRAS SON AMORES

Con el dinero recaudado, la alcaldía adquirió camiones, tractores, motoniveladoras, cilindro aplanador, concretera y herramientas para obras públicas, así como un carro-pipa para repartir agua, porque en aquella época no había acueducto.

“Emprendimos —dijo Joseíto— la construcción de escuelas, carreteras, terraplenes, reparación de calles, el estadio municipal de pelota, el cementerio de Jarahueca, monumentos públicos, casas de socorro, mejoramiento del alumbrado eléctrico, parques infantiles y saneamiento ambiental.

“Se instituyó el servicio médico y estomatológico gratuito en casas de socorro de varias localidades; el de comadrona para las embarazadas y el de medicamentos para enfermos con pocos recursos. Se abrieron academias de corte y costura en los seis barrios del municipio, entre otras iniciativas.

“Con las cosas que hicimos se beneficiaron no solo los pobres, sino también gente pudiente, y todo eso, junto con la habilidad de ligar a todo el pueblo a la obra, se tradujo en algo así como un frente popular”.


Cartel de anuncio de la toma de posesión del alcalde comunista.

OTRA BATALLA EN LAS URNAS

En las elecciones de 1950 Joseíto se postuló para la reelección, mientras los “auténticos” lanzaban a su mejor candidato posible, el doctor José Ramón Valdesuso, médico de Mayajigua. Carlos Prío Socarrás, presidente de la República desde 1948, acudió en persona a varios mítines de su partido en Yaguajay y dijo que enviaría todo el dinero que hiciera falta para acabar con la alcaldía comunista.

Sus palabras no eran para despreciar luego de sonados crímenes políticos cometidos por las administraciones auténticas, como los de Aracelio Iglesias y Jesús Menéndez, entre otros. El 30 de mayo de 1950, día previo a las elecciones, aparecieron en Yaguajay tres pistoleros con la misión de matar al alcalde del PSP. Ellos pusieron varias emboscadas en lugares por donde debía pasar, pero por distintas causas no les fue posible concretar el asesinato.

Un “auténtico” con escrúpulos confesó el siniestro plan a un amigo de Joseíto, quien lo alertó y entonces este movilizó a las masas y denunció el hecho con manifestaciones, cartas y telegramas a Prío y otros dirigentes. Las graves acusaciones fueron publicadas por el periódico Hoy.

“En esas elecciones barrimos —recordó con visible emoción Joseíto Ruiz—. A Valdesuso le gané incluso en su barrio de Mayajigua. Obtuve 7 744 votos y el triunfo fue por una diferencia de 2 796 sufragios”.

La obra edificante del alcalde comunista continuó con bríos hasta semanas después del golpe del 10 de marzo de 1952. Batista suspendió la Constitución del 40 y emitió los llamados Estatutos Constitucionales. Joseíto se negó a firmarlos, al igual que 11 de los 21 concejales, y fue destituido por el régimen y expulsado por la fuerza de la alcaldía a las nueve de la noche del 4 de abril de 1952.

El alcalde designado por el tirano tardó una semana en asumir sus funciones y, al igual que la mayoría de sus antecesores no hizo nada en favor del pueblo.

La población reaccionó con manifestaciones y mítines de protesta; los trabajadores del central Narcisa ofrecieron sus plazas al alcalde depuesto, y este denunció en una proclama la vil destitución de que fue objeto. Los 32 alcaldes villareños emitieron una declaración oponiéndose a tal acto de fuerza.

“Seguí —dice Joseíto— como secretario general del PSP en Yaguajay, viviendo de mi sueldo de obrero azucarero y conspirando contra Batista. Cuando triunfó la Revolución, sentí que mi causa ganaba, que mi ideal se realizaba finalmente”.

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