jueves, 26 de noviembre de 2015

Lo viejo, lo nuevo, y el consumo

Rolando Pérez BetancourtAutor: Rolando Pérez Betancourt | internet@granma.cu
Los aportes tecnológicos en el cine encontraron la resistencia de aquellos que habían triunfado con sus propias técnicas y poéticas.

Antológico es el portazo de Chaplin cuando varios productores de Hollywoood —con la esperanza de que el genio aceptara el cambiazo— lo invitaron a una proyección que le permitiría calibrar las posibilidades del sonoro.

“Sin el silencio, el cine pierde su poesía”, dijo airado, y se fue a rumiar el espanto que le ocasionaba el sonido en pantalla.

Hoy nadie discute que el mejor Chaplin ha­bría que buscarlo en sus películas silentes, lo cual no fue óbice para que el creador terminara por aceptar las nuevas tecnologías de su época, tras la convicción de que su uso le iría cambiando al espectador la forma clásica de asumir el cine, una constante de apreciaciones renovadas que se repetirá hasta mucho más allá de nuestros días

Los artífices del cine negro norteamericano, que tanta influencia tuvieron del expresionismo alemán, temblaron ante la aparición del cine en colores, que les impedía expresarse me­diante sus magistrales combinaciones de luces y sombras.


También figuras como Bergman, o Fellini, rechazaron en un principio el uso del color, para terminar aceptándolo.

La irrupción masiva de la televisión, en los años cincuenta, obligó al cine a recurrir al Ci­nemascope y a intensificar las grandes producciones en tecnicolor y sonido estéreo, además de crear el 3D (que en aquellos días era menos efectivo y daba dolores de cabeza), entre otros recursos tecnológicos encaminados a plantar pies firmes ante la pantallita devoradora de audiencias.

No es lo mismo ver un filme en un cine, que en la televisión. Pero ver películas de manera tradicional se ha ido modificando bajo el peso demoledor de los adelantos tecnológicos, que permiten llevarse al hogar lo que se quiera para disponer del producto a la hora más propicia y según el estado anímico prevaleciente. Po­si­bi­lidad que ha dado lugar a un nuevo tipo de es­pectador, interesado más en consumir contenidos mediante cualquier medio moderno, que en calibrar estéticas, o el influjo de los diversos componentes artísticos.

Las diferentes formas de recibir una producción audiovisual permite hablar entonces de espectadores con apreciaciones disímiles a partir de un mismo producto, porque no sería lo mismo Avatar en un cine, que en una computadora.

Pongo de ejemplo la muy taquillera Avatar, porque cuando se estrenó internacionalmente, amigos que la habían visto hablaban solo de sus efectos especiales y, en concreto, la excelente utilización de la 3D, con lo cual pasaba a un segundo plano la historia en sí, bastante simplona y con no poco de Danza con lobos, el oeste de Kevin Costner.

Tal ejemplo, y otros más, permiten barruntar que no obstante el desarrollo de las nuevas tecnologías, el gran cine comercial, en manos de las transnacionales del entretenimiento, continúa martillando en su agotado universo temático, entre otras razones porque a lo largo de los años ha condicionado la preferencia de un gran público interesado en consumir fórmulas, y no en cambiar sus miradas apreciativas. Ese público, atrapado en la opinión dominante que le inculcan los grandes medios, y que hoy se expande a los dominios de la política, la economía neoliberal, la filosofía de bolsillo, la mo­da, la belleza física y por ahí una larga lista, paga por ver los millonarios blockbuster, o lo que es igual, el éxito garantizado a partir de sus preferencias, y no por filmes provenientes de un cine más serio, o de autor.

El 3D complica el proceso creativo por cuanto se debe tener presente la otra dimensión pa­ra conformar el guion técnico y el storyboard. Acorde con las posibilidades de las nuevas tecnologías, se busca un planeamiento visual de mayor trascendencia para que el espectador se vea involucrado en la historia, pero involucrado no de una manera intelectualmente participativa, sino más bien como si se encontrara en una feria de atracciones: el avión que estuvo a punto de golpearme, el golpe de sable que esquivé, las catástrofes geográficas, y así por el estilo. Es decir, la adrenalina y el estar al tanto del próximo truco visual, hacen que difícilmente la tercera dimensión pueda involucrarse en historias íntimas que superen los límites del cine comercial.

Una rápida mirada a lo hasta ahora realizado así lo demuestra: guiones bastante simples y por lo general en el género de la ciencia ficción, a partir, casi siempre, de dos mundos paralelos de los que se entra y se sale por diferentes vías y, al igual que los otros géneros preferidos por el 3D —la aventura y el terror— una extremada violencia y escenas de acción repartidas según los cálculos de una computadora.

No quiero ser pesimista porque, después de todo, el progreso tecnológico a lo largo de la historia del cine ha demostrado que puede transformar las concepciones estéticas y con ellas las formas de consumir los productos audiovisuales, pero casi pudiera asegurar que el 3D difícilmente podrá escapar de las trampas del consumo fácil en el que él mismo se enrejó, tras abrir los ojos al mundo.
(tomado de Granma)

No hay comentarios:

Publicar un comentario