domingo, 13 de septiembre de 2015

Que no nos priven las palabras o Fulgencio Batista, ¿un santo constructor?

Por: Luis Toledo Sande

Cafetería. Foto: Luis Toledo Sande/ Bohemia
“Plan de obras del presidente Batista. Ministerio de Obras Públicas”. El mensaje lo enfatiza, al pie de la foto, una mesita adosada a la pared y en la cual se reproduce la franja donde aparece el cartel. La mitad superior de la imagen muestra, en construcción, el trecho de la calle Línea desde cerca de la nueva cafetería hasta el túnel por donde se rebasa en automóvil la ría del Almendares. Foto: Luis Toledo Sande/ Bohemia

Cuando en vísperas del pasado 26 de julio me dirigía al Centro de Estudios Martianos –situado en una de las esquinas de Calzada y 4, en El Vedado habanero– para hacer un trámite profesional, no imaginaba nada parecido a la sorpresa que me esperaba a pocos metros de esa institución. Extenuado por el viaje en una mañana de fuerte calor, sentí la necesidad de sumar algo al desayuno que había ingerido presurosamente, y recordé el timbiriche particular instalado a pocos metros de allí cuando el llamado cuentapropismo no vivía el apogeo que tendría años más tarde. Al acercarme, noté que le había surgido un rival colindante mucho mejor plantado, con entradas por la calle 4 y por Línea.

Poco tiene que ver con los empeños iniciales para revitalizar, por vía privada, la gastronomía nacional. Es otra cosa. Higiene y recursos se unen a una oferta variada, bien servida y no mal cobrada. “Desconocía este sitio”, le dije a uno de los empleados, y me respondió con corrección: “Abrimos hace dos meses”.


No hay duda: aquello se hizo con dinero. ¿Acumulado de qué modo? ¿Dentro del país? Aunque el local es pequeño, con espacio para pocas mesas, se ve bien, confortable. Es un servicio tipo “paraditos”, pero acogedor. Pronto me percaté de la foto de apreciable tamaño con que el propietario, o los propietarios, decidieron personalizar –palabra de moda– su negocio. Bien tomada, bien impresa, bien montada en una estructura vítrea. Allí hay solvencia.

La mitad superior muestra, en construcción, el trecho de la calle Línea desde cerca de la nueva cafetería hasta el túnel por donde se rebasa en automóvil la ría del Almendares. La mitad inferior corresponde a la imagen del mismo tramo, pero con el empaque actual de la célebre arteria urbana. Su nombre –informa la enciclopedia EcuRed– rinde tributo a la vía por donde transitaron los trenes precursores del tranvía que existió hasta mediados del siglo XX, y que aún muchos añoran.

También rinde tributo, sobre todo, a la justa voluntad popular de borrar otros nombres con que los gobiernos de turno la bautizaron: primero, en 1918, Avenida del Presidente [Thomas Woodrow] Wilson, expresión del intervencionismo de los Estados Unidos; luego, en los años 50, Doble Vía General Batista, marrullería del criminal golpista a quien todavía algunos procuran enaltecer.

Me acerqué para ver, en el borde inferior, lo que supuse un recuadro añadido para indicar créditos: fuente documental, fotógrafo, diseñador del montaje… Pero forma parte de la imagen original, y es un cartel con texto en caracteres de apreciable puntaje: “Plan de obras del presidente Batista. Ministerio de Obras Públicas”. El mensaje lo enfatiza, al pie de la foto, una mesita adosada a la pared y en la cual se reproduce la franja donde aparece el cartel.

El texto, parco, parecería querer borrar años de historia. De hecho, voluntades aparte, se inscribe en maniobras dirigidas a idealizar a un tirano cuya ejecutoria abarca incontables y brutales asesinatos y torturas, y gran saqueo de las arcas de la nación. A ese tirano se alude, sin más, como si hubiera sido un gobernante a quien sería justo agradecer un plan de obras públicas, y cuyo Ministerio del ramo se ve exculpado de la gran corrupción que practicó.

En la Cuba actual se ha querido que no nos parezcamos a contextos donde el concepto de reformas y la introducción o crecimiento de modos de propiedad privada –que en determinadas circunstancias y para fines concretos puede ser necesaria, pero caracteriza al capitalismo, que la refuerza como dogma en su etapa neoliberal–, llevaron al desmontaje, programado, de todo afán de construir el socialismo. A este lo definen, entre otras cosas, el peso de la propiedad social en los medios fundamentales de producción y de servicios.

Los términos cuentapropismo y cuentrapropista, y sus derivados, que se han puesto en boga, designan formas de gestión administrativa y de propiedad correspondientes a lo privado y a la privatización. Si lo olvidáramos, acabaríamos con los sentidos privados por la “magia” de las palabras, y la desmemoria podría empujarnos a comportamientos, ideas y decisiones torpes, como pasar por alto quién fue Batista, y qué hizo.

Mucho habrá que seguir esclareciendo, y regulando, para el correcto funcionamiento de la propiedad privada que crece entre nosotros. Una vertiente concierne al movimiento sindical, que debe asegurar la protección a trabajadores y trabajadoras del sector privado o de gestión no estatal, para quienes ya no será necesario vérselas precisamente con posibles errores, insuficiencias o deformaciones en un Estado erigido con la voluntad de velar por los intereses colectivos, del pueblo. Ahora necesitarán, cada vez más, protección frente a dueños que se enriquecen con la plusvalía extraída de la fuerza de trabajo que explotan, cualesquiera que sean los salarios que paguen, y a quienes voceros del imperio han declarado que ven como germen de una clase social en que tendrían aliados.

Por mucho que ganen quienes trabajan en ese sector, hay una realidad que deben conocer: sus empleadores –ojalá todos paguen escrupulosamente los debidos impuestos–, no tienen que construir ni mantener escuelas, centros de salud ni otros modos de servicios fundamentales para la población. Esto va dicho sin desconocer que quienes siguen trabajando en el ámbito de la propiedad social, administrada por el Estado, y básica para el socialismo, también necesitan que sus salarios crezcan en términos absolutos y en relación con el costo de la vida.

Ese tema requiere estudiarse a fondo, y los presentes apuntes se centran someramente en la foto ya comentada, y en sus alcances. No es una política de prohibiciones lo que urge tener: ellas pueden acabar siendo contraproducentes, si no lo son o lo han sido ya. Pero prohibiciones necesarias hay y habrá, y deben cumplirse al servicio de una adecuada cultura de civilidad y orden.

Urge impedir que el pensamiento patriótico y revolucionario se desmovilice, se anule, y termine en cómplice de quienes, desde dentro o desde fuera, invitan al pueblo cubano a olvidar la historia. Tal invitación, que viene de un origen más o menos común, ha recibido firmes respuestas de representantes de la misma Cuba y de otros pueblos, como en la reciente Cumbre de la Comunidad de Estados de la América Latina y el Caribe.

Por temor a no parecer que se limitan derechos individuales, y que se intenta impedir a los dueños hacer en sus establecimientos lo que real o supuestamente pueden permitirse, ¿deben las fuerzas revolucionarias del país –sus instituciones gubernamentales, sus organizaciones políticas, las masas de patriotas– cruzarse de brazos y morderse la lengua? Así se abrirían las puertas a la complicidad objetiva con el imperialismo, a cualquier exceso, como la discriminación racial, la prostitución, la pornografía y otros engendros contra los cuales se ha proyectado históricamente lo más lúcido del pensamiento revolucionario.

¿Debemos tolerar que impunemente se le rinda tributo al sanguinario Fulgencio Batista, cuando fuerzas contrarrevolucionarias y aliadas de la política imperial lo enaltecen, y sostienen que Cuba nunca estuvo mejor que cuando él fue presidente y servía, como la gran mayoría de sus predecesores, al empeño de hacer de este país la imagen de la “perfecta neocolonia”? Si esa imagen hubiera sido real, ¿cómo explicar el fomento y la victoria de la Revolución que llegó al poder, con resuelto apoyo del pueblo, en 1959?

Para no convertirse en un régimen inerte y gastado, esa Revolución debe perfeccionarse permanentemente, erradicar lacras internas, poner en tensión sus mejores fuerzas en todos lo sectores, marchar hacia el futuro, alcanzar eficiencia y seguir preparada y alerta frente a sus enemigos, que no cesan, aunque cambien de táctica y se enmascaren. En el afán de lograr lo que ella necesita para bien del pueblo, su guía no puede ser la actualidad marcada por el Meridiano de Greenwich de la economía mundial, el capitalismo, que tuvo un guardián asesino en el Batista que salió huyendo de Cuba el 31 de diciembre de 1958, y cuya sombra merece ser conjurada para siempre.

En todo eso pensó el autor de este artículo cuando en vísperas del 26 de julio vio en La Habana un establecimiento público, de propiedad privada, “engalanado” con una foto que rinde culto al tirano. Cerca de allí se encuentra el Centro dedicado cardinalmente al estudio de la vida, la obra y el pensamiento del autor intelectual de los hechos con que en aquella fecha de 1953 comenzó una etapa decisiva en la transformación revolucionaria del país.

Cafetería. Foto: Luis Toledo Sande/ Bohemia
Detalles de la foto y de la mesita. En ambos se aprecia el cartel. Foto: Luis Toledo Sande/ Bohemia

(Tomado de Bohemia)

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