jueves, 13 de noviembre de 2014

Algunas mambisadas del general Quintín

Por Pedro Antonio García*

Veterano de nuestras tres guerras de independencia, su vida azarosa y su temperamento rebelde le hicieron protagonista de hechos pintorescos, recogidos amorosamente por la memoria popular...

Quintín Bandera fue un destacado combatiente en las luchas independentistas cubanas. (Ecured)

José Quintino Bandera Betancourt. (30 de octubre de 1834, Santiago de Cuba, Cuba – 23 de agosto de 1906, Santiago de Cuba, Cuba) Patriota cubano, más conocido como Quintín Bandera. Fue famoso por sus cargas al machete. Combatió en las tres guerras de independencia de Cuba hasta alcanzar los grados de general de división. Fue asesinado por la guardia rural durante la Guerrita de Agosto de 1906.

Por Pedro Antonio García*/CUBAHORA.- En la tradición familiar de muchos descendientes de soldados y oficiales del Ejército Libertador, se denominaban mambisadas a los relatos de hechos acaecidos en las guerras de independencia, a veces pintorescos, en otras de profundo contenido patriótico. El historiador Abelardo Padrón ha recogido muchas de ellas en sus libros.

Uno de los protagonistas usuales de dichos relatos es Quintín Bandera. Precisamente de una obra de Padrón, “General de tres guerras”, y de mi tradición familiar hemos extraído algunas para este trabajo. En ocasiones hay diferencias entre ambas versiones pero en lo esencial coinciden.

Bandera se incorporó a la insurrección en los primeros días de la guerra del 68. Combatió bajo el mando de Donato Mármol, Máximo Gómez y Antonio Maceo. En el combate de Guisa (1872), subordinado al luego mayor general Flor Crombet, se le inutilizó el machete, desconocemos cómo.

Quintín se lió cuerpo a cuerpo, solo con las manos, contra los soldados españoles. A dos de ellos los puso fuera de combate golpeando cabeza contra cabeza en el fragor de la batalla. ¿Debemos extrañarnos que, con el tiempo, el nombre de este guerrero mambí causara pavor en las filas peninsulares?

Sin embargo, Bandera les dio siempre un tratamiento especial a los prisioneros españoles. Una vez le preguntó a un grupo de ellos: “¿Por qué están aquí? ¿Qué les ha hecho esta tierra?”. Los “pañolitos”, como el mambí les llamaba, le explicaron que eran pobres y en su tierra los habían enrolado a la fuerza en el ejército.

Quintín tal vez vio en ellos al adolescente que fue una vez y que correteaba entre hornos de carbón y encallecía sus manos como peón de albañil y jornalero agrícola. “Suéltenlos y que corran”, orientó. Los españoles echaron a correr pensando que los iban a masacrar por la espalda, pero llegaron ilesos a los campamentos peninsulares.

Cuando el mambí sufrió prisión en cárceles españolas, muchos de estos, junto con sus familias, fueron a verlo y le llevaron comida y ropa. Un carcelero reprendió a una madre de la península, “por ser tan caritativa contra ese negro manigüero”. La mujer, indignada, replicó:”A ese señor mi hijo le debe la vida”.

En cambio Quintín era inclemente con los cubanos traidores. Cuando uno de estos caía prisionero, le preguntaba su nombre. Tras la respuesta, le decía:”Te ñamabas”, y ordenaba su ejecución inmediata.

En la tregua fecunda

Después del Pacto del Zanjón, Quintín siguió conspirando contra el colonialismo español en su natal Santiago de Cuba. En esa etapa algunos cubanos se pusieron al servicio de España, otros tomaron el camino de la delincuencia y asolaron con sus fechorías los barrios humildes, uno de ellos fue Los Hoyos.

El mambí indagó quienes eran los forajidos con los vecinos. Estos guardaban silencio ante las autoridades coloniales, pero a Bandera no le negaron información. En definitiva, a la policía española no le interesaba detener a ladrón alguno, por lo que nunca investigaban sobre las fechorías cometidas.

Al día siguiente aparecieron dos delincuentes acuchillados en la calle del Rastro. Según el historiador Padrón, jamás supieron las autoridades quién fue el autor de la ejecución. “Hoy, a más de cien años, nosotros nos imaginamos quien fue”, añade.

El poder de su nombre

Durante la invasión de Máximo Gómez y Antonio Maceo a occidente, en la guerra del 95, Quintín dirigía la infantería mambisa. Su nombre había devenido leyenda negra entre los españoles, quienes lo imaginaban con argollas en la nariz y al frente de caníbales en taparrabos y sedientos de sangre.

En algún lugar de Cuba, algunos autores aseguran que fue en la llanura matancera, cuando dos batallones peninsulares se encontraron. Al “Alto, quién vive”, pronunciado por uno de estos, el otro respondió: “San Quintín”, pero los de la primera fuerza entendieron “Quintín” solamente, y se generalizó el tiroteo con muchos españoles muertos.

La veracidad de este hecho la confirma, aparte de los muertos y heridos del parte militar ibérico, el telegrama que por aquellos días se vio obligado a enviar el entonces capitán general al alto mando español.

Antonio Maceo, tras enterarse del suceso, solía bromear: “Yo, solo con el nombre del compadre Quintín, soy capaz de tomar La Habana”.

En la neocolonia

La república que se iniciara el 20 de mayo de 1902 estaba muy lejos de aquella que soñaron José Martí y Antonio Maceo, “con todos y para el bien de todos”. El propio Quintín sufrió en carne propia la discriminación que era objeto un sector de la cubanidad por el color de la piel.

En Güines, relata el también historiador Rafael Cepeda, quien oyó esta mambisada de labios de sus mayores, Bandera fue a una barbería. Al quedar disponible el sillón, el ya general se sentó en él. “Péleme, por favor”, dijo. No imaginó nunca la respuesta del fígaro; “Yo no pelo negros”.

Cuentan que rodaron tijeras, peines y artículos de tocador; luego el propio barbero con un piñazo al mentón.

No fue la única humillación. Quintín, quien ingresó a la masonería en una logia mambisa, siempre firmó con tres puntos sus cartas y documentos y al cesar la dominación española continuó haciéndolo. Ya en la neocolonia, residente en La Habana, solicitó seguir militando en esa asociación fraternal.

Pero por el color de su piel recibió las “siete bolas negras” (símbolo de la no aceptación) por parte de sus “hermanos”. De acuerdo con su biógrafo Abelardo Padrón, hizo varias veces la petición. Murió sin saber que en su última apelación tampoco había sido aprobado.
*Pedro Antonio García, periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.

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