Por Jesús Arboleya Cervera
Progreso Semanal
LA HABANA - A lo largo de la historia ha sido bastante común que los servicios de seguridad e inteligencia norteamericanos demuestren una “incapacidad absoluta”, para investigar aquellos acontecimientos que afectan de manera directa la política de ese país. En el caso de Cuba, basta tomar como ejemplo el “misterio” que aún acompaña a la conveniente voladura del acorazado Maine en plena bahía de La Habana en febrero de 1898, lo que sirvió de excusa para la intervención de Estados Unidos en la guerra contra España y la posterior ocupación de la Isla.
El más sonado de todos estos “misterios” es el relacionado con el asesinato de John F. Kennedy. A pesar de realizarse a plena luz del día, en medio de una manifestación de personas, que incluso fue filmado por un cineasta aficionado que se encontraba en el lugar y detenido de inmediato el presunto asesino, el cual fue también sorpresivamente asesinado horas más tarde por un mafioso supuestamente “agobiado” por el crimen, las investigaciones realizadas en extenso por el FBI, el Congreso y un montón de interesados en el asunto, no han sido capaces de esclarecer cómo se cometió el magnicidio y mucho menos cuáles fueron los verdaderos implicados en el mismo.
Con los atentados del 11 de septiembre de 2001 ha pasado lo mismo. En un inicio, los servicios de seguridad demostraron una eficacia impresionante, quizá demasiado impresionante para ser creíble. Identificaron rápidamente a los realizadores, determinaron su militancia en la organización Al Qaeda bajo la dirección de Osama bin Laden e iniciaron una ofensiva mundial que, antes de culminar con el también misterioso asesinato del líder, cuyo cadáver inexplicablemente no fue exhibido como trofeo sino sumergido en el mar, implicó las guerras de Afganistán e Irak, así como una cruzada antiterrorista de alta tecnología que incluye el uso de satélites y aviones no tripulados diseñados para matar a cualquiera en cualquier parte.
Hoy día, mucha gente se hace preguntas tan elementales como si efectivamente aquellos fanáticos musulmanes, que apenas podían volar una avioneta de mala muerte eran capaces de manejar con tal pericia inmensos aviones de pasajeros; si Osama estaba en capacidad de organizar una operación tan sofisticada desde una cueva afgana, donde las propias autoridades estadounidenses dijeron se encontraba escondido; si efectivamente el choque de una nave aérea podía desplomar de tal manera las torres del World Trade Center; si fue un avión el que realmente chocó contra el Pentágono y quién voló la tercera nave, si realmente esto fue lo ocurrido.
Para acrecentar las dudas, el ex-senador federal Bob Graham, quien formaba parte de la Investigación Conjunta del Congreso sobre los atentados, ha acusado al FBI de haber obstruido la investigación, al ocultar información sobre una posible conexión en la Florida con los ataques. La noticia, reportada por primera vez en Broward Bulldog.org en el 2011, incluye un informe del FBI recientemente desclasificado, que vincula a una familia saudita que vivía en Sarasota “a individuos asociados con los ataques terroristas del 2001”.
Según Graham: “El hecho de que el FBI no presentó (ante la Investigación Conjunta) documentos que incluían ‘muchas conexiones’ entre sauditas que vivían en Estados Unidos e individuos asociados con los ataques terroristas… interfirió con la habilidad de la Investigación de completar su misión”. También dijo que los jefes de la misma, Thomas Kean y Lee Hamilton, así como su director ejecutivo Philip Zelikow, no estaban al tanto de la investigación del FBI en Sarasota y que incluso el subdirector del FBI, Sean Joyce, intervino para impedirle hablar con el agente especial a cargo de la investigación desarrollada en dicho lugar.
La demanda exige la presentación de los archivos de una investigación del FBI a Esam Ghazzawi, ex asesor de un príncipe saudita de alto rango. Ahora bien, si realmente el ex-senador quiere investigar a fondo los acontecimientos del 11 de septiembre, existen otras pistas aún más comprometedoras, las cuales no se están referidas a una familia perdida en Sarasota, sino al clan Bush, cuyos vínculos con la familia bin Laden son de conocimiento público.
Según afirman los investigadores Webster G. Tarpley and Antón Chaitkin (George Bush: The unauthorized biography, www.tarpley.net) la empresa petrolera Zapata Offshore, bajo la presidencia de George H. Bush y financiada por Eugene Meyer y su yerno Phillip Graham, dueños entonces del Washington Post, fue un frente de la CIA para el entrenamiento en Cay Sal Bank de los grupos terroristas organizados por la CIA, dentro del contexto de la Operación Mangosta contra Cuba en 1962. Cuando tal conexión pretendió ser investigada por ellos en 1981, resultó que los documentos de la compañía comprendidos entre los años 1960 y 1966 habían sido destruidos “por error” en los archivos de la Securities and Exchange Commission.
Esta compañía también contaba, desde mediados de la década de los años 60, con capital de la familia bin Laden y estos contactos se extendieron a su hijo George W. Bush, cuando creó la empresa petrolera Arbustos en Texas. Estas fuentes afirman que fue precisamente George H. Bush el que facilitó los contactos de la CIA con Osama bin Laden, para incrementar las operaciones de los talibanes contra los soviéticos en Afganistán.
La historia de George H. Bush constituye un “misterio” en sí misma. Debido a su involucramiento en las actividades de la CIA contra Cuba, fue incluido en las investigaciones por el asesinato de Kennedy, lo que no impidió que con posterioridad fuese nombrado jefe de la Agencia. En calidad de vicepresidente de Ronald Reagan fue investigado sin consecuencias en el escándalo Irán-Contra y ya siendo presidente de Estados Unidos, decretó el indulto del connotado terrorista de origen cubano Orlando Bosch, responsable, junto con Luis Posada Carriles, de la voladura en pleno vuelo de un avión comercial cubano en Barbados en 1976, precisamente Bush cuando fungía como zar del espionaje en el país.
La relación de los Bush con los bin Laden no concluyó con los atentados del 11 de septiembre de 2001. Al contrario, según un reporte basado en fuentes norteamericanas del periodista chileno Christian Buscaglia y publicado por el periódico El Mirador el pasado 2 de mayo de 2011, los intereses conjuntos del clan Bush, así como de otros importantes personajes ligados al Partido Republicano, el Pentágono y las altas finanzas estadounidenses con la familia bin Laden aún confluyen en el consorcio The Carlyle Group.
Entre las empresas que forman el poderoso holding se encuentran: The Bin Laden Group con sede en Riyadh, Arabia Saudita, así como las compañías norteamericanas United Defense Industries, Raytheon y la mencionada Arbusto Energy Oil Co, propiedad del clan Bush. Los negocios del consorcio incluyen el control de petróleo, la producción de armas y la reconstrucción de lo que las armas destruyen, por lo que se encuentra entre los grandes beneficiarios de las guerras en el Medio Oriente, antes y después de los atentados del 11 de septiembre.
Evidentemente, el FBI tendría más que justificadas razones para investigar estas conexiones, pero ningún personaje de la política norteamericana lo demandará por no hacerlo y los grandes medios de información con seguridad acallarán lo que debiera ser la develación del “misterio” del siglo, dejándonos a todos nosotros en el bando de los paranoicos y malintencionados inventores de constantes teorías conspiratorias, interesadas en cuestionar las virtudes democráticas y éticas del sistema.
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