García Blanco, quiéranlo o no, es un clásico. Campos de Belleza Armada, Reverso de foto y Dossier, y País de Hojaldre están ahí atentos; forman parte de la memoria poética santiaguera. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
La poesía
joven que se escribe desde Santiago de Cuba está muy preocupada por poses,
gestos, jerarquías y apropiaciones simbólicas de los espacios de poder
cultural, más que por ganancias en la expresión, y digamos, audacia en
búsquedas imaginativas y experimentales.
Creo que hay
toda una socialización del texto pensado como espectáculo y teatro de
representaciones; quizás, las últimas
promociones están muy interesadas en mostrar desacuerdos y herejías con, los
que pudiéramos llamar, Clásicos
imprescindibles: García Blanco, Teresa Melo y León Estrada.
Las voces
mencionadas ejercieron una especie de mecenazgo en todos los tocados por el
delirio del versolibrismo. García
Blanco, maestro en el tono conversacional, con propuestas cargadas de ironías,
juegos, y carnavalización de lo sagrado; y las contaminaciones y saturaciones
en el discurso de la historia universal y nacional, influyó notablemente en los
nacidos entre 1970 y 1990.
Gracias a sus
amparos providenciales, la poesía que se escribe desde Santiago hoy, ganó
nuevas voces que condimentaron temáticas y hallazgos. Escribir como Reinaldo
instaló una escuela. No mencionaré nombres, pues muchos de ellos están aquí,
deben saberlo, aunque después se descontaminaron, o lo hicieron a través de la
teatralización, o el chancleteo, de la influencias reinaldianas y salieron a
campo abierto a mostrar sus alternativas.
García Blanco,
quiéranlo o no, es un clásico. Campos de
Belleza Armada, Reverso de foto y
Dossier, y País de Hojaldre están
ahí atentos; forman parte de la memoria poética santiaguera. No olvidar tampoco
antologías que dieron a conocer a muchos fuera de fronteras gracias a su
mecenazgo, del que algunos huyen hoy, para mostrarse libres del modo de
escribir y teatralizar el proceso poético.
La Melo, a pesar de su condición habanera, devino santiaguera por
adopción y colocó, en los 80 y 90, problemas de la mujer en el devenir poético
nacional. Las altas horas y El vino del error son curiosos vigías
que recuerdan a los que llegan, lo que no debe repetirse o tocarse, porque ya
pertenece a su reino. Escribir como La Melo también marcó
a muchos, que hicieron escuela en la poesía gracias a su mecenazgo. Negar eso
hoy desde la herejía, o la carnavalización de su imagen, a partir de propuestas
agresivas contra la palabra, apelando a la vulgarización del verso, a la
humanización de los héroes y la historia, y pretender ser más imaginativos y
fundadores, se me parece mucho a la moda del regguetón. Con el tiempo, la
memoria selecciona lo bueno y olvida lo
trivial, así sucederá con esos turistas de la poesía que pretenden escribir y
representar modas de Francia en Santiago de Cuba y en el panorama nacional. No
está mal hacerlo, pero las continuidades deben reconocerse, aunque las
discontinuidades sean manifiestas.
León Estrada
es de los que tiene el oído atento para captar procesos, hechos y figuras en la
poesía. Hacerlos públicos en la palabra. Hasta él llegaron muchos de los que
hoy tienen un lugarcillo en el Olimpo poético cubano y se alimentaron de su
experiencia. ¿Por qué ironizar su obra? ¿Por qué negar esas influencias, ese
mecenazgo? Sus libros no tuvieron la resonancia de los clásicos antes
mencionados (García Blanco Y Teresa Melo). Pero ¿quién duda de los méritos
ganados por este caballero de la poesía?
La llamada
Generación Pérdida (o Saltada), para utilizar un término menos romántico y
quizás más estadístico (los Frank Dimas, Oscar Rojas Olsina, Ruben Wong y
seguidores), intentaron negar la
visibilidad alcanzada gracias a los ajustes y orientaciones recibidas de la
asesoría intelectual de las voces tutelares de la poesía santiaguera. Creyeron alcanzar una visibilidad más cómoda,
sin la molesta presencia de esos inquilinos. Derivaron hacia una especie de
poesía rentada, alimentada por proyectos independientes venidos desde el
exterior, interesados más en mostrar las disidencias con el poder político que
las nuevas calidades ganadas en la expresión.
A finales de
los 90 y el primer lustro del 2000 creían reinar en Santiago y originaron un
movimiento que pronto quedaría en el olvido. De ellos, Oscar Rojas Olsina fue
el más atrayente al carnavalizar el acto poético y presentarse con poses estudiadas y
representaciones gestuales que lo convertían en un apolíneo de la poesía.
Escribir y ser como Rojas Olsina llegó a tocar a muchos que leían como él,
hacían los chistes de ocasión apelando a su imagen, e incluso pretendían ser
dioses de todas las mujeres que se acercaban al horno donde se cocía el
pan. Homoerostismo y lesvianidades
formaban parte del andamiaje de estereotipos
construidos por esta generación; especie de ritual inaugurado en talleres y
eventos literarios que se hacían. Quizás a ellos se deba el axioma de que en
Santiago de Cuba todo el que escribe poesía es gay o lesviana. A
Olsina le sucedió como al Cucalambé: muy pocos tienen noticia de su actual
paradero; y muy poco se sabe de su obra literaria. Los demás miembros de la
llamada Generación Perdida están esparcidos en la geografía santiaguera y no
han trascendido más allá de sus fronteras. El referente aludido no debe
obviarse, ni desestimarse, siempre que se quieran marcar límites y sembrar
nuevas calidades. Las fincas no son productivas sino tienen abono y atenciones
calificadas.
El segundo
lustro de la década del 2000 recibe a nuevas voces que con gran acierto acuden
a los Clásicos y se alimentan de
ellos. Tres ganan notoriedad: Yunier Riquenes, Oscar Cruz, y Eduard Encina.
Desde ese posicionamiento participan en eventos, asumen funciones editoriales y
en algunos casos devienen importantes promotores. Sin embargo, en algunos casos
la herejía viene en proceso, y luego de ganar
visibilidad con algunos premios, instalan definitivamente la negación de
los Clásicos Santiagueros, para desde esas cenizas levantar el nuevo reino,
donde ellos determinan caminos y el carnaval de las poses y el teatro de
gestualidades cobra dimensiones intolerables, según algunos críticos, aunque
otros reconocen como positivo el hecho de auxiliarse de un repertorio
estudiado para socializar la poesía como
espectáculo y convertirla en fenómeno de masas, más allá de las fronteras de
una biblioteca benedictina. De ellos, Oscar Cruz es el que asume la poesía como
un carnaval donde reina el alcohol, las putas, los maricones, el desenfreno
erótico y la liberación de las pasiones humanas. La historia es blanco de
ironías y los héroes y procesos son bajados de sus pedestales y humanizados
tremendamente. Pudiera parecer escatológico presentarse así en el teatro actual
de la poesía santiaguera, pero Oscar Cruz retoma, sin saberlo, el ideal
apolíneo, antes asumido por su tocayo Rojas Olsina, y se alza con el liderazgo
de la llamada Generación Herética. Oscar exhibe una homofobia en sus poses que
ha determinado que poetas de otras provincias lleguen a definirlo como el “homosexual de la poesía santiguera”.
También Cruz muestra irrespeto hacia los Clásicos,
aquí mencionados, y se presenta como el único
Gallo que canta en el gallinero. Nadie escapa a su repertorio de poses,
gestos y construcciones humanizadoras y agresivas a lo sagrado. Escribir y
mostrar las poses a lo Oscar Cruz ya se ha instalado en muchos jóvenes que no logran liberarse de
su imagen.
Las nuevas
voces surgidas en el ámbito universitario de Oriente expresan esas disonancias
con los Clásicos. Oscar Cruz, en
términos jerárquicos, se presenta como su líder apolíneo, a pesar de negar el andamiaje de estereotipos exhibidos por
los Yansy, Rainer, Gizeh, Erika, Javier, Rodolfo, Ramón, Daniel y otros…, que agraden la calidad de la palabra
y en alguna medida retoman la poesía testimonial, donde hablan homosexuales, lesbianas,
seres periféricos, apartados de la ciudad ilustrada. El carnaval llega a grados
inverosímiles con ellos, pues asumen vivencias, inspiración, escribir y leer,
como procesos complementados mutuamente. Las poses representan la banalidad de
los sujetos líricos. La palabra y sus significados agresivos, contestarios,
adquieren carta de presentación y se vuelven normales en cada acto. Con ellos,
la poesía sale de lo íntimo y se instala en lo público, dialoga con la masa
humana, no acostumbrada a escuchar lo trivial y la obscenidad como poesía.
*Ensayo leído el 21 de diciembre de 2012 en el evento Tierra Adentro(Segunda edición)
(tomado del Blog Caracol de Agua)
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