Nota mía: A pesar de la cobardía de Obama en el caso Cuba, para mí sigue siendo la mejor opción
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MIAMI
– Lo más atemorizante de una presidencia Romney no es la posibilidad
de que, como al anterior presidente republicano, él lanzaría otra
guerra ilegal, desastrosa y económicamente ruinosa. Esa seguramente es
una terrible posibilidad. Y dadas las frecuentes amenazas de Romney a
Irán y sus estrechos vínculos con el primer ministro israelí Benjamin
Netanyahu, quien está ansioso porque Estados Unidos ataque a Irán, es
algo que no se puede descontar. Pero, como demostró en su último
debate, hasta Romney comprende que el pueblo norteamericano no está
dispuesto a soportar otra aventura en el Medio Oriente.
Ni tampoco es lo peor la brutal devastación que una administración
Romney provocaría en los andrajosos restos de la seguridad social. Ese
sería el caso, a pesar de que, a diferencia de la retórica belicosa
mayormente vacía en relación a Irán, el equipo Romney-Ryan puede (y lo
hará) desatar una salvaje guerra de clases contra la clase media y los
pobres, en beneficio de los intereses de los muy ricos.
Lo que es verdaderamente atemorizante es que esta guerra desigual
contra el 99 por ciento derramaría sangre, sudor y lágrimas. Millones
de personas perderían el acceso a la atención médica y decenas de miles
morirían a consecuencia de ello. La extrema pobreza se incrementaría,
más personas pasarían hambre, a millones de niños se les negaría una
nutrición adecuada y a millones de jóvenes una educación decente.
Estados Unidos, que ya es fácilmente la sociedad más desigual en el
mundo industrializado –una distinción nada envidiable– se haría aún más
desigual.
Sin embargo, a pesar de lo terrible de la ofensiva de tierra
arrasada del Partido Republicano contra los programas que llevaron
décadas construir (Seguridad Social, Medicare, Medicaid), y de los
cuales dependen millones de personas para sus necesidades elementales,
lo más terrible de una presidencia Romney es otra cosa.
Piensen en el Tribunal Supremo. De los cuatro jueces liberales
confiables que quedan en el tribunal, Ruth Bader Ginsburg tiene 79 años
y Stephen Breyer 74. Anthony Kennedy, un conservador moderado cuyas
opiniones han marcado la diferencia entre el tribunal meramente
derechista que tenemos y el rabiosamente reaccionario que pudiéramos
tener, ya llegó a los 76 años de edad. De los cuatro jueces
conservadores, solo Antonin Scalia (76) está cerca de la edad del
retiro. Por tanto, como presidente Romney probablemente podría crear,
por medio de sus nominaciones al Tribunal Supremo, un tribunal
confiadamente reaccionario que afectaría casi todo aspecto de la vida
norteamericana en décadas futuras.
Apoderarse casi a perpetuidad de un poder del estado que tiene la
última palabra en cuanto a la ley, y por lo tanto, en los límites de lo
posible, en todo el espectro de los temas sociales, desde la igualdad
matrimonial hasta el aborto y los interrogatorios abusivos,
representaría una culminación triunfal de la larga marcha de la derecha
a través de las instituciones norteamericanas, algo que comenzó con
entusiasmo Ronald Reagan.
Pero el impacto más significativo de tal tribunal sería grabar en
piedra constitucional los cimientos de una sociedad total y
completamente dominada por los intereses corporativos ,en detrimento de
los derechos de la vasta mayoría de los ciudadanos. Si, como algunos
psicólogos creen, lo que mejor predice el comportamiento futuro es el
comportamiento pasado, tendríamos un futuro tenebroso para todos, menos
para el 1 por ciento más rico.
El actual Tribunal Supremo, incluso sin los refuerzos reaccionarios
que Romney podría suministrar, ya ha acumulado bastantes antecedentes
procorportivos, anticiudadanos, antiobreros y anticonsumidores. La
decisión de Citizens United, que abrió las enormes tesorerías de las
corporaciones de EE.UU. al sistema político, es justamente considerada
un hito, aunque es también parte de un patrón mucho más amplio.
Ciertamente Citizens United puede representar el mayor logro hasta
ahora del propio Proyecto Manhattan de la derecha norteamericana, la
división del átomo en el laboratorio de Chicago, si no es la nube en
forma de hongo sobre el desierto de Nuevo México o la aniquilación de
Hiroshima y Nagasaki.
Esto puede sonar un poco loco, así que permítanme explicarme. Como
han considerado varios investigadores y reitera un reciente artículo de
William Yeomans en una edición especial de la revista The Nation,
(“El Tribunal del 1 Por Ciento), el giro hacia la derecha en Estados
Unidos durante décadas no ocurrió por combustión espontánea o, menos
aún, por cambios en la opinión pública, la cual en general ha seguido
apoyando, o se ha desplazadohacia, actitudes progresistas.
En realidad ha habido un plan para la llamada “revolución
conservadora”. La visión se le atribuye generalmente a Leslie Powell, un
futuro juez del Tribunal Supremo, quien en 1971, caundo era abogado de
–entre otros– Philip Morris, un notorio burlón corporativo, escribió
un fatídico memorando a la Cámara de Comercio de EE.UU. En el
documento, Powell se quejaba de lo que consideraba el apoderamiento de
instituciones norteamericanas clave por elementos hostiles a los
negocios, desde la Nueva Izquierda al clero liberal. Más importante
aún, él diseñó lo que los negocios debían hacer acerca del problema.
Esto era, siguiendo la analogía, la famosa carta de Einstein a FDR que
finalmente llevó a Estados Unidos a construir la bomba atómica antes
que los nazis y a ganar la guerra.
El plan de Powell pedía una “amplia respuesta que estaría financiada
por grandes corporaciones y coordinada por la Cámara de Comercio, el
principal cabildero de los grandes negocios en Washington. El Tribual
Supremo sería el centro de esta estrategia.” Con clarividencia, Powell
escribió “que con un Tribunal Supremo con mentalidad de activista, el
poder judicial puede llegar a ser el instrumento más importante para el
cambio social, económico y político”.
A la derecha todavía le falta un buen trecho para llegar a tal
Tribunal Supremo “de mentalidad de activista” totalmente procorporativa,
como han demostrado muchos estudios de la tendencia en las opiniones
del tribunal. Pero les falta poco para llegar, u Obamacare no hubiera
sobrevivido.
Mitt Romney estaría en una posición de darle ese impulso final,
quizás irreversible. Al igual que la bomba atómica cambió para siempre
la naturaleza de la guerra, tal hecho podría cambiar, de una vez por
todas, la naturaleza de la sociedad norteamericana y le daría a la
derecha una victoria incondicional en su lucha de clases.
El poder del “instrumento para el cambio social, económico” de
Powell, que hasta ahora incluye mucho más que solo el poder judicial,
ha sido demostrado en múltiples campos de pruebas, desde las elecciones
de 2000 hasta Citizens United. El objetivo final es, por supuesto, la
democracia misma. La plutocracia aborrece a la democracia. Al igual que
las dos ciudades condenadas de Japón, la democracia pudiera expirar por
la onda de choque provocada por un Tribunal Supremo diseñado por la
Cámara de Comercio y designado por Mitt Romney
Entonces, ¿por qué Obama? Es el Tribunal Supremo, estúpido.
(tomado de Progreso Semanal)
(tomado de Progreso Semanal)
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