Gran
parte de la campaña presidencial de 2012 ha tenido que ver con el
pasado, pero las preguntas clave son quién podría liderar mejor el país
durante los próximos cuatro años –y más urgente, quién es más probable
que coloque al gobierno en una situación financiera más sana. Esa
segunda pregunta perseguirá al ganador tan pronto como se haga el
conteo de los votos. De no realizarse alguna acción, una serie de
aumentos de impuestos y recortes de gastos se pondrán en efecto el 1 de
enero, los cuales pudieran llevar al país de nuevo a la recesión. Este
será un momento de peligro, pero también de oportunidad. La manera en
que navegue el presidente electo influirá mucho para determinar el
éxito de su presidencia y la salud de la nación.
El presidente Barack Obama está en mejor situación para ser el
navegante que su retador republicano, el gobernador de Massachusetts
Mitt Romney.
Hasta concediendo la importancia del tema fiscal, todavía podría
defenderse al señor Romney si el primer período del señor Obama hubiera
sido un fracaso; si el señor Romney tuviera más probabilidades de
promover la seguridad y el liderazgo norteamericanos en el exterior; o
si el retador se hubiera mostrado superior en temperamento, capacidad y
carácter. De hecho, ni uno solo de estos ha sido cierto. Comencemos
con el desempeño del primer período. Nos desilusionamos de que el señor
Obama permitiera que las recomendaciones bipartidistas de su comisión
fiscal languidecieran y murieran y que él y el presidente de la Cámara
de Representantes, John Boehner (republicano por Ohio), no llegaran a un
acuerdo fiscal en el verano de 2011. El señor Obama alienó a líderes
del Congreso y de los negocios al aislarse a sí mismo dentro de un
estrecho círculo de la Casa Blanca que logró ser tanto arrogante como
susceptible. Demasiado a menudo su administración trata a los negocios
como un obstáculo, en vez de un asociado. Casi no trató de lograr la
reforma inmigratoria y la política de cambio climático que prometió.
Pero los vientos económicos de proa y una oposición intransigente
explican algunos de estos fracasos –y hacen lucir más impresionantes
los logros sustanciales del primer período del señor Obama.
El principal de estos es el liderazgo del presidente para ayudar a
estabilizar una economía que estaba en caída libre cuando tomó
posesión. Puede ser difícil recordar lo atemorizante que fue aquel
tiempo, a medida que las finanzas de la nación estaban a punto de
paralizarse. El presidente George W. Bush había dado los primeros pasos
para alejarse del abismo y obtuvo la aprobación de un Congreso
renuente a votar por el Programa de Rescate de Valores Problemáticos
(TARP), pero independientemente de eso legó un desorden a su sucesor.
Sin tiempo ni para recuperar el aliento, el señor Obama diseñó y
obtuvo aprobación a favor de una ley de estímulo que ralentizó la
pérdida de empleos y ayudó a restaurar la confianza. Creó el rescate de
la industria automovilística. Los seguros expertos que puso a cargo de
la política económica, en especial el secretario del Tesoro Timothy F.
Geithner, navegaron entre la izquierda del Partido Demócrata, que
pedía medidas populistas que habrían sido caras e ineficientes, y un
obstruccionista Partido Republicano, que a veces parecían decidido a
hacer gran daño al país. El elemento industria-política del plan de
recuperación, que favorecía el tren de alta velocidad donde no se
necesitaba y los autos eléctricos que los consumidores no compran,
dilapidó mucho dinero. Pero al pasar balance la administración,
trabajando de conjunto con la Reserva Federal, tuvo éxito en su misión
principal. La recuperación del Promedio Industrial Dow Jones desde 6
626 en marzo de 2009 a 13 000 en la actualidad no es consuelo para los
muchos norteamericanos que aún están desempleados o más pobres que
antes de la crisis. Pero refleja una recuperación de la fe de la cual,
depende toda economía.
El segundo logro importante del señor Obama, la Ley de Atención
Médica Asequible, tendrá gran alcance, una vez se implemente
totalmente, para terminar con el escándalo de que 45 millones de
norteamericanos no tengan seguro de salud. También podría ralentizar el
prohibitivo aumento de los costos de la atención médica, aunque de
ninguna manera la ley sea una respuesta completa a esa situación.
El señor Obama hizo progresar la lucha de vanguardia por los
derechos civiles cuando terminó la discriminación de los militares
contra los hombres gay y las lesbianas y declaró su apoyo al matrimonio
del mismo sexo. Dio un importante paso contra el cambio climático al
promulgar y persuadir a la industria de que apoyara ambiciosas normas
de economía de combustible para autos y camiones.
El señor Bush continuó la generosa campaña del señor Bush contra el
VIH/SIDA, en especial en África. Presionó a estados para que adoptaran
reformas útiles a la responsabilidad del maestro y la selección de
escuelas. Aunque fracasó en su apoyo a la reforma inmigratoria, su
Departamento de Justicia se enfrentó al peor acoso a los inmigrantes en
los estados gobernados por republicanos, como Arizona y Alabama.
Incluyó en su gabinete a líderes sustanciales, incluyendo a Hillary
Rodham Clinton en el Departamento de Estado y Arne Duncan en el de
Educación, y nominó y obtuvo la confirmación de dos muy calificados
jueces al Tribunal Supremo.
También en el extranjero hubo éxitos y fracasos. La administración
Obama persiguió vigorosamente a al-Qaeda y localizó a su líder, Osama
bin Laden. Apoyó una revuelta popular contra el dictador libio Muammar
Gadafi. Reconoció la importancia de apuntalar a aliados en Asia contra
el abuso chino, e inició conversaciones acerca del intercambio
comercial con naciones asiáticas con la intención de promover una
alternativa al capitalismo chino, patrocinado por el estado y a menudo
corrupto.
Por otra parte, fue inseguro e inconstante al responder a las dos
mayores y más inesperadas oportunidades de política exterior de su
presidencia: el levantamiento pro-democracia en Irán en 2009 y la
primavera árabe dos años después. El señor Obama mantuvo apartado a
Estados Unidos mientras Siria se hundía en una guerra civil que ya
costado más de 30 000 vidas –la mayoría civiles– y hacía crecer el
extremismo que puede llegar a desestabilizar a media docena de países.
No supo capitalizar el compromiso de Estados Unidos con Iraq por más de
una década y garantizar una presencia allí después de terminar la
misión militar de EE.UU., y su ambivalencia con Afganistán –envío de más
tropas, pero con calendarios artificiales y la ausencia de un
compromiso claro para su éxito– promete provocar problemas en los años
que se avecinan.
El señor Romney ha criticado, a menudo de manera persuasiva, ese
desempeño. Pero sus recetas de política –acerca de Afganistán, Irán y
Siria, para solo nombrar tres– apenas difieren. Ni él ni su compañero
de candidatura tienen experiencia en política exterior. Y sus momentos
improvisados no han inspirado confianza: llamar a Rusia el mayor
enemigo de Estados Unidos, por ejemplo, o pronunciando inmoderados
arranques mientras Estados Unidos trataba de negociar la salida de un
activista de derechos humanos en China o cuando sus diplomáticos en el
Medio Oriente fueron atacados. El señor Romney no ha brindado ninguna
evidencia de que se comportaría mejor en el mundo. Lo cual nos lleva a
la tercera prueba: ¿De qué manera se ha presentado el señor Romney a sí
mismo? Él promete, lo que es apropiado, dedicarse a la recuperación y a
la creación de empleos. Aunque sus antecedentes políticos no son
abundantes, su historia de negocios es impresionante y ha logrado una
campaña disciplinada. Quizás sus administradores serían más pragmáticos
de lo que sugiere su retórica de campaña. Seguramente él comprende los
riesgos de aumentar el déficit. ¿Ocuparía la Casa Blanca “Mitt, el
moderado?”
La triste respuesta es que no hay manera de saber lo que el señor
Romney cree en realidad. Su descuidada expresión de desprecio por 47
por ciento de la población parece ser tan sincera como cualquier otra
cosa que le hayamos escuchado, pero eso es solo una conjetura. A veces
ha defendido una política exterior musculosa, al estilo de John McCain,
pero en el debate final entre los candidatos se posicionó como paloma.
Antes de apoyar apasionadamente el derecho de un feto a la vida,
defendió el derecho de una mujer al aborto. Sus virajes han sido
dramáticos acerca de los derechos gay, derecho a las armas de fuego,
atención médica, cambio climático e inmigración. Su desagradable
adopción de la “autodeportación” durante la campaña primaria
republicana, y su demolición en la primaria de un oponente, el
gobernador de Texas Rick Perry, por haber dejado este abierta una
puerta de oportunidad para los hijos de inmigrantes ilegales, indica
una disposición a decir casi cualquier cosa con tal de ganar. En
oportunidades todos los políticos cambian de parecer; habría que
preocuparse si no fuera así. Pero raras veces un político ha llegado
tan lejos con solo una evidente creencia inmutable: su convicción en su
propia capacidad para un cargo más alto.
Así que los electores solo tienen el eje de la campaña del señor
Romney: la promesa de recortes de impuestos que haría un hueco mucho
mayor en el presupuesto federal mientras que empeoraría la desigualdad
económica. Su aseveración de que él podría evitar esos efectos
negativos, que desafía a la matemática y que él se niega a apoyar con
verdaderas propuestas, es más insultante que tranquilizadora.
Por el contrario, el presidente comprende la urgencia de los
problemas tan bien como cualquiera en este país y está comprometido con
su solución de manera balanceada. En un segundo período, y trabajando
con una oposición que esperamos haya escarmentado por el fracaso de su
campaña de tierra arrasada en contra del presidente, tiene más
posibilidades de éxito que su oponente. Eso convierte al señor Obama en
un candidato muy superior.
Traducción de Progreso Semanal.
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