viernes, 2 de noviembre de 2012

Cuatro años más para el presidente Obama

Por la Junta Editorial de The Washington Post
 
altGran parte de la campaña presidencial de 2012 ha tenido que ver con el pasado, pero las preguntas clave son quién podría liderar mejor el país durante los próximos cuatro años –y más urgente, quién es más probable que coloque al gobierno en una situación financiera más sana. Esa segunda pregunta perseguirá al ganador tan pronto como se haga el conteo de los votos. De no realizarse alguna acción, una serie de aumentos de impuestos y recortes de gastos se pondrán en efecto el 1 de enero, los cuales pudieran llevar al país de nuevo a la recesión. Este será un momento de peligro, pero también de oportunidad. La manera en que navegue el presidente electo influirá mucho para determinar el éxito de su presidencia y la salud de la nación.

El presidente Barack Obama está en mejor situación para ser el navegante que su retador republicano, el gobernador de Massachusetts Mitt Romney.
Llegamos a esa conclusión con plena conciencia de las desilusiones del primer período del señor Obama. No puso fin, como prometió que haría, a “nuestra crónica manera de evitar las decisiones difíciles”, en materia fiscal. Pero el señor Obama está comprometido con el único enfoque que puede tener éxito: un balance de reforma de la ayuda social y de aumento de los ingresos fiscales. El señor Romney, por el contrario, ha aceptado la ideología de su partido de desafiar la realidad: los impuestos siempre pueden bajar, pero nunca subir. Por ese camino hay un futuro en que los pagos de intereses desplazan cualquier cosa que un gobierno debe hacer, desde defender la nación a cuidar de sus pobres y enfermos, e invertir en sus hijos. El futuro del señor Romney es también un futuro en el que una porción cada vez mayor de la riqueza de la nación la posean los ricos de la nación, en momentos en que la inequidad ya está creciendo.

Hasta concediendo la importancia del tema fiscal, todavía podría defenderse al señor Romney si el primer período del señor Obama hubiera sido un fracaso; si el señor Romney tuviera más probabilidades de promover la seguridad y el liderazgo norteamericanos en el exterior; o si el retador se hubiera mostrado superior en temperamento, capacidad y carácter. De hecho, ni uno solo de estos ha sido cierto. Comencemos con el desempeño del primer período. Nos desilusionamos de que el señor Obama permitiera que las recomendaciones bipartidistas de su comisión fiscal languidecieran y murieran y que él y el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner (republicano por Ohio), no llegaran a un acuerdo fiscal en el verano de 2011. El señor Obama alienó a líderes del Congreso y de los negocios al aislarse a sí mismo dentro de un estrecho círculo de la Casa Blanca que logró ser tanto arrogante como susceptible. Demasiado a menudo su administración trata a los negocios como un obstáculo, en vez de un  asociado. Casi no trató de lograr la reforma inmigratoria y la política de cambio climático que prometió.

Pero los vientos económicos de proa y una oposición intransigente explican algunos de estos fracasos –y hacen lucir más impresionantes los logros sustanciales del primer período del señor Obama.

El principal de estos es el liderazgo del presidente para ayudar a estabilizar una economía  que estaba en caída libre cuando tomó posesión. Puede ser difícil recordar lo atemorizante que fue aquel tiempo, a medida que las finanzas de la nación estaban a punto de paralizarse. El presidente George W. Bush había dado los primeros pasos para alejarse del abismo y obtuvo la aprobación de un Congreso renuente a votar por el Programa de Rescate de Valores Problemáticos (TARP), pero independientemente de eso legó un desorden a su sucesor.

Sin tiempo ni para recuperar el aliento, el señor Obama diseñó y obtuvo aprobación a favor de una ley de estímulo que ralentizó la pérdida de empleos y ayudó a restaurar la confianza. Creó el rescate de la industria automovilística. Los seguros expertos que puso a cargo de la política económica, en especial el secretario del Tesoro Timothy F. Geithner, navegaron entre la izquierda del Partido Demócrata, que pedía medidas populistas que habrían sido caras e ineficientes, y un obstruccionista Partido Republicano, que a veces parecían decidido a hacer gran daño al país. El elemento industria-política del plan de recuperación, que favorecía el tren de alta velocidad donde no se necesitaba y los autos eléctricos que los consumidores no compran, dilapidó mucho dinero. Pero al pasar balance la administración, trabajando de conjunto con la Reserva Federal, tuvo éxito en su misión principal. La recuperación del Promedio Industrial Dow Jones desde 6 626 en marzo de 2009 a 13 000 en la actualidad no es consuelo para los muchos norteamericanos que aún están desempleados o más pobres que antes de la crisis. Pero refleja una recuperación de la fe de la cual, depende toda economía.

El segundo logro importante del señor Obama, la Ley de Atención Médica Asequible, tendrá gran alcance, una vez se implemente totalmente, para terminar con el escándalo de que 45 millones de norteamericanos no tengan seguro de salud. También podría ralentizar el prohibitivo aumento de los costos de la atención médica, aunque de ninguna manera la ley sea una respuesta completa a esa situación.

El señor Obama hizo progresar la lucha de vanguardia por los derechos civiles cuando terminó la discriminación de los militares contra los hombres gay y las lesbianas y declaró su apoyo al matrimonio del mismo sexo. Dio un importante paso contra el cambio climático al promulgar y persuadir a la industria de que apoyara ambiciosas normas de economía de combustible para autos y camiones.

El señor Bush continuó la generosa campaña del señor Bush contra el VIH/SIDA, en especial en África. Presionó a estados para que adoptaran reformas útiles a la responsabilidad del maestro y la selección de escuelas. Aunque fracasó en su apoyo a la reforma inmigratoria, su Departamento de Justicia se enfrentó al peor acoso a los inmigrantes en los estados gobernados por republicanos, como Arizona y Alabama. Incluyó en su gabinete a líderes sustanciales, incluyendo a Hillary Rodham Clinton en el Departamento de Estado y Arne Duncan en el de Educación, y nominó y obtuvo la confirmación de dos muy calificados jueces al Tribunal Supremo.

También en el extranjero hubo éxitos y fracasos. La administración Obama persiguió vigorosamente a al-Qaeda y localizó a su líder, Osama bin Laden. Apoyó una revuelta popular contra el dictador libio Muammar Gadafi. Reconoció la importancia de apuntalar a aliados en Asia contra el abuso chino, e inició conversaciones acerca del intercambio comercial con naciones asiáticas con la intención de promover una alternativa al capitalismo chino, patrocinado por el estado y a menudo corrupto.

Por otra parte, fue inseguro e inconstante al responder a las dos mayores y más inesperadas oportunidades de política exterior de su presidencia: el levantamiento pro-democracia en Irán en 2009 y la primavera árabe dos años después. El señor Obama mantuvo apartado a Estados Unidos mientras Siria se hundía en una guerra civil que ya costado más de 30 000 vidas –la mayoría civiles– y hacía crecer el extremismo que puede llegar a desestabilizar a media docena de países. No supo capitalizar el compromiso de Estados Unidos con Iraq por más de una década y garantizar una presencia allí después de terminar la misión militar de EE.UU., y su ambivalencia con Afganistán –envío de más tropas, pero con calendarios artificiales y la ausencia de un compromiso claro para su éxito– promete provocar problemas en los años que se avecinan.

El señor Romney ha criticado, a menudo de manera persuasiva,  ese desempeño. Pero sus recetas de política –acerca de Afganistán, Irán y Siria, para solo nombrar tres– apenas difieren. Ni él ni su compañero de candidatura tienen experiencia en política exterior. Y sus momentos improvisados no han inspirado confianza: llamar a Rusia el mayor enemigo de Estados Unidos, por ejemplo, o pronunciando inmoderados arranques mientras Estados Unidos trataba de negociar la salida de un activista de derechos humanos en China o cuando sus diplomáticos en el Medio Oriente fueron atacados. El señor Romney no ha brindado ninguna evidencia de que se comportaría mejor en el mundo. Lo cual nos lleva a la tercera prueba: ¿De qué manera se ha presentado el señor Romney a sí mismo? Él promete, lo que es apropiado, dedicarse a la recuperación y a la creación de empleos. Aunque sus antecedentes políticos no son abundantes, su historia de negocios es impresionante y ha logrado una campaña disciplinada. Quizás sus administradores serían más pragmáticos de lo que sugiere su retórica de campaña. Seguramente él comprende los riesgos de aumentar el déficit. ¿Ocuparía la Casa Blanca “Mitt, el moderado?”

La triste respuesta es que no hay manera de saber lo que el señor Romney cree en realidad. Su descuidada expresión de desprecio por 47 por ciento de la población parece ser tan sincera como cualquier otra cosa que le hayamos escuchado, pero eso es solo una conjetura. A veces ha defendido una política exterior musculosa, al estilo de John McCain, pero en el debate final entre los candidatos se posicionó como paloma. Antes de apoyar apasionadamente el derecho de un feto a la vida, defendió el derecho de una mujer al aborto. Sus virajes han sido dramáticos acerca de los derechos gay, derecho a las armas de fuego, atención médica, cambio climático e inmigración. Su desagradable adopción de la “autodeportación” durante la campaña primaria republicana, y su demolición en la primaria de un oponente, el gobernador de Texas Rick Perry, por haber  dejado este abierta una puerta de oportunidad para los hijos de inmigrantes ilegales, indica una disposición a decir casi cualquier cosa con tal de ganar. En oportunidades todos los políticos cambian de parecer; habría que preocuparse si no fuera así.  Pero raras veces un político ha llegado tan lejos con solo una evidente creencia inmutable: su convicción en su propia capacidad para un cargo más alto.

Así que los electores solo tienen el eje de la campaña del señor Romney: la promesa de recortes de impuestos que haría un hueco mucho mayor en el presupuesto federal mientras que empeoraría la desigualdad económica.  Su aseveración de que él podría evitar esos efectos negativos, que desafía a la matemática y que él se niega a apoyar con verdaderas propuestas, es más insultante que tranquilizadora.

Por el contrario, el presidente comprende la urgencia de los problemas tan bien como cualquiera en este país y está comprometido con su solución de manera balanceada. En un segundo período, y trabajando con una oposición que esperamos haya escarmentado por el fracaso de su campaña de tierra arrasada en contra del presidente, tiene más posibilidades de éxito que su oponente. Eso convierte al señor Obama en un candidato muy superior.

Traducción de Progreso Semanal.

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