lunes, 24 de septiembre de 2012

Sobre la crítica revolucionaria y Observatorio Crítico

En el blog de nuestro Silvio apareció hace dos días un artículo del escritor cubano Guillermo Rodríguez Rivera con su acostumbrada pasión polémica e inteligentes observaciones. Como la intención de polemizar venía con mi nombre, mi respuesta fue publicada ayer en el mismo post. Reproduzco ahora en mi espacio ambos textos, con la recomendación de que los lectores se dirijan también al blog de Silvio, porque el debate originado allí ha sido muy enriquecedor. La verdadera polémica no es entre Guillermo y yo, sino entre nosotros y ciertas tendencias simplificadoras y contrarrevolucionarias, que cercan y obstaculizan la labor de la crítica revolucionaria, la que no quiere destruir lo logrado, sino llevarlo hacia nuevas metas. Bienvenido sea el debate contra sus enemigos. Postdata: He agregado más abajo la respuesta de Guillermo a mi respuesta y mi contrarréplica. Por mi parte es el final.

UNA RESPUESTA A OTRA
Guillermo Rodríguez Rivera

Probablemente sea cierto que, bien vista la cosa, Ubieta y yo estamos del mismo lado en la pelea. Hay enemigos de la revolución que nos etiquetan de oficialistas. Nos han colgado el “san benito” a los dos. Como yo me siento más partidario de la Revolución que del Gobierno, no me complace lo de oficialista.

En los años setenta, hubo algunos “compañeros” que casi me calificaron de contrarrevolucionario porque asumía una perspectiva crítica que entonces no estaba permitida pero, como ha cantado Silvio, “el sueño se hace a mano y sin permiso”. No lograron expulsarme como profesor de la Universidad de la Habana, aunque lo intentaron, sin embargo, me estuve unos buenos cinco años sin que nuestras revistas ni nuestras editoriales publicaran nada de lo que escribía. Por eso disfruté mucho cuando el compañero Raúl afirmó que tenemos que respetar y escuchar todas las opiniones aunque no estemos de acuerdo con ellas.

Coloco a aquellos “compañeros” que me juzgaban tan mal, entre estas exactas comillas porque, la mayor parte de ellos, no pudo tolerar el derrumbe del socialismo real y tanto se desilusionaron, que escaparon de nuestro socialismo cubano y su período especial y se fueron a residir a lugares como Miami, Santiago de Chile, México y Nueva Jersey.

Comprenderá por ello Ubieta, que no solo he sido partidario de la crítica revolucionaria sino que he sufrido por serlo.

Ubieta distingue entre consumo y consumismo. Me parece imprescindible, porque hay quien los confunde. Yo tenía un amigo –desgraciadamente murió y todos los días le echo de menos– que decía que, frente a la sociedad de consumo, nosotros habíamos creado la sociedad de “sinsumo”. Y esa manera de organizar (llamémosle así) la economía resultaba, paradójicamente, una promoción brutal para el consumo.

En un filme un personaje le pregunta a otro: “¿Con qué tú sueñas en la vida?”. El otro responde: “Con tener un abrigo, porque se rompió el que tenía, y este invierno voy a pasar un frío atroz”, El otro se quita su abrigo y se lo da, mientras le dice: “Toma el abrigo, para que sueñes con algo más importante”.

No me parece ético hablar contra el consumismo en un país en el que a mucha gente le falta un par de zapatos decente, un buena cama en la que dormir, o un techo que lo proteja de la lluvia, mucho más cuando los “anticonsumistas” tienen resueltos esos “vulgares” problemas. Lo que hay que hacer es conciliar todas las fuerzas, todas las voluntades para que las personas tengan lo que necesitan y puedan ser. Permanentemente hemos hecho énfasis en combatir la riqueza (o a lo que nos empeñábamos en llamar riqueza) mientras aumentaba la pobreza sin que nos preocupara.

Si Ubieta piensa que el haberme censurado –sin la menor aclaración, sin la menor respuesta ni siquiera de su secretaria– aquel artículo hace tres años, no incide en mi valoración de su pensamiento, se equivoca. Cuando a Jesús le preguntaron quiénes eran sus verdaderos discípulos, respondió; “Por sus obras los conoceréis”. A mí me importa mucho más lo que la gente hace que lo que la gente dice.
Mucho más porque aquel articulillo no era una banalidad personal –ni siquiera un poema mío, que La calle del Medio sí publicó–, sino una propuesta para buscar soluciones o al menos respuestas a los conflictos que nuestro pueblo vive día tras día, sin tener ninguna entidad que haga por recoger sus quejas ni mucho menos responderlas. Por aquella actitud, por aquella indiferencia de “director”, Ubieta me pareció cómplice de esa trama antipopular.

No estoy de acuerdo con la descalificación que hace Ubieta de la socialdemocracia. Como él es un hombre ilustrado en asuntos políticos, recordará que el partido que toma el poder en Rusia en octubre de 1917 se llamaba Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en su tendencia bolchevique. A la “derecha” suya estaba la tendencia menchevique. Los primeros se llamarían después comunistas y los otros conservarían el nombre de socialdemócratas, y las dos tendencias eran anticapitalistas, aunque discrepaban en los métodos.

El maestro ideológico de Lenin, y fundador del partido marxista ruso fue Gueorgui Plejanov, traductor del Manifiesto Comunista a su lengua, fundador junto al joven Lenin del periódico Iskra. Hacia los primeros años del siglo XX, Plejanov se vinculó a la tendencia menchevique. Regresó a Rusia tras la Revolución y los bolcheviques radicales quisieron detenerlo, enjuiciarlo e incluso condenarlo a muerte. Lenin lo impidió con una frase memorable: “A Plejanov solo lo puede juzgar la historia”.

El verdadero PSOE no fue el partido al que Felipe González hizo funcional al capitalismo español y le hizo abandonar explícitamente, en uno de sus congresos, la ideología marxista, sino el que fundó y dirigió Pablo Iglesias y que fue gobierno con la II República, en los días de la Guerra Civil española, con líderes como Juan Negrín y Largo Caballero, cuyo prestigio capitalizaron González y Alfonso Guerra tras la muerte de Franco.

Los actuales socialdemócratas europeos son, en casi todos los países, la decadencia y en buena medida la traición a la verdadera socialdemocracia.

El régimen feudal ruso se prolongó hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando fue abolida la servidumbre. Es después de 1860 cuando empieza a desarrollarse el capitalismo en Rusia. Incluso, Lenin piensa en la posibilidad de que el partido marxista dirija la edificación capitalista en Rusia. Es lo que, en buena medida, están haciendo los partidos comunistas chino y vietnamita, mezclándolos con el proceso socializador que ya habían comenzado, y han logrado avances impresionantes, porque con miseria generalizada no puede haber socialismo.

¿Necesitamos nosotros inversión capitalista controlada por nuestro partido? Francamente, en las condiciones actuales, el cuentapropismo de venta de pizzas y croquetas, puede ser una alternativa para que muchas personas trabajen y subsistan, pero no se levanta la economía nacional con él.
Con respecto a lo que Ubieta llama “el abrazo nacional”, no sé si ya estaremos en condiciones de emprender esa tarea de reconciliación que, de alguna manera, está iniciando la iglesia católica. Pero, si va a hacerse, creo que la Revolución Cubana no está obligada a hacer ninguna concesión previa ni tampoco a exigirla. Hay que dialogar sin precondicionamientos. Con asesinos y terroristas no discutiremos, y presumo que tampoco ellos quieran dialogar con nosotros.

La Revolución Cubana ha sido el motor impulsor de eso que se ha llamado en América Latina, el socialismo del siglo XXI: el suyo fue el primer gobierno latinoamericano que subsistió no sólo sin el apoyo de los Estados Unidos, sino contra su voluntad de aniquilarlo.

Sin Cuba, no habría la Venezuela bolivariana, la Bolivia inclusiva y socialista de Evo; la revolución nicaragüense que ha sido apoyada nuevamente por su pueblo; la revolución ciudadana de Correa en Ecuador; el gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil; la Argentina popular de los Kirchner, esencial en la derrota del proyecto del ALCA.

La Revolución Cubana fue la encarnación del antiimperialismo latinoamericano. Es Martí, Mella, Sandino, Che Guevara: ha dejado una huella imborrable en el continente; el imperialismo lo sabe perfectamente y ha hecho y sigue haciendo todo por ahogarla y desacreditarla.

Nuestro socialismo del siglo XX produjo conquistas esenciales para nuestro pueblo a las que no se puede renunciar, aunque para sobrevivir y avanzar tengamos que adecuarlas a los tiempos que corren. Como dijo Fidel, el viejo modelo del socialismo del siglo XX, ya no nos sirve ni a nosotros mismos. Creo que es, para Cuba, el momento de sumarse al socialismo del siglo XXI.

CONSUMISMO, SOCIALDEMOCRACIA Y CAPITALISMO. OTRAS OBSERVACIONES

Enrique Ubieta Gómez

Guillermo Rodríguez Rivera ha publicado un nuevo texto en Segunda cita titulado “Una respuesta a otra” que aporta nuevos matices a la discusión, alejados sin embargo de la que sostenía con Observatorio Crítico. Voy a lo importante, que son las ideas, aunque veo con pena que el tema de su artículo no publicado –que no censurado–, sigue siendo motivo impulsor. A una redacción llegan decenas de textos, incluso de escritores importantes, unos se publican y otros no, según criterios editoriales. Guillermo, que fue editor del Caimán Barbudo, lo sabe. Eso no tiene segundas lecturas, ni segundas explicaciones, ni define lo que soy. Es un tema personal y extemporáneo, que no debiera lastrar el debate.

Los temas serios que trata, son esenciales. Digo en mi libro Cuba: ¿revolución o reforma? (2012) sobre el concepto de oficialismo (no me gusta citarme, lo hago para mostrar que son temas ya he abordado): “Ellos pelean contra el Estado socialista –al que denominan gobierno o régimen, porque la estrategia incluye el no reconocimiento del sistema social nuevo–, y venden la idea de que cada defensor del sistema es un ‘progubernamental’, lo que en el capitalismo significa ser ‘oficialista’, un reproductor pagado, un vocero, cuyas opiniones son impersonales. Es la manera que encuentran para evadir los argumentos y para sugerir que el Estado –gobierno, régimen, dictadura– es defendido no por individualidades independientes, auténticas, sino por simuladores obligados o interesados. (...) Nosotros defendemos, sin embargo, un gobierno que representa –y solo en tanto representa– un sistema social más justo, más humano. No somos en sentido estricto progubernamentales, sino revolucionarios. Defendemos la Revolución, que tiene entre sus símbolos más importantes a Fidel y a Raúl. Somos sus discípulos. Pero peleamos por la Cuba que vendrá después de ellos, lo que nos coloca más allá del simple calificativo de procastristas. Nosotros no defendemos a “un gobierno” –aunque apoyemos a Fidel y a Raúl–, sino el proyecto humanista que este representa. Ellos no combaten a “un gobierno” –aunque odien a Fidel y a Raúl–, sino el socialismo. Por las mismas razones, los opositores antisistema son tratados en el capitalismo como personas ‘fuera de la ley’, y no como simples opositores al gobierno.”

No defiendo un socialismo “asceta” o sacrificial, ¿es necesario que lo diga? En el mismo libro que citaba escribo: “no se trata de sacrificar a los individuos, sino de hacer que sus intereses conduzcan simultáneamente a la satisfacción de las necesidades colectivas. El sacrificio es provisional. Contrario a lo que suele suponerse, el éxito del socialismo estriba en el desarrollo pleno y armónico de las individualidades; el reto consiste acaso en que ninguna individualidad, al crecer, pueda impedir el desarrollo de las restantes. (...) El sacrificio consciente, que es el verdaderamente heroico, no es una opción sustentable en el tiempo; acaba por convertirse en sacrificio a secas, mediado por el teque y la presión social, y deja de ser un medio de realización personal.” El consumismo, sin embargo, no es exceso de consumo. No es, necesariamente, una enfermedad de ricos. Es una ideología de dominación sobre los pobres. ¿Cree el lector que no es ético advertirlo? Si empezamos a jugar con los términos como malabaristas con pelotas en las manos, y sustituimos de forma alternativa consumo, consumismo y consumidor, enredamos cualquier posibilidad de entendimiento, tanto más si cambiamos los escenarios.

El capitalismo no es una sociedad de consumo porque satisface nuestras necesidades, sino porque nos mantiene insatisfechos: su esencia es vender (reproducir el capital), no necesita seres humanos sino consumidores, y la paradoja es que no los logra, porque también necesita pobres, y estos son muchos más. Los préstamos y la sustitución continua de objetos por otros “más nuevos” o “más bonitos” –no necesariamente mejores o más funcionales–, nos mantiene atados. Es buena la metáfora de la película: hasta que el personaje no se abrigue o coma adecuadamente, no podrá tener sueños más elevados. Pero el capitalismo (el sistema de producción orientado a obtener plusvalía) no provee de objetos –o no simula que provee, al abarrotar de objetos las tiendas–, para que las personas sean o para que puedan volar más alto, los únicos sueños que promueve son los del consumo. Hablar del consumismo es imprescindible, es inmoral no hacerlo, y suicida; el consumismo es la antítesis del consumo y del modo de vida al que aspira el socialismo. Porque el socialismo, o es creación de una nueva cultura –que ya existe de forma embrionaria como contracultura, y como cultura popular subalterna en el capitalismo–, o es nada. He dicho cosas que Guillermo sabe, porque él dice cosas que sé, y ambos podríamos seguir inútilmente por ese camino, que no me parece provechoso.

“No estoy de acuerdo con la descalificación que hace Ubieta de la socialdemocracia”, dice a rajatabla y de inmediato se remonta a los orígenes de esa tendencia política. Los orígenes de la actual socialdemocracia no son anteriores a la escisión de 1902 en dos tendencias, ambas pretendidamente marxistas, una de carácter reformista (Berstein, Kautsky, Plejanov) y otra revolucionaria (Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trostky). Los revolucionarios crean la III Internacional y fundan la tendencia propiamente comunista, porque la II, dominada por el sector reformista y por la ilusión de estabilidad –pronto despejada por la guerra y la gran recesión–, que propiciaba el capitalismo de la época, apoya el nacionalismo burgués y llama a los obreros a defender a sus burgueses durante la I Guerra Mundial. La socialdemocracia que quedó cuando los comunistas la abandonaron fue desde entonces reformista, y cada vez más orgánica al sistema capitalista. Su triunfo en la España republicana –cuando todavía era subsidiaria del marxismo, no se olvide –, estuvo acompañada por el auge de comunistas y anarquistas, y por la lucha contra las fuerzas más retrógradas del viejo imperio. Después de la II Guerra Mundial la socialdemocracia se desentiende ya de manera declarativa del marxismo y se ancla definitivamente en el reformismo burgués, con muy pocas excepciones –casi de índole personal–, como es el caso de Salvador Allende en Chile. Y no lo voy a decir mejor que Guillermo: “los actuales socialdemócratas europeos son, en casi todos los países, la decadencia y en buena medida la traición a la verdadera socialdemocracia”. ¿Pero a cuál socialdemocracia cree él que descalifico? La primigenia ya no existe ni puede resucitar. Hoy sería para Cuba una puerta de entrada, con apariencia izquierdista, al capitalismo neocolonial. No está de más recordar por otra parte, que el reformismo en Cuba tiene dos variantes históricas: el autonomismo y el anexionismo.

Dice Guillermo: “Es después de 1860 cuando empieza a desarrollarse el capitalismo en Rusia. Incluso, Lenin piensa en la posibilidad de que el partido marxista dirija la edificación capitalista en Rusia. Es lo que, en buena medida, están haciendo los partidos comunistas chino y vietnamita, mezclándolos con el proceso socializador que ya habían comenzado, y han logrado avances impresionantes, porque con miseria generalizada no puede haber socialismo. ¿Necesitamos nosotros inversión capitalista controlada por nuestro partido?” Este párrafo que acabo de citar de su segundo artículo de respuesta, construye tres oraciones muy semejantes: las dos primeras dicen que el partido marxista o comunista dirige o controla la “edificación capitalista” en la Rusia de Lenin, y en la China y el Vietnam más recientes, respectivamente; la tercera, agrega que el partido comunista dirige o controla “la inversión capitalista” en Cuba, hoy, esta última en la forma de una pregunta afirmativa. Una sola variación: en el caso de Cuba, habla de inversión, no de edificación, aunque una lectura que concatene las oraciones puede sugerirla. A su pregunta no cabe otra respuesta: requerimos de la inversión de capital extranjero (de empresas capitalistas) donde lo necesita el país, bajo las condiciones y normas de su legislación socialista, y al servicio de los intereses y las prioridades del socialismo, sin afectar la soberanía nacional. “Con miseria generalizada no puede haber socialismo”, dice con razón. Pero, ¿a qué se refiere Guillermo cuando habla de edificación capitalista?

El socialismo no es un lugar de llegada, es un camino. Arrastra de nacimiento, decía Marx, “todas las manchas” del capitalismo. No existe un modelo, un método o un camino desbrozado para su construcción fuera de tiempo y lugar, pero en cualquier caso en él conviven elementos de los dos sistemas. A veces retrocede, como en las carreras de salto, para tomar impulso. Uso la palabra retroceder, con plena conciencia de su carácter polémico. Lenin estudió la diversidad de formas de producción existentes en la Rusia de la época y en un momento de total devastación –al terminar la primera guerra mundial, la guerra civil y la agresión de catorce potencias capitalistas–, imaginó la preponderancia de un capitalismo de estado que desarrollara las fuerzas productivas, mientras preparaba a la clase obrera e impulsaba las relaciones socialistas, para luego cortar desde arriba los nexos de propiedad; de cualquier manera, su propósito no era “edificar el capitalismo”, sino el socialismo y el comunismo. La revolución cubana, pese a todo, encontró un escenario más favorable, y el apoyo de un “campo socialista”; el derrumbe de ese contexto la obliga a reconsiderar “su modelo” y a rectificar errores copiados de otros. Lo que quiero significar es que no se trata de una revalorización del capitalismo por parte de los partidos comunistas ruso o cubano, por ejemplo; se trata, en todo caso, de una concepción más acorde a las posibilidades reales y nacionales –en países aislados–, durante la etapa del período de tránsito que llamamos socialismo. Como sabe y comparte Guillermo, estoy seguro, el capitalismo no es sustentable: no solo está en crisis económica casi de forma permanente, sino que además nos arrastra a una crisis ecológica irreversible. ¿Cómo voy a imaginarme un “abrazo nacional” en otro lugar que no sea en el socialismo, es decir, en ese movimiento continuo –en y hacia otro mundo, otra cultura–, que llamamos socialismo? Estos temas son claves para Cuba hoy, y le propongo a Guillermo organizar sobre ellos de conjunto una mesa de discusión entre revolucionarios, en alguna institución cultural, sin que medien asuntos personales, sin la premura y los límites naturales de una polémica como esta. A la dorada medianía de los pitagóricos, opongo la máxima socrática inscrita en el frontispicio del Oráculo de Delfos: “observa la medida y conócete a ti mismo”. Observar la medida no estar en el medio; conocerse es una condición difícil que pocos logran.

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