Traducido por Cubadebate
No podía sentarme junto a alguien que justificó la invasión de Iraq con una mentira.
La inmoralidad de los Estados Unidos y Gran Bretaña en su decisión de
invadir Iraq en 2003, basados en la mentira de que Iraq poseía armas
de destrucción masiva, ha desestabilizado y polarizado al mundo en mayor
medida que cualquier otro conflicto en la historia.
En lugar de reconocer que el mundo en que vivíamos, con
comunicaciones cada vez más sofisticadas, transportes y sistemas de
armamento complejos que podrían en igualdad de condiciones a la familia
global en su conjunto, los entonces líderes de EEUU y el Reino Unido
fabricaron los motivos para comportarse como matones del patio de recreo
que andan en coches separados. Ellos nos han llevado al borde del
precipicio donde estamos ahora, con el fantasma de Siria e Irán ante
nosotros.
Si los líderes pueden mentir, entonces, ¿quién debe decir la verdad?
Días antes de que George W. Bush y Tony Blair ordenaran la invasión de
Iraq, llamé a la Casa Blanca y hablé con Condoleezza Rice, quien era
entonces consejera de Seguridad Nacional, para instar a que los
inspectores de las Naciones Unidas se les diera más tiempo para
confirmar o negar la existencia de las armas de destrucción masiva en
Iraq. Ellos deben ser capaces de confirmar la existencia de este tipo de
armas, argumenté, y el desmantelamiento de la amenaza contaría con el
apoyo de prácticamente todo el mundo. Rice objetó mi argumento y dijo
que había demasiado riesgo y que el presidente no podía posponer la
decisión por más tiempo.
¿Sobre qué bases podemos decidir que Robert Mugabe debe ir a la Corte
Penal Internacional, que Tony Blair debería unirse al círculo de los
oradores internacionales de la Cumbre, que Bin Laden merecía ser
asesinado, que Iraq debía ser invadida, porque aunque no poseía armas de
destrucción masiva -como dijo el señor Bush, Comandante en Jefe, y como
el señor Blair confesó la semana pasada-, valía el esfuerzo deshacerse
de Saddam Hussein?
El costo de la decisión de librar a Iraq de su líder ha sido
asombroso, comenzando para el propio Iraq. El año pasado, un promedio de
6,5 personas murieron allí cada día en ataques suicidas y coches bomba,
de acuerdo con el proyecto Body Count de Iraq. Más de 110 000 iraquíes
han muerto en el conflicto desde 2003 y millones de personas han sido
desplazadas. A finales del año pasado, cerca de 4.500 soldados
estadounidenses han muerto y más de 32.000 resultaron heridos.
Por este único motivo, en un mundo coherente, los responsables de
este sufrimiento y la pérdida de vidas deberían estar siguiendo el mismo
camino que algunos de sus pares africanos y asiáticos, que han tenido
que responder por sus acciones en La Haya.
Habría que recordar además los costos de estas acciones, con sus
efectos más allá de los campos de exterminio, visibles en los corazones
endurecidos y las mentes de los miembros de la familia humana en todo el
mundo.
¿Quién puede afirmar que los ataques terroristas han disminuido? ¿En
qué medida hemos logrado que el mundo musulmán y judeocristiano esté más
cerca y se haya sembrado la semilla de la comprensión y la esperanza?
El liderazgo y la moralidad son principios indivisibles. Los buenos
líderes son los custodios de la moral. La pregunta no es si Saddam
Hussein era bueno o malo o a cuántos de su pueblo masacró. El punto es
que ni el Sr. Bush ni el Sr. Blair debieron haberse permitido a sí
mismos rebajarse a ese nivel inmoral.
Si es aceptable para los líderes tomar medidas drásticas sobre la
base de una mentira, sin un reconocimiento o una disculpa cuando se
enteraron de la verdad, ¿qué vamos a enseñarles a nuestros hijos?
Mi llamado al señor Blair es que no hable de liderazgo, sino que lo
demuestre. Usted es un miembro de nuestra familia, la familia de Dios.
Usted debería estar hecho para la bondad, la honestidad, la moralidad,
el amor, del mismo modo que nuestros hermanos y hermanas en Iraq, en los
EE.UU., en Siria, en Israel e Irán.
Creía oportuno tener esta discusión en la Cumbre “Discovery Invest
Leadership”, en Johannesburgo, la semana pasada. A medida que la fecha
se acercaba, sentía un malestar cada vez profundo por asistir a una
cumbre sobre “liderazgo” con el Sr. Blair. Extiendo mis más humildes y
sinceras disculpas a los organizadores de la Cumbre, a los oradores y
delegados por mi decisión de no asistir.
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