Cultura y farandula: parientes, pero no iguales
Por
Mi profesor José Antonio Portuondo,
cuando alguna institución organizaba lo que ya desde entonces comenzaba
a llamarse una “actividad cultural” y el asunto era en verdad la
actuación de un grupo musical con el que los participantes bailaban con
mayor o menor entusiasmo, hablaba de lo que él denominaba “cultura de la
cintura para abajo”. Seguimos llamando “cultura” a lo que es, en
verdad, entretenimiento, que muchas veces se vale de manifestaciones que
emplean elementos de la cultura, pero utilizados estrictamente en
función de hacer más eficaz el entretenimiento.
Hay quien prefiere, en los tiempos que corren, borrar de una vez los
límites entre lo popular y lo culto. Aunque existen, también es cierto
que esas fronteras nunca han estado plenamente definidas, porque ambas
zonas se comunican e interrelacionan.
Lo popular ha alimentado lo culto. Las manifestaciones danzarias
europeas de carácter popular -la cuadrilla, la contradanza, el vals-,
han nutrido la música culta. Hay manifestaciones del entretenimiento que
ingresarán el acervo cultural de la nación.
La confusión entre farándula y cultura no era así en los inicios de
la Revolución. En la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC), por ejemplo, no existía la hoy nutridísima Asociación de Radio,
Cine y Televisión. A la UNEAC pertenecían únicamente nuestros más
importantes directores cinematográficos, como Tomás Gutiérrez Alea y
Julio García Espinosa. Los trabajadores de la radio y la televisión, se
agrupaban masivamente en el Sindicato de Artes y Espectáculos; pero la
UNEAC tenía un sentido más selectivo, demandaba una dimensión claramente
intelectual en sus asociados: que el guionista no fuera el que escribía
los libretos para un programa radial u otro televisivo que no
trascendían, sino que debía ser, para pertenecer, un guionista como
Carballido Rey quien, además de escribir los guiones de San Nicolás del
Peladero era, a la vez, un notable cuentista.
¿Tenía un sentido elitista la pertenencia a la UNEAC? Podría ser,
pero ello distingue a las asociaciones profesionales. A ese grupo de
intelectuales punteros de toda cultura, eso que se llamaba
aristocráticamente, su intelligentsia -y que, inevitablemente, existe-,
una perspectiva más popular y contemporánea, la ha llamado “vanguardia”,
con una de esas tantas palabras importadas desde la vida militar. Esa
exigencia le daba a la agrupación una jerarquía cultural que no se
consigue con una excesiva democratización.
Todo cubano tiene, en verdad, la posibilidad de pertenecer a la UNEAC
pero, para ello, debe exhibir una obra que avale su condición de
artista o escritor. Un artista plástico no puede ser miembro de la UNEAC
sin haber hecho nunca una exposición de valía, ni un escritor puede
tener el carnet sin haber publicado un libro con los méritos
suficientes. Y los casos se han dado, se dan. O mejor, se dieron.
Quiero aclarar que no rechazo en absoluto el entretenimiento. Un
autor tan vanguardista, tan exigente y tan revolucionario como Bertolt
Brecht sostenía que, una obra teatral, además de enseñar, tiene la
obligación de divertir a su espectador.
Sin embargo, no todo lo que divierte trasciende en cultura, queda
como patrimonio de ella. No cualquier trío significa para nuestra
cultura lo que el trío Matamoros; no cualquier cantante es para ella lo
que han sido Esther Borja o Silvio Rodríguez; no cualquier declamador es comparable a Luis Mariano Carbonell.
Respetar esas diferencias -esas jerarquías-, es respetar nuestro
patrimonio mismo y dar ejemplo de las dimensiones a las que deben
aspirar nuestros artistas, nuestros intelectuales. Es hacer mejor y más
respetable la UNEAC.
(Tomado de Cubarte)
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