jueves, 22 de diciembre de 2011

La oscura pradera me convida: poesía pintada

Estrella Díaz • La Habana

Hasta el 15 de enero está abierta al público en la galería Orígenes —enclavada frente al emblemático Parque Central de la capital cubana— la exposición La oscura pradera me convida del artista de la plástica Vicente Rodríguez Bonachea (La Habana, 1957), muestra en la que el particular imaginario de este creador se despliega en diez piezas que mucho tienen que ver con la tridimensionalidad.

"Icaro"
La obra de Bonachea, graduado en 1976 de la Academia de Artes de San Alejandro, se distingue, además, por un cromatismo pictórico personalísimo —sus azules y sus verdes son ya un sello—, pero según aseguró en entrevista exclusiva con La Jiribilla “tiene mucho de intuición” porque no podría repetir una pieza porque el azar juega también su papel: “el proceso del uso del color no lo puedo explicar porque no lo tengo a nivel de conciencia. No uso el color puro, los mezclo ¡son pura mezcla!”.
Sobre si en esta muestra hay algún rompimiento dentro de la obra, aclara categórico que en 2009 realizó en la Galería Villa Manuela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), una exposición que sí considera de ruptura, sin embargo, La oscura pradera me convida la siente como una continuidad de aquella.
“De hecho las primeras piezas de esta muestra se me habían quedado de esa anterior llamada La memoria alucinada. Mientras trabajaba para esta exposición me llamó un amigo poeta (Alex Fleites) y me dijo que había un título de un poema de José Lezama Lima que le parecía tremendo. El poema lo conocía, pero lo busqué y lo releí y fue cuando decidí que así se llamaría la próxima exposición.
“Creo que hay puntos de contacto —por supuesto respetando y salvando las diferencias con la obra de Lezama— en cuanto a que las piezas tienen un carácter intimista; hay códigos que si las personas me conocen, tal vez, los puedan descifrar mejor, de lo contrario harán su interpretación personal.
“El otro día pasé por la Galería y una señora me preguntaba qué había querido decir con una determinada pieza y le respondí: ‘mejor no se lo digo porque puede que la defraude… si usted ha hecho su versión ¿para qué quiere la mía?’ Insistió y le di algunas claves, no le expliqué la pieza porque eso es imposible… a veces, la gente quiere que tú le narres el cuadro. En alguna medida el título ayuda y orienta, pero lo demás está en dependencia de tu experiencia personal, de tu cultura y de lo que tengas que ver con el tema que se está tratando.”
¿Podría afirmar que La oscura pradera me convida es poesía pintada?       
Sería un halago —y esto lo he dicho anteriormente—, siento una tremenda envidia por los poetas. Creo que expresarse con la palabra es un privilegio. No puedo, por eso pinto.
Si tuviera que definir los temas esenciales de su pintura, ¿cuáles serían?
La vida misma. Como es lógico parto de mis propias experiencias y de algunas otras que son colectivas. El tema ha sido el mismo que ha tocado el hombre desde que estaba en la caverna que es el misterio de la vida, las cosas que no podemos explicar, la religión, el amor… no puedo decir algo específico porque puedo partir de una canción que me sugiere un sentimiento repentino o cuando escucho, por la calle, una conversación ajena o algo que veo y que me conmueve.
En su imaginario estos personajes que inventa y reinventa ¿a partir de qué principios los construye?
No invento: están, aquí, en mi cabeza y lo que hago es sacarlos a los lienzos o a las cartulinas o al grabado o a las esculturas. Voy a poner un ejemplo que, tal vez, grafique: hay una pieza en la exposición llamada “Vencedor de la muerte” que es una sillita que me encontré en la calle y la convertí en una especie de trono con un personaje encima que tiene (como casco) una especie de cabeza de muñeca con un cuerno —que es una muela de cangrejo— esta es la parte estética. Pero, “Vencedor de la muerte” está pensada por mi hijo a quien le dio una meningitis cuando tenía cinco meses de nacido y estuvo dos meses y medio en terapia. El médico decía: “¡este niño no se quiere morir porque con tantas complicaciones y míralo ahí luchando por la vida!” Esa pieza la concebí enfocado en eso: en alguien que ha batallado y logró vencer.

"Vencedor de la muerte"
¿Y “El reposo del guerrero”?
Esa pieza sí parte de la experiencia colectiva porque la gente la mira y enseguida piensa en un Elegguá. A lo mejor lo es, pero esa no es la intención. Esa pieza está inspirada en aquella gente a la que se le rinde tributo y termina en un pedestal, pero esa reverencia puede ser, incluso, la vejez: alguien cansado o agotado, pero no vencido. Al mismo tiempo, puede ser un Elegguá que está abriendo caminos. También hay un basamento en los ritos de algunas tribus del Amazonas; esa pieza está construida a partir de esa visualidad y empleo plumas, tierra, piedras y otros elementos naturales.

"El reposo del guerrero"
Siento que en algunas de estas piezas hay un humor marcado, ¿me equivoco?
Siempre trato de ponerle humor a la obra porque a través de la broma o de la gracia se dicen cosas muy serias. Creo que eso viene, quizá, de la ilustración infantil que siempre debe de tener algo de humor porque el niño lo exige. No hay que olvidar que el niño empieza a leer a partir de las imágenes y si no tienen un poco de humor les resulta aburrido.
¿Y cómo fueron sus más remotos inicios?
Mi padre era decorador de abanicos y desde muy niño siempre estaba a su lado en la mesa de trabajo. No estoy seguro de si era para que no lo molestara o para contribuir con mi educación, pero me daba papeles y lápices en abundancia. Ese fue mi primer encuentro con las artes visuales y así, simplemente, comenzó mi gusto por las imágenes.
¿Y qué pasó al llegar la adolescencia porque de pequeños todos pintamos, pero pocos continuamos haciéndolo?
Es cierto, se abandona. El pintar en los niños es una necesidad porque es la manera de expresarse. Como todos los niños pinté, dibujé, garabateé. Desgraciadamente, de ese momento no conservo nada, creo que solo una cartica que les hice a los Reyes Magos. Al llegar a la adolescencia continué dibujando —transité por el Conservatorio de música Alejandro García Caturla donde estudié violín durante dos años—. Después estuve en la escuela militar los Camilitos porque parece que tenía muchas inquietudes y también en un círculo de interés de literatura. Cuando estaba por terminar, la secundaria salió la convocatoria para la Academia de Artes de San Alejandro. Decía que quería ser pintor sin saber a ciencia cierta qué era eso.
Y llega a San Alejandro…    
Llegué y el último año lo hice en curso para trabajadores porque suspendí la escolaridad y había una ley en la enseñanza artística que cuando desaprobabas las materias te separaban por un año de la escuela. Como estaba en el último año me dieron la oportunidad de que pasara al curso de trabajadores.
¿Cuál fue el descubrimiento mayor al llegar a San Alejandro?
El descubrimiento fue total porque me di cuenta de que el ser pintor no era aquella persona que se dedicaba a hacer retratos o paisajes: era mucho más que eso. Puedes pasar por una academia y, al final, nunca tener una obra importante porque el arte es otra cosa. La Academia da el instrumento, las herramientas para poder trabajar, pero el arte es lo que tengas que decir y eso nadie te lo puede enseñar. A eso algunos le llaman vocación; otros, inclinación; otros, talento, pero eso está compuesto por una serie de cosas como muchas horas de trabajo y de estudio. Es decir, que no solamente uno se sienta y sale la obra. Hay piezas que, aparentemente, parecen espontáneas y detrás hay muchas horas y hasta meses de pensamiento.
Su primera exposición fue en el año 1978 en Artemisa…
No, fue aquí, en La Habana, pero después se llevó a Artemisa y a Bauta, es decir, que hizo un recorrido por las afueras de la capital.
¿Y cómo fue esa primera vez que mostró al público su trabajo?, ¿en el 78 tenía conciencia de lo que estaba haciendo?
La verdad es que no. Había participado en algunas colectivas, pero esa fue mi primera personal. Aquella exposición incluía 40 dibujos y para mí era nuevo que en la prensa se hablara de mi trabajo. Entre el asombro y el gusto continúo trabajando hasta hoy.
Entre el año 76 al 84 trabajó en el Departamento de Escenografía del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), ¿qué le aportó esa experiencia?
Empecé en el ICAIC en unos almacenes y mi trabajo consistí en rotular paquetes para, luego, ser entregados. Pedro García Espinosa fue quien me propuso pasar al Departamento de Escenografía y terminé realizando escenografías. Esa fue una gran escuela, primero porque había que hacer las cosas con mucha premura porque el cine funciona a gran velocidad. Además se trabajaba a gran escala, por ejemplo, había que tapar todo un estadio con vallas de tres y cuatro metros con anuncios de la Coca-cola o de determinadas marcas de cigarro. Ese trabajo de copiar la publicidad de los años 50 fue un gran aprendizaje. En resumen, el ICAIC fue decisivo por la premura, por la escala y por los recursos técnicos que no son los mismos: la pintura publicitaria es otra cosa.
¿Y le ha servido, después, para hacer la obra?
¡Me ha servido de mucho! Por ejemplo, esta última exposición tiene recursos que nacen de la escenografía, es decir, que son engañosos: da la impresión de ser una pared y no es real: un trabajo de trucaje.
Se dice que es escultor, dibujante, ceramista, pintor, grabador…
Tengo que hacer una salvedad. Es cierto que he incursionado por todas esas manifestaciones, pero no siento que soy ni grabador ni ceramista… respeto mucho a los artistas que se dedican por entero a una especialidad. Por ejemplo, ceramista es aquel que ha hecho una obra en cerámica como el maestro Alfredo Sosabravo, que sí tiene un recorrido sólido. Como algo alternativo he hecho algunos grabados. En ocasiones, me he sentido un poco agotado de la pintura y me refugio en el grabado que me facilita una manera determinada de expresión.

"Medusa"
Entonces, ¿cómo se define?     
Fundamentalmente como dibujante. Lo demás, son atrevimientos. 
En el año 2011 obtuvo el Premio al Mejor Libro Integral del año —con una obra de la escritora cubana Ivette Vian— ¿cómo define su paso por la ilustración que es una especialidad, lamentablemente, venida a menos?
La ilustración me llegó de una manera casi espontánea. Las primeras críticas en torno a mi trabajo apuntaban a que mi obra tenía ciertos visos de ilustración —parece que le veían el encanto que tienen las láminas para niños—. Un día Umberto Peña —que aquel entonces era el diseñador de Casa de las Américas—, un maestro de la plástica cubana y un hombre con una cultura visual vasta me propuso ilustrar un libro y, recuerdo que me dijo: “a lo mejor tu camino es la ilustración y no la pintura. Noto que estás en la duda” y me dio, para ilustrar, un libro de Ana María Machado, una escritora brasileña de literatura infantil. Estuvimos trabajando durante meses porque me rechazaba todas las propuestas y, al mismo tiempo, me facilitó libros y empecé a conocer el mundo de la ilustración. Ese trabajo me fascinó y a partir de ahí empecé a ilustrar libros.
¿Y Pedro Pablo Oliva no es, también, una influencia en su trabajo?    
A Pedro Pablo fui a conocerlo, personalmente, a Pinar del Río y cuando se lo dije no salía de su asombro… sentía y siento una gran fascinación por su obra y, de alguna manera, ha sido mi maestro porque aunque directamente no me ha dado clases, su obra sí ha influido mucho en la mía. Soy un deudor de su obra y creo que es uno de los grandes maestros de las artes plásticas cubanas.
¿La candidez puede que sea una zona común de su obra y la de Oliva?
Puede que sí, pero dentro de esa candidez hay aspectos picarescos. Tampoco nada es tan inocente ni tan ingenuo como parece.
Su primer universo visual parece haber estado en contacto muy directo con la iconografía martiana.
Para todos los cubanos, José Martí es importante, primero porque desde pequeño en la escuela le hablan a uno de él y de su obra y de su grandeza. Con toda razón se le denomina el más universal de todos los cubanos. Empecé a tratar el tema martiano en el año 1993 cuando me invitaron a hacer unas ilustraciones de una edición de La Edad de Oro, realizada en Costa Rica.
Esa edición se hizo con Froilán Escobar y él se preocupó por que leyera otros autores que hacían valoraciones críticas sobre esa obra. Esto me hizo ver a Martí con otra óptica y me surgió la idea de hacer otra exposición con ese tema algo bien complicado porque en la plástica cubana ha sido trabajado por grandes artistas y de muchas maneras. Está la obra de Raúl Martínez que me parece formidable, está Carlos Enríquez, Abela… los artistas de la llamada primera vanguardia, todos trabajaron a Martí y luego del triunfo de la Revolución esa tradición continuó.
Me di a la tarea de revisar todo lo que se había hecho y ese ejercicio me enriqueció sobremanera. En el año 2000 hice una exposición —que las palabras muy gentilmente las hizo el doctor Eusebio Leal— que titulé Pinta mi amigo el pintor. Fue un atrevimiento de mi parte, pero traté de hacer algo bien diferente a lo que hasta el momento se había realizado porque quería desacralizar a Martí y humanizarlo. Aprendí mucho de su epistolario y entendí que era un hombre que valoraba sobremanera la amistad, su nivel de sacrifico, incluso, con la propia familia. Todo eso fue la motivación para esa exposición.
Luego, lo he ido trabajando a partir de pedidos puntuales, pero en realidad fue esa exposición en la que trabajé con más fuerza el tema martiano. Después hice y doné un mural emplazado en la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI) que titulé “Cuando la muerte sedujo al Maestro” en el que aparece un personaje femenino que está cautivándolo porque se resistía a morir. Creo firmemente que Martí no ha muerto.
Recuerdo otra obra suya ¡bellísima! titulada “En un carro de hojas verdes”…
Esa es una pieza tridimensional que se basa en el verso “En un carro de hojas verdes a morir me han de llevar” que es una frase de Martí que encierra una poesía tremenda. Estremecedora.
¿Proyectos?
Lo más inmediato —que llevo unos dos años tratando de sacar— es un libro que se titulará De bares y cantinas, un divertimento. Se trata de dibujos que uno hace cuando está compartiendo con amigos, tomándose un café o una cerveza, y esos dibujos por lo general se pierden y empecé a coleccionarlos. Un amigo español, cuando le propuse la idea, le encantó. Creo que el libro estará listo para el mes de marzo y tengo pensado hacer una exposición con todos estos dibujos. Eso es lo más inmediato.  

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