Hasta el 15 de enero
está abierta al público
en la galería Orígenes
—enclavada frente al
emblemático Parque
Central de la capital
cubana— la exposición
La oscura pradera me
convida del artista
de la plástica Vicente
Rodríguez Bonachea (La
Habana, 1957), muestra
en la que el particular
imaginario de este
creador se despliega en
diez piezas que mucho
tienen que ver con la
tridimensionalidad.
"Icaro"
|
La obra de Bonachea,
graduado en 1976 de la
Academia de Artes de San
Alejandro, se distingue,
además, por un
cromatismo pictórico
personalísimo —sus
azules y sus verdes son
ya un sello—, pero según
aseguró en entrevista
exclusiva con La
Jiribilla “tiene
mucho de intuición”
porque no podría repetir
una pieza porque el azar
juega también su papel:
“el proceso del uso del
color no lo puedo
explicar porque no lo
tengo a nivel de
conciencia. No uso el
color puro, los mezclo
¡son pura mezcla!”.
Sobre si en esta muestra
hay algún rompimiento
dentro de la obra,
aclara categórico que en
2009 realizó en la
Galería Villa Manuela de
la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba
(UNEAC), una exposición
que sí considera de
ruptura, sin embargo,
La oscura pradera me
convida la siente
como una continuidad de
aquella.
“De hecho las primeras
piezas de esta muestra
se me habían quedado de
esa anterior llamada
La memoria alucinada.
Mientras trabajaba para
esta exposición me llamó
un amigo poeta (Alex
Fleites) y me dijo que
había un título de un
poema de José Lezama
Lima que le parecía
tremendo. El poema lo
conocía, pero lo busqué
y lo releí y fue cuando
decidí que así se
llamaría la próxima
exposición.
“Creo que hay puntos de
contacto —por supuesto
respetando y salvando
las diferencias con la
obra de Lezama— en
cuanto a que las piezas
tienen un carácter
intimista; hay códigos
que si las personas me
conocen, tal vez, los
puedan descifrar mejor,
de lo contrario harán su
interpretación personal.
“El otro día pasé por la
Galería y una señora me
preguntaba qué había
querido decir con una
determinada pieza y le
respondí: ‘mejor no se
lo digo porque puede que
la defraude… si usted ha
hecho su versión ¿para
qué quiere la mía?’
Insistió y le di algunas
claves, no le expliqué
la pieza porque eso es
imposible… a veces, la
gente quiere que tú le
narres el cuadro. En
alguna medida el título
ayuda y orienta, pero lo
demás está en
dependencia de tu
experiencia personal, de
tu cultura y de lo que
tengas que ver con el
tema que se está
tratando.”
¿Podría afirmar que
La oscura pradera me
convida es poesía
pintada?
Sería un halago —y esto
lo he dicho
anteriormente—, siento
una tremenda envidia por
los poetas. Creo que
expresarse con la
palabra es un
privilegio. No puedo,
por eso pinto.
Si tuviera que definir
los temas esenciales de
su pintura, ¿cuáles
serían?
La vida misma. Como es
lógico parto de mis
propias experiencias y
de algunas otras que son
colectivas. El tema ha
sido el mismo que ha
tocado el hombre desde
que estaba en la caverna
que es el misterio de la
vida, las cosas que no
podemos explicar, la
religión, el amor… no
puedo decir algo
específico porque puedo
partir de una canción
que me sugiere un
sentimiento repentino o
cuando escucho, por la
calle, una conversación
ajena o algo que veo y
que me conmueve.
En su imaginario estos
personajes que inventa y
reinventa ¿a partir de
qué principios los
construye?
No invento: están, aquí,
en mi cabeza y lo que
hago es sacarlos a los
lienzos o a las
cartulinas o al grabado
o a las esculturas. Voy
a poner un ejemplo que,
tal vez, grafique: hay
una pieza en la
exposición llamada
“Vencedor de la muerte”
que es una sillita que
me encontré en la calle
y la convertí en una
especie de trono con un
personaje encima que
tiene (como casco) una
especie de cabeza de
muñeca con un cuerno
—que es una muela de
cangrejo— esta es la
parte estética. Pero,
“Vencedor de la muerte”
está pensada por mi hijo
a quien le dio una
meningitis cuando tenía
cinco meses de nacido y
estuvo dos meses y medio
en terapia. El médico
decía: “¡este niño no se
quiere morir porque con
tantas complicaciones y
míralo ahí luchando por
la vida!” Esa pieza la
concebí enfocado en eso:
en alguien que ha
batallado y logró
vencer.
"Vencedor de la
muerte"
|
¿Y “El reposo del
guerrero”?
Esa pieza sí parte de la
experiencia colectiva
porque la gente la mira
y enseguida piensa en un
Elegguá. A lo mejor lo
es, pero esa no es la
intención. Esa pieza
está inspirada en
aquella gente a la que
se le rinde tributo y
termina en un pedestal,
pero esa reverencia
puede ser, incluso, la
vejez: alguien cansado o
agotado, pero no
vencido. Al mismo
tiempo, puede ser un
Elegguá que está
abriendo caminos.
También hay un basamento
en los ritos de algunas
tribus del Amazonas; esa
pieza está construida a
partir de esa visualidad
y empleo plumas, tierra,
piedras y otros
elementos naturales.
"El reposo del
guerrero"
|
Siento que en algunas de
estas piezas hay un
humor marcado, ¿me
equivoco?
Siempre trato de ponerle
humor a la obra porque a
través de la broma o de
la gracia se dicen cosas
muy serias. Creo que eso
viene, quizá, de la
ilustración infantil que
siempre debe de tener
algo de humor porque el
niño lo exige. No hay
que olvidar que el niño
empieza a leer a partir
de las imágenes y si no
tienen un poco de humor
les resulta aburrido.
¿Y cómo fueron sus más
remotos inicios?
Mi padre era decorador
de abanicos y desde muy
niño siempre estaba a su
lado en la mesa de
trabajo. No estoy seguro
de si era para que no lo
molestara o para
contribuir con mi
educación, pero me daba
papeles y lápices en
abundancia. Ese fue mi
primer encuentro con las
artes visuales y así,
simplemente, comenzó mi
gusto por las imágenes.
¿Y qué pasó al llegar la
adolescencia porque de
pequeños todos pintamos,
pero pocos continuamos
haciéndolo?
Es cierto, se abandona.
El pintar en los niños
es una necesidad porque
es la manera de
expresarse. Como todos
los niños pinté, dibujé,
garabateé.
Desgraciadamente, de ese
momento no conservo
nada, creo que solo una
cartica que les hice a
los Reyes Magos. Al
llegar a la adolescencia
continué dibujando
—transité por el
Conservatorio de música
Alejandro García Caturla
donde estudié violín
durante dos años—.
Después estuve en la
escuela militar los
Camilitos porque parece
que tenía muchas
inquietudes y también en
un círculo de interés de
literatura. Cuando
estaba por terminar, la
secundaria salió la
convocatoria para la
Academia de Artes de San
Alejandro. Decía que
quería ser pintor sin
saber a ciencia cierta
qué era eso.
Y llega a San
Alejandro…
Llegué y el último año
lo hice en curso para
trabajadores porque
suspendí la escolaridad
y había una ley en la
enseñanza artística que
cuando desaprobabas las
materias te separaban
por un año de la
escuela. Como estaba en
el último año me dieron
la oportunidad de que
pasara al curso de
trabajadores.
¿Cuál fue el
descubrimiento mayor al
llegar a San Alejandro?
El descubrimiento fue
total porque me di
cuenta de que el ser
pintor no era aquella
persona que se dedicaba
a hacer retratos o
paisajes: era mucho más
que eso. Puedes pasar
por una academia y, al
final, nunca tener una
obra importante porque
el arte es otra cosa. La
Academia da el
instrumento, las
herramientas para poder
trabajar, pero el arte
es lo que tengas que
decir y eso nadie te lo
puede enseñar. A eso
algunos le llaman
vocación; otros,
inclinación; otros,
talento, pero eso está
compuesto por una serie
de cosas como muchas
horas de trabajo y de
estudio. Es decir, que
no solamente uno se
sienta y sale la obra.
Hay piezas que,
aparentemente, parecen
espontáneas y detrás hay
muchas horas y hasta
meses de pensamiento.
Su primera exposición
fue en el año 1978 en
Artemisa…
No, fue aquí, en La
Habana, pero después se
llevó a Artemisa y a
Bauta, es decir, que
hizo un recorrido por
las afueras de la
capital.
¿Y cómo fue esa primera
vez que mostró al
público su trabajo?, ¿en
el 78 tenía conciencia
de lo que estaba
haciendo?
La verdad es que no.
Había participado en
algunas colectivas, pero
esa fue mi primera
personal. Aquella
exposición incluía 40
dibujos y para mí era
nuevo que en la prensa
se hablara de mi
trabajo. Entre el
asombro y el gusto
continúo trabajando
hasta hoy.
Entre el año 76 al 84
trabajó en el
Departamento de
Escenografía del
Instituto Cubano del
Arte e Industria
Cinematográficos
(ICAIC), ¿qué le aportó
esa experiencia?
Empecé en el ICAIC en
unos almacenes y mi
trabajo consistí en
rotular paquetes para,
luego, ser entregados.
Pedro García Espinosa
fue quien me propuso
pasar al Departamento de
Escenografía y terminé
realizando
escenografías. Esa fue
una gran escuela,
primero porque había que
hacer las cosas con
mucha premura porque el
cine funciona a gran
velocidad. Además se
trabajaba a gran escala,
por ejemplo, había que
tapar todo un estadio
con vallas de tres y
cuatro metros con
anuncios de la Coca-cola
o de determinadas marcas
de cigarro. Ese trabajo
de copiar la publicidad
de los años 50 fue un
gran aprendizaje. En
resumen, el ICAIC fue
decisivo por la premura,
por la escala y por los
recursos técnicos que no
son los mismos: la
pintura publicitaria es
otra cosa.
¿Y le ha servido,
después, para hacer la
obra?
¡Me ha servido de mucho!
Por ejemplo, esta última
exposición tiene
recursos que nacen de la
escenografía, es decir,
que son engañosos: da la
impresión de ser una
pared y no es real: un
trabajo de trucaje.
Se dice que es escultor,
dibujante, ceramista,
pintor, grabador…
Tengo que hacer una
salvedad. Es cierto que
he incursionado por
todas esas
manifestaciones, pero no
siento que soy ni
grabador ni ceramista…
respeto mucho a los
artistas que se dedican
por entero a una
especialidad. Por
ejemplo, ceramista es
aquel que ha hecho una
obra en cerámica como el
maestro Alfredo
Sosabravo, que sí tiene
un recorrido sólido.
Como algo alternativo he
hecho algunos grabados.
En ocasiones, me he
sentido un poco agotado
de la pintura y me
refugio en el grabado
que me facilita una
manera determinada de
expresión.
"Medusa"
|
Entonces, ¿cómo se
define?
Fundamentalmente como
dibujante. Lo demás, son
atrevimientos.
En el año 2011 obtuvo el
Premio al Mejor Libro
Integral del año —con
una obra de la escritora
cubana Ivette Vian—
¿cómo define su paso por
la ilustración que es
una especialidad,
lamentablemente, venida
a menos?
La ilustración me llegó
de una manera casi
espontánea. Las primeras
críticas en torno a mi
trabajo apuntaban a que
mi obra tenía ciertos
visos de ilustración
—parece que le veían el
encanto que tienen las
láminas para niños—. Un
día Umberto Peña —que
aquel entonces era el
diseñador de Casa de las
Américas—, un maestro de
la plástica cubana y un
hombre con una cultura
visual vasta me propuso
ilustrar un libro y,
recuerdo que me dijo: “a
lo mejor tu camino es la
ilustración y no la
pintura. Noto que estás
en la duda” y me dio,
para ilustrar, un libro
de Ana María Machado,
una escritora brasileña
de literatura infantil.
Estuvimos trabajando
durante meses porque me
rechazaba todas las
propuestas y, al mismo
tiempo, me facilitó
libros y empecé a
conocer el mundo de la
ilustración. Ese trabajo
me fascinó y a partir de
ahí empecé a ilustrar
libros.
¿Y Pedro Pablo Oliva no
es, también, una
influencia en su
trabajo?
A Pedro Pablo fui a
conocerlo,
personalmente, a Pinar
del Río y cuando se lo
dije no salía de su
asombro… sentía y siento
una gran fascinación por
su obra y, de alguna
manera, ha sido mi
maestro porque aunque
directamente no me ha
dado clases, su obra sí
ha influido mucho en la
mía. Soy un deudor de su
obra y creo que es uno
de los grandes maestros
de las artes plásticas
cubanas.
¿La candidez puede que
sea una zona común de su
obra y la de Oliva?
Puede que sí, pero
dentro de esa candidez
hay aspectos picarescos.
Tampoco nada es tan
inocente ni tan ingenuo
como parece.
Su primer universo
visual parece haber
estado en contacto muy
directo con la
iconografía martiana.
Para todos los cubanos,
José Martí es
importante, primero
porque desde pequeño en
la escuela le hablan a
uno de él y de su obra y
de su grandeza. Con toda
razón se le denomina el
más universal de todos
los cubanos. Empecé a
tratar el tema martiano
en el año 1993 cuando me
invitaron a hacer unas
ilustraciones de una
edición de La Edad de
Oro, realizada en
Costa Rica.
Esa edición se hizo con
Froilán Escobar y él se
preocupó por que leyera
otros autores que hacían
valoraciones críticas
sobre esa obra. Esto me
hizo ver a Martí con
otra óptica y me surgió
la idea de hacer otra
exposición con ese tema
algo bien complicado
porque en la plástica
cubana ha sido trabajado
por grandes artistas y
de muchas maneras. Está
la obra de Raúl Martínez
que me parece
formidable, está Carlos
Enríquez, Abela… los
artistas de la llamada
primera vanguardia,
todos trabajaron a Martí
y luego del triunfo de
la Revolución esa
tradición continuó.
Me di a la tarea de
revisar todo lo que se
había hecho y ese
ejercicio me enriqueció
sobremanera. En el año
2000 hice una exposición
—que las palabras muy
gentilmente las hizo el
doctor Eusebio Leal— que
titulé Pinta mi amigo
el pintor. Fue un
atrevimiento de mi
parte, pero traté de
hacer algo bien
diferente a lo que hasta
el momento se había
realizado porque quería
desacralizar a Martí y
humanizarlo. Aprendí
mucho de su epistolario
y entendí que era un
hombre que valoraba
sobremanera la amistad,
su nivel de sacrifico,
incluso, con la propia
familia. Todo eso fue la
motivación para esa
exposición.
Luego, lo he ido
trabajando a partir de
pedidos puntuales, pero
en realidad fue esa
exposición en la que
trabajé con más fuerza
el tema martiano.
Después hice y doné un
mural emplazado en la
Universidad de las
Ciencias Informáticas
(UCI) que titulé “Cuando
la muerte sedujo al
Maestro” en el que
aparece un personaje
femenino que está
cautivándolo porque se
resistía a morir. Creo
firmemente que Martí no
ha muerto.
Recuerdo otra obra suya
¡bellísima! titulada “En
un carro de hojas
verdes”…
Esa es una pieza
tridimensional que se
basa en el verso “En un
carro de hojas verdes a
morir me han de llevar”
que es una frase de
Martí que encierra una
poesía tremenda.
Estremecedora.
¿Proyectos?
Lo más inmediato —que
llevo unos dos años
tratando de sacar— es un
libro que se titulará
De bares y cantinas,
un divertimento. Se
trata de dibujos que uno
hace cuando está
compartiendo con amigos,
tomándose un café o una
cerveza, y esos dibujos
por lo general se
pierden y empecé a
coleccionarlos. Un amigo
español, cuando le
propuse la idea, le
encantó. Creo que el
libro estará listo para
el mes de marzo y tengo
pensado hacer una
exposición con todos
estos dibujos. Eso es lo
más inmediato.
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