por Guillermo Rodríguez Rivera
Los amigos de Espacio laical(*)
me han distinguido llamándome, otra vez, para tomar parte en un dossier
de esos que pueden contribuir a aclarar algunas cosas que hace mucha
falta aclarar. Quieren mi opinión para que se incluya en lo que, sin
duda, será un debate sobre la prensa en general y, específicamente,
sobre la prensa en Cuba.
Quisiera empezar por decir que alguna vez, allá en mi ya lejana adolescencia, acaricié el propósito de ser periodista. Nunca
llegué a matricular en la Escuela de Periodismo que existía en Santiago
de Cuba, la ciudad donde nací y crecí. Y cuando, casi al triunfo de la
Revolución mi familia decidió mudarse a La Habana –donde ya vivían mis
hermanos médicos-- , tampoco quise estudiarlo porque, leyendo las
crónicas del mayor de los periodistas que ha dado Cuba, José Martí, y
que nunca había estudiado periodismo, comprendí que el periodismo no era
un saber sino una habilidad, un oficio que hay que desarrollar desde
una formación humanística. Hacer una crónica o un reportaje (más aún un
artículo de opinión) se aprende a hacer leyendo a los maestros y, ante
todo, escribiendo. Claro, si uno tiene la capacidad para hacerlo.
Lo
cierto es que casi mi primer trabajo fue de periodista. Digo casi
porque inicialmente trabajé en una oficina a mis diecisiete años, pero
rápidamente me vinculé a la Dirección de Cultura de la Asociación de
Jóvenes Rebeldes. Allí conocí a Ines Martiatu y a Sara Gómez, entonces
tan jóvenes como yo, y no sé ni cómo empecé a escribir crítica de cine
para la revista Mella,
el órgano oficial de la AJR. Esther Ayala, que entonces era su jefa de
redacción, me convenció para encargarme de otros trabajos, y al rato
andaba yo escribiendo crónicas y hasta reportajes sobre casi todo lo
humano y casi nada de lo divino.
Todavía,
mientras cursaba mis estudios de filología, fui periodista en Radio
Reloj Nacional, por invitación de mi amigo Edel Suárez y en la Revista
Cuba, donde fui secretario de redacción y tuve como jefe a Darío
Carmona, periodista republicano español, con quien aprendí casi todo lo
que sé del oficio. Pero
preferí dedicarme a la más desasida, a la más intemporal literatura
porque empecé a comprobar que el periodismo socialista se regía por
normas muy peculiares.
Si
uno hurgaba en una bibliografía al alcance de todos, empezaba a
descubrir que las reglas que establecían las coordenadas del periodismo
socialista eran las que había establecido Lenin en diversos artículos.
Lo que ocurría es que, si uno miraba los años cuando se escribieron, las
fechas de esos artículos de Lenin eran 1910 ó 1911. Esto es: eran
normativas para la prensa socialista clandestina.
Esas fueron las normas que Stalin –gran maestro de la descontextualización– escogió para regir la prensa del socialismo en el poder.
Ese es uno de los signos del dogmatismo y la manipulación: la
afirmación que se hizo en una circunstancia, pretende establecerse como
válida para todas las circunstancias.
La
prensa socialista clandestina, que debía defender contra sus enemigos
la supervivencia de una organización perseguida, se convirtió, en el
poder, en la reina del secretismo: que se diga lo menos posible, que es
lo que prefiere el que hace las cosas mal y quiere ser inmune a los
reclamos.
Los
partidarios del “secretismo” han tratado de hacer creer que a una
revolución, que afecta los intereses de los poderosos y por ello siempre
tiene enemigos de cuidado, no le hace bien airear las imágenes de lo
negativo que pueda existir en el ámbito donde gobierna, pero esto jamás
podrá esgrimirse como un principio legítimo. Los males deben conocerse
para poder combatirlos y eliminarlos. Cualquier médico sabe que sin
diagnóstico no hay curación. Lo que se precisa es que la caracterización
de lo mal hecho se realice con honestidad y precisión.
Cuando
único cabe el control y el invocar la seguridad nacional para que la
prensa actúe con absoluta disciplina, es cuando la patria está siendo
atacada y no debe decirse nada que pueda ser usado por el agresor. Ese
principio legítimo puede también pervertirse: la administración del
expresidente George W. Bush militarizó la prensa en las guerras de
Afganistán e Irak, pero estaba claro que esas guerras eran
injustificadas, porque no se combate a un grupo terrorista bombardeando e
invadiendo una o dos naciones y estaba claro que la seguridad de los
Estados Unidos no estaba en peligro.
No
es lo mismo una guerra en la que un país se defiende de una agresión,
que la guerra en que el gobierno de una potencia está agrediendo a otro
pueblo.
El
invocar la defensa de la unidad del país para ocultar el mal manejo de
una administración o de cualquier hecho de la vida civil, es también
pervertir peligrosamente el que debía ser un principio sagrado. Es
devaluarlo, porque se le está usando para ocultar lo mal hecho y así, se
le hace cómplice de ello.
La defensa de la Revolución y de la patria no es la defensa de las administraciones que funcionan mal.
El
presidente Raúl Castro ha invocado la necesidad de un cambio de
mentalidad que nos permita reencauzar la Revolución. Hay que pensar de
otra manera para poder cambiar las cosas.
Yo
creo que la prensa constituye un instrumento esencial para ello y que,
por ello mismo, la burocracia que se opone a los cambios hará todo lo
que pueda para evitar que nuestros medios informativos participen de ese
cambio. Y los que temen por la seguridad de su cargo, tratarán de no
arriesgarse. La burocracia tiene muchas maneras para coartar,
atemorizar, retardar lo que no quiere que ocurra.
Hace
apenas unos meses, el Dr. Esteban Morales, eminente politólogo y hombre
de probada trayectoria revolucionaria, escribió un artículo valorando
el peso negativo que tiene la corrupción en el país y explicando cómo
ello puede ser más dañino para la Revolución que las mismas actividades
de la disidencia interna. Invocaba el caso de muchos de los antiguos
países socialistas, donde los socialistas corruptos fueron esenciales
para la restauración del capitalismo.
El
comité del PCC en su municipio sancionó a Esteban a la máxima pena:
nada menos que separándolo como militante comunista, lo que nos pareció
escandaloso a muchos. Él apeló a las instancias que correspondían y
finalmente fue suprimida la sanción y le fue devuelto su carné de
militante. Fue una hermosa y necesaria victoria. Pero la página web
donde publicó su opinión no ha vuelto a ser la misma. Se ha cargado de
una prudencia que está a un paso del temor, porque entre la prudencia y
el miedo, media el mismo paso que va de lo sublime a lo ridículo. En
este sentido, la sanción surtió efecto.
El
Dr. Morales, uno de nuestros mayores conocedores de la política de los
Estados Unidos y frecuente invitado a la Mesa Redonda, no ha vuelto a
aparecer en el programa, cuando se han tratado temas en los que es una
autoridad. A mí me parece que su reivindicación debía ser completa.
La
perversión del uso del principio de unidad degrada la defensa de la
patria a la defensa de los funcionarios y, generalmente, de los
funcionarios que no merecen ser defendidos.
El
“secretismo” crea una ley no escrita mediante la cual las noticias no
existen hasta que la instancia pertinente aut-*orice su existencia, si
pensaba que la existencia de esa noticia era conveniente a la política
del país, o para lo que el censor piensa que son los intereses de la
nación.
Cuando
la información se publicaba, hacía mucho rato que todo el mundo la
sabía, porque en el mundo en que vivimos, el de la Internet y el email,
es fácil propagar la mentira, pero casi imposible ocultar la verdad.
La
excusa para ocultar una noticia es, casi siempre que, el saberla,
laceraría la conciencia revolucionaria de nuestro pueblo. Y ello es
subvalorar al pueblo que tenemos, instruido, con una verdadera cultura
política y hondamente identificado con nuestra revolución, veterano de
todas las batallas de estos cincuenta años; un pueblo que ha sabido
asumir a fondo profundos sacrificios. Hay muy pocos pueblos que sean más
capaces de conocer todas las verdades sin flaquear que el cubano.
Cometen
una gran injusticia o un gran error de apreciación por no conocer por
dentro los órganos informativos cubanos, los que juzgan a los
periodistas como cómplices del silencio que hace la prensa ante muchas
realidades negativas. La autocensura es casi siempre la consecuencia de
la censura. Cuando a un periodista le rechazan continuamente sus
artículos críticos, termina por aprenderse la lección: la dirección del
periódico no quiere que se hagan esas valoraciones, así que lo mejor es
ni escribirlas, porque estoy obligando a los jefes a censurarme y, no
sólo lo harán, sino que además me culparán de ello porque, con mi
insistencia, los estoy obligando a ejercer el feo oficio de censores.
Estoy obligándoles a que hagan explícita su posición.
Es
cierto que hay algunos que averiguan cómo procede el jefe y actúan en
consecuencia, pero son los menos y de todos modos, son también un
producto de la censura.
Yo
espero que esté al producirse un cambio en el funcionamiento de nuestra
prensa. No podrá ser sólo un cambio de figuras, aunque ese cambio pueda
estar incluido. Si el sistema sigue siendo el mismo, los resultados
serán iguales o muy parecidos.
El
socialismo ha demostrado tener, para la información que lo critica, eso
que se llama en el boxeo “poca asimilación”. El boxeador tiene que
golpear pero, a la vez, asimilar los golpes del contrario. El boxeador
que se cae al primer golpe, dicen los especialistas que tiene “mandíbula
de cristal”. El socialismo tiene que aprender a asimilar porque ello le
es imprescindible para mejorar. Puede hacerlo, pero tiene, como pide
Raúl, que cambiar la mentalidad, o la mandíbula.
No
debería atemorizarse, aunque es cierto que cualquier problema de la
sociedad cubana es enfocado y magnificado por sus enemigos, pero es hora
de que dejemos de darle importancia a lo que no lo merece. No podemos
vivir subordinados a la apreciación del enemigo.
Si
un gobierno detestado por el poder de los Estados Unidos hubiera tenido
la cuarta parte de los conflictos que está viviendo y las violaciones
de derechos que comete el régimen derechista de Sebastián Piñera en
Chile, estarían las Naciones Unidas –incitadas ya se sabe por quién--
buscando mecanismos para decretar desde un embargo económico, hasta ese
eufemismo que se llama “zona de exclusión aérea”, mediante la cual
impido que otro bombardee a los civiles y los mate, bombardeándolos y
matándolos yo.
No hay defensa alguna de los derechos humanos.
No
hay casi prensa en el mundo que no este visiblemente manipulada y
controlada y no responda a determinados intereses que no son
necesariamente los de la legítima información.
La
prensa del mundo capitalista es prensa privada y responde a los
intereses de sus propietarios, o a los que sus propietarios se alían.
La
prensa socialista ha sido manejada por un partido único que se ha
fundido con los concretos intereses de los organismos de gobierno
actuantes o, más exactamente, con las personas que rigen esos
organismos, porque aunque ello no está en el programa, la mayor parte
de las alianzas no son entre las instituciones, sino entre los
funcionarios que las dirigen, que se relacionan y se protegen.
El
Comandante Fidel Castro dijo no hace mucho que un problema muy grave es
que nadie sabía cómo se construía el socialismo. Me pregunto: ¿y
alguien sabía cómo se organizaba la prensa del socialismo?
Yo pienso que el sistema que tenemos no funciona adecuadamente. El Granma
debería hacer los enfoques oficiales que son los que aprueba y respalda
con responsabilidad el CC del PCC, del cual es órgano oficial. Su
director sería nombrado, tal como ahora, por esa entidad. Pero en la
prensa en su conjunto, no pueden circular únicamente aquellos criterios
que se consideren como “política oficial”. Tienen que circular
valoraciones que enriquezcan el pensamiento, e incluso contribuyan a
modificar lo que es hoy la “política oficial”: ese es un acervo del que
la sociedad no puede prescindir porque la nutre y la desarrolla.
Yo
creo que debía haber un cuerpo colegiado integrado por dirigentes
partidarios e institucionales pero también por trabajadores y
personalidades de suficiente y probada autoridad como para no disponer
algo que vaya contra su conciencia y su prestigio.
Este
órgano debía proponer los directores de los otros periódicos, las
revistas y los espacios noticiosos radiales y televisivos de alcance
nacional, que serían electos por período de tres años, prorrogables a otros tres.
Esos
directores tendrían plena autoridad para disponer lo que se publica y
sólo serían impugnables por tres razones: 1) porque publicaran
información falsa bien por mala intención y/o por probada negligencia en
la indagación 2) por ocultar informaciones que deben ser divulgadas; y
3) porque publicaran información que atentara contra la seguridad de la
nación.
Esta propuesta habría de discutirse y, seguramente, ser mejorada.
¿Es
esto una propuesta descabellada? ¿Es esto un desvarío imposible de
concretar? Tendrían que demostrármelo tanto los dueños de periódicos que
publican lo que les interesa, cómo los que apoyan la prensa controlada
del socialismo, que no cumple las funciones que debía cumplir.
Creo
que vale la pena ensayar lo que parece imposible porque, como dijo mi
amigo Silvio Rodríguez, “de lo posible se sabe demasiado”.
(*) Espacio laical: órgano del Consejo arquidiocesano de Laicos de La Habana: http://espaciolaical.org/
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