miércoles, 10 de noviembre de 2010

Chinerías de Lezama Lima (II)


Rogelio Rodríguez Coronel

La obra poética y ensayística de José Lezama Lima, voraz, suma intercultural por excelencia, va tejiendo sus meandros para afluir en Paradiso (1966), portento mayor de la narrativa cubana, donde el entendimiento sustancial de la cultura china busca vasos comunicantes con todo el saber antiguo occidental. Recuérdese ese pasaje delicioso donde Foción, en una librería, recomienda con burla a un amigo la lectura de un Sartre chino del siglo VI antes de Cristo, y el burlado razona que se habrá encontrado algún punto de contacto entre el wu wei de los taoístas y la nada de los existencialistas sartrianos.

Muchos son los asedios posibles a esta novela, que abre numerosas incitaciones para el entendimiento y, a la vez, no se deja tener dócilmente por su densidad intercultural en todos los niveles expresivos. Si se desconociera la impronta del pensamiento chino en la obra de Lezama, bastarían las alusiones contenidas en la novela para que surgiera la sospecha.

Sólo hay un personaje asiático en la novela, el altivo cocinero Luis Leng, referido como maestro del mulato cocinero Juan Izquierdo en el Capítulo I, sin ninguna importancia para la trama ni para el plano semántico del texto. Nótese, sin embargo, que Leng es un chino «transculturado», quien, en palabras de Juan Izquierdo:

[…] al conocimiento de la cocina milenaria y refinada, unía el señorío de la confiture, donde se refugiaba su pereza en la Embajada de Cuba en París, y después había servido en North Carolina, mucho pastel y pechuga de pavipollo, y a esa tradición añado yo, decía con sílabas que se deshacían bajo los abanicazos del alcohol que portaba, la arrogancia de la cocina española y la voluptuosidad y las sorpresas de la cubana, que parece española pero que se rebela en 1868.1

Este personaje, Luis Leng, alcanzaría el protagonismo en Maitreya (1978), de Severo Sarduy, tributo del escritor camagüeyano a su maestro.

Otros personajes chinos están referidos, como aquellos verduleros cultivadores de lechugas que manoteaban la niebla, y se recostaban en ella «con una elasticidad de sala de baile» o lanzaban «sus palabras pintadas de azul». Probablemente son personajes poetizados a partir de modelos provenientes del entorno doméstico, porque no lejos de los espacios que habitaran el escritor y su familia se encuentra lo que fuera la mayor comunidad china de América Latina, largamente estructurada desde 1849, cuya última oleada migratoria se produjo entre 1920 y 1930.

Es imposible abarcar ahora todas las aristas del mundo novelesco que provocan el análisis. Numerosas son las referencias a esa zona germinativa del pensamiento precristiano: el Gran Uno, el I Ching, el taoísmo. Por ello escogeré solamente un motivo cardinal: la muerte del padre del protagonista y la recuperación de su imagen.

Paradiso narra el recorrido de José Cemí desde su nacimiento hasta que logra su total estatura como poeta, su conquista de la imagen. Esta trayectoria transita por tres etapas: la primera, que Lezama llama «placentaria», está conformada por la infancia e historia familiar de José Cemí (caps. I al VII); la segunda, la «caída», representa la salida al mundo, el conocimiento de la sexualidad, del entorno político, de la amistad (caps. VIII al XI); la tercera (caps. XII al XIV) conforma la iniciación de Cemí en la creación poética. Paraíso, caída y resurrección en el paraíso recobrado por la imagen. El motivo central que impulsa esa trayectoria es la muerte del padre, cuya ausencia —vacío— debe ser suplida por la imagen poética, vencedora del tiempo, de lo efímero. Esa ausencia/presencia se convierte así en el tao de la creación. En el ensayo aludido, Lezama intenta definir esta noción:

Mientras la plenitud del taoísmo consideraba al tao como la cifra de las infinitas mutaciones, de la marcha del no ser al ser, de la lejanía a la imagen, existió como la raíz de todo principio vital o del sin nombre eficaz. Eficaz para ser la ausencia creadora de la presencia y la presencia excluida de la ausencia que actúa como imagen.
[…]
Pero tao no es árbol, no es el fruto, tao es el espacio creador, que comprende la polarización del embrión y de la imagen.2

Hay un pasaje en el capítulo VII sumamente revelador y que no ha sido desentrañado por la crítica; ello sólo es posible apelando a su génesis intercultural:

Rialta jugaba con sus hijos, el juego chino de los «yaquis»3 (zhua zi-ér), y todos conformaban un círculo; absortos, las miradas de los cuatro coincidieron en el centro del círculo y: «Un rápido animismo iba transmutando las losetas, como si aquel mundo inorgánico se fuese transfundiendo en el cosmos receptivo de la imagen».4 Poco a poco, a retazos, se fue conformando la imagen del Coronel José Eugenio Cemí, ya fallecido.

El fundamento de este instante de revelaciones está concebido como el encuentro entre lo estelar y lo terrenal en sus continuas mutaciones; el círculo diseña un espacio de encantamiento donde se revela la imagen. Es el tao, el espacio de la creación.

El enigma de esta aparición se dilucida a través de los hexagramas referidos por los números que aparecen en el pasaje: son cuatro los participantes (Rialta y sus tres hijos); Rialta, en la «progresión de los yaquis», se «está acercando al número doce»; Violante había llegado al número siete; Eloísa al tres y José al cinco. Los más reveladores son los relativos a Rialta y a José Cemí, personajes cruciales en las dimensiones semánticas del texto.

El sentido de los hexagramas parte de un núcleo significativo contenido en el juego de la madre, motivo de las mutaciones del espacio y del surgimiento de la imagen. Rialta ha logrado reunir once yaquis y pretende asir el conjunto siguiente; es decir, se encuentra en un tránsito entre el hexagrama once y el doce. Estos hexagramas son contrarios e indican La Paz (T’ai) y El Estancamiento (P’i).5 El Dictamen del primero dice: «Lo pequeño se va, llega lo grande. ¡Ventura! ¡Éxito!»; mientras que el del segundo manifiesta: «Hombres malignos no favorecen la perseverancia del noble. Lo grande se va, llega lo pequeño».

La muerte del Coronel introduce un cambio esencial en la vida de la familia: se rompe la concordia, la seguridad, se pierden los días venturosos, es la carencia del centro rector, pero se mantienen los principios de la familia en la intimidad de la casa de doña Augusta. Es un hito moroso de la mutación que esa muerte acarrea para el destino de toda la familia, principalmente para su hijo.

En esta coyuntura se esclarece el hexagrama de José Cemí, el cinco: La Espera (La Alimentación) (Hsü),6 mucho más preciso que el de Rialta en su Dictamen: «La espera. Si eres veraz, tendrás luz y éxito. La perseverancia trae ventura. Es propicio atravesar las grandes aguas».

Todavía no es el momento de irrumpir en la vida exterior, aunque no demora; ahora es el instante de la «alimentación» primera, de la fortaleza interna que demanda ir al encuentro de un destino cifrado. Sólo así será propicio «atravesar las grandes aguas» que se avecinan; entrar al mundo y lidiar con él. Es el inicio de un tiempo preparatorio para el cumplimiento de un designio.

Notas:
1- José Lezama Lima: Paradiso (4ta. Ed.). Letras Cubanas, La Habana, 2006, p. 16.
2- José Lezama Lima: «Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón». En La cantidad hechizada. Contemporáneos, UNEAC, 1970, p. 113.
3- Este juego infantil, de origen chino (zhua zi-ér), consiste en lanzar al suelo doce estrellas de seis puntas, cuatro de ellas redondeadas, e irlas recogiendo con una sola mano poco a poco, en progresión matemática, mientras permanece en el aire una pelota que tiene que ser recibida con la misma mano. Probablemente introducido en Cuba por las migraciones chinas del siglo XIX, tuvo una recepción favorable en todos los estratos y clases sociales.
4- José Lezama Lima: Paradiso. Ob. cit., pp. 210-211.
5- Para la interpretación de los hexagramas utilizo la traducción al español de D. J. Vogelmann de la versión del chino al alemán que hiciera Richard Wilhelm: I Ching. El libro de las mutaciones (5ta. Ed.). España: EDHASA, 1976.

El Dictamen de La Paz dice:

La paz. Lo pequeño se va, llega lo grande.
¡Ventura! ¡Éxito!

Y la Imagen es:

Cielo y Tierra se unen: la imagen de La Paz.
Así reparte y completa el soberano
el curso de cielo y tierra,
fomenta y ordena los dones de cielo y tierra,
con lo cual asiste al pueblo.

El Dictamen de El Estancamiento reza:

El Estancamiento.
Hombres malignos no favorecen
La perseverancia del noble.
Lo grande se va, llega lo pequeño.

Y la Imagen:

Cielo y Tierra no se unen:
La imagen del Estancamiento.
Así el noble se retira, refugiándose en su valer interior,
con el fin de eludir dificultades.
No permite que le honren con ingresos.

6- El Dictamen de este hexagrama dice:

La espera.
Si eres veraz, tendrás luz y éxito.
La perseverancia trae ventura.
Es propicio atravesar las grandes aguas.

Y la Imagen:

En el cielo se elevan nubes: la imagen de La Espera.
Así come y bebe el noble y permanece sereno y de buen humor.

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