martes, 9 de noviembre de 2010

Chinerías de Lezama Lima (I)


Rogelio Rodríguez Coronel

¿Qué misión le confiere usted a la literatura?
Buscar el camino del caballo, como en la cultura china, y encontrar el de la seda.1

La avidez ecuménica de la obra de José Lezama Lima entraña, probablemente, uno de sus principales desafíos. Es una fuente de enigmas que cautivan o irritan al lector.

El sortilegio surge cuando la integración de fuentes disímiles da a la luz un resultado exclusivo, irreductible. Es posible aislar un segmento, como hemos hecho aquí, pero no puede soslayarse que la alquimia lograda por Lezama Lima como escritor se encuentra en esa multiplicidad de referentes que él unimisma —neologismo grato a Vallejo— en su escritura.

La cultura china y su saber milenario, su afán por borrar los límites entre lo visible y lo invisible, entre lo estelar y lo telúrico, por vencer el azar, así como el cimiento ético-social de sus columnas fundamentales, fascinaron al autor de Paradiso. No podía ser de otro modo.

Numerosas son las alusiones de Lezama en toda su obra a filósofos como Lao-tsé y Confucio, al wu wei, al tao, a poetas, pintores, prosistas de la China antigua. En el «Curso Délfico», su manera de ejercer el magisterio en jóvenes escritores, introdujo la lectura del Yi King2 (así nombraba al I Ching) como texto fundamental.

Generalmente, esta presencia se explicita en la narrativa y el ensayo lezamianos, pero se hace escasa en la poesía. En «Muerte de Narciso» (1937), por ejemplo, sólo aparece la siguiente imagen: «Orientales cestillos cuelan agua de luna», pero puede muy bien que —referida a un mito griego— la cualidad sea minorasiática y no propiamente asiática. En Dador (1960) se menciona en un verso «el jardín chino / introduciéndose en la casa de la playa del comisionista / vienés». Pero ya en la década del setenta escribe dos poemas de sumo interés: «Sobre un grabado de alquimia china» (1975) y «Una batalla china» (1977).

El primero, eminentemente descriptivo, recrea una escena donde se practica la alquimia presumiblemente en un grabado antiguo. El sentido oculto del poema reside en la diferencia que existe entre el alquimista que procura oro en Occidente y aquel que busca, en China, las mutaciones cuyo fin último es la inmortalidad. En los versos centrales del poema se dice:

El hombre que vende
teme a los tres pequeños hornos
que esconden debajo de la mesa.
Por allí deben salir
las figuras esperadas

El segundo poema, «Una batalla china», más narrativo, remite a la dialéctica del yin y del yang, del cuerpo y de la sombra en la fluencia temporal. Al final de la batalla, dicen unos versos:

Uno de los ejércitos logró mantener
unida su sombra con su cuerpo,
su cuerpo con la fugacidad del río.
El otro fue vencido por un inmenso desierto somnoliento.
Su jefe rinde su espada con orgullo.

Ambos poemas cifran su estructura y sentido en dos pivotes de la cultura asiática: el arte de la transmutación en busca de la permanencia y la complementariedad de las fuerzas encontradas para el devenir.

Entre 1936 y 1946, en las revistas Grafos, Espuela de plata, Literatura y Orígenes, aparecieron los cinco primeros relatos de Lezama Lima: «Fugados», «El patio morado», «Juego de las decapitaciones», «Para un final presto» y «Cangrejos, golondrinas». En una nota de su Introducción a la edición crítica de Paradiso, Cintio Vitier apunta que el autor no le concedió nunca mayor importancia a estos cuentos, y solía decir que los escribió como ejercicio «para soltar la mano». Es decir, para entrenarse en pericias de escrituras que ya procuraban la plasmación de la imagen. En ellos se revela el principio fundamental de la narratividad lezamiana: el enigma como centro germinal de planos paralelos o divergentes que posibilitan su aparente autorreferencialidad, y la capacidad reveladora —a través del símbolo o la alegoría— de substratos más profundos de la existencia. Lo narrativo se revela en la extensión de la imagen portadora de una solicitud gnóstica que sobrepasa la inmediatez referencial.

Estos relatos, y aun aquellos otros que surgen apareados a los poemas, no son más que pulsaciones preparatorias o acompañantes de la conquista de un espacio mayor, de una cantidad cosmogónica: Paradiso y Oppiano Licario, novela inconclusa por la muerte del poeta. En todos ellos ya se revela, de manera directa u oblicua, la hechura integradora de señas culturales disímiles que encuentran su comunión en el texto, posibilidad de conocimiento a través de la imagen.

Uno de estos cuentos, «Juego de las decapitaciones», escrito en 1941 y publicado en la revista Orígenes en 1944, está concebido como parábola o leyenda china donde se enfrentan magia y poder, imagen y realidad, transgresión y autoridad, en la circularidad del yin y el yang, lo cual se conjuga con una dimensión simbólica que remite a cartas del Arcano Mayor del Tarot: el Mago, El Emperador, La Emperatriz, en sus múltiples significados positivos y negativos. Estimaba Lezama que el I Ching chino y el Tarot egipcio, eran los dos libros augurales donde se intentaba conjurar el azar; sin embargo, apunta que, en el I Ching, «la relación entre el azar y el emblema es mucho más ceñida que la ofrecida en las tablas del Tarot».3

Mayerín Bello, en «Juego de las mutaciones: un hexagrama lezamiano»,4 ofrece un sugerente análisis de las funciones de los hexagramas y de la dialéctica del yin y el yang en esta narración.

Años después, Lezama escribe dos ensayos que iluminan retrospectivamente este cuento: «Las eras imaginarias: los egipcios» (1961) y «Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón» (1965). En el primero de ellos, establece una sinonimia entre el Tarot y el I Ching, ambos «fórmulas conjeturales para arrancarle al misterio una fórmula que había que descifrar. Tarot era la anáfora de la palabra rota, terminada en t, para indicar el círculo de esa serpiente, que se abría, se plegaba, se dividía infinitamente para penetrar en lo invisible».5

En el segundo ensayo, el mayor texto que ha producido la literatura cubana sobre la cosmogonía china, se explicitan las ganancias que el Tao Te King, de Lao-tsé, y el I Ching o Libro de las mutaciones han ofrecido para la conformación del sistema poético lezamiano. Categorías de ese sistema, tales como el Eros estelar, el Eros de la lejanía, el Azar concurrente, la Vivencia oblicua, esclarecen su sentido cuando se establecen estos nexos.

Del I Ching lo que entusiasma a Lezama es la dimensión proteica de los trigramas en la concreción de las transmutaciones sucesivas. Dice:

Yi King, el libro de los libros, el Libro de las mutaciones, donde está expuesto lo más esencial de la sabiduría china, uno de los más temerarios libros que existen, con sus conjuros para penetrar la muerte, en las combinaciones del azar y en el contrapunto inconcluso del porvenir. […] El chino precisa en él la aparición de la cronología, la separación de cielo y tierra, de lo mítico y lo histórico, la lejanía como imagen de lo creador.6

La admiración de Lezama por Confucio —como fue llamado Kung-Tse por los jesuitas— lo llevó a denominar su primer libro de ensayos Analecta del reloj (1953), en homenaje a la obra del Maestro chino.

El término «analecta» proviene del latín (analecta-analectorum), y este, a su vez, del griego; es un neutro plural que significa «compendio», que en su origen designaba al siervo que recogía los desperdicios de una comida, como es usual en latín, y en otras lenguas, derivar el significado abstracto de un vocablo de la denominación primigenia a una acción concreta de la vida cotidiana.

Analectas (Lun-Yu o Comentarios filosóficos), de Confucio, es el tercero de cuatro libros clásicos que resume lo esencial de su doctrina, conformada por un pensamiento ético-social propuesto como una filosofía práctica destinada al autoperfeccionamiento del ser humano. Se supone que esta recopilación del pensamiento del Maestro haya sido realizada por la segunda generación de sus discípulos.

En «Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón», Lezama establece un paralelismo entre Lao-tsé y Kung-Tse para precisar que, mientras que el tema del primero es el dragón inapresable, el del segundo es «lo apresable y visible del camino del medio, el recorrido del hombre entre el cielo y la tierra». (p.110)

Por último, Lezama le atribuye a Kung-Tse ser el dueño de una tradición, «su guardián y su creador, el de estar, vivir, conocer tan bien a los vivientes como a los muertos de su raza, todo ello en el círculo de una tradición». (p.133)

Recopilación es Analecta del reloj, pero, a diferencia del libro de Confucio, la integran ensayos literarios escritos entre 1937 y 1951.

Resulta significativo el complemento preposicional que acompaña al nombre, al implicar una noción de tiempo, pero tiempo «reglado» por el hombre, que convierte al dragón inapresable (la intemporalidad, lo ahistórico, lo inasible) en una sierpe (histórica, temporal) que se muerde la cola en los límites de la esfera: «el círculo de una tradición» literaria.

De Garcilaso a Juan Ramón Jiménez, desde Valery hasta Joyce, pasando por Julián del Casal, Lezama, a través de veintidós textos, va otorgando fijeza a un sistema de relaciones que tejen un enorme tapiz de fuentes referenciales, analogías, contrastes, en fin, de intertextualidades que nutren el orbe cultural en el cual se inserta su presente.

No creo que esta recopilación haya tenido la resonancia que alcanzaría años después. Sobre ella, dijo Ballagas: «Su libro quedará siempre como el triunfo de la libertad acrisolada sobre el medio fofo que no sabe exaltarla pero que la respeta y la teme. Sabia manera de quedarse solo porque a distancia, núcleos brillantes, los mejores nos acompañan». Y José María Valverde fue aún más explícito: «Analecta del reloj, es un libro tan delicioso como extraño. Precisamente su originalidad, aparte de la obvia moda de “lo contemporáneo”, es su mayor encanto. Es el libro que nadie escribe, y que, cansados de claridades consabidas encuentra su momento único para hipnotizarnos con su raro dialecto». E hipnotizado quedó Wallace Stevens al leer el volumen; le manifestó al autor: «all your pages tantalize me».7

Notas:
1- De una entrevista con Ciro Bianchi.
2- V. Manuel Pereira: «El Curso Délfico». En Paradiso. Colección Archivos, UNESCO, 1988, p. 598.
3- José Lezama Lima: «Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón». En La cantidad hechizada. Contemporáneos, UNEAC, 1970, p. 137.
4- Mayerín Bello: «Juego de las mutaciones: un hexagrama lezamiano». En Orígenes: las modulaciones de la flauta. Letras Cubanas, 2009, p. 26-46.
5- José Lezama Lima: «Las eras imaginarias: los egipcios». En La cantidad hechizada. Ob. cit., p. 102-103.
6- José Lezama Lima: «Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón». Ob. cit., p. 111.
7- V. http://www.cubaliteraria.com/autor/lezama_lima/index.html

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