Más de un siglo después, esa historia parece repetirse en el plano político. Estados Unidos continúa “dando vueltas de tuerca” sobre Cuba, bajo el pretexto de proteger la libertad y los derechos humanos, mientras mantiene una política de asfixia económica que afecta directamente la vida cotidiana de once millones de personas.
La ambigüedad del poder
En la novela, nunca sabemos si los fantasmas son reales o producto de la mente perturbada de la institutriz. Esa ambigüedad —que atrapa al lector entre el miedo y la duda— es la misma que utiliza el poder cuando necesita justificar lo injustificable.
El bloqueo se presenta como un acto “defensivo”, una supuesta respuesta a la falta de libertades. Pero detrás del discurso moral se esconde un propósito más oscuro: rendir por hambre y cansancio a un pueblo que se niega a someterse.
Lo sobrenatural en James se transforma aquí en lo geopolítico: una maquinaria invisible que controla, vigila, castiga. Los fantasmas no llevan sábanas; visten de leyes extraterritoriales, sanciones bancarias y listas que castigan y excluyen.
La obsesión por la pureza
La institutriz en Otra vuelta de
tuerca está dominada por una idea moral: salvar la pureza de
los niños, aunque eso implique el sufrimiento y la destrucción.
Del
mismo modo, Washington se presenta como guardián de la “pureza
democrática” del hemisferio, dispuesto a castigar a quien se
aparte del modelo impuesto.
En nombre de la libertad, se priva de ella. En nombre de los derechos humanos, se violan todos.
“Así como la institutriz destruye lo que pretende proteger, el bloqueo destruye lo que dice querer liberar.”
El resultado, en ambos casos, es el mismo: la inocencia convertida en víctima.
Proyecciones y fantasmas
La novela puede leerse como una gran
metáfora de la proyección: la institutriz proyecta sus miedos y
deseos reprimidos en los fantasmas que cree ver.
De forma
análoga, Estados Unidos proyecta sobre Cuba sus propios temores
históricos: el miedo al ejemplo, al desafío moral, a la
independencia de pensamiento.
Cuba se convierte en el espejo donde se reflejan las contradicciones del imperio: su “democracia” que impone sanciones, su “humanismo” que bloquea medicinas, su “libertad” que prohíbe comerciar.
Los fantasmas, al final, no están en la isla, sino en quienes no soportan su dignidad.
Otra vuelta de tuerca: método de asfixia
Cada ley, cada sanción, cada
restricción adicional —la Helms-Burton, la persecución de buques
y bancos, la inclusión en listas arbitrarias— no es sino otra
vuelta de tuerca.
El objetivo no es resolver el
conflicto, sino mantenerlo vivo, aumentar la presión, sostener el
miedo.
El bloqueo funciona como la tensión narrativa de la novela: una espiral que se aprieta un poco más cada vez, sin liberar nunca la válvula. El terror psicológico se convierte en terror económico, pero con el mismo propósito: quebrar la voluntad del otro.
El daño invisible
En Otra vuelta de tuerca, lo
peor no es lo que se ve, sino lo que se sugiere: la locura, la
pérdida de la inocencia, la destrucción silenciosa de un alma.
El
bloqueo también opera en ese plano invisible: no solo daña la
economía, sino también los afectos, las esperanzas, la confianza
colectiva.
El hambre material se acompaña de un intento de desmoralización espiritual. Sin embargo, Cuba ha aprendido a resistir en esa frontera donde otros habrían cedido: la frontera del espíritu humano.
El verdadero fantasma
En el relato de Henry James, los
fantasmas quizás no existan, pero su efecto es real: destruyen
vidas.
En el caso de Cuba, ocurre lo contrario: el fantasma del
bloqueo es presentado como una ficción política, pero su daño es
tangible y cotidiano.
El verdadero espectro es la política
imperial que se niega a morir, que se alimenta del miedo y que
necesita enemigos para justificar su poder.
Y frente a esa
maquinaria invisible, Cuba sigue siendo el niño que resiste en medio
de la mansión sitiada, sosteniendo una luz propia.

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