lunes, 27 de octubre de 2025

Otra vuelta de tuerca: los fantasmas del bloqueo

 

Hay novelas que parecen hablar del pasado, pero que en realidad nos hablan del presente. Otra vuelta de tuerca, de Henry James, es una de ellas. Publicada en 1898 —el mismo año en que Estados Unidos intervino militarmente en Cuba, iniciando una larga historia de dominación y control—, la obra describe una mansión aislada, habitada por niños inocentes y una institutriz que, obsesionada con protegerlos de fuerzas malignas, termina destruyendo aquello que pretende salvar.

Más de un siglo después, esa historia parece repetirse en el plano político. Estados Unidos continúa “dando vueltas de tuerca” sobre Cuba, bajo el pretexto de proteger la libertad y los derechos humanos, mientras mantiene una política de asfixia económica que afecta directamente la vida cotidiana de once millones de personas.

La ambigüedad del poder

En la novela, nunca sabemos si los fantasmas son reales o producto de la mente perturbada de la institutriz. Esa ambigüedad —que atrapa al lector entre el miedo y la duda— es la misma que utiliza el poder cuando necesita justificar lo injustificable.

El bloqueo se presenta como un acto “defensivo”, una supuesta respuesta a la falta de libertades. Pero detrás del discurso moral se esconde un propósito más oscuro: rendir por hambre y cansancio a un pueblo que se niega a someterse.

Lo sobrenatural en James se transforma aquí en lo geopolítico: una maquinaria invisible que controla, vigila, castiga. Los fantasmas no llevan sábanas; visten de leyes extraterritoriales, sanciones bancarias y listas que castigan y excluyen.

La obsesión por la pureza

La institutriz en Otra vuelta de tuerca está dominada por una idea moral: salvar la pureza de los niños, aunque eso implique el sufrimiento y la destrucción.
Del mismo modo, Washington se presenta como guardián de la “pureza democrática” del hemisferio, dispuesto a castigar a quien se aparte del modelo impuesto.

En nombre de la libertad, se priva de ella. En nombre de los derechos humanos, se violan todos.

“Así como la institutriz destruye lo que pretende proteger, el bloqueo destruye lo que dice querer liberar.”

El resultado, en ambos casos, es el mismo: la inocencia convertida en víctima.

Proyecciones y fantasmas

La novela puede leerse como una gran metáfora de la proyección: la institutriz proyecta sus miedos y deseos reprimidos en los fantasmas que cree ver.
De forma análoga, Estados Unidos proyecta sobre Cuba sus propios temores históricos: el miedo al ejemplo, al desafío moral, a la independencia de pensamiento.

Cuba se convierte en el espejo donde se reflejan las contradicciones del imperio: su “democracia” que impone sanciones, su “humanismo” que bloquea medicinas, su “libertad” que prohíbe comerciar.

Los fantasmas, al final, no están en la isla, sino en quienes no soportan su dignidad.

Otra vuelta de tuerca: método de asfixia

Cada ley, cada sanción, cada restricción adicional —la Helms-Burton, la persecución de buques y bancos, la inclusión en listas arbitrarias— no es sino otra vuelta de tuerca.
El objetivo no es resolver el conflicto, sino mantenerlo vivo, aumentar la presión, sostener el miedo.

El bloqueo funciona como la tensión narrativa de la novela: una espiral que se aprieta un poco más cada vez, sin liberar nunca la válvula. El terror psicológico se convierte en terror económico, pero con el mismo propósito: quebrar la voluntad del otro.

El daño invisible

En Otra vuelta de tuerca, lo peor no es lo que se ve, sino lo que se sugiere: la locura, la pérdida de la inocencia, la destrucción silenciosa de un alma.
El bloqueo también opera en ese plano invisible: no solo daña la economía, sino también los afectos, las esperanzas, la confianza colectiva.

El hambre material se acompaña de un intento de desmoralización espiritual. Sin embargo, Cuba ha aprendido a resistir en esa frontera donde otros habrían cedido: la frontera del espíritu humano.

El verdadero fantasma

En el relato de Henry James, los fantasmas quizás no existan, pero su efecto es real: destruyen vidas.
En el caso de Cuba, ocurre lo contrario: el fantasma del bloqueo es presentado como una ficción política, pero su daño es tangible y cotidiano.

El verdadero espectro es la política imperial que se niega a morir, que se alimenta del miedo y que necesita enemigos para justificar su poder.
Y frente a esa maquinaria invisible, Cuba sigue siendo el niño que resiste en medio de la mansión sitiada, sosteniendo una luz propia.

Epílogo

“La verdad no se razona con el odio.” El odio ciega, distorsiona y convierte la justicia en castigo. Cuba no pide clemencia; exige respeto. No busca que aflojen la tuerca por compasión, sino que la desmonten por justicia. Porque el verdadero fantasma no está en la isla, sino en quienes no soportan que exista un pueblo que piensa distinto.

JECM

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