Por: Víctor Joaquín Ortega
Remembranza de un libro útil para todos
Vuelvo a disfrutar las crónicas que atesora Con una sonrisa, obra publicada por las Ediciones Mecenas de Cienfuegos hace bastantes años, digna de una reedición. Y me digo: los periodistas, especialmente, debieran leer y releer estas creaciones; sobre todo, los más nuevos y los estudiantes que sueñan con ir mucho más allá de la noticia sin despreciarla. Escribo noticia y no informe o especie de gacetilla a partir de un hecho que no reúne los preceptos del género: interés general y actualidad, condenados a ser consumidos solo por varios dirigentes del periódico, el corrector, algunos funcionarios, y, si acaso, al vistazo huidor de la mayoría, sin pasar del título de la ¿información?
¡Cómo gozan y, a la vez, se alimentan los lectores con este libro! Esto es periodismo del bueno…Mientras lo expreso siento al mi lado a su autor, Manuel González Bello (Ciego de Ávila, 1949- La Habana, 2002) Se está burlando de mi entusiasmo por sus escritos, mueve la cabeza, sonríe y me endilga un exagerado y me acusa de ciego por quererlo en exceso. Oigo su “No es para tanto, hermano, afloja…” Le respondo:
“Déjame seguir; vale la pena”. Su clásica alegría triste gana sus labios antes de soltarme: “Allá tú y Calvino…”
Continuo. Ojalá que se miraran en este espejo, para quitarse las manchas, algunos que andan por ahí creyéndose cosas, exponiendo lo que conviene en momentos oportunísimos, sin sentir siquiera la octava parte de lo expresado o los hipercríticos que desgarran, en busca de oro y galardones prometidos por los enemigos de la bondad.
No es que Manolito fuera perfecto pero era mucha su virtud: cubano, honesto, fidelista, que tienen bastante de sinónimo. Sin pretenderlo, ni tenerlo como meta, sus aptitudes y actitudes enlazadas, lo convirtieron en uno de nuestros grandes periodistas, por encima de premios y diplomas, al llevar al papel querencias y opiniones, vivencias y sentimientos, de él y de otros, de una forma propia, simpática, convincente y honda, la nación y el planeta latiendo en el medio del pecho; vaya, a lo Manolito…
Lo conocí en el diario de la juventud cubana, en la llamada inserción que yo guiaba. Brillaba ya con luz propia. Y esa luz molestaba a mediocres y farsantes. Muchos de los que lo persiguieron por su justa rebeldía, aun desde sus años de estudiante, se ahogaron de gris o niegan muy distantes el alma de la patria.
La obra citada junta aquellas Crónicas del Sábado suyas aparecidas en Juventud Rebelde, entre los años 1999 y 2001.Manuel también marcó con su calidad humana, política y profesional a Bohemia. Escribía desde el pueblo al que amaba y respetaba con toda la fuerza de su pecho bravo. Atraía sin herir la dignidad y hundir en el lodo; educaba y el lector no se daba cuenta y, por tanto, agarraba a éste con fuerza superior: no ignoraba la importancia de entretener, de la sabrosura, hacía sonreír y reír; persuadía con pasos sutiles y firmes.
Conocí de su amor por Fidel, llevado a los hechos; de la pasión por Pablo de la Torriente Brau (magníficos sus ensayos sobre el combatiente internacionalista), el Che y nuestros Cinco Héroes; su gusto por el arte verdadero, la Nueva Trova en peldaño altísimo; su capacidad de imaginar al nivel del dominio para atrapar los más pequeños detalles de la realidad sin encandilarse: sabía nadar entre ellos hasta el buceo.
Jamás se quejó de situaciones absurdas e injustas que lo herían. Frente a su computadora vieja, sin un mobiliario admirable, un ventilador que echaba poco aire en ocasiones, si se lo arreglaba un vecino gratuitamente, porque solía no encontrar en los bolsillos el suficiente dinero, el refrigerador fallando, convertía su cuarto en la casa de vecindad, de Santa Marta 3, en un bastión de dignidad y combate.
Remembranza de un libro útil para todos
Caricatura de Manuel González Bello realizada por Ares, y portada del libro Con una sonrisa, texto de la Casa Editora Abril que compila crónicas del periodista publicadas en el diario Juventud Rebelde
Vuelvo a disfrutar las crónicas que atesora Con una sonrisa, obra publicada por las Ediciones Mecenas de Cienfuegos hace bastantes años, digna de una reedición. Y me digo: los periodistas, especialmente, debieran leer y releer estas creaciones; sobre todo, los más nuevos y los estudiantes que sueñan con ir mucho más allá de la noticia sin despreciarla. Escribo noticia y no informe o especie de gacetilla a partir de un hecho que no reúne los preceptos del género: interés general y actualidad, condenados a ser consumidos solo por varios dirigentes del periódico, el corrector, algunos funcionarios, y, si acaso, al vistazo huidor de la mayoría, sin pasar del título de la ¿información?
¡Cómo gozan y, a la vez, se alimentan los lectores con este libro! Esto es periodismo del bueno…Mientras lo expreso siento al mi lado a su autor, Manuel González Bello (Ciego de Ávila, 1949- La Habana, 2002) Se está burlando de mi entusiasmo por sus escritos, mueve la cabeza, sonríe y me endilga un exagerado y me acusa de ciego por quererlo en exceso. Oigo su “No es para tanto, hermano, afloja…” Le respondo:
“Déjame seguir; vale la pena”. Su clásica alegría triste gana sus labios antes de soltarme: “Allá tú y Calvino…”
Continuo. Ojalá que se miraran en este espejo, para quitarse las manchas, algunos que andan por ahí creyéndose cosas, exponiendo lo que conviene en momentos oportunísimos, sin sentir siquiera la octava parte de lo expresado o los hipercríticos que desgarran, en busca de oro y galardones prometidos por los enemigos de la bondad.
No es que Manolito fuera perfecto pero era mucha su virtud: cubano, honesto, fidelista, que tienen bastante de sinónimo. Sin pretenderlo, ni tenerlo como meta, sus aptitudes y actitudes enlazadas, lo convirtieron en uno de nuestros grandes periodistas, por encima de premios y diplomas, al llevar al papel querencias y opiniones, vivencias y sentimientos, de él y de otros, de una forma propia, simpática, convincente y honda, la nación y el planeta latiendo en el medio del pecho; vaya, a lo Manolito…
Lo conocí en el diario de la juventud cubana, en la llamada inserción que yo guiaba. Brillaba ya con luz propia. Y esa luz molestaba a mediocres y farsantes. Muchos de los que lo persiguieron por su justa rebeldía, aun desde sus años de estudiante, se ahogaron de gris o niegan muy distantes el alma de la patria.
La obra citada junta aquellas Crónicas del Sábado suyas aparecidas en Juventud Rebelde, entre los años 1999 y 2001.Manuel también marcó con su calidad humana, política y profesional a Bohemia. Escribía desde el pueblo al que amaba y respetaba con toda la fuerza de su pecho bravo. Atraía sin herir la dignidad y hundir en el lodo; educaba y el lector no se daba cuenta y, por tanto, agarraba a éste con fuerza superior: no ignoraba la importancia de entretener, de la sabrosura, hacía sonreír y reír; persuadía con pasos sutiles y firmes.
Conocí de su amor por Fidel, llevado a los hechos; de la pasión por Pablo de la Torriente Brau (magníficos sus ensayos sobre el combatiente internacionalista), el Che y nuestros Cinco Héroes; su gusto por el arte verdadero, la Nueva Trova en peldaño altísimo; su capacidad de imaginar al nivel del dominio para atrapar los más pequeños detalles de la realidad sin encandilarse: sabía nadar entre ellos hasta el buceo.
Jamás se quejó de situaciones absurdas e injustas que lo herían. Frente a su computadora vieja, sin un mobiliario admirable, un ventilador que echaba poco aire en ocasiones, si se lo arreglaba un vecino gratuitamente, porque solía no encontrar en los bolsillos el suficiente dinero, el refrigerador fallando, convertía su cuarto en la casa de vecindad, de Santa Marta 3, en un bastión de dignidad y combate.
Con la misma potencia que odiaba al imperialismo, peleaba contra los errores que obstaculizan la construcción de la nueva sociedad: fustigaba el dogmatismo, la infamia, la burocracia, la guataquería, la sumisión, la mentira, la doble moral, y las condiciones que la impulsan hasta llevarla a lo peor: la simulación. Los retratados se asustaban ante esta prosa. La muerte nos golpeó duro al llevárselo tan temprano. Manolito dejó una novela inconclusa y tantos sueños que podía haber convertido en creaciones tan poderosas y bellas como Con una sonrisa.
(tomado de Cubaperiodistas)
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