Ricardo Torres
LA HABANA. Un año ha transcurrido desde las elecciones que llevaron a un nuevo inquilino a la Casa Blanca. Algunos de los peores pronósticos sobre el previsible giro en la política hacia Cuba se han hecho realidad. Esta vez, sin embargo, nos parecemos un poco más al resto del mundo. El caos que se ha instalado en la política exterior de Estados Unidos, no toca solo a Cuba o algunos de los que no son considerados amigos, sino que también llega a sus aliados.
El panorama actual comprende el retroceso que anunció el memorándum presidencial del 16 de junio, junto al “castigo” diplomático derivado de los alegados ataques acústicos, sobre los cuales hasta el momento hay más preguntas que respuestas. Pero eso no es importante.
El memorándum presidencial del 16 de junio y las regulaciones recientemente publicadas plantean que el giro en la política hacia Cuba contribuirá a defender los intereses de Estados Unidos y los del pueblo cubano, así como las libertades políticas y económicas de este. En realidad, aunque las nuevas normas contienen algunas innovaciones como las listas restrictivas, su esencia no modifica la práctica de casi seis décadas, ni tampoco cambiará el resultado.
La política hacia Cuba ha descansado en dos pilares esenciales. En el marco de la Guerra Fría, no cabía la posibilidad de ser blando con un Estado que se acercó demasiado a la Unión Soviética (o fue empujado dirían algunos, o una combinación de ambas), y que adoptó una ideología que se opone radicalmente a los principios del modelo estadounidense, especialmente en lo relativo a su política exterior. Las expropiaciones o la cercanía a movimientos de izquierda en otros países son muestras de este antagonismo.
Para vender esta idea, y sobre todo para defender esta política hasta nuestros días, cuando ya terminó la Guerra Fría, se promueve la noción compartida por algunos círculos de poder en Estados Unidos de que existen estándares universales sobre derechos humanos y que estos deben ser interpretados y aplicados uniformemente en todos los países del mundo. A esto se suma, el supuesto deber y derecho de ese país de “promover” activamente, incluso mediante el uso de la fuerza militar y sanciones políticas y económicas, la adopción de estos derechos. Lo verdaderamente importante es que algo que puede ser muy loable se aplica convenientemente, en dependencia de si el país se alinea con la política de Estados Unidos o no. Los países que cuestionan la hegemonía de Estados Unidos están sujetos a diversos niveles de sanciones, en dependencia de su relevancia económica o militar. Los más pequeños como Cuba, deberán soportar las sanciones más punitivas, dada la asimetría en poder económico o militar.
La segunda cuestión es más específica del caso cubano y tiene que ver con el posicionamiento político de la comunicad de cubanos en ese país. Este despliegue permite defender exitosamente la aspiración de una parte de esa comunidad de conformarse en ser la portavoz legítima del pueblo cubano, decidir el tipo de sociedad que debe existir en Cuba, y demandar la devolución de las propiedades confiscadas.
La combinación de estas acciones supone una afectación inmediata y directa a los viajes hacia Cuba, y a la concreción de nuevas iniciativas de negocios entre entidades de ambas partes. A ello habría que adicionar el efecto adverso en la percepción que terceros se forman sobre Cuba. No es casual la elección del contenido y el momento, en tanto el turismo internacional ha destacado como el sector más dinámico en años recientes, y la inversión extranjera se ha identificado por una prioridad para la Isla.
El mayor perdedor es el pueblo cubano, una vez más. El naciente sector privado está estrechamente relacionado con los visitantes extranjeros, en tanto una buena parte del mismo depende de ese mercado para establecerse y crecer. Su tamaño ha aumentado notablemente en los últimos siete años, representando en la actualidad casi el 30% de los ocupados, incluyendo a los campesinos y las cooperativas. Además, el turismo es uno de los mayores generadores de empleo en Cuba, y la mayoría de sus trabajadores reciben ingresos por encima de la media del sector estatal. Adicionalmente, las probables afectaciones a las empresas que se han incluido en la lista, llegarán a una gran cantidad de cubanos, tanto en su condición de empleados de las mismas, como a través del deterioro del volumen y la calidad de los servicios que prestan o los productos que fabrican.
La ampliación de las categorías de funcionarios afectados en el envío de recursos y regalos, tendrán un impacto indiscutible en las condiciones de vida de estos y sus familias. Pareciera que todos los que serán afectados, que se cuentan por millones, no forman parte del pueblo cubano.
También pierden los ciudadanos norteamericanos, en el ejercicio de su proclamado derecho constitucional de viajar libremente a cualquier país, en este caso uno que no constituye una amenaza de ningún tipo a la seguridad nacional de Estados Unidos. Otros perdedores son las empresas de ese país, coartadas en el derecho de comerciar y establecer relaciones de negocios con entidades en otro país.
Políticamente, la elección no puede ser peor. Enajenar a sectores tan vastos de la población cubana solo contribuye a radicalizar el debate sobre las transformaciones en Cuba, y empodera a los sectores más conservadores. Asimismo, contribuye directamente a cimentar el uso de la amenaza externa como argumento para desviar la atención de otros problemas de mayor relevancia.
En contraste con estas visiones, la mayoría de los cubanos está convencido que el destino del país debe ser decidido en La Habana, no en Washington D.C. o Miami. Esta es probablemente la principal ideología a que se adscriben los habitantes de la Isla en la actualidad. La evolución de la sociedad cubana transcurriría de forma más natural y pacífica en la medida en que todos los sectores interactúen más activamente con contrapartes de otros contextos, lo que enriquecería enormemente la matriz de ingredientes y matices disponibles para atravesar esas transformaciones.
Más de 60 años de aislamiento y castigo solo han servido para empobrecer al pueblo cubano; limitar severamente sus contactos con la comunidad internacional, la comunidad cubana en ese país y el propio pueblo estadounidense; y promover las interpretaciones más extremistas y paranoicas de la historia y la relación bilateral en la propia sociedad cubana. Doce administraciones diferentes en ese país no pueden mostrar que han avanzado siquiera uno de los intereses que el memorándum presidencial contiene.
Y han sido seis décadas en las que Cuba ha atravesado los más diversos contextos doméstico y externo. El modelo cubano ha probado ser resiliente y flexible, y todo el que esté interesado en hacer un aporte positivo a la construcción de una Cuba mejor debe aceptar que, aunque el gobierno cubano enfrenta formidables desafíos en casa e internacionalmente, es un gobierno estable cuya máxima prioridad en la actualidad es garantizar un traspaso tranquilo de la jefatura del Estado y el Gobierno a una nueva generación de líderes.
En términos prácticos, es necesario considerar el contexto. Además de estas regulaciones, las relaciones se han resentido en otros ámbitos. A partir del pretexto de la ocurrencia de ataques acústicos a su personal diplomático en La Habana, el Departamento de Estado redujo el personal destacado en Cuba, afectados severamente las actividades del consulado. A su vez, se requirió lo mismo de la embajada cubana en Washington. A ello se sumó la emisión de dos alertas de viaje relacionadas con Cuba, una debido al huracán Irma (no se emitió ninguna otra para el Caribe) y la segunda relacionada con el peligro potencial que representan los eventos sónicos que se alegan.
No deja de ser llamativo el hecho de que tantos intereses legítimos sean sacrificados para aplacar a un sector cada vez más minoritario de la comunidad cubanoamericana, alguno de cuyos portavoces se mostraron decepcionados porque los cambios se aplicaron muy suavemente, previsiblemente a partir de las quejas de un creciente sector vinculado con la Isla. El contexto en Estados Unidos ha cambiado. De hecho, casi todos los analistas coinciden en que este retroceso es parcial, y confirma la elevada popularidad del cambio introducido por la administración anterior.
Los sinsentidos de la política actual tienen pocos paralelos en la historia contemporánea. Se ha instalado la idea, y nadie parece cuestionársela, de que es posible defender la libertad de los cubanos, imponiendo restricciones a la libertad en Estados Unidos, y empobreciendo a los propios cubanos. Se ha adoptado el principio de que arremeter contra empresas cubanas no causará privaciones adicionales a los cubanos. A pesar de la patológica ausencia de resultados en seis décadas, se proclama que la asfixia del país obligará al gobierno cubano a huir despavorido o aceptar condiciones leoninas en una eventual mesa de negociaciones. Se afirma que forzar el colapso de Cuba redundará en la construcción de un país estable y próspero. También se vende la ilusión de que un país empobrecido aceptaría sin contratiempos un acuerdo de compensación para empresas e individuos estadounidenses y cubanos que implicarían una carga adicional insoportable para su población.
Lamentablemente, nada de esto se hará realidad en el futuro previsible. Parece que todos saldrán perdiendo con este “mejor acuerdo”. Los sectores extremistas en Miami tendrán que seguir esperando por su revancha, que ya parece ser su única prioridad, mientras los cubanos de la Isla miran atentamente. Quizá les conviene repensar su postura. Este enfoque los hace mucho menos elegibles para participar de alguna forma en el futuro de Cuba. Aquellos que han promovido el acercamiento entre ambos países en Estados Unidos deben reconsiderar otras opciones.
La política actual con las modificaciones recientes va en contra de toda racionalidad económica y de negocios, especialmente cuando se trata de un vecino. Pero no solo eso. Tiene una cuestionable base moral, y una oscura agenda política, que se aleja peligrosamente de la realidad cubana contemporánea. Finalmente, el mundo de hoy no es el de los años noventa. La enajenación de Cuba puede terminar empujándola hacia otras latitudes. Recuerden que la fuerza de gravedad puede vencerse creativamente. La era espacial es una prueba de ello.
Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente original y el autor.
LA HABANA. Un año ha transcurrido desde las elecciones que llevaron a un nuevo inquilino a la Casa Blanca. Algunos de los peores pronósticos sobre el previsible giro en la política hacia Cuba se han hecho realidad. Esta vez, sin embargo, nos parecemos un poco más al resto del mundo. El caos que se ha instalado en la política exterior de Estados Unidos, no toca solo a Cuba o algunos de los que no son considerados amigos, sino que también llega a sus aliados.
El panorama actual comprende el retroceso que anunció el memorándum presidencial del 16 de junio, junto al “castigo” diplomático derivado de los alegados ataques acústicos, sobre los cuales hasta el momento hay más preguntas que respuestas. Pero eso no es importante.
El memorándum presidencial del 16 de junio y las regulaciones recientemente publicadas plantean que el giro en la política hacia Cuba contribuirá a defender los intereses de Estados Unidos y los del pueblo cubano, así como las libertades políticas y económicas de este. En realidad, aunque las nuevas normas contienen algunas innovaciones como las listas restrictivas, su esencia no modifica la práctica de casi seis décadas, ni tampoco cambiará el resultado.
La política hacia Cuba ha descansado en dos pilares esenciales. En el marco de la Guerra Fría, no cabía la posibilidad de ser blando con un Estado que se acercó demasiado a la Unión Soviética (o fue empujado dirían algunos, o una combinación de ambas), y que adoptó una ideología que se opone radicalmente a los principios del modelo estadounidense, especialmente en lo relativo a su política exterior. Las expropiaciones o la cercanía a movimientos de izquierda en otros países son muestras de este antagonismo.
Para vender esta idea, y sobre todo para defender esta política hasta nuestros días, cuando ya terminó la Guerra Fría, se promueve la noción compartida por algunos círculos de poder en Estados Unidos de que existen estándares universales sobre derechos humanos y que estos deben ser interpretados y aplicados uniformemente en todos los países del mundo. A esto se suma, el supuesto deber y derecho de ese país de “promover” activamente, incluso mediante el uso de la fuerza militar y sanciones políticas y económicas, la adopción de estos derechos. Lo verdaderamente importante es que algo que puede ser muy loable se aplica convenientemente, en dependencia de si el país se alinea con la política de Estados Unidos o no. Los países que cuestionan la hegemonía de Estados Unidos están sujetos a diversos niveles de sanciones, en dependencia de su relevancia económica o militar. Los más pequeños como Cuba, deberán soportar las sanciones más punitivas, dada la asimetría en poder económico o militar.
La segunda cuestión es más específica del caso cubano y tiene que ver con el posicionamiento político de la comunicad de cubanos en ese país. Este despliegue permite defender exitosamente la aspiración de una parte de esa comunidad de conformarse en ser la portavoz legítima del pueblo cubano, decidir el tipo de sociedad que debe existir en Cuba, y demandar la devolución de las propiedades confiscadas.
La combinación de estas acciones supone una afectación inmediata y directa a los viajes hacia Cuba, y a la concreción de nuevas iniciativas de negocios entre entidades de ambas partes. A ello habría que adicionar el efecto adverso en la percepción que terceros se forman sobre Cuba. No es casual la elección del contenido y el momento, en tanto el turismo internacional ha destacado como el sector más dinámico en años recientes, y la inversión extranjera se ha identificado por una prioridad para la Isla.
El mayor perdedor es el pueblo cubano, una vez más. El naciente sector privado está estrechamente relacionado con los visitantes extranjeros, en tanto una buena parte del mismo depende de ese mercado para establecerse y crecer. Su tamaño ha aumentado notablemente en los últimos siete años, representando en la actualidad casi el 30% de los ocupados, incluyendo a los campesinos y las cooperativas. Además, el turismo es uno de los mayores generadores de empleo en Cuba, y la mayoría de sus trabajadores reciben ingresos por encima de la media del sector estatal. Adicionalmente, las probables afectaciones a las empresas que se han incluido en la lista, llegarán a una gran cantidad de cubanos, tanto en su condición de empleados de las mismas, como a través del deterioro del volumen y la calidad de los servicios que prestan o los productos que fabrican.
La ampliación de las categorías de funcionarios afectados en el envío de recursos y regalos, tendrán un impacto indiscutible en las condiciones de vida de estos y sus familias. Pareciera que todos los que serán afectados, que se cuentan por millones, no forman parte del pueblo cubano.
También pierden los ciudadanos norteamericanos, en el ejercicio de su proclamado derecho constitucional de viajar libremente a cualquier país, en este caso uno que no constituye una amenaza de ningún tipo a la seguridad nacional de Estados Unidos. Otros perdedores son las empresas de ese país, coartadas en el derecho de comerciar y establecer relaciones de negocios con entidades en otro país.
Políticamente, la elección no puede ser peor. Enajenar a sectores tan vastos de la población cubana solo contribuye a radicalizar el debate sobre las transformaciones en Cuba, y empodera a los sectores más conservadores. Asimismo, contribuye directamente a cimentar el uso de la amenaza externa como argumento para desviar la atención de otros problemas de mayor relevancia.
En contraste con estas visiones, la mayoría de los cubanos está convencido que el destino del país debe ser decidido en La Habana, no en Washington D.C. o Miami. Esta es probablemente la principal ideología a que se adscriben los habitantes de la Isla en la actualidad. La evolución de la sociedad cubana transcurriría de forma más natural y pacífica en la medida en que todos los sectores interactúen más activamente con contrapartes de otros contextos, lo que enriquecería enormemente la matriz de ingredientes y matices disponibles para atravesar esas transformaciones.
Más de 60 años de aislamiento y castigo solo han servido para empobrecer al pueblo cubano; limitar severamente sus contactos con la comunidad internacional, la comunidad cubana en ese país y el propio pueblo estadounidense; y promover las interpretaciones más extremistas y paranoicas de la historia y la relación bilateral en la propia sociedad cubana. Doce administraciones diferentes en ese país no pueden mostrar que han avanzado siquiera uno de los intereses que el memorándum presidencial contiene.
Y han sido seis décadas en las que Cuba ha atravesado los más diversos contextos doméstico y externo. El modelo cubano ha probado ser resiliente y flexible, y todo el que esté interesado en hacer un aporte positivo a la construcción de una Cuba mejor debe aceptar que, aunque el gobierno cubano enfrenta formidables desafíos en casa e internacionalmente, es un gobierno estable cuya máxima prioridad en la actualidad es garantizar un traspaso tranquilo de la jefatura del Estado y el Gobierno a una nueva generación de líderes.
En términos prácticos, es necesario considerar el contexto. Además de estas regulaciones, las relaciones se han resentido en otros ámbitos. A partir del pretexto de la ocurrencia de ataques acústicos a su personal diplomático en La Habana, el Departamento de Estado redujo el personal destacado en Cuba, afectados severamente las actividades del consulado. A su vez, se requirió lo mismo de la embajada cubana en Washington. A ello se sumó la emisión de dos alertas de viaje relacionadas con Cuba, una debido al huracán Irma (no se emitió ninguna otra para el Caribe) y la segunda relacionada con el peligro potencial que representan los eventos sónicos que se alegan.
No deja de ser llamativo el hecho de que tantos intereses legítimos sean sacrificados para aplacar a un sector cada vez más minoritario de la comunidad cubanoamericana, alguno de cuyos portavoces se mostraron decepcionados porque los cambios se aplicaron muy suavemente, previsiblemente a partir de las quejas de un creciente sector vinculado con la Isla. El contexto en Estados Unidos ha cambiado. De hecho, casi todos los analistas coinciden en que este retroceso es parcial, y confirma la elevada popularidad del cambio introducido por la administración anterior.
Los sinsentidos de la política actual tienen pocos paralelos en la historia contemporánea. Se ha instalado la idea, y nadie parece cuestionársela, de que es posible defender la libertad de los cubanos, imponiendo restricciones a la libertad en Estados Unidos, y empobreciendo a los propios cubanos. Se ha adoptado el principio de que arremeter contra empresas cubanas no causará privaciones adicionales a los cubanos. A pesar de la patológica ausencia de resultados en seis décadas, se proclama que la asfixia del país obligará al gobierno cubano a huir despavorido o aceptar condiciones leoninas en una eventual mesa de negociaciones. Se afirma que forzar el colapso de Cuba redundará en la construcción de un país estable y próspero. También se vende la ilusión de que un país empobrecido aceptaría sin contratiempos un acuerdo de compensación para empresas e individuos estadounidenses y cubanos que implicarían una carga adicional insoportable para su población.
Lamentablemente, nada de esto se hará realidad en el futuro previsible. Parece que todos saldrán perdiendo con este “mejor acuerdo”. Los sectores extremistas en Miami tendrán que seguir esperando por su revancha, que ya parece ser su única prioridad, mientras los cubanos de la Isla miran atentamente. Quizá les conviene repensar su postura. Este enfoque los hace mucho menos elegibles para participar de alguna forma en el futuro de Cuba. Aquellos que han promovido el acercamiento entre ambos países en Estados Unidos deben reconsiderar otras opciones.
La política actual con las modificaciones recientes va en contra de toda racionalidad económica y de negocios, especialmente cuando se trata de un vecino. Pero no solo eso. Tiene una cuestionable base moral, y una oscura agenda política, que se aleja peligrosamente de la realidad cubana contemporánea. Finalmente, el mundo de hoy no es el de los años noventa. La enajenación de Cuba puede terminar empujándola hacia otras latitudes. Recuerden que la fuerza de gravedad puede vencerse creativamente. La era espacial es una prueba de ello.
Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente original y el autor.
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