lunes, 30 de mayo de 2016

Onelio Jorge Cardoso: Más allá de aquellas primeras ventanas…

NOTA MÌA: Sin dudas, Onelio es el "cuentero mayor", sus historias llenan ese espacio del que tanto ha adolescido la literatura cubana: conmover con su prosa desgarrada, llena de realismo y fantasía, que por momentos se hace poesía. En sus narraciones, cada detalle esta contado con el virtuosismo no solo del que cuenta, sino de quien lo ha vivido. 






Por Bárbara Doval

Nunca logré verle de cerca. Tal vez, demoré en hallarle. Lo cierto es que desde nuestro primer encuentro ya no quise desentenderme. Han pasado muchos años desde esa primera vez. La propuesta llegó desde mi profe en la Facultad de Letras,
Denia García Ronda.

Su cercanía ha multiplicado con creces las miradas a su existencia. La mía comenzó cuando me aproximé a sus tantas ventanas. Todas me parecían interesantes. Mientras me asomaba a una, enseguida quería aproximarme a las otras. Cuantas individualidades conocí a través de ellas. Cuánta sabiduría me llegó con cada uno de esos seres que se movían de aquí para allá, con autenticidad. Ya eran míos los “fantasmas” de
Onelio Jorge Cardoso.

Unas y otros, personas muy vapuleadas por la vida precaria que llevaron antes de 1959, de ellos, hay quienes con entereza y porfía se erigen baluartes de dignidad. Quienes imaginaban situaciones, personajes y hasta mágicas andanzas no faltaban a esas visiones a la que usted me permitía acceder a través de sus ventanas, que se siguieron abriendo más allá de los 60 y hasta que humanamente usted pudo hacerlo.

Ahora las abrimos desde sus enseñanzas. Descubrí, aunque no como generalidad, que hay apariencias físicas que otorgan indicios esenciales, que retratan individualidades y contextos. Esos hilos invisibles usted los supo captar. Al mirar por esas tantas ventanas, descubrí movimientos, añoranzas, ademanes, sueños, éticas de vida y formas de expresión bien reconocibles. Y hasta muchos de los conflictos expuestos, salvando distancias histórico-temporales, son referentes en las conductas humanas.

Con varias de sus amistades dialogué entonces. Con todas supe de su hidalguía de espíritu, de su sencillez no sólo al escribir sino para acercarse a las demás personas. Conocí de sus ojos amparados por unos espejuelos ya clásicos que siguen escudriñando ventanas y más ventanas de humanismo. A través de ellas, podría detectar los aires de bondad, de valía o los que despedían malos olores. Nada, que a pesar de sus espejuelos, se gastaba usted excelente vista acompañada de un olfato singular para detectar los vericuetos de los caracteres humanos.

Aprendí entonces a conversarle en la distancia. Sin saberlo se hizo mi cómplice. Y tiempo después, ya se sentaba a mi lado en las largas estancias en la Biblioteca Nacional “José Martí”. Las horas pasaban indetenibles y nuestras pláticas eran cada vez más profundas y cercanas. Allí le conocí como viajante de comercio, vendedor de medicamentos, guionista de la emisora radial Mil Diez, le vi haciendo preguntas y más preguntas a quienes vivían del carbón, de la pesca, de los sembrados y hasta disfruté como reía a carcajadas cada vez, que Juan Candela, hacía una de las suyas.

Con Francisca Viera (Cuca), su compañera de tantos años aprendí a entenderle mucho mejor y en los sillones de aquel balcón del Vedado, conocí anécdotas acerca de sus despistes y degusté con placer la alegría esencial de la familia Jorge Cardoso. Sus ventanas en un momento se habían mudado del campo a la ciudad, pero siempre mantuvieron la apertura necesaria para aprender de las sugerencias múltiples que trascendían en torno a quienes destilan mucha sabiduría. Cuando Estela estuvo con “los ojos suavemente cerrados y un brazo salido del asiento como sin rumbo fijo ni propósito para nunca más” reconocí que “se acaban millones de vidas a cada vuelta del mundo y empiezan otras”.

Conocí a Pepe Lesmes un hombre “al que se le volaban los hornos” y “le gustaba oírse” como al sinsonte que se baña con su canto “porque es su propia miel y de ella se embriaga el muy dichoso” y disfruté del arte de Samuel quien “por el puro gusto” de tocar su guitarra, despierta la sensibilidad de sus vecinos, quienes le soñaban vivo aun después de muerto, y una “ se encantaba de lo que oía y algo más que eso: si oyéndolo ponía uno el recuerdo sobre algo o alguien, entendía mejor su contorno y su sentido secreto”.

Con Carlitos el infante, que hace derroche de su imaginación y creatividad pude ver como “….por allá arriba van pasando, muy altas unas nubes que parecen diablos o flores. Depende de quién las nombre” Y me regocijaba cada vez que leía: … “Verde era todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las flores. Natural que la muerte se tapara la nariz”. Francisca, a fuerza de trabajo y optimismo es capaz de espantar a la mismísima muerte. Una comprende que su ingenio y cubanía también le llegan de un finísimo humor, no porque ahora se lo diga yo, sino porque la agudeza y belleza de sus narraciones fueron reconocidas por espíritus contemporáneos tan altos como el suyo, por ejemplo, el del poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973).

Afortunadamente, se reconoce, con absoluto merecimiento, al Cuentero Mayor, aquel que nació en Calabazar de Sagua, el 11 de mayo de 1914 y tuvo el privilegio de ser un vaticinador, un ser humano que sin proponérselo se anticipaba a la realidad. Por ahí van los valores del arte, a pesar de primarios encasillamientos de su obra, como criollista o superficiales acercamientos a sus crónicas del alma humana según reconocimiento del uruguayo Mario Benedetti.

El lenguaje que usted utilizó en su cuentística combina la poesía y la síntesis y se desliza como pez en el agua frente a los ojos atónitos de sus lectores. Sin embargo, con tantas enseñanzas de vida ganadas con la lectura de sus cuentos, siento que precisamos saldar también deudas con este tiempo que no puede pasar sin redescubrir sus reportajes con Gente de Pueblo(1962) o Gente de nuevo pueblo (1981) como nuevos aprendizajes.

Cuentan quienes le acompañaban por esos días, que con la misma sencillez que nos hizo llegar sus cuentos, usted fue jefe de reportajes especiales en el Periódico Granma, jefe de redacción de Pueblo y Cultura y del Semanario Pionero, y hasta trabajó como guionista de documentales en el ICAIC y en la Sección Fílmica del Ejército Rebelde. De manera que ese sentir desde la piel del otro y esa habilidad para indagar que son dados al ejercicio periodístico fueron pilares de su creación toda.
Decía el Gabo que la virtud fundamental que hallaba en su obra es que “en verdad, no hay una sola mentira”.

Por eso, Onelio Jorge, la cercanía a este 29 de mayo, fecha en que hace 30 años usted alcanzó esa otra dimensión, que hace imborrable a quienes nos han transmitido conocimientos, energías, disfrute, sentí la necesidad de continuar extendiendo la invitación a redescubrir su versatilidad creadora más allá de esas primeras ventanas a las cuales me asomé, hace algunos años ya, como estudiante de letras.

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