lunes, 15 de febrero de 2016

Los hermanos Gurriel y la fábula del Quarter Horse


A pesar del restablecimiento de relaciones diplomáticas, Estados Unidos aún impide que jueguen en sus Grandes Ligas los peloteros cubanos con residencia permanente en la isla 



Todavía se desconocen pormenores de la fuga de los hermanos Yulieski y Lourdes Yunielki Gurriel.

Hasta para quienes presumen de haberlo husmeado en este o aquel gesto, en este o aquel privilegio, un viaje aquí y otro allá, o hasta de sentirlo muy cerca tras su negativa a asistir a los Panamericanos de Toronto, el “abandono” de Yulieski y Lourdes Yunielski Gurriel, tal y como lo calificó una escueta nota de prensa esta semana, calza los spikes de la sorpresa.

Mas, el segundo de los Gurriel parecía anticipar lo que acaba de suceder en una respuesta suya a Escambray en mayo del 2013: “Me ha faltado motivación, he buscado el modo de hacer el trabajo e integrar el Cuba, que es lo que más me ha motivado, pero me gustaría probarme en otro béisbol”.

Sin embargo, por muy mediática que resulte, por mucha alharaca que destilen las peñas, por muchos sentimientos encontrados que levante su partida en las redes sociales, la deserción de los dos hermanos clasifica, sencilla y llanamente, como más de lo mismo.
Cualquier persona sensata pudiera preguntarse por qué para jugar en las llamadas Grandes Ligas —Major League Baseball (MLB)— los Gurriel tienen que fugarse de un evento oficial y ponerse a merced de traficantes, justamente cuando se habla de un histórico entendimiento entre Cuba y Estados Unidos, que ha implicado conversaciones al más alto nivel, restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre las dos naciones después de más de medio siglo de ruptura y el anuncio por parte de Estados Unidos de una política que privilegia el intercambio deportivo y cultural.

Hace un año, exactamente el 4 de febrero del 2015, la cadena norteamericana ESPN se regocijaba de cómo en el nuevo contexto surgido después del 17 de diciembre del 2014 la oficina del comisionado de las Grandes Ligas anunció la eliminación de su exigencia de que los jugadores cubanos obtengan una licencia del Gobierno de Estados Unidos antes de ser elegibles para firmar un contrato con las ligas mayores.

Según el sitio web del mencionado medio, “en lugar de buscar una autorización del Gobierno, los peloteros cubanos solamente tendrán que firmar una carta estándar enviada por Grandes Ligas a sus clubes”.

Firmar una carta estándar, sin embargo, no es poca cosa a juzgar por el matiz excepcional y discriminatorio que establece esta suerte de declaración jurada exigida única y exclusivamente a nuestros peloteros que no puede ser más elocuente: “Por este medio declaro que he asumido residencia permanente fuera de Cuba. Además, por este medio declaro que no pretendo volver a Cuba, ni me permitirán volver. Por este medio declaro que no soy funcionario prohibido del Gobierno de Cuba… y no soy miembro prohibido del Partido Comunista de Cuba”.

No hace falta ser un experto en cuestiones migratorias para comprender el sentido de la regulación, que tiene vasos comunicantes con la anacrónica Ley de Ajuste Cubano, con la política de pies secos-pies mojados y el otorgamientos de visas paroles para el personal médico que deserte de nuestras misiones en el exterior, todos vigentes en estos momentos a pesar de la buena vecindad que proclaman las autoridades norteamericanas.


La mayoría de los cubanos que hoy juegan en Grandes Ligas han salido de la isla ilegalmente.

También en el 2015 la MLB desbloqueó la participación de los cubanos en equipos de la Confederación de Béisbol Profesional del Caribe y aprobó que los circuitos invernales de República Dominicana, Venezuela y México pudieran contratar sus servicios, pero la protesta de Puerto Rico al resultar excluido por ser parte del territorio de Estados Unidos y estar sometido a las reglas del bloqueo enseguida cerró las puertas.

Son en primer lugar las propias cláusulas de la MLB, sujeta a las regulaciones de la Oficina de Control Activos y Extranjeros del Departamento del Tesoro, las que “obligaron” a los Gurriel a subirse en plena noche a una camioneta para poner pies en polvorosa, según reseñaron medios de prensa dominicanos, que replican otros del mundo, y las que han empujado a cientos de atletas cubanos a recorrer senderos parecidos.

¿Qué tienen Miguel Cabrera, Robinson Cano o David Ortiz que no tengan los Gurriel para poder jugar pelota en Estados Unidos y hacer su vida normal en sus respectivos países de origen sin subordinarse a los dogmas segregacionistas vigentes para nuestros atletas?

El éxodo de los peloteros cubanos, que no comenzó el pasado lunes y de seguro no va a concluir el próximo domingo, ha venido creciendo como la mala hierba en las últimas décadas y socavando el béisbol en la isla, que además cojea de otras imperfecciones, cuestionadas hasta el cansancio en estas y en otras muchas páginas.

Después de computarse cerca de 60 salidas en el 2014, el 2015 aportó un récord no precisamente deportivo con más de un centenar de “fugados”, alrededor de 70 de los cuales tienen menos de 25 años: Norge Luis Ruiz, Yordanis Linares, Vladimir Gutiérrez y el espirituano Yandiel Zayas son algunos de los nombres.


Hermanos Gurriel en el Premier 12, único torneo internacional en el que los tres vistieron los colores del equipo Cuba. (Foto: Ricardo López Hevia)

Frente a un tema que destila ideología, Cuba no lo ha hecho todo bien, pero tampoco ha estado cruzada de brazos: el Consejo de Ministros aprobó en el 2013 la política de remuneración para atletas, entrenadores y especialistas del deporte, que en su letra se propone “asegurar que cada cual reciba lo que le corresponde según su trabajo”.

En virtud de la aplicación de la misma, hombres como el propio Yulieski Gurriel han venido cobrando hasta más de 14 000 pesos (CUP) mensuales, una cifra que, es cierto, quintuplica lo que percibe el más encumbrado de nuestros especialistas médicos, pero resulta incomparablemente inferior a los ofrecimientos que llegan desde más arriba del estrecho de la Florida.

Es verdad también que la repartición tiene lagunas: Ismel Jiménez, por ejemplo, con una sola medalla internacional, recibe 1 200 pesos, casi la misma cuantía que los 32 peloteros que integraron el róster de los Gallos en la pasada campaña (950 CUP), mientras los ocho que figuran en la reserva perciben 450.

En este punto no aconsejo comparaciones porque dudo mucho que en todo Portugal exista algún cardiólogo, ingeniero, científico merecedor del Nobel o incluso que el propio escritor José Saramago, si todavía tuviera la dicha de estar entre los vivos, que haya podido competir —si es que cabe el verbo— con los más de 200 millones de euros que, según se dice, atesora Cristiano Ronaldo.

Por su etiqueta ganada de deporte nacional, la pelota goza de otros “privilegios”: solo en Sancti Spíritus en los últimos cuatro años se han repartido siete viviendas a peloteros y si no se entregaron más fue porque la inmensa mayoría ya posee; lo mismo ha ocurrido con la asignación de teléfonos fijos y otras necesidades, para no hablar de la Serie Nacional, con transportación en Yutong y hospedaje en instalaciones hoteleras de Islazul, muy diferentes a la que encontró el gran Mijaín López en la Empresa de Alojamiento en el reciente Torneo Nacional de Lucha.

¿Seguiremos subiendo salarios? Los últimos ejemplos dicen que aunque mediara el Capitolio como regalo muchos se irían si su proyecto de vida se concibe extrafronteras. No creo que Cuba pueda seguir elevando la cota en este sentido, mucho menos cuando se sabe que necesidades más perentorias todavía aguardan, incluidas las mejoras salariales de millones de trabajadores que no salen a escena, pero rinden como el que más.

Otros “turnos al bate” no han podido ser aprovechados como las contrataciones foráneas aprobadas para nuestro béisbol —en tres años solo una docena con México, Japón, Canadá y Colombia— y a nuestro modo de ver con mucho ruido y pocas nueces.

En este contexto, tampoco se han detenido las negociaciones. Interrogado sobre el tema por AFP Heriberto Suárez, comisionado nacional de béisbol respondió. “Es muy rápido, muy incipiente. Tenemos que sentarnos muchas veces, primeramente la MLB y la Federación Cubana, pero esto es un interés también de ellos. Al final vamos a tener que convenir con los equipos de Grandes Ligas, pero todo va a ser a través de la Federación Cubana de Béisbol”.

La reciente visita de una representación de las Grandes Ligas, interpretada como síntoma de apertura, tuvo, sin embargo, otras traducciones, en particular el recibimiento a varios peloteros de la isla que habían abandonado el país en diferentes circunstancias. 



Ilustración: Amílkar Feria

Si con tantas glorias e íconos del béisbol que tenemos en cualquier rincón de Cuba, las autoridades del sector decidieron realizar las cacareadas clínicas para niños con los susodichos visitantes, ¿qué simbología estamos construyendo entonces?

Está claro que irse o quedarse será siempre una decisión personal, aunque arrastre compromisos, decepciones, controversias…, pero la partida de los Gurriel, más que otra cosa, se me parece al robo del potro Quarter Horse de mi amigo de Meneses: ambos —el animal y el atleta— eran por mucho lo mejor que quedaba en toda la comarca, sus aptitudes eran goloseadas por cuantos traficantes y cuatreros los conocían y en el momento de los hechos los dos estaban fuera del alcance de sus protectores.

Eso sí, hay una pequeña diferencia: el caballo de Meneses no salió corriendo, reventó la soga y se subió, él mismo, a la camioneta en que se lo llevaron.

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