sábado, 16 de enero de 2016

Cine, nación y Ku Klux Klan en Cuba

Juan Antonio García Borrero



CAMAGUEY. Con El nacimiento de una nación (1915), David W. Griffith entregó a la historia del cine uno de sus primeros hitos narrativos. Griffith dejaba atrás el reciclaje de técnicas sustraídas del teatro, el vodevil y el circo, para proponerse la construcción de un universo inédito donde importaba más la narración de acontecimientos simultáneos a partir del uso de un montaje que, de modo invisible, creaba la ilusión de continuidad. Pero El nacimiento de una nación también es un documento ideológico que, como era de esperar, despertaría y sigue despertando un sinnúmero de polémicas, a partir de la exaltación que hace del Ku Klux Klan, y la representación estereotipada de la comunidad negra de los Estados Unidos.
En Cuba la película no pudo ser estrenada hasta 1924. Según los historiadores Arturo Agramonte y Luciano Castillo: “En un inicio su exhibición fue prohibida por temor de que “provocara algún disturbio entre los elementos de color”, pero luego tomaron en consideración la cultura del público habanero, levantaron el veto y la película fue presentada sin contratiempo alguno”.

Puede entenderse el terror de los gobernantes de entonces a los disturbios vinculados a lo racial. Aunque la masacre de 1912 había sido enmascarada por un relato oficial que disfrazó el crimen discriminatorio con una retórica nacionalista, el impacto de la tragedia en modo alguno había sido olvidado. La construcción de un discurso que optaba por el silencio ante el problema racial, en vez de asumir su debate colectivo y transparente, tenía su eco natural en buena parte de las representaciones cinematográficas.

Como ha hecho notar el investigador Enmanuel Vincenot, el grueso de las películas rodadas en el período silente tiende a describir a Cuba como una nación “blanca”, donde la presencia afro apenas es percibida. El cine se convertía así en el elemento conciliador por excelencia de todas las tensiones sociales que podían experimentarse en el día a día de la realidad cubana, sin importar la procedencia de clase o la pertenencia étnica, tal como nos revela Louis Pérez Jr. al citar en uno de sus textos el testimonio expuesto por alguien en 1920: “Como no hay mucho que hacer, las personas pasan su tiempo libre en el cine. Los negros se aglomeran en ellos. Todas las lavanderas negras creen que deben ir todas las noches”.

Una película como El nacimiento de una nación, que describe las peripecias de dos familias (una sureña y otra norteña) enfrentadas al acoso de un grupo de negros tras la guerra de Secesión, y que gracias a la intervención oportuna del Ku Klux Klan salvaban la vida y el honor de una joven blanca, podía poner en peligro ese pacto invisible que, noche tras noche, conseguían articular las exhibiciones cinematográficas en Cuba.

Más allá de las pantallas, sin embargo, las contradicciones que generaba a diario el racismo no cesaban. Al contrario, se agudizaban en sordina. Por ejemplo, cuatro años más tarde en la ciudad de Camagüey se llegó a crear oficialmente La Gran Orden del Ku Klux Klan, la cual fue inscripta en el Registro de Asociaciones del momento. En la carta fundacional circulada por sus directivos el 20 de agosto de 1928 se describían los siguientes fines:
Exclusivamente cubanos, aunque se inició en 1866 en los Estados Unidos
Aunque con ritual similar al de América del Norte, sus tendencias se encaminan a laborar en Cuba por la conservación y defensa de la patria cubana, su constitución y leyes, y el acatamiento a las autoridades constituidas.
Luchar por el desarrollo de las escuelas públicas, y defender su laicismo
Honrar la memoria de los patriotas cubanos.

Según el testimonio de William Stokes en “Conversación con el último norteamericano”, de Enrique Cirules, la idea de su fundación se le debería a Robert B. Anderson, norteamericano que vivía por entonces en Camagüey, y a quien describe del siguiente modo: “andaba siempre de traje, bien peinado y afeitado… Era pequeño, muy blanco y les hablaba respetuosamente a los clientes de su óptica (en la calle República junto al cine Apolo). (…) Robert trató de fundar la única secta del KKK que se tenga noticias en este país”.

Si bien la idea llegó a obtener respaldo legal, los propósitos de los encapuchados camagüeyanos no demorarían en conocer la oposición de muchos. El malestar público fue tan intenso, que el 2 de octubre aparece en el periódico local el siguiente titular: “QUEDÓ DISUELTO ANOCHE EL KU KLUX KLAN CAMAGÜEYANO”. Y para explicar las razones de su disolución, los periodistas apuntan:

“Que las personas que organizaron esa institución en esta ciudad – todas conocidísimas y respetables- perseguían el propósito de fundar una asociación fraterna tendiente al mayor beneficio de la comunidad; pero que, habiendo bautizado esa institución con el nombre de “Ku Klux Klan” vieron con pena que sus nobles propósitos eran mal interpretados por la generalidad de las personas. Que en vista del desagrado general en torno a esa institución, sus componentes llegaron al acuerdo unánime de disolverla, no obstante estar ya perfectamente organizada de acuerdo en todo con nuestras leyes”.

Lo interesante de una anécdota como esta es que nos remite directamente a las dinámicas simbólicas que operaban en la sociedad cubana de ese momento histórico. Los numerosos críticos que tuvo El nacimiento de una nación en su vertiente ideológica, jugaron el mismo papel que los detractores del Ku Klux Klan camagüeyano, pero aun así el racismo siguió afectando las relaciones sociales establecidas entre cubanos.

Griffith nunca logró entender los ataques dirigidos a su película, y hasta escribió, previo a la realización de esa obra maestra que es Intolerancia, un artículo que tituló The Rise and Fall of Free Speech in America, acusando a sus jueces de mutiladores de la libertad de expresión. Como artista fue un verdadero visionario que ya en 1916 escribía en un periódico: “Es imposible comparar el cine de hoy con lo que pueda ser en un futuro. (…) Imaginemos películas en formato reducido, concebidas para la distracción en casa, o consulta en las bibliotecas, al lado del fuego”. En cambio, fue incapaz de interpretar correctamente la lucha de los negros por conquistar sus genuinos derechos. Claro, el racismo no es algo que se entienda por decreto, en tanto hablamos de un conjunto de ideas y representaciones de “los otros” que se acarrean muchas veces de modo inconsciente.

Los cubanos que se enfrentaban a estas películas foráneas, más que mirarse en ellas como si ante un espejo estuviesen, suspendían temporalmente la incredulidad, y establecían pactos temporales de gratificación audiovisual. No podría negarse, en tal sentido, la tremenda influencia del cine norteamericano en los modos populares de ordenarse una realidad cotidiana que, humana al fin, era caótica, hostil. Pero con el The End de cada cinta la realidad tornaba con todas sus contradicciones, obligando a cada espectador a tomar conciencia de la misma.

Una de esas contradicciones, el racismo, siguió existiendo en Cuba más allá de las películas conciliadoras, si bien tendríamos que hablar no de un racismo explícito, sino en su modalidad de racismo oculto, ante el cual es preciso intensificar el pensamiento crítico.

Imagen de portada: Fotograma de la película El nacimiento de una nación (1915), de David W. Griffith.

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