martes, 15 de septiembre de 2015

La escuela soñada

Por: Carmen Rosa Báez



Antes de entrar a clases. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate

Terminaba el curso 2014-2015 y me descubrí llorando en la sala de mi casa. Depresión, impotencia y decepción serían las palabras exactas para describir aquel estado de ánimo.

Mi hijo terminaba su preescolar, y las madres que coincidíamos, al entrar o salir, en el Círculo Infantil, nos consolábamos con un: “Ya falta poco para terminar aquí”, frase resumen de un curso escolar plagado de reuniones, preguntas, insatisfacciones y gestiones, casi todas infructuosas.

Sin dejar de reconocer cierto esfuerzo por mejorar las actividades propias de la enseñanza por parte de la institución, se habían impuesto, junto a la inexperiencia y la improvisación en la dirección del centro, una real ausencia de personal docente preparado, desorganización, simulación frente a los controles del organismo superior y hasta mentiras para explicar lo inexplicable. La indiscutible disposición de los padres para contribuir a resolver los problemas parecía ser la única razón de que no mudáramos de centro a nuestros hijos. No digo más. Ya pasó.

Lo peor es que tampoco tenía buenas referencias de la escuela que nos habían asignado –y digo “nos habían asignado” porque cuando un niño llega a un centro escolar arriban con él su familia, su presente y su futuro-, pero me negué a conformarme. Nada más terminado el curso, salí en busca de una mejor opción para el primer grado. Sólo tenía a mano la frase de otra mamá sobre una primaria cercana a la casa: “En esa escuela hay disciplina, tiene un director serio, organizado y muy exigente”. Suficiente.
No necesitaba que alguien me explicara los problemas que tenemos, las carencias materiales, el salario insuficiente, la falta de personal, las diferencias sociales que emergen. Sólo aspiraba a encontrar ese lugar de los sueños, donde cada cual trata de hacer lo mejor posible su trabajo con lo que tenga a mano y cuenten con mi participación.

En el camino me iba encontrando con las complejidades del sistema de educación, y también el esfuerzo de muchos por dar respuesta, organizar y atender a todos, a pesar de las limitaciones materiales, económicas, y organizativas.

Recuerdo en particular un local con pésima iluminación, ventanas clausuradas, donde nos abanicábamos decenas de madres y apenas había una mesa, algunas sillas, un ventilador, varios files con el nombre de cada uno de nuestros hijos, de cualquier nivel o tipo de enseñanza, de todo el municipio, y una solitaria, aguerrida y paciente funcionaria atendiendo a cada una- sin siquiera una computadora o máquina de escribir, por tanto ni pensar en un sistema de información automatizado. En aquel lugar, y a lo largo de las casi cinco horas que duró la espera, escuchando problemas, sinsabores, aspiraciones y las más disímiles causas por las que todas buscaban traslado, me dije: “Y todavía algunos nos quejamos…”, mientras pensaba en mi propio centro de trabajo, donde como mínimo hay una computadora en cada departamento.

Por fin logré el traslado a la escuela que me habían recomendado, y boleta en mano fui a concretar la matrícula:

-“Buenos días, por favor ¿qué debo hacer para matricular a un niño de primer grado?”-pregunté.

-Pase, siéntese y espere un momentico, él regresa enseguida.

Se refería seguramente al director, aquella mujer bien vestida, muy amable, al parecer la recepcionista. Pasaron apenastres minutos:

-¿Ud. me está esperando?

Levanté la vista, frente a mí estaba un hombre de mediana edad, pantalón “de vestir “ y camisa a cuadros, con un vasito de café en la mano. No pude articular un sonido porque acto seguido preguntó:

-¿Ya le brindaron café?

Sonreí, este debía ser el lugar, en muy pocos segundos me estaban ocurriendo demasiadas cosas inusuales. Para entonces, ya había admirado que en aquel caserón antiguo, los pisos lucieran limpios, las plantas bien cuidadas y nadie gritara en el grupo de maestros que a la sombra del portal interior, participaban de un especie de reunión o seminario en torno a una sola computadora. Se podía intuir a distancia que aquella era la actividad fundamental del día; todos vestían con cierta distinción y muy cerca tenían servicio de agua, café y té, sobre una pequeña bandeja con vasos de cristal…

-Venga pase, disculpe si está desordenado, es el último día de trabajo y estamos recogiendo todo.

La Dirección, aparente sala de visitas de la antigua casona, era un local amplio, sin lujos, con dos butacas y un sofá de fibra vegetal, una mesa de unas seis u ocho sillas al centro y cerca de la ventana, el buró. Adicionalmente, dos o tres vitrinas con libros y el mueble del TV.

-Siéntese, y dígame qué desea.

Después de inscribir al niño y tomar los datos necesarios preguntó:

-¿Por qué quiso trasladarlo para esta escuela?

- No conozco a nadie aquí –quise aclarar- sólo me han dicho que Ud. es muy organizado y exigente, y con eso me bastó.

Se turbó un poco y dijo, “hacemos lo que se debe y se puede”, agradeció mi confianza, conversamos un poco más, y al terminar me extendió la mano para despedirse. Ya no me quedó ninguna duda, estaba en el lugar correcto.

—–

Llegó el 1ro de septiembre. Un enjambre de alumnos y adultos se agrupaba frente a la escuela, pero a ningún familiar oacompañante se le ocurrió atravesar el umbral del portón. Allí se daban los besos de despedida: “cuídate”, “pórtate bien”, “estás lindo”, “no te ensucies el uniforme”, y todos los niños iban entrando. A los pequeños los esperaban maestras y auxiliares para conducirlos a través del patio a sus aulas que están en el tercer piso. Eran las ocho de la mañana, en una hora sería el acto de inicio del curso escolar. Madres, padres, abuelos, parientes y tutores quedamos a la espera.

Un poco antes de las nueve comenzaron a bajar los niños y a organizarse en el patio. La recepcionista nos invitó a pasar. El director de guayabera blanca, la subdirectora elegante con tacones altos, junto a dos pioneros dirigieron el acto. Sencillez y solemnidad, bienvenida a todos, una niña declamadora, nada de teque y todos cantaron el himno con su saludo pioneril mientras la bandera alcanzaba el punto más alto de su asta. Allí estaba el chiquillo mío, contagiado con aquella energía y, a pesar de la distancia, entre todas las voces distinguí la suya, entonando con una fuerza nueva, las notas del himno que acaricia desde que apenas tenía dos años.

———

Ya estuvimos reunidos los padres con el director y la maestra. Ella nos ha dicho que no está allí porque no alcanzó otra carrera universitaria, sino porque siempre le gustó el magisterio, es Máster en Pedagogía y ha estado en el aula atendiendo, desde niños del primer ciclo o de quinto y sexto grado hasta el preuniversitario. Este año vuelve a la enseñanza que le apasiona y pretende estar con estos niños – su nueva familia, tal como dijera- hasta el cuarto grado.

No nos pidieron nada material, no se quejaron, nos aseguraron contar con lo indispensable para cumplir con los objetivos docentes, nos dieron lecciones de cómo ayudar a nuestros hijos a cumplir con el reglamento escolar, a estudiar, a comportarse correctamente.Explicaron el sistema evaluativo y, por encima de todo, nos brindaron la confianza de que a pesar de los retos diarios entre todos podremos alcanzar los objetivos, docentes y educativos.

Han pasado los primeros diez días, y cada mañana me quedo parada en el umbral del portón, callada escuchando a los familiares que vienen, van, o se quedan conversando muy cerca. Me han llamado la atención los hermosos moños y trenzas de todas las niñas del preescolar con lazos blancos, mientras las de grados superiores llevan felpas o cintillos rojos. Los varones van con medias blancas y bien peinados. Todos llevan sus mochilas colgadas en ambos hombros. ¿Casualidad? ¿O acaso eso era lo que proponía el director cuando lo vi -sinpoder escucharle- en un vespertino señalando para su cabeza, y luego colocándose una mochila en la espalda frente a toda la escuela?

No he oído de los padres frases altisonantes, ni protestas. Hace unos días cantaron en el matutino las felicidades a una maestra por su cumpleaños. He visto al director llamar a los alumnos por su nombre, saludar a uno, preguntarle por el hermanito a otro, criticarle el peinado a una ex alumna que ha pasado a la secundaria, comprobar con otra el material que le entregaron en el aula. Y cada tarde me he topado con una señora de unos sesenta años ¿o más?, junto a los niños de preescolar entregándole uno a uno a cada padre, quienes salen en fila, sonrientes, mochilitas al hombro besándola al marcharse, mientras los de primer grado la asaltan en el portal, enrollándosele en la cintura para abrazarla y besarla. Ella es la misma maestra de prescolar de algunas de las más jóvenes madres que hoy reciben de sus manos a sus hijos al salir de la escuela.

Han vuelto mis lágrimas cada mañana. Pero ya no son de impotencia sino de emoción. Tengo cuarenta y siete años y llevo días acariciando los nombres de mis primeros maestros en Cienfuegos en los años setenta: Iris, Gloria, Ana, Aguedo, Melanio, Cuca, Lidia, Georgina, Magalys y Galván. A ellos los he vuelto a ver en el rostro de los que me cruzo por estos días en el portón de la escuela de mi hijo. Están en Mara, la maestra de preescolar, en Orquídea la recepcionista, en Caridad la subdirectora, y en Delia Rosa la apasionada maestra de primer grado.

¿Qué escuela? La Julio Antonio Mella

¿Municipio? Habana Vieja

¿Director? Felipe

Curso 2015-2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario