―—¡Guarde usted ese documento, no queremos saber de él…! El general (Arsenio Martínez Campos) tiró su cigarrillo y plegó su papel guardándole en su levita.
—Es decir, exclamó, ¿que no nos entendemos? ―
—¡No, dijo Maceo, no nos entendemos!
—Entonces, replicó el General Campos, ¿volverán a romperse las hostilidades?
—¡Volverán a romperse las hostilidades!, acentuó Maceo significativamente.
Durante décadas este intercambio entre los generales Antonio Maceo Grajales y Arsenio Martínez Campos, recogido por la pluma del patriota Fernando Figueredo Socarrás, ha llevado a la mente y el corazón de los cubanos el sentido de intransigencia de los “hombres del 68”, personificado en la conducta del general Antonio en el sitio conocido como Mangos de Baraguá el 15 de marzo de 1878. ¿Qué significaba ese “no” rotundo del jefe oriental y su rechazo al intento de Martínez Campos de darles a conocer a los allí reunidos las cláusulas del Pacto del Zanjón, firmado un mes antes en las sabanas del Camagüey?
Maceo no podía entender el Pacto del Zanjón, más doloroso para él que las innumerables heridas recibidas en campaña.
Mientras en Camagüey se firmaba el documento, en las zonas de Mayarí, Sagua de Tánamo, Santiago de Cuba, Guantánamo y parte de Holguín, donde operaban sus unidades, se le asestaban golpes importantes al enemigo. La derrota del afamado Batallón de San Quintín en el camino de San Ulpiano, las victorias de su hermano José en el Tibisí, el constante hostigamiento de las tropas de Flor Crombet a los españoles en Cambute, las tomas de convoyes entre Palma Soriano y Florida Blanca, entre otras acciones acontecidas en el sur oriental en aquellos días aciagos para la independencia patria, explican el desconcierto y el malestar del jefe mambí al recibir la comisión del Camagüey que fue destinada a informarle acerca de los pormenores del Zanjón.
Ciertamente, el territorio que comprendía las jurisdicciones donde tenían lugar esas acciones victoriosas para el Ejército Libertador, en particular Guantánamo y Santiago de Cuba, presentaban características específicas, tanto en su composición social, como en las condiciones del terreno, y fuentes de subsistencia que contribuían al mejor desempeño y cohesión de las fuerzas libertadoras en esas jurisdicciones. Pero no son los únicos factores que explican la marcha triunfal en medio de la desvertebración de otras regiones. Las condiciones de mando del general Maceo desempeñaron un papel decisivo. De la disciplina y orden establecidos por el líder oriental en sus zonas de operaciones daba fe Figueredo Socarrás, testigo de esos acontecimientos. Las tropas de Maceo, que recibían al jefe rehabilitado de una herida en combate, “continuaban en su ejemplar y envidiable estado en cuanto a disciplina y moralidad. Aquel edificio no se conmovió siquiera ante el espantoso huracán”.
La Protesta de Baraguá, por tanto, no fue un acto de heroísmo impensado, sino el resultado de la madurez de un pensamiento político y de un compromiso de sólida base ética. Era, asimismo, la comprensión exacta de que el pacto que puso fin a la Guerra de los Diez Años desconocía los objetivos por los cuales los cubanos se habían levantado en armas: la independencia y la abolición de la esclavitud, argumento sostenido con vehemencia por el mayor general Manuel de Jesús Calvar presente en la histórica cita.
Por consiguiente, Maceo en modo alguno protagonizó un acto de intransigencia personal como líder militar aislado o jefe obstinado que desafiaba al poder colonial en la Isla, cuando en otras regiones y localidades se envainaban las espadas gloriosas. Acompañaban a Maceo en Baraguá jefes y oficiales de la valía de Manuel de Jesús Calvar, Guillermo Moncada, José Maceo, Flor Crombet, Limbano Sánchez, Agustín Cebreco, Pedro Martínez Freire, Arcadio Leyte Vidal, Félix Figueredo y Fernando Figueredo, además de contar con el apoyo de las fuerzas del general tunero Vicente García. La entrevista habría de mostrarle al general español que el alcance y arraigo del proyecto emancipador cubano colocaban los acuerdos de paz concertados en Camagüey con el Comité del Centro en Camagüey sobre bases endebles.
Los cubanos reunidos en aquellas sabanas retomaron los objetivos de la revolución iniciada por Carlos Manuel de Céspedes y, como respuesta política al pacto, los colocaron en el centro de las tareas históricas del movimiento libertador en plena crisis. Por su parte, el prestigio del liderazgo político-militar de Antonio Maceo, principal protagonista de la protesta, rebasó las fronteras de la Isla y el jefe, surgido de los estratos pobres de la sociedad colonial, alcanzó renombre internacional. Desde la escenificación de la protesta, Mangos de Baraguá dejó de ser un sitio más en el paisaje de la geografía oriental para erigirse en símbolo de intransigencia de los sostenedores de la ideología independentista en Cuba.
* Vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba
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