Por: Luis Gómez Suárez
En el discurso pronunciado por el 55 aniversario del triunfo de la Revolución, el Presidente Raúl Castro hizo referencia a los intentos encaminados a introducir sutilmente una plataforma neoliberal para restaurar el capitalismo en el país. “Se afanan engañosamente en vender a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social, como si esos preceptos no representaran cabalmente los intereses de la clase dominante en el mundo capitalista. Con ello pretenden, además, inducir la ruptura entre la dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones y promover incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, todo ello con el marcado fin de desmantelar desde adentro el socialismo en Cuba”.
No es nada nuevo, cada presidente norteamericano hace declaraciones y promueve estrategias para socavar la Revolución apoyados en las contradicciones propias del relevo generacional. Para ello buscan manipular las características propias de la juventud como grupo. Al no haber tenido lugar su total posicionamiento social, es decir, al no formar parte del ámbito familiar propio de la infancia, ni tampoco haber asumido los valores, hábitos e instituciones del mundo adulto, los jóvenes guardan una relativa autonomía en relación con las instituciones de la sociedad, en la medida en que todavía no han sido asimilados por la división social del trabajo ni por las agrupaciones sociales y políticas. Este rasgo le otorga una particular significación en el orden político, pues la señala como una fuerza que podría modificar el orden social existente.
El gobierno norteamericano y sus aliados pretenden seguir las experiencias que condujeron a la caída del socialismo en los países de Europa del este, en las que los jóvenes tuvieron un papel relevante. Piensan, quizás, en la revolución de terciopelo en Checoslovaquia o en la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, Cuba no es Europa del este. Aquí las condiciones histórico concreta son otras, pese a las incuestionables dificultades existentes, que perjudican de modo particular a los jóvenes.
Tal perspectiva fue valorada por Fidel Castro el 17 de Noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, cuando preguntó a los estudiantes allí reunidos: ¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Más adelante expresó: “este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.
Con estas palabras Fidel sembraba en la conciencia de todos los cubanos, y en particular de los jóvenes, la cuota de responsabilidad que les corresponde en la lucha cotidiana por impedir la destrucción del proyecto socialista cubano y hacerlo avanzar. Depositaba, una vez, más su confianza en las nuevas generaciones, en la comprensión del papel que la juventud y el estudiantado pueden desempeñar en la revolución, como parte de una vanguardia revolucionaria entendida en su sentido más amplio.
No caben dudas, que en torno a los jóvenes median una serie de factores que pueden atentar contra su respaldo a la revolución; sin embargo, el pueblo cubano cuenta con las reservas y potencialidades necesarias para educarlos en los valores y principios que defendemos.
Por supuesto que las actuales circunstancias son complejas, sobre todo por las tensiones que supone el proceso de cambio en marcha en el país. Pese a ello, se dispone de un importante arsenal para librar la batalla en el campo de las ideas. Como expresara Raúl, las ciencias sociales deben ocupar el lugar que les corresponde en materia de investigación. Uno de los temas más importantes de esta ofensiva son precisamente los relacionados con los jóvenes cubanos. Se impone estar más al tanto, desde su diversidad, para conocer sus características, necesidades e inquietudes, frustraciones y esperanzas. Asimismo, se debe producir una relación más estrecha entre los investigadores sociales y los decisores políticos. Ello podría hacer una importante contribución al diseño de políticas públicas de juventud más participativas y ajustadas a las realidades nacionales y a las expectativas de los jóvenes, lo que favorecería el consenso juvenil en torno a la Revolución.
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